Capítulo 21

TOKIO me había cambiado el chip; ahora necesitaba asegurarme de que ya no había peligro de volver a caer en los malos hábitos recientemente adquiridos. Y por fin, escapé de mi narcisismo obsesivo. «Como el alma es mucho más importante que el cuerpo, se merece ser lo que más cultivas y abonas.»

Era mi cita favorita, e irónicamente procedía del manual renacentista de amor cortés que me había pasado toda la noche leyendo muchas lunas atrás, cuando Christos hizo un comentario sobre mis labios rojos. Incluso un libro que hace varios cientos de años aconsejaba a los hombres la mejor forma de seducir a las mujeres sabía que la verdadera seducción surgía del interior. Desde entonces la había tenido siempre en una pequeña tarjeta de cartón sobre la mesa de trabajo de casa, de manera que si permitía que algún pensamiento mezquino y destructor sobre mi aspecto (o, ahora, sobre Sebastian) me distrajera de mi trabajo al escribir sobre la violación, la persecución de los gays, los bis o los transexuales en Rusia, sobre las restricciones del gobierno estadounidense a un acceso seguro al aborto, recordase lo que de verdad importaba. Ahora volvía a lo mismo. Trabaja tu alma, pensé.

Volvía a hacer yoga. Esa práctica era la que me había enseñado a apreciar mi cuerpo y lo que podía hacer con él, no lo que no podía o no quería, tras recuperarme de la anorexia, y sabía que esa práctica era la que ahora me ayudaría a sanar. Me ayudaba a procurarme una paz que permeaba todas las otras áreas de mi vida, me permitía trabajar bajo presión con más facilidad, me recordaba que me pusiese en contacto con mis amigos, que vigilase al viejo con problemas de bebida que vivía en mi mismo bloque de pisos, que llamase por teléfono a mi familia y que diera las gracias por todas mis muchas bendiciones.

Y, además, me hice con un gato. Desde el momento en que llegué a Londres anhelaba tener una mascota. Y por una rara carambola del destino, Violet envió un email general para decir que una escort amiga suya había tenido que llevarse al trabajo a su viejo gato porque no se entendía con su perro nuevo. ¿Alguien sabía de alguien que pudiera acoger al gatito del burdel?

Fui a verlo. Era largo y guapo, atigrado, quizá demasiado blanco con ojos verdes muy claros, nariz de color ladrillo y una mandíbula parda a rayas que hacía que pareciera que llevaba perilla. Saltó inmediatamente sobre mis rodillas. Y así fue como me hice con Snap, el más cabezota y exigente de los gatos.

Una vez se sintió a gusto conmigo, era como el sumiso más necesitado, experto en hacerse con el mando desde abajo, que se frotaba la cabeza contra mis dedos sobre el teclado mientras escribía o arañaba ferozmente la puerta del dormitorio en medio de la noche para que lo dejara entrar y le hiciera una caricia. Si me había pasado todo el día fuera, maullaba agresivamente en cuanto abría la puerta, me saltaba encima y me ponía la pata blanca en la pierna hasta recibir las caricias que ansiaba.

Gina vino a verlo una vez estuvo instalado.

—Desde luego, puedes confiar en que te has hecho con un gato que es un malcriado total, Nichi.

—Ya lo sé, ya lo sé —me reí—. Es que se acostumbró demasiado a que le hicieran caso tantas mujeres guapas desnudas en el burdel. Pero es una delicia. No lo de que me despierte todas las noches, pero sí otras cosas. Aunque el otro día intentó bajarme el top...

—Por favor, ¡no me digas que estás siendo acosada por tu gato! —se rió Gina—. De todos modos, vamos a otros asuntos VIP. ¿Qué tal la búsqueda de trabajo?

