NOTA DEL AUTOR
Esta novela refleja el escenario político en el 1479 a. C., cuando Hatasu asumió el poder. Tutmosis II murió en circunstancias misteriosas y su esposa se hizo con el trono después de una enconada lucha por el poder. En su empeño contó con la colaboración del ambicioso Senenmut, un personaje surgido de la nada y que llegó a compartir el trono. Su tumba todavía existe, aparece catalogada con el número 353, e incluso contiene un retrato del ministro favorito de Hatasu. No hay ninguna duda de que Hatasu y Senenmut fueron amantes; disponemos de representaciones que describen, de una manera muy gráfica, su íntima relación personal.
Hatasu fue una gobernante de mano dura. A menudo aparece representada en las pinturas murales como un guerrero y sabemos, por las inscripciones, que mandaba a las tropas en las batallas.
La historia del Antiguo Egipto ha dado unas cuantas mujeres decididas y astutas que ejercieron el poder, entre ellas, por nombrar solo a dos, Nefertiti y Cleopatra. Pero Hatasu es reconocida como la primera. Su reinado fue largo y glorioso, pero a su muerte su sucesor, con la complicidad de los sacerdotes, mandó borrar su nombre y su cartucho de muchos de los monumentos religiosos de Egipto. El poder de la casta sacerdotal, sobre todo en Tebas, era muy grande. Hatasu tuvo que enfrentarse a una fuerte oposición y, sin embargo, al final se impuso a los sacerdotes. Décadas más tarde, uno de sus sucesores, Akhenatón, intentó una revolución religiosa. Cuando fracasó en el intento de conseguir el apoyo de los sacerdotes, mandó construir una nueva ciudad y trasladó toda su corte y la administración del reino a la misma. Los sacerdotes de Tebas nunca se lo perdonaron; tuvieron un papel crucial en la caída de Akhenatón y en eliminar todo vestigio de su revolución religiosa.
En todas las demás cuestiones, he intentado mantenerme fiel a esta excepcional, esplendente e intrigante civilización. La fascinación por el Antiguo Egipto resulta comprensible: es exótico y misterioso. Es muy cierto que esta civilización existió hace más de tres mil quinientos años, pero hay momentos, cuando se leen sus cartas y poemas, en que se siente un íntimo parentesco con ellos en la medida que nos hablan a través de los siglos.
PAUL DOHERTY