Capítulo 44
Roma contestó al teléfono al primer tono.
—Marten. Eh, no puedes ni imaginarte lo que nos estamos encontrando aquí...
—Luego me lo cuentas. Necesito ayuda.
Hubo una pausa de un par de segundos tras la cual Roma dijo:
—Vale.
En un momento la puso al tanto.
—Estoy en casa de Elise. Hay una puerta en el muro del jardín, por el lado de la casa que da a la calle Broadway. Entra y llámame.
—¿Qué pasa?
—Tengo aquí a Kroll.
Colgó. Veinte minutos por lo menos.
Kroll estaba todavía inconsciente en el suelo y sangraba sin parar. El cañón de la Walther de Fane le había abierto las heridas de mala manera y le había practicado nuevos cortes en la cabeza y encima del ojo bueno, que ahora también estaba hinchado. Cuando volviese en sí se iba a sentir como uno de esos presos a los que interrogaba en los centros de detención.
Fane le presionaba un trapo húmedo en las heridas más graves. Lore estaba de pie en medio del baño, mirando boquiabierta por turnos a Fane y a Kroll, conmocionada todavía por el asalto repentino del primero.
—Madre mía... vaya... vaya locura —decía—. No me lo puedo creer.
—¿Tienes Valium o algo parecido? —le preguntó Fane a Elise, que estaba junto a la puerta.
Fue al botiquín, cogió un frasco de pastillas y se lo tendió.
—Lore, deme un vaso —le dijo Fane, y luego a Elise—: ¿Sabes si hay algún rollo de cinta americana o algo así en alguna parte?, ¿en el garaje tal vez, o donde las herramientas?
—Creo que sí —respondió Elise, y salió.
—Lore, tráigame el cinturón de bata más fuerte que encuentre. O algo parecido.
—Voy, voy —dijo, empezando ya a pensar, trayendo la cabeza al momento presente.
Los veinte minutos pasaron rápido y para cuando Roma llamó desde el aseo de abajo y subió corriendo por los dos tramos de escaleras, Kroll estaba en una silla del dormitorio con las manos atadas con la cinta y los pies amarrados de tal forma que solamente podría arrastrarlos llegado el momento. Aunque Fane le había dado un único comprimido de una dosis moderada, cinco miligramos, ya le había hecho efecto. Se mantenía en un silencio amodorrado, con la cara tremendamente hinchada y apenas sujeta por un collage de vendas.
Roma miró horrorizada las ropas ensangrentadas y desaliñadas de su compañero y luego a Kroll; Fane habría jurado que se puso lívida.
—Santo dios, Marten.
—Tenemos que hablar ahí dentro —le dijo Fane señalando el estudio—. Elise, vigílale, pero a distancia.
La mujer sacudió la cabeza, apartando los ojos de Kroll.
—Yo no puedo estar aquí con él —dijo mientras retrocedía hacia el baño—. Yo me quedo aquí.
—Yo le vigilo —se ofreció Lore rápidamente.
—Quédate donde pueda verte —le dijo Fane, y acto seguido él y Roma se dirigieron al estudio.
Lore no se acercó mucho a Kroll pero se quedó en la puerta del vestidor, desde donde podía verle tanto a él y a Elise como a Fane.
—¿Qué habéis encontrado en los archivos? —le preguntó a Roma, bajando la voz mientras entraban al estudio. La cabeza le iba a explotar. Sabía lo que iba a hacer con Kroll pero deseaba que Roma hubiese hallado algo en los archivos que le diese una línea alternativa de acción.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó Roma, mirándole de nuevo la ropa; aunque no estaba preguntándole por la ropa, y él lo sabía.
—Sí, estoy bien.
Roma asintió, tenían que seguir.
—Bueno, cuesta creer mucho de lo que hay en los archivos, la verdad. En primer lugar llevaba un diario encriptado en uno de los portátiles. —Empezó a hablar con un tono sereno y ágil—. En realidad no es un diario exactamente, es más bien una agenda, como si la usase solo para tener organizadas las cosas. Me he remontado un año atrás. Diste en el blanco con tu teoría. Al tener acceso a los archivos de Vector sobre Currin fue cuando Kroll descubrió que su mujer estaba en terapia. De eso hace casi un año.
» En cuestión de semanas, después de su primer allanamiento de la consulta de Vera, recopiló una lista de nombres de posibles objetivos entre los historiales. Por esa misma época Stephen List fue asesinado... aunque Kroll no menciona nada de eso en su agenda.
—Stephen y Vera compartían consultas —comentó Fane—. Seguramente Stephen encontró algo que ponía en peligro los planes de Kroll. Tenemos que...