Igual que mi vida personal había sido radicalmente vuelta del revés al regresar de Japón, también había cambiado la profesional. Había llegado a Londres y descubierto que, debido a la falta de fondos, me despedían de mi trabajo actual con efectos inmediatos. Y sin embargo, en seguida me pareció que aquello en el fondo era una bendición. No tenía dinero ahorrado y apenas una mínima cantidad de trabajo en marcha, pero mis éxitos en Tokio, aunque modestos, me habían convencido de que si me dedicaba a ello podía salir adelante como freelance.

—En realidad acabo justo de empezar a mirarlo en serio, para ser sincera. He decidido que no quiero otro trabajo fijo. Quiero dejar tiempo libre para escribir.

—Hum, suena bien. Me pregunto si conozco a alguien al que pueda pedirle contactos para ti —pensó Gina en voz alta—. Pero no pareces muy preocupada con el tema. ¿Será efecto del yoga?

—En parte... pero creo que es más bien que después de tratar con Sebastian, pienso que puedo enfrentarme a lo que haga falta.

Un lunes lluvioso mandé un email general a mis amigos para preguntar si alguien tenía contactos en alguna revista a la que pudiera pedir trabajo. Un par de ellos me enviaron sugerencias. Y luego me llamó Gina.

—Te pongo en contacto con un amigo de una amiga —un tipo que andaba buscando un redactor publicitario que escribiera los textos para la compañía de diseño en la que trabajaba—. Es un absoluto encanto. Se llama Jake. Un mago creativo en todo y una persona realmente estupenda. Mándale unas líneas.

Como es frecuente en el incestuoso ámbito de los medios de comunicación de Londres, resultó que Jake y yo teníamos más de unos cuantos amigos comunes. Pero el cuento de que anduvieran buscando un redactor resultó ser justo eso: un cuento chino.

—Nichi, lo siento mucho, ojalá pudiera ayudarte, pero en mi empresa no hay oferta de trabajo.

—Ah, no te preocupes —repliqué.

—De todas formas, te diré que me sorprende que andes buscando trabajo. Tú escribes sobre política sexual y otras cosas, ¿verdad? Leo todo lo tuyo. ¡Me encanta tu trabajo!

¿Me encanta tu trabajo? Yo no era más que una más de los miles de periodistas de segunda con algún articulito en la prensa nacional. ¿Me encanta tu trabajo? ¡Vaya frase! ¿Quién era ese tipo?

—¡Ja! En fin, ese es el sino del freelance. Siempre dando la lata... Perdona que te haya importunado, Jake.

—¡Para nada! ¿Por qué no me añades a tu Facebook? Así, si alguno de mis amigos tiene algún trabajo, los puedo dirigir a tu dirección.

Bien, seguro, no hay problema. Así es como funcionaba la red de trabajo ocasional.

Unos días después me agregué y pude ver adecuadamente el perfil de Jake. Dios mío, era monísimo. La verdad, asombrosamente guapo, con una mata de pelo rubio oscuro peinado con gracia, una sonrisa irónica y unos ojos castaños caídos de lo más sexy. El perfil de su página estaba cubierto de fotografías suyas sin posados y sugestivas, con sus amigos en picnics y en fiestas, montando a caballo, patinando, haciendo trekking o pintando. ¿Pintando? Ay, Dios. No, por favor, más artistas no. Pero en fin, en realidad estudiaba para sacarse un máster de Bellas Artes en su tiempo libre. De día era un diseñador gráfico de gran éxito en su propia empresa. Me gustó cómo sonaba lo de Jake.

Al día siguiente tuve un mensaje suyo. «Qué tal, Nichi, perdona que no haya podido hacer nada en lo del trabajo, pero ahora tengo un favor que pedirte. Estoy trabajando en un módulo de retrato para mi máster y me preguntaba si me permitirías pintarte a ti. Se lo estoy pidiendo a un montón de amigos y contactos de Facebook, así que, si no puedes no te preocupes. Jake.»

