Brooklyn,
16 de marzo de 2009
Querido John:
Al hilo de tu cita de George Soros, estas frases de las galeradas de un libro que recibí el otro día, escrito por un profesor amigo mío, Mark C. Taylor, que publicará la Columbia University Press: «A finales del decenio de 1970 surge una nueva forma de capitalismo: el capitalismo financiero. En sus anteriores formas (es decir, capitalismo industrial y consumista), la gente ganaba dinero comprando y vendiendo trabajo u objetos materiales. En el capitalismo financiero, en cambio, la riqueza se crea a base de señales que circulan, únicamente avaladas por otras señales, en una regresión que, a efectos prácticos, no tiene límites. Los mercados financieros se han convertido en un fraude muy perfeccionado, y quienes están al timón son una versión actualizada del artero Estafador de Melville…».
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Un nuevo giro en la Crónica de Beckett que quizá te divierta. Hace un par de semanas recibí una invitación para asistir a un nuevo festival literario que deberá celebrarse en septiembre a las afueras de Dublin y dar —imagínate— la primera Conferencia Anual sobre Samuel Beckett. La idea me estuvo atormentando durante unos días, hasta que finalmente decidí aceptar la invitación. Espero no haber cometido un tremendo error. Desearía, en cierto modo, que pudiéramos hacerlo en tándem.
Sobre el tema, la semana pasada compré un ejemplar del primer volumen de las cartas de Beckett y he estado husmeando en él con una especie de sombría fascinación. Nunca he visto un libro de correspondencia con un aparato tan denso y engorroso. Ahora comprendo tus dudas y confusiones cuando te pidieron que hicieras la crítica. La distinción entre «obra» y «vida» ha creado un volumen en el que faltan demasiadas cosas, y eso me produce frustración y a veces (lo confieso) bastante aburrimiento. Estoy deseando leer tu artículo.
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Podemos olvidarnos de los deportes si quieres, aunque pensaba extenderme bastante sobre la segunda parte de la cuestión (participar en algún deporte en lugar de ver cómo lo practican otros): los placeres de la competición, la intensa concentración que a veces te permite trascender la estrechez de tu propia conciencia, el concepto de pertenencia a un equipo, la necesidad de afrontar el fracaso, y muchos otros temas. Más adelante, quizá, me sentaré a escribir esa carta, aunque estemos inmersos en otra cosa. Es un tema que sigue interesándome considerablemente.
En cuanto a la exaltación de que hablas cuando ves a Federer en sus días de gloria, coincido plenamente contigo. Estupor ante el hecho de que otro ser humano sea capaz de lograr tales cosas, que nosotros (como especie) no seamos únicamente los gusanos que muchas veces parecemos ser sino que también podamos realizar milagros —en el tenis, la música, la poesía, la ciencia—, y esa envidia y admiración se funden en un sentimiento de abrumadora alegría. Sí, estoy de acuerdo contigo, enteramente. Y ahí es donde se fusiona lo estético con lo ético. No dispongo de argumento en contra, porque muchas veces yo he tenido exactamente esa misma sensación. Con afectuosos recuerdos,
Paul