Capítulo 35
Lore Cha estaba nadando desnuda y sola. Había palmeras alrededor de la piscina y, detrás, un césped de un verde resplandeciente y una vieja mansión de estilo victoriano, abandonada y desierta. Buceó hasta el fondo de la piscina para luego ascender a través del agua a la luz desvaída del anochecer.
Al alcanzar la superficie dio contra algo diáfano y suave. El agua estaba cubierta por una película impenetrable. Confundida, nadó hasta el bordillo de la piscina, pero estaba atrapada dentro por la cobertura transparente. Le entró el pánico.
La imagen esmerilada de un hombre apareció entonces en el borde. Pidió ayuda a gritos. Él se puso a cuatro patas y gateó lentamente por la película transparente. También estaba desnudo y se arrastraba sobre su barriga como un lagarto, deslizándose por la superficie en dirección a ella. Era Kroll. No la ayudaba; por el contrario, se quedó allí extendido justo sobre su cara, haciéndole muecas obscenas.
De pronto Lore empezó a quedarse sin aire... a ahogarse...
Abrió los ojos y jadeó intentando respirar. El mundo estaba del revés. Las luces del Puente de la Bahía brillaban a sus pies mientras que las de Oakland se extendían por encima de su cabeza.
Le dolía el cuello. Se enjugó los labios y se dio la vuelta en la cama mientras tiraba de las sábanas y volvía a acomodarse. ¿Cuánto tiempo llevaba así?
Se quedó inmóvil, a la espera de recuperar el equilibrio. Se apartó el pelo de la cara para contemplar, más allá de las sábanas, el puente, con sus tendones de luces volviéndose cada vez más nítidos. Una noche de esas tomaría más asquerosos somníferos de la cuenta, los bajaría con demasiado alcohol y se mataría por una tremenda estupidez... La muerte de una monada asiática descerebrada.
Rodó la cabeza al otro lado y miró el reloj: medianoche pasada. Se acordó de que Richard estaba en Chicago, aunque tampoco importaba mucho. Siempre estaba sola. Unas habitaciones espectaculares, unas vistas espectaculares... una soledad espectacular.
Se acordó entonces de Elise. Cuando poco antes esa misma noche salieron de la consulta de Vera, se pararon en el vestíbulo y Lore, como por impulso, le dio su número de móvil a Elise, que se quedó un tanto desconcertada pero pareció agradecerlo y le dio a su vez el suyo, como si compartiesen un grupo sanguíneo poco habitual y tuviese sentido poder contactar entre sí. Era un vínculo, y eso era importante cuando nada más parecía serlo.
Se incorporó, se sentó en la postura del loto y arrebujó las sábanas en torno a su regazo, veintiocho plantas por encima del Puente de la Bahía. Se puso a pensar en aquella tarde extraña, en ella y Elise pegadas a Vera por turnos, abriéndose en canal, murmurando sobre aquel aterrador espectro que era Kroll.
Y Townsend, tan atractivo y esquivo en sus maneras como el propio Kroll, aunque sin el hedor del diablo en su aliento. El tipo era un enigma, pero Vera confiaba en él, y ella en Vera; de todas formas, no lo haría sin reservas.
¿Qué pensaría Elise de Townsend? ¿Le habría contado tanto sobre su relación con Kroll como Lore? ¿Era distinta la relación de Elise con Kroll a la suya? Townsend les había explicado que Kroll utilizaba las notas de Vera para personalizar sus aventuras con ellas. ¿Qué narices estaría tramando Kroll?
Joder, la historia era muy fuerte.
Se inclinó hacia la mesilla de noche y cogió el móvil. Marcó el número de teléfono.
—¿Hola? —La voz sonó ronca: ¿de recién despertada?, ¿de bebida?
—Soy Lore...
Al otro lado del hilo hubo duda y luego:
—Ah, sí, claro.
—Creo que deberíamos hablar.
El sitio estaba cerca del cruce de la calle Sutter con Larkin, y era uno de los pocos asadores abiertos a esas horas en aquella zona y a medio camino, más o menos, de la casa de Lore en Rincon Hill y de la de Elise en Pacific Heights.
Eligieron una mesa cerca de las cristaleras frontales, lejos del resto de clientes del local, agradecidas por que la muchedumbre se hubiese dispersado para dejar apenas un par de parejas y un puñado de solitarios en la barra. Quedaba solo una hora para el cierre.
Pidieron café y empezaron a charlar. A pesar del breve espacio de tiempo que tenían, fue un proceso: las generalizaciones del principio llevarían poco a poco a detalles, conforme empezaron a coger confianza; en poco tiempo se olvidaron de las reservas y toda confesión era poca para saciar el alivio que suponía descubrir que no estaban solas en la pesadilla Kroll. Eran las únicas integrantes de un selecto grupo de supervivientes, una secreta hermandad de dos.
Sin embargo, no era exactamente lo mismo para ambas, y Elise era más consciente de ello que Lore. Para ella el engaño de Kroll llegaba más profundo de lo que Lore podía entender. Le había desgarrado el corazón, y no se curaría por mucho que exteriorizase sus sentimientos.
