CAPÍTULO II

Pasó la crisis; en aquel momento parecía como si la vida se escondiera en aquel cuerpo; sería mucho decir que lord Tilbury se había recuperado; pero, al fin, empezó a funcionar. Aun cuando la pena y la angustia frunzan el ceño, el trabajo del mundo tiene que realizarse. Al igual que un convaleciente busca su bastón, él tendió la mano para coger el número de Chiquillos, la revista infantil.

Sería agradable dejarle aquí en esta ocupación restauradora de su moral, mediante libaciones vivificadoras efectuadas en aquella fuente de sana literatura. Pero estaba escrito que no iban a terminar así las cosas; una vez más, íbase a convencer de que aquella mañana le era aciaga. Apenas había empezado a leer, cuando, de repente, pareció como si los ojos le quisieran saltar de sus órbitas; un estremecimiento sacudió su cuerpo, que quedó encorvado en una convulsión, y de sus labios salió un resoplido. Daba la sensación de que de las páginas del libro hubiese saltado una víbora y mordídole en la barbilla.

Y era raro, porque Chiquillos no era precisamente una revista para provocar expresiones violentas; hábilmente compuesta por el conocido escritor de cuentos infantiles, reverendo Aubrey Sellick, seguía siempre el sendero dulce y apacible. Su página del editorial, principalmente, era un modelo de moderación. Y ahora, inesperadamente, esa misma página había producido aquel máximo incremento de la presión de sangre de lord Tilbury.

Creyó que su vista había padecido a consecuencia del esfuerzo mental. Parpadeó y volvió a leer. Nada. ¡Allí estaba igual que antes!

TÍO WOGGLY A SUS CHIQUILLOS

«Bien, mis queridos niños, ¿estáis todos? ¿Estáis pensando en lo que os dice la nurse y comiendo vuestras espinacas como hombrecitos? Eso está muy bien. Ya sé que las espinacas saben a guante de motorista, pero dicen que tienen mucho hierro y hay que apechugar con ellas».

Lord Tilbury hizo una pausa para producir un ruido parecido al del chorro de un sifón y siguió leyendo.

«Bien, pequeños, vamos a la tarea. Esta semana, mis prendas queridas, el tío Woggly va a proponeros una buena cosa. A todos nos gusta ganar dinero con poco trabajo en estos tiempos tan difíciles, ¿no es eso? Pues bien, duro y a la cabeza. Todo lo que tenéis que hacer se reduce a camelar a alguien con objeto de que apueste a que una botella de cuarto de litro de whisky contiene más de un cuarto de litro de whisky.

»Parece raro, ¿verdad? Quiero decir que vosotros creéis, naturalmente, que no es verdad. Así lo parece, pero no es así. Una botella de cuarto de litro de whisky contiene más de un cuarto de litro de whisky y voy a deciros por qué.

»Primero se llena la botella. Ya está el cuarto de litro. Se tapa con el corcho. Entonces (seguidme con atención) dais la vuelta a la botella, y el tapón quedará en la parte inferior… Veréis entonces que en el fondo de la botella hay una parte cóncava que se llena de whisky… y ya está. Porque ahora la botella tiene más de un cuarto de litro y podéis empezar a cobrar las apuestas.

»He recibido una pequeña carta de Frankie Kendon (Hendon) en la que me habla de su canario que va dice: “tuittuittuit”; y, también, otra de Muriel Poot (Stow-in-the-Wold), que dice que apuesta su camisa a que no hay nadie en el mundo que diga bien: un tigre, dos tigres, tres tigres».

Lord Tilbury tuvo bastante. Había algunas cosas más acerca de Willie Waters (Ponder’s End) y de su gato Miggles, pero no pudo más. Apretó el timbre convulsionado.

¡Chiquillos! —decía entre estertores—. ¡Chiquillos! ¿Quién dirige ahora Chiquillos?

—El director habitual es míster Sellick, lord Tilbury —contestó su secretario, que sabía todo y por eso llevaba aquellas gafas de concha—, pero ahora está de vacaciones. En su ausencia, dirige la publicación su ayudante, míster Bodkin.

—¡Bodkin!

Tan sorda fue la voz de lord Tilbury y tan enfurecidos estaban sus ojos, que su secretario retrocedió un paso, como si hubiera chocado con algo.

—Ese loro barbilindo —dijo lord Tilbury con una voz profunda, extraña y raposa—. Debí habérmelo figurado; podía suponer que tendría que suceder una cosa por el estilo. Mándeme en seguida a míster Bodkin.

Comprendió que se merecía todo aquello. Esto es lo que sucede a todo aquel que va a un banquete público y se pone a opinar sobre principios morales y económicos. Un paso en falso, un momento de debilidad cuando se está rodeado de tentadoras serpientes en forma de baronets… ¡y allí estaba el resultado!

Se echó atrás en el sillón, dando golpecitos sobre la mesa con la plegadera. Acababa de empezar la música, cuando se oyó dar con los nudillos en la puerta y entró el joven subordinado.