26 de enero de 2009
Querido Paul:
Parece que consideras el deporte una cuestión principalmente estética, y los placeres que experimenta el espectador del deporte unos placeres principalmente estéticos. Ese enfoque no me convence, por razones diversas. ¿Por qué el fútbol americano es un gran negocio, mientras que el ballet —cuyos atractivos estéticos son probablemente superiores— necesita que lo subvencionen? ¿Por qué no tiene ningún interés un evento «deportivo» entre robots? ¿Por qué los deportes interesan menos a las mujeres que a los hombres?
Lo que el enfoque estético pasa por alto es que los deportes satisfacen la necesidad de héroes. Se trata de una necesidad que es más apasionada entre los muchachos lo bastante jóvenes como para tener una vida de fantasía exuberante; sospecho que es el residuo de esta fantasía juvenil lo que alimenta el apego adulto a los deportes.
En la medida en que yo reacciono a la estética del deporte, reacciono a los momentos de gracia (la gracia: ¡qué palabra tan compleja!), a esos momentos o movimientos (otra palabra interesante) que no pueden ser objeto de planificación racional, sino que parecen descender sobre los jugadores mortales como una especie de bendición de lo alto, esos momentos en que todo sale bien, en que todo se coloca en su lugar, en que los espectadores ni siquiera quieren aplaudir, solo dar las gracias en silencio por haber estado ahí en calidad de testigos.
Y sin embargo, ¿qué atleta querría que lo elogiaran por su gracia en el terreno de juego? Hasta las atletas femeninas te mirarían mal. La gracia, la hermosura: términos afeminados.
Si miro en mi interior y me pregunto por qué en el crepúsculo de mi vida sigo dispuesto —a veces— a pasarme horas viendo el criquet por televisión, tengo que admitir que, por absurdo y nostálgico que parezca, lo sigo mirando en busca de momentos de heroísmo, momentos de nobleza. En otras palabras, la base de mi interés no es estética sino ética.
Es absurdo, porque el deporte profesional moderno carece de interés por la ética: responde a nuestra ansia de heroísmo dándonos únicamente el espectáculo del heroísmo. «Pedimos pan y tú nos diste piedras.»
La ubicuidad de la entrevista posterior al partido. El hombre que durante un par de horas amenazaba con dejarnos atrás, con ascender a ese reino —a un paso de la divinidad— donde residen los héroes, es obligado a retomar su simple estatus mortal, es decir, es ritualmente humillado. «Sí —le obligan a decir—. Nos ha costado mucho trabajo esta victoria, pero ha valido la pena. Ha sido un trabajo de equipo.»
Para convertirse en héroe uno no trabaja. Es decir, lo que se hace a modo de preparación para el combate heroico no es «trabajo», no pertenece a la cadena de la producción y el consumo. Los espartanos en las Termópilas lucharon juntos y murieron juntos; hasta el último de ellos fue un héroe, pero no fueron un «equipo» de héroes. Un equipo de héroes es un oxímoron.
Cordialmente,
John