Capítulo 40
Kroll le dio la dirección al taxista, se acomodó en un rincón, pegado a una puerta, y al instante empezó a cuestionarse qué acababa de pasar.
No era bueno. En el segundo en el que había dado media vuelta y había salido del vestíbulo del Fairmont había perdido el control de los acontecimientos. Eso no era bueno. Pero a ver, ¿de qué iba ella?
¡Maldita sea, le había estado provocando! ¿Sabría algo de verdad? ¿Cómo era posible? No podía ser. Hacía apenas dos días se desmoronaba en la consulta de Vera List, ¿qué narices había podido pasar entre aquello y lo de hacía un momento para borrar de un plumazo seis meses de trabajo escrupuloso?
Pero el caso era que aquel cambio repentino resultaba muy sospechoso. La cosa olía a montaje. Elise todavía estaba enfadada por lo que él había hecho las últimas veces que se habían visto. ¡Maldita sea, debería haberse dado cuenta allí delante de ella: Elise había contratado a un detective privado, igual que había hecho con su marido! Eso era. Pero ¿por qué? ¿Qué la había llevado a eso tan repentinamente?
Joder.
Se dio la vuelta y miró por el parabrisas trasero del taxi. Había varios coches a lo largo de la prolongada pendiente que era la calle California, mientras que un tranvía traqueteaba cuesta abajo en el otro sentido. Escrutó cada coche, primero los más cercanos: la marca, el modelo, el color. Se giró, se sentó mirando hacia el frente y se dirigió al conductor:
—Tome —le dijo, tendiéndole un billete de cien dólares—. Dentro de unas diez manzanas estaremos cerca del templo de Sherith Israel. Cuando lleguemos, doble a la izquierda por la calle Webster, acelere, coja la primera a la derecha por Pine y déjeme luego saltar en marcha a mitad de la manzana. Usted siga como si tal cosa, continúe el trayecto hasta Sunset. En la Treinta y dos con Ortega hay una tiendecilla, un pequeño negocio familiar. Dígale al tipo gordo de detrás de la caja que le envía Wes. Wes, ¿vale? Le dará otros cien.
—Entendido —contestó el taxista, como si fuera la cosa más normal del mundo.
Diez minutos después Kroll estaba en la entrada oscura de Orben Place, una especie de pasaje no muy largo entre las calles Pine y California, viendo brillar los faros traseros del taxi al torcer por Fillmore. No tenía ni idea de qué había en la calle Treinta y dos con Ortega, pero si el taxista era tan ingenuo como para ir hasta allí, mandaría al detective a kilómetros de Kroll.
Esperó un rato sin ver nada que le pareciese sospechoso. A continuación recorrió lo que quedaba de manzana hasta Fillmore, donde cogió otro taxi de vuelta a Nob Hill.
Elise se quedó donde estaba y esperó a Lore Cha con el corazón todavía a mil por hora. Eso le provocaba Kroll, aunque ya no sabía si era ira, odio o miedo lo que la hacía hiperventilar cuando hablaba con él. Y era aún peor cuando lo tenía frente a frente. No se esperaba la intensidad de la emoción que la recorrió cuando lo había visto caminar hacia ella por medio del vestíbulo.
—Elise.
Se estremeció y vio a Lore sentarse delante de ella.
—Así se habla —le dijo Lore.
—No sabía lo que me hacía. Me parece que lo he fastidiado todo.
—A mí me ha sonado a gloria. Pero estaba con Roma y ella sí que se ha agobiado un poco. Estoy orgullosa de ti.
Elise la miró, sorprendida por aquel comentario.
Lore señaló el pecho de Elise y se llevó un dedo a los labios; le hizo señas para que se quitase el micro del sostén. Sorprendida de nuevo, Elise lanzó una mirada de reojo al vestíbulo y metió la mano entre los botones de la blusa hasta que encontró el extremo del cable y se lo sacó de la copa del sujetador. Lore le hizo señas de que se lo diera y luego se levantó y fue hasta la escalera, donde dejó disimuladamente el aparato cerca de la alfombra de los escalones.
—¿Qué está pasando ahí fuera? —quiso saber Elise.
—Hasta donde yo sé, están siguiendo a Kroll.
—¿Y Vera? ¿Dónde está?
—No sé si seguirá en la consulta o se habrá ido a su casa.