Ay, Dios. No. Nada de pintura. Me puse a escribirle una nota para declinar la invitación. Snap saltó sobre la mesa en demanda de mi mano e inmediatamente se sentó sobre el teclado. El mensaje desapareció. Aquel gato necesitaba entrenamiento en serio. Suspiré. Gina llamaba, ya arreglaría lo otro más tarde.

Más tarde, por la noche, vi que Jake estaba conectado. Me mandó un mensaje al instante.

«Qué tal, Nichi, ¿cómo estás? Es solo para comprobar si has recibido mi email.»

Ay, Dios, me había olvidado completamente de contestarle.

«Hola, Jake, uf, perdona, esto parecerá una excusa idiota, pero lo contesté y Snap lo borró antes de que pudiera enviarlo.»

«¿Snap?»

«¡Ay, perdona! Es mi gato».

«¡Ah! Ya estaba pensando que tenías algún novio posesivo y dominante que interceptaba tus comunicaciones con desconocidos, ja ja».

«Ja. No. Por desgracia.»

«Entonces ¿te interesa lo del retrato?»

Quité los dedos del teclado. La verdad es que tendría que haberle enviado aquel email. Era espantoso que te pillaran así y tener que dar explicaciones.

«Jake, lo siento mucho, pero justo ahora mismo no tengo tiempo.»

«Oh, pero no necesitamos tiempo. No hace falta que poses para mí ni nada. Solo me preguntaba si podría utilizar una de las fotos de tu perfil y sacar un dibujo de ahí.»

Oh. ¡Oh! ¡Qué demonios, puñetas!, ¿qué podía decirle ahora? Ahora iba a tener que explicarle por qué me sentía fatal de que me hiciera eso. Lo que me haría parecer una estirada narcisista otra vez. Puede que lo fuera hace unas pocas semanas, pero la verdad es que ahora ya no. Bueno, no, en realidad estaba tratando desesperadamente de no seguir siéndolo. Pero lo cierto es que no quería admitir mi estúpida inseguridad delante de Jake. De todas formas, no tenía ninguna necesidad de entrar en detalles. Solo ser firme. ¡Invocar a la dominatrix! ¡Decir que no!

«Tienes unos ojos de lo más asombrosos. Y tu cara tiene una forma única.»

Ja, ja. ¡Aquella sí que era una forma de describir al bollito!

«Bueno, eres muy amable.»

«Por favor...», escribió Jake añadiendo un emoticón de súplica.

Me puse toda colorada delante de la pantalla del or-denador. No, Nichi, ¡no! Aquello era lo que ahora ya no importaba, según llevaba diciéndome semanas. Y sin embargo, resultaba tan agradable que alguien me dijera piropos... La verdad es que casi me había olvidado de esa sensación.

En fin, por qué no, qué daño podía hacerme.

Tres días más tarde me llamó Gina.

—¡Nichi! ¿Has mirado el Facebook? ¡Métete en Facebook ahora mismo!

Miré el reloj. Eran las 5:52 am. Hasta Snap, que generalmente me servía de despertador pero que ahora estaba acurrucado en la almohada junto a mi cabeza, puso cara de ofendido al verse perturbado.

—¡Gina! ¿Por qué estás levantada a estas horas?

—Todavía no me he ido a la cama, cerraron el restaurante para una fiesta. De todas formas, ¿miraste tu página en Facebook anoche?

¿Que si qué? Oh, bueno, pues no. Había estado boxeando con Tim, mi entrenador. Y luego vi Newsnight y me fui a la cama.

—Bueno, pues entra ahora. Mientras hablamos por teléfono.

—Gina, ¿pero qué demonios...?

—¡Entra ahora, zorra! —imitó en broma la voz de una uberdomina.

—Vale, vale, no cuelgues...

—¿Todavía no lo ves?

—Gina, tengo que colgar un minuto, no cuelgues tú. Vale, ya, justo ahora se carga. Vale, ya me conecto... Qué tengo que mirar...

