Capítulo 1
LA puerta se cerró de golpe a mis espaldas. Eché a andar hacia la acera, con mi vestido blanco reluciendo como una nube alcanzada por la noche. El fresco aire nocturno me devolvió de golpe la claridad mental que llevaba todo el día eludiéndome. ¿Dónde se podía encontrar un taxi por allí a las tres de la madrugada de un lunes?
Subí por la calle hasta la estación del tren. Mis tacones con estampado de cebra eran tan poco flexibles como un hurgón de chimenea, y después de la larga caminata a través de medio Londres era como si me estuvieran marcando a fuego los dedos de los pies. La batería del móvil estaba prácticamente muerta, así que confié en Dios para que hubiera una parada de taxis en lo alto de la cuesta. Por primera vez en todo el día, alguien atendió mis plegarias.
Cuando el coche se alejaba ya de Sebastian, se iluminó la pantallita del agotado teléfono. «Perdona si te he hecho daño. Espero que podamos hablar en algún momento.» Me lo imaginé tumbado allí, en su cama, con aquellos fríos ojos azul cobalto. Paralizado, incapaz de hacer o decir cualquier cosa que pudiera compensar de alguna forma el haberme mostrado cómo es el mundo de los que no tienen corazón. Ni siquiera se molestó en acompañarme a la puerta. Eso era todo lo que le importaba, lo inflexible que era ante la situación.
Entonces me di cuenta. Con las prisas por escapar de aquella horrible conversación, me había olvidado la bolsa de maquillaje en el cuarto de baño. Yo ya no podía arreglármelas sin maquillaje, o así empezaba a sentirlo. Tenía que recuperarlo: «Envíamelo a la oficina. Inmediatamente».
«Por supuesto», fue la respuesta.
Mientras el coche serpenteaba camino del sur de Londres, por mi cabeza iban pasando una