9 de diciembre de 2008

Querido John:

Tu «Carta a P. A.» ha aparecido en el ordenador de Siri, que acaba de pasarme una impresión. No sé cuándo se escribió ni se envió, y si llevo días o semanas de retraso en contestar, discúlpame, por favor.

Antes de tratar lo de la caverna de Platón y el total hundimiento de la civilización tal como la conocemos, quisiera deciros a Dorothy y a ti que fue un enorme placer pasar esos días en Portugal con vosotros. El sol, la conversación, las comidas, el pausado ritmo de las cosas: todo memorable. Sí, tuvimos que soportar algunas películas horrorosas, pero la oportunidad de ver un film magnífico fue una adecuada compensación por nuestro sufrimiento.

CARTA A J. C.

De lo que estamos hablando, creo yo, es de la capacidad de la ficción para influir en la realidad, y la suprema ficción de nuestro tiempo es el dinero. ¿Qué es el dinero sino unos despreciables trozos de papel? Si ese papel ha adquirido algún valor, es únicamente porque grandes cantidades de gente han decidido dárselo. El sistema funciona a base de fe. No de verdad ni realidad, sino de creencia colectiva.

Los números a que te refieres han surgido de esa creencia. Los números representan el papel, y en las transacciones financieras importantes (operaciones bursátiles y bancarias en contraposición, digamos, a la compra de comestibles), el papel ha desaparecido, convirtiéndose en números. Números que remiten a otros números, mientras nosotros nos vemos arrojados al reino de la pura abstracción. Por eso es acertada tu alusión a la caverna de Platón. Los números son las sombras que oscilan en la pared. O bien, como decía el padre de Siri: En el mundo hay dos clases de personas. Las que trabajan para ganar dinero, y las que hacen que el dinero trabaje para ellas.

Acabamos de entrar en una época en la que los números han empezado a asustarnos. Estoy de acuerdo contigo en que la crisis parece irreal, desvinculada de cualquier hecho concreto. Los bancos quiebran debido a insensatas y arriesgadas inversiones sobre el futuro coste de las hipotecas (números que remiten a otros números), rescates de miles y miles de millones de dólares, y de pronto la fe en el sistema (la creencia colectiva en la ficción que hemos creado) se tambalea. Ayer, tranquilidad; hoy, pánico generalizado.

Lamentablemente, ese pánico, que no tiene ni más ni menos base en la realidad que la calma de ayer, está produciendo resultados tangibles: el equivalente a tu plaga de langosta, la sequía, el terremoto, la peste.

Me refiero a la denominada crisis del crédito. A los bancos les da miedo prestar dinero a la gente. Imaginemos que eres dueño de una pequeña fábrica que produce sillones. Necesitas adquirir nueva maquinaria para que tu empresa siga funcionando, y como de momento careces de dinero para pagarla en efectivo, vas al banco y pides un crédito. El banco no te lo concede, y como tu empresa no puede mantenerse sin nuevos aparatos, te ves obligado a despedir a la mitad de tus operarios, a declararte en quiebra, a cerrar tus puertas para siempre.

Solo el mes pasado, más de medio millón de trabajadores han perdido su puesto de trabajo en Estados Unidos. El pánico ha conducido a un creciente problema de desempleo, y la gente sin trabajo cae efectivamente en la pobreza; a pesar de que, en términos generales, tal como dices, tengamos la despensa bien provista.

La crisis únicamente se acabará cuando se disipe el pánico. Pero qué producirá el fin del pánico es un misterio para mí.

Tu idea de inventar una nueva serie de números podría ser un principio. Otra solución, que se me ocurrió el otro día, sería que los gobiernos empezaran a imprimir grandes cantidades de dinero y distribuyeran decenas de miles de dólares a todas las personas que habitan el planeta. Debe de haber algún fallo en mis cálculos (¿paso por alto la posibilidad de una inflación galopante?), pero, si no estoy equivocado, los rescates se financian precisamente de ese modo: imprimiendo más dinero.

Muchos recuerdos,

Paul

Aquí y ahora
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