Me contesté sola mi pregunta. En el muro de mi página de Facebook había un precioso retrato mío. Jake había cogido una de mis mejores fotos y fabricado un retrato adulador al máximo, poniendo color en mis ojos verdes y resaltando los labios pintados aún con más fuerza. No había modificado la forma de mi cara, pero de alguna manera, pintadas con tal maestría, mis mejillas no resultaban tan regordetas.

—¡Ya te dije que tenías que entrar en Facebook! —dijo Gina en tono triunfal—. ¡Esta es la insinuación más grande de la historia! ¿Alguien te había dibujado un retrato antes? Ese tío va a por ti.

—¡Pero si no nos hemos visto nunca!

—Sí, bueno, eso cambiará pronto. El sábado vas a venir conmigo al festival de arte libre. Mi amiga Rebecca me habló de él. Y Jake estará. Así que vas a conocerlo.

—Pero Gina, qué haces, ¡no estoy preparada para conocer a nadie más! Casi no me he liberado de lo de Sebastian.

—No te estoy pidiendo que salgas con ese tío, solo que por una vez te veas con alguien amable. Y puede que hagas algún contacto de prensa. De todas maneras, ahora hace falta que le des las gracias por devolver la salud a tu ego herido.

Me sentía escéptica, pero no había manera de resistirse a la cabezota de Gina cuando formulaba uno de sus planes. Nos reunimos el sábado en Trafalgar Square, donde se celebraba el evento. Era una feria de arte alternativo, repleta de puestos en los que exhibían increíbles y extravagantes piezas de textil, esculturas y cuadros de todo tipo de artistas que trabajaban con soportes mixtos. Si no hubiera sabido que no, me habría preocupado poder tropezarme allí con Sebastian, pero hacía meses que tenía planeado irse a Ámsterdam a trabajar en una exposición allí.

—¡Estás preciosa! —dijo Gina en cuanto me vio. Había aprovechado la oportunidad para ponerme un vestido suelto de colorines, azul eléctrico y naranja, abierto por la espalda para dejar ver un flash del sujetador rosa brillante. En una tienda cerca de mi casa había encontrado un collar fantástico que entremezclaba todos y exactamente los mismos colores de un arcoíris tradicional. Además, unos zapatos de tacón de charol de color sorbete de naranja que me había comprado en Japón. Eran absolutamente estridentes, pero me encantaban. Y además, después de todo, aquello era una feria de arte.

Gina iba vestida con su uniforme habitual de vaqueros de colores pop y botas planas, solo que esta vez había escogido un amarillo ácido que te hacía daño en los ojos.

—Bueno, por lo menos no me perderás entre la multitud, ¿verdad? —se rió—. Y de todas formas, los colores son algo bueno. ¡Me gustan los colores!

Gina sacó su teléfono y se puso a dar toques por la pantalla.

—¿Para quién es el mensaje?

—Ah, nada. Es para Jake. Le saqué el número a Rebecca.

—¡Gina!

—¡Venga, tienes que darle las gracias por el retrato! Ajá, allí está, donde aquel puesto de joyas de goma. ¡Compórtate, Nichi!

Me volví en la dirección del puesto. Jake era exactamente igual que en las fotos. Un pelo rubio disparatado, los ojos caídos y sexy. Era delgado pero perfectamente proporcionado, musculoso pero esbelto, como correspondía a un hombre que pasaba gran parte de su tiempo subiendo y bajando montañas, o deslizándose por Londres sobre patines. Llevaba una camiseta roja sin mangas y vaqueros negros. Me sentí atraída por él al instante.

Gina me puso la mano en la espalda y me dio una palmadita disimulada en la cadera.

—¡Vamos allá!

Era evidente que Jake conocía a alguno de los chicos del puesto y bromeaba y reía con ellos a propósito de las joyas, algunas de las cuales parecían más bien material para sumisos. Espera un momento, ¡si yo conozco a esos tíos! Sapphire y yo les habíamos comprado una vez unos consoladores especiales en el puesto que tenían en la feria de fetiches de Londres. ¿Significaba eso que...?