Por fin se produjo una pausa en la conversación y Lore comentó:
—Una de nosotras va a tener que volver a verle la cara a ese cabrón.
Elise asintió. Se había obligado a no pensar en eso.
—Townsend —prosiguió Lore—. No es fácil llegar a conocerle. Es bastante complejo, aunque supongo que sabrá lo que se hace. ¿Tú confías en él?
—Sí, me fío.
—Yo también. —Lore echó un vistazo a su alrededor—. Pero... no sé, la verdad es que no nos ha dicho cómo piensa deshacerse de Kroll, ¿no? A ver, al fin y al cabo si me puse en contacto con Townsend..., ¿tú sabes cómo se llama de verdad? —Elise sacudió la cabeza—, pues eso, que si decidí hablar con él fue para quitarme de encima a ese cabrón. No obstante, ¿cómo va a hacerlo? Ha sido todo muy precipitado, eso ya lo sé. Pero ¿ahora qué?
—Creo que es una cuestión de prioridades —razonó Elise—. Lo primero es recuperar los archivos. Me quitaré un gran peso de encima cuando sepa que Kroll no podrá utilizarlos contra mí nunca más.
Lore asintió, corroborando, y miró hacia otra parte. Estaba sentada con el cuerpo ligeramente echado hacia un lado, para poder cruzar bien las piernas, y había empezado a balancear el pie. Elise ya la había visto hacer ese mismo movimiento en la consulta de Vera cuando se impacientaba o se enfadaba.
—Venga, ¿en qué estás pensando? —le preguntó Elise.
—Supongo que una vez tenga los archivos, Townsend se sacará un plan de la manga —dijo Lore en un tono que contradecía sus palabras.
—Pues, tal y como lo has dicho, no parece que lo creas.
Lore miró a Elise:
—Es que sigo dándole vueltas a lo que Townsend nos ha contado sobre el historial de Kroll. Joder, yo no sabía nada de eso cuando le pedí que apartara a Kroll de mi vida. Pensé..., no sé, que era una especie de depravado, un pervertido, alguien a quien Townsend podría espantar sin problemas. Pero el Kroll que nos ha descrito hoy no parece el tipo de persona que se achanta. Y eso sí que me da miedo.
Lore volvió los ojos hacia la calle envuelta de noche y lluvia.
—Sospecho lo que Townsend debe de pensar —dijo Elise.
Los ojos de Lore volvieron como un resorte a la otra mujer:
—¿Y entonces por qué no nos lo ha contado? Somos nosotras las que estamos en medio de esta locura. Es a nosotras a las que nos está pasando y resulta que no nos quieren decir lo que van a hacer con ese trastornado.
—Townsend juega con las cartas muy pegadas al cuerpo. Ya nos las enseñará cuando llegue la hora.
—Ah, pues a mí no me vale con eso. Cuando le contratamos pensamos que velaría por nuestros intereses. Y ahora resulta que trabaja para Vera.
—Sus intereses son los nuestros.
—Hasta cierto punto.
—¿A qué te refieres?
—Bueno —contraatacó Lore—, pues que Vera no se ha estado tirando a Ryan Kroll, ¿o sí?
A Elise se le subieron los colores. No era porque Lore pensase que la relación de Elise con Kroll podía no haber sido igual que la de ella. Elise no se lo tenía en cuenta, pero oír a Lore asumir una semejanza y expresarla de una manera tan cruda solo servía para añadir más amargura a la forma en que Kroll la había tratado.
—Y ella no ha tenido que estar aguantando su rollo obsesivo con la seguridad meses y meses —continuó Lore—. Ni tampoco ha sufrido sus humillaciones repentinas, sus arrebatos de crueldad que iban mucho más allá de... —se le quebró la voz—... de todo...
Elise la miró, sintiendo el nudo en la barriga al rememorar aquellas mismas ignominias. Y los recuerdos eran más vergonzosos si cabía porque encima no eran exclusivos; saber que Lore, y quizás otras, había pasado por lo mismo solo servía para degradar aún más su relación con Kroll.
Dios santo, era repulsivo recordar que había llegado a pensar que lo que tenía con él era único. Era asqueroso darse cuenta de que con cada revelación casual Lore desmontaba aquella falsa ilusión. Y rebajaba el papel de Elise en su aventura con Kroll a poco más que la crédula víctima de un violador en serie.
Se sentía estúpida y tremendamente rabiosa. De repente se sintió tan alterada que creyó explotar.
—Tengo que salir de aquí —profirió, levantándose repentinamente—. Tengo que irme.
Lore se puso en pie de un brinco.
—¡Espera! ¿Ir adónde?
—A casa.
Lore la agarró de la mano y balbuceó:
—Pero... ¿y yo qué...?
La atribulada mirada de ansiedad de la cara de la por lo general intrépida Lore hizo que Elise se parase en seco. Entendió enseguida que a Lore Cha le paralizaba la idea de quedarse sola. Y no tenía a nadie a quien recurrir.
Elise la cogió de la mano:
—Venga, vente conmigo.