Capítulo 27

Eran las 13.22 cuando Fane llamó a Vera a la consulta para informarle de que había identificado al hombre con todos aquellos alias. Le dijo que tenía que hablar con ella y le pidió que cancelase las citas del resto del día.

Aquella petición tan directa la pilló desprevenida:

—¿Qué ocurre?

—Tú encárgate de lo de las citas y nos vemos allí dentro de veinte minutos.

Cuando Fane llegó a la consulta, por mucho que Vera intentó guardar las formas con una pose estudiada, reconoció signos evidentes de ansiedad contenida en su manierismo exagerado: la postura apropiada era tensa, la mirada escrutadora rebosaba preocupación, mientras que el modo cauteloso en que se desenvolvía traicionaba cierta aprensión.

La terapeuta fue a sentarse en el sofá que había frente a la cristalera que daba al jardín en sombras; Fane, en cambio, se acomodó en uno de los sillones.

La puso al día: le contó el encuentro que habían tenido con Celia Negri, quien les había proporcionado el tercer alias (Robert Klein tampoco le sonaba de nada); la larga conversación que había mantenido con Elise y luego la llamada de su investigador, quien le comunicó el nombre real de Krey/Kern/Klein: Ryan Kroll. Por último le contó la información que había cosechado esa misma mañana sobre Kroll.

Aturdida, abrió la boca para tomar aire, una respiración honda y prolongada.

—Es increíble —consiguió decir. Luego, con recelo, añadió—: ¿Por qué has hecho que cancele todas mis sesiones?

—La cosa no va bien —respondió. No iba a perder más tiempo—. Seguimos sin saber qué está haciendo Kroll y menos aún por qué. No sabemos dónde están tus historiales. Él, mientras, está intensificando su actividad, pero tampoco sabemos la razón. Ahora que conocemos su expediente tenemos que asumir que Elise y Lore se encuentran en peligro. —Vera esperó, inexpresiva—. Si nuestro siguiente paso no es inteligente, Kroll podría sospechar algo, y desaparecer sin más. Con los archivos. —Vera cerró los ojos—. Si cogiera ahora mismo el teléfono y llamara al FBI no me faltarían razones —la advirtió Fane.

Los ojos de ella permanecieron cerrados cuando habló:

—¿Qué quieres?

—Contarles a Elise y Lore lo que está pasando. No las puedes tener en la inopia más tiempo. Sabiendo lo que sabemos, sería una irresponsabilidad.

Vera abrió los ojos:

—Ya lo sé.

—Me gustaría intentar una cosa más: citemos aquí a Elise y Lore y contémosle todo a las dos juntas. Después, entre los cuatro, podemos pensar y crear una entrada en los historiales que haga que Kroll salga de su escondrijo cuando los lea. Necesitamos saber dónde vive, y cruzar los dedos por que tenga los archivos guardados allí.

Por primera vez Fane vio asomar las lágrimas en los ojos de Vera. Con anterioridad había visto en ellos miedo, ansiedad, pánico incluso, pero no aquello...

—Me dijiste —dijo en un hilo de voz, tragando saliva—... me dijiste que... —Pero no pudo acabar. Tal vez temió que al hablar del precio que él le había dicho que tendría que pagar tentaría a la suerte y haría que fuese mayor—. Voy a llamarlas... ahora mismo.

La mala suerte quiso que ambas mujeres llegasen al mismo tiempo; es más, que entrasen por la puerta de la sala de espera una detrás de otra, Lore en cabeza.

Al ver a Fane en medio de la habitación pararon en seco, aunque habían avanzado lo bastante como para que la puerta se cerrase a sus espaldas.

Lore le lanzó una mirada fulminante, mientras que a Elise se le fue el color de la cara.

—Vera está dentro —les dijo Fane—. Ambas son pacientes suyas. Elise, Lore —anunció con un gesto de presentación entre ambas—. Las dos me conocen por el nombre de Townsend.

Las mujeres intercambiaron un vistazo nervioso, intentando descifrar lo que estaba pasando.

—Sé que es muy confuso —reconoció Fane—. Pero si son tan amables de pasar y tener paciencia, les explicaré lo que ocurre en pocos minutos. ¿De acuerdo?

—Mierda —maldijo Lore entre dientes.

Fane abrió la puerta de la consulta e hizo pasar a las dos mujeres. Vera, que estaba junto a las ventanas, se volvió en cuanto entraron.

—Siento deciros que las tres tenemos un problema —dijo con la voz compungida—. Hay mucho que explicar... Por favor, quedaos con nosotros un rato...

Fane les pidió que se sentaran, y por un momento las mujeres miraron con desconfianza a su alrededor y avanzaron con paso cauteloso, como gatas entre los muebles, antes de encontrar un sitio donde acomodarse.

Elise se sentó en un extremo del sofá, mientras que Lore cambió de repente de parecer, sacudió la cabeza enfurruñada y se puso a dar vueltas en torno a uno de los sillones. Ambas obedecían con recelo, como si hubiesen renunciado a su libre albedrío ante el gran interrogante de qué era lo que iba a pasar.

Elise llevaba mejor que Lore la tensión, aunque tenía los ojos clavados en Fane; se estaba preparando para lo que se le avecinaba.

—Bien, verán —dijo, optando él también por quedarse de pie—, esto les va a resultar un tanto extraño hasta que se expongan algunas cuestiones básicas.