A Elise le sobrevino de repente la fatiga. La pugna con Kroll le había chupado todas las energías.
—Salgamos de aquí —dijo.
Fane estaba en su coche siguiendo los puntos de colores por la pantalla y escuchando al equipo de Libby mientras seguía al taxi de Kroll desde Nob Hill, pasando por Fillmore y los barrios de The Western Addition y Haight Ashbury, hasta los llanos brumosos de Sunset. Por fin, al encontrar sospechoso el trayecto sinuoso del taxi, uno del equipo lo adelantó y vio que no llevaba pasajero. Con un rápido interrogatorio al conductor le sonsacaron lo que había pasado y la dirección a la que Kroll se dirigía antes de cambiar de opinión: la avenida Sea Cliff.
En cuanto Fane oyó la dirección llamó a Elise.
—¿Dónde está? —le preguntó.
—En casa, Lore está aquí conmigo.
—Eso está bien. Mire, hemos localizado la dirección de Kroll y vamos hacia allí en estos momentos.
Le dijo dónde estaba y le preguntó si ella o Lore habían estado allí. En caso afirmativo sus conocimientos de la distribución de la casa ayudarían a la gente de Bücher a desenvolverse.
Pero a ninguna le decía nada aquella dirección.
—Bueno, hay algo más —le dijo Fane—. Hemos perdido a Kroll. Algo le ha hecho sospechar y ha eludido nuestra vigilancia. Yo apostaría a que se ha asustado y ha huido. Aunque tengo la impresión de que antes pasará por casa.
—Ay, Dios. Lo siento, lo siento mucho... —se disculpó Elise—. Yo... perdí los papeles... Es culpa mía...
—Olvídelo —le dijo Fane—, no importa. Pero como no sabemos dónde está, asegúrese de que tiene conectado el sistema de seguridad.
—¿No creerá que...?
—No, no hay razones para pensar que vaya a ir allí. ¿Está encendida la alarma?
—Sí, lo está, pero ¿deberíamos irnos, ir a otra parte?
—¿Kroll ha estado allí alguna vez?
—No, nunca.
—Vale, eso no significa nada. Sigo pensando que ha huido, pero en cuanto pueda sacaré a alguien de la vigilancia para que se pase por allí y nos aseguremos, hasta que sepamos lo que va a pasar.
Fane se mantuvo al margen del vaivén de puntos mientras los coches giraban por Sunset y ponían rumbo a la avenida Sea Cliff. Tenía que dejar el camino despejado para que la gente de Roma hiciese su trabajo, aunque quería estar cerca para ayudarles a más no tardar en caso de emergencia.
Trató de imaginar el razonamiento que había llevado a Kroll a desaparecer, y seguía decantándose por la posibilidad de la huida. Lo más probable era que Kroll hubiese reflexionado sobre su encuentro con Elise, se hubiese dado cuenta de que su conducta no encajaba con lo que había leído en los archivos de Vera y hubiese decidido cancelarlo todo. Lo normal era que estuviese camino de su casa para recoger su alijo de documentos falsos, pasaportes y dinero en metálico, así como para borrar todo rastro de los archivos de Vera.
Al menos eso era lo que Kroll haría de estar pensando con sensatez. Lo único que quería Fane era llegar antes que él.
Meditó también sobre la insólita relación que había surgido entre Elise y Lore. Las diferencias entre ambas se disipaban en el fragor de la experiencia común con Kroll. A las dos mujeres les debía de corroer la curiosidad por conocer los patrones que Vera había observado en las interacciones de Kroll con ambas y que la habían llevado a su descubrimiento.
Cuando estuvieron cerca de la avenida Sea Cliff, Roma aparcó su coche y se reunió con Bücher y Kao en la furgoneta del primero.
¿Qué haría Kroll cuando llegase a casa y viese que sus ordenadores habían desaparecido? Fane ya había tomado una decisión respecto a qué hacer con Kroll, pero hasta que la gente de Roma no estuviese a salvo, fuera del encuadre, no haría esa llamada. Si llegaban a los archivos antes que Kroll, la llamada de Fane podía poner el punto y final. Si era al revés, cualquier cosa era posible. Había todavía demasiadas posibilidades, y demasiada poca información.
Iba a llevar un rato. Fane se paró en una cafetería para comprar un café y regresó a Sea Cliff. Encontró aparcamiento en la calle Lake y se acomodó para la espera.