—¡Nichi, hola! —Jake vino hacia mí y me besó suavemente en las mejillas. Enrojecí de un rosa más fuerte que el de mi sujetador. Gracias a Dios que por delante no podía vérmelo y comparar. Jake olía a limón fresco y cuero viejo. Mmmm.

Me volví hacia Gina. ¿Es que no iba a saludarlo también? Ya se conocían, ¿no?

—Qué tal, Gina, cómo estás.

Gina le devolvió una sonrisa fugaz pero al parecer tenía cosas que hacer.

—Eh, vosotros dos, escuchad, tengo que ir a ver a Rebecca, va a ayudarme a escoger una escultura original para el restaurante. Os llamaré dentro de una hora y podemos tomar unas copas o algo. Que lo paséis bien.

¡Gina! ¿Me dejaba allí? ¿De qué puñetas íbamos a hablar Jake y yo durante una hora? Volví a mirar el puesto de joyas de goma. Y luego, otra vez a Jake. Me sonreía con un ligero toque de expectación en el rostro. El retrato. Tenía que decirle algo.

—Oye, Jake, vi el retrato mío que hiciste, realmente genial.

Sonrió e hizo una ligera inclinación burlona con la cabeza.

—De nada. ¿Te gustó?

—Bueno, pues claro, es precioso. —Oh, oh. ¿Sonaría aquello como si yo pensara que yo era preciosa?—. Quiero decir que es tremendamente favorecedor, demasiado, pero la verdad es que la ejecución es genial. Habrías sido un fantástico pintor de corte en el renacimiento, ¿sabes? —dije.

—¡Ja! Aunque eso habría sido un trabajo del demonio o más. Pero probablemente habría podido abusar de mi posición.

¿Abusar de su posición?

—¿Oh, de veras? —aventuré—. ¿Cómo es eso?

—Bueno, ya sabes. Probablemente disfrutaría en seguida con solo colocar a mis modelos en sus poses.

Lo miré. Él me miró a los ojos y me sonrió con los labios tensos. Ay, Dios, Nichi, ¡es que no puedes pensar en nada sin relacionarlo en seguida con las perversiones! Probablemente no sea más que un anarquista social y a lo único a que se refiere es a que habría disfrutado dando órdenes a sus aristocráticos y malcriados patronos. No ordenando a las bellas damas de compañía que enseñen más hombro. ¡Piensa en cosas más elevadas por una vez! ¡Piensa en el arte! Me aclaré la garganta y le devolví una sonrisa tímida.

—¿Echamos una ojeada a este arte de por aquí? ¿Hay algo bueno? ¿Te importaría ilustrarme?

Durante la hora siguiente más o menos anduvimos deambulando por la feria y comparando las obras que veíamos con las de nuestros artistas favoritos. Cada dos por tres Jake se paraba y saludaba a los encargados de los puestos, a muchos de los cuales conocía, haciéndoles comentarios amables sobre su trabajo. Nunca había visto a nadie al que abrazaran tantos amigos con tanto entusiasmo. Me llegó al alma. Estaba claro que Jake tenía algo especial, algo que no tenía nada que ver con su apariencia.

De repente, mi teléfono empezó a lanzar destellos. Era Gina.

—¿Cómo van las cosas con Jake?

—Bien —le respondí críptica. Tenía que saber perfectamente que era imposible extenderse delante de él.

—¿Entonces todavía no te ha atado?

—¿De qué me estás hablando?

Oí unas risitas al fondo y que Gina le susurraba a alguien, bueno, supongo que a Rebecca.

—¿Sabes que Jake también es un pervertido, Nichi? Rebecca lo conoció así. Su empresa estaba usando las relaciones públicas de un club de raros y él fue uno de los modelos de fetichista que utilizaron. Un modelo de primera, tengo que añadir...

Me volví para mirar a Jake mientras Gina me contaba aquello apretando bien el teléfono contra la oreja para evitar que Jake oyera algo.