Lore volvió a mirar de reojo a Elise, que tenía toda la atención puesta en Fane.

—Los nombres que he utilizado para presentarles es todo lo que saben la una de la otra. Es importante que lo recuerden mientras dure este asunto.

» Conocí a Vera hace tres días. Me contactó por recomendación de un amigo de confianza. Tres días antes de nuestro encuentro, o sea hace seis, llegó a la agónica conclusión de que ustedes dos estaban teniendo una aventura con el mismo hombre.

No se produjo ningún drama, más allá de la expresión involuntaria de asombro en sus caras. Lore rodeó lentamente el sillón y tomó asiento. Elise cerró los ojos y echó la cabeza hacia delante.

Fane se sintió fatal por ambas.

—A Vera le llevó varias semanas darse cuenta de lo que estaba ocurriendo. Cada una de ustedes le conoce por un nombre distinto. Ha estado entrando a escondidas en esta consulta y leyendo sus historiales. Sabe todo lo que le han contado a Vera, todo lo que han hablado con ella, y ha utilizado esa información para moldear su relación con cada una de ustedes.

Elise alzó la cabeza como un resorte y Lore ahogó una exclamación.

No hizo falta elaborar mucho. Les resultó doloroso pero evidente ver cómo Kroll les había hecho aquello. Cada mujer estaba experimentando su propia humillación particular. Aunque su silencio ocultaba las explosiones de sus cabezas, la consternación era palpable.

Fane prosiguió:

—Vera se vio superada. Le costó tres días decidir qué hacer. Lo primero que me recalcó cuando nos vimos fue que, pasara lo que pasase, su principal preocupación era proteger la confidencialidad de sus sesiones con ella; proteger su privacidad.

Para sorpresa de Fane Elise fue la primera en hablar. Si bien miró a Vera, su pregunta, personal y dolida, iba dirigida a Fane, en un tono de voz que delataba un dolor profundo:

—¿Por qué... no acudió a nosotras? ¿Cómo ha sido capaz de... no acudir a nosotras, de no contárnoslo?

Fane miró por un instante a Vera, que mantenía la vista clavada en Elise, sin intentar eludir su mirada ni bajar la cabeza. Se estaba enfrentando a aquella pesadilla con toda la dignidad de la que podía hacer acopio.

—Vera estaba, y está, en una situación imposible —les explicó Fane—. Ese hombre tenía acceso a los historiales clínicos de todos, y digo todos, sus pacientes. Ustedes no eran las únicas en las que tenía que pensar. Tampoco podía ir con la historia a todos porque no sabía quién podía tener relación con él. La única razón por la que descubrió la situación en sus casos fue porque empezó a detectar... similitudes. Patrones, una conducta... común.

—Ay... esto es... —gimió Lore.

A Elise se la veía perpleja, y profundamente avergonzada.

—Como podrán imaginar —continuó Fane—, puede que esté abusando —utilizó la palabra a propósito— de otras mujeres en modos distintos que no guardan semejanzas reconocibles; o en modos, de hecho, que no son similares. Vera no tenía forma de saberlo. Debía tratar a todos los pacientes con la misma consideración.

Fane volvió a mirar de reojo a Vera, que estaba tragando saliva pero concentraba su atención en sus dos pacientes desconcertadas.

—Bien —prosiguió una vez más Fane—. Se llama Ryan Kroll y todo este asunto se complica en gran medida debido a sus antecedentes.

Les contó la historia de Kroll, evitando nombres concretos y haciendo referencia solamente a la «inteligencia internacional». Les explicó lo de los centros de detención, las técnicas psicológicas y las torturas. Debían conocer el contexto en el que Kroll las estaba manipulando.

Ambas mujeres parecían abrumadas. Fane no se detuvo hasta que no expuso todo lo relevante. Había mucho que asimilar. Cuando por fin terminó, solo hubo silencio.

Vera dio un paso adelante, todavía con los brazos cruzados, tiesa como un palo, para decir:

—Responderemos a vuestras preguntas lo mejor que podamos. Lo siento, sé que es tremendo.

Durante la siguiente hora y media Elise y Lore dieron rienda suelta a un aluvión de preguntas. Una vez que se repuso de la conmoción, Lore se mostró por momentos furiosa y asustada, animada y lastimera, combativa y aterrada.

Sin embargo, a Fane le preocupaba más Elise, cuya relación con Kroll había sufrido los cambios más notables y crueles. Y descubrir en ese momento que incluso la amabilidad y la generosidad que Kroll le había demostrado al principio de su romance habían sido hipócritas y cínicas debió de herirle en lo más hondo.

La tormenta de preguntas fue amainando por fin y ambas mujeres volvieron a sumirse en el silencio.

—Recuerden que todo lo que le han dicho en confidencia a Vera está en manos de Ryan Kroll —les advirtió Fane—. No sabemos qué es lo que pretende hacer con los historiales, pero mientras estén en su poder las tiene a ambas cogidas por el cuello.

Lore masculló una imprecación.

—Lo que tenemos que hacer es recuperarlos. Una vez que los tengamos podremos decidir qué hacer con Kroll —sentenció Fane.

—Esto es demasiado. —Lore apenas lograba creer lo que le estaba pasando. Elise, por su parte, seguía muda.

—Antes de nada les voy a contar lo que tengo en mente —les dijo Fane—, y luego si quieren lo discutimos.