—Espera —le interrumpió Roma—. Hay mucho más. Kao ha encontrado algo en otro ordenador que responde a muchas preguntas. Los «experimentos» de Kroll cuando estaba con los programas de interrogatorios consistían en ver si podía crear una forma más sutil de manipulación de prisioneros. Tenía acceso a los historiales psicológicos de muchos de esos presos... —Roma cabeceó como si no diera crédito a lo que estaba a punto de decir—. Al parecer le «daban» a él a esos prisioneros una vez que creían haber conseguido todo lo que podían de ellos. Kroll utilizaba entonces la información de los historiales para... para hundirlos en la desesperación. Diseñó un programa propio con el que manipulaba a esos desgraciados hasta que se suicidaban. —Fane estaba asimilando sus palabras como buenamente podía—. Por increíble que parezca logró hacerlo en ocho ocasiones antes de que le mandasen de vuelta a Estados Unidos. Fue entonces cuando se rompió su relación con la CIA. Lo más inquietante de todo es que Vector sabía todo eso antes de contratarle. No me extraña que hayan reducido su «expediente oficial» a una página. —Fane no daba crédito, pero Roma continuó—. Así que, después de desaparecer de Vector, en los diarios se ve que empieza a redactar un archivo extraño en el que va formando listados sobre «B. W.», una especie de perfil psicológico: vulnerabilidades, inseguridades, obsesiones... Uno de ellos era una lista de puntos «explotables». Por el contexto yo diría que estaba hablando de una mujer, una de las pacientes de Vera.
Fane sabía quién:
—Britta Weston.
—Será esa. Al final habla de «haberla presionado demasiado rápido», y sobre lo complejo que resulta ajustar su sistema a las diferencias psicológicas entre sujetos curtidos en guerras y mujeres civiles... Es una auténtica locura. Luego cuenta que B. W. se estaba empezando a asustar, que no podía recuperarla y tendría que empezar de cero. Se deshace de ella.
—La mató... No se suicidó.
—Y en ese punto los diarios muestran que justo después se pone a recopilar datos de Elise. Un par de semanas más tarde Lore entra en escena.
A Fane le asombraba la eficiencia con la que Kroll había desvalijado a las pacientes de Vera. Habían sido blancos penosamente fáciles para él.
—¿Qué más? —preguntó Fane. En tales circunstancias la pregunta resultaba un tanto morbosa.
—Por ahí iba cuando me has llamado. A saber qué aberraciones habrán descubierto Bücher y Kao en esos ordenadores.
Fane volvió a sacudir la cabeza. Era demasiado.
—Ha estado muy cerca —comentó—. Quién sabe cuánto tiempo más habrían aguantado lo que les estaba haciendo.
A través del vestidor buscó con la mirada a Lore, que seguía en bata bajo la luz del baño y hablaba en susurros con Elise, que estaba fuera del encuadre, al otro lado de la pared del baño.
Roma siguió los ojos de Fane y luego se quedó mirándole a él:
—¿Qué vamos a hacer?
—Sacarle de aquí —le respondió Fane—, ahora mismo.
—¿Encargaros de él?, pero... ¿cómo exactamente? —La voz de Lore subió de tono, ansiosa. Se había plantado delante de la puerta del estudio. Kroll estaba medio grogui en una silla de respaldo recto, no muy lejos. Lore les había franqueado la salida, exigía saber más.
—Lore —le dijo Fane—, no tiene que preocuparse por eso. Ese es mi trabajo.
Lore montó en cólera:
—Perdone usted, «Townsend» —le increpó, y ese «Townsend» tenía un tono de burla con el que quería hacerle ver que no se dejaba impresionar por su alias de pacotilla—, ¡estamos hablando de mi vida! Y desde luego, mi vida le gana a su trabajo. Quiero saber lo que van a hacer con él. No quiero volver a verle la cara a esa basura humana en mi vida... ¡nunca más! ¡Después de todo el... infierno que he... que hemos... —hizo una seña hacia Elise, que estaba junto a la puerta del vestidor— ... pasado con ese animal, no creo que tenga ningún derecho a decir que no me va a contar lo que va a hacer con él, «Townsend»!
Fane intercambió una mirada con Roma, que arqueó una ceja que venía a decir: «Pues aquí la mujer tiene algo de razón». Y Fane estaba de acuerdo en parte. Pero tampoco era buena idea contarle todo lo que quería saber, y no estaba dispuesto a hacerlo.
—Ya sabe por qué no le podemos llevar a la policía. Va a tener que ser otra cosa. —Lore torció el gesto—. Yo me encargaré de todo —sentenció Fane sin mudar el tono.
—¿Eso es todo? —Lore se sentía insultada.
—Lea entre líneas —le aconsejó Fane en el mismo tono. No tenía tiempo para aquello.
—Pero ¿cómo narices vamos a saber...?
—¡Lore! —Elise se había acercado. Le pasó el brazo por encima y tiró de ella—. Venga, déjales que lo resuelvan. Ya se asegurarán de que...
—Pero...
—¡No nos lo pueden decir, Lore! —exclamó Elise.
Los ojos de Lore buscaron los de Elise y por unos segundos se quedaron mirándose hasta que la primera se zafó del abrazo y salió del cuarto enfadada.
—Gracias —le dijo Roma a Elise. Fane ya tenía la puerta abierta y estaba desatando a Kroll de la silla.