—¿Por qué crees que estaba mirando el puesto de joyas de goma?

—Gina, tienes que salvarme. ¡Vuelve aquí ahora mismo!

—¿Salvarte? La voy a echar a sus pies, señora mía. ¡Ese hombre es perfecto para ti!

Volví a mirar la cara de Jake. ¿Pero cómo podía ser un Amo? Era tan dulce. Pero, pensándolo, esos ojos caídos... esa boca...

—De todos modos —Gina volvió a hablar—, ahora ya os veo a los dos. Estamos llegando. ¡Hora de tomar unas copas!

—¿Todo en orden? —preguntó Jake poniéndome la mano en el hombro con preocupación.

—Oh... sí... Gina viene ahora —hice un gesto hacia el camino. Gracias a Dios. No habría podido soltar ni una frase más.

Me había puesto a cien con el tacto de sus dedos. ¿Cómo?

Gina y Rebecca llegaron todas excitadas con la escultura que acababan de comprar para el restaurante. En realidad ya habían estado brindando por ella con vodka y zumo de frutas Ribena y ya andaban un poco en el planeta de la ebriedad.

—¿Queréis algo vosotros, tíos? Tenemos que volver a brindar.

—¿Dónde está la botella? —dijo Gina mientras revolvía en el bolso.

—¡Aquí! —Me reí y metí la mano en su bolso y saqué la botella ya medio vacía donde chapoteaba aquel cóctel improvisado de color amoratado—. No me puedo creer que sea verdad que habéis mezclado vodka con Ribena. ¡Yo no lo hice ni cuando tenía quince años!

—Bueno, entonces, más vale que te desquites ahora, Nichi. —Jake cogió la botella de licor de manos de Gina y me ordenó—: Quítale el tapón, Nichi, mientras yo echo el resto del vodka.

—¡Vete con ojo, Jake! —le advirtió Rebecca—. La única razón por la que tenemos que trasvasar esto es porque no se permiten cosas de cristal aquí dentro.

—Eso no es una norma de verdad, es solo para ganar dinero. Nadie va a intentar quitarme esta botella, en cualquier caso. —Me miró desde sus ojos caídos y me lanzó una sonrisa pícara. Noté que me temblaba la botella en las manos. Ay, Dios. ¡Me había puesto a temblar de verdad!

—¡Oh, qué cosa más gloriosa de adolescentes! —exclamó—. Aunque no quisiera volver a ser un adolescente inútil por nada del mundo.

Había un escenario instalado en una esquina de la plaza.

—Vamos a ver qué es aquello —sugirió Gina. Fuimos hacia allí y descubrimos que había una especie de ruido ambiente insoportable.

—Es ese colectivo de arte sónico del que ya había oído hablar —me informó Jake—. No sé muy bien cómo son de buenos, pero merece la pena escucharlos un momento. —Además, no podíamos ponernos a beber vodka con Ribena plantados precisamente junto a las pinturas de otra gente.

Jake se acercó y se quedó de pie detrás de mí y de vez en cuando me ponía una mano detrás de la cintura al pasar la botella. Diez minutos y nada de comer después, yo ya notaba los efectos del alcohol. También era consciente de que Jake había dejado de poner las manos en mi cintura cuando recuperaba la botella. Y notaba su aroma a limón y cuero cada vez más intensamente. ¿Me lo imaginaba o notaba también el calor de su aliento en el cuello?

De repente, me empezó a sonar el teléfono. Me aparté de Jake, Gina y Rebecca y del escenario para contestar la llamada. Era una importante radio comercial para la que nunca había trabajado. ¿Podía ir a participar esa noche en un grupo de debate? Les dije que sí. Y lo lamenté al instante. Si tenía que resultar aunque solo fuera remotamente lúcida, tendría que irme a casa ahora mismo para despejarme. En fin, así es la vida del freelance. Había que renunciar a los placeres cada vez que se presentaba alguna oportunidad profesional. ¡Por qué puñetas tenían que llamarme justo ahora!

Volví junto a los otros.

—Eh, chicos, lo siento muchísimo, pero voy a tener que marcharme. Me acaban de llamar de la radio. Trabajo esta noche. Tengo que irme a casa para prepararme.

—¡Nooo! —Gina me dio un abrazo de beoda.

—Déjame que te acompañe al metro, pues —se ofreció Jake.

Eran las cuatro de una tarde de sábado soleada. Tal vez no se tratara de esa clase de acompañamiento.

Me fui abriendo camino entre la multitud y Jake vino detrás de mí con una mano suave apoyada en mi nuca. Di un ligero tropezón contra un puesto de catálogos de arte gratuitos. Él me cogió de la mano con firmeza y luego, cuando llegamos al borde de la plaza, entrelazó sus dedos con los míos más sensualmente.

No me atreví a mirarlo. Pero seguimos caminando en silencio por Regent Street hasta que, al esperar para cruzar una de las calles más pequeñas, nos cruzamos la mirada en el reflejo del escaparate de la tienda que teníamos delante. Los dos nos echamos a reír ante aquel puro cliché romántico. Jake se volvió hacia mí.

—Oye, Nichi —me dijo—, ese retrato que te hice, si quieres, puedes quedártelo.

—¡Oh! —me ruboricé—. Eso sería fantástico, gracias. ¿Pero no lo necesitas para tu carpeta de retratos? —Estábamos llegando al principio de Oxford Circus, donde tenía que coger el metro. Jake vaciló antes de responder:

—Te engañé. La carpeta ya la había entregado. Solo era que quería pintarte a ti.

Levanté la mirada hacia él. Sus ojos caídos se habían abierto más y se pasaba la lengua por los labios apenas separados. Tenía el rostro rebosante de deseo. Luego estiró los labios en aquella deliciosa sonrisa irónica. Tomé aire y empecé a reírme bajito cuando Jake tiró de mí contra él. Deslicé las manos por su espalda atlética mientras él me rozaba con los dedos por debajo del pelo y me sujetaba ligerísimamente para guiar mi cuerpo contra el suyo. Luego, finalmente, tomó mi cara entre las manos y al acercar mi boca a la suya los autobuses y los transeúntes y el ruido se desvanecieron hasta que lo único que sentía era el aliento de Jake en mis labios.

—Porque ¿de qué otro modo habría podido conseguir que posaras para mí?

Y entonces nos besamos.

Agradecimientos

A mi familia, a la que le preocupó el contenido, pero siguió brindándome su apoyo.

A mis amigos Kristi, Steph, Lynette, Clemence y Natalie, y el fabuloso Agios.

A Tom, que me guió por el buen camino durante los días, y a Aaron y Snap que me suavizaron las noches.

A todos esos amantes que no pasaron el corte pero continúan alentando entre las páginas.

A Helen Coyle, mi editora de mesa, que supo desnudar la prosa con tanto arte; a mi agente, Lisa Moylett; y todos los de Hodder por su trabajo incansable y a tiempo, y unas gracias especiales para mi soberbia editora Fenella Bates, cuya fe y cuyo apoyo infatigables me permitieron correr la maratón de la memoria sin entrenamiento previo.

Y, finalmente, a quien no puedo nombrar, pero permítanmelo.

Título original: Bound to You

Publicado por primera vez en inglés por Hodder & Stoughton en 2012, una división de Hachette UK.

Edición en formato digital: 2013

Copyright © Nichi Hodgson, 2012

El derecho de Nichi Hodgson a ser identificada como la autora de la obra ha sido confirmado por ella de acuerdo a la ley de Copyright, Diseños y Patentes de 1988

© de la traducción: Vicente Voltoya Sotres, 2013

© Punto de fuga. Grupo Anaya, Madrid, 2013

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ISBN ebook: 978-84-206-7629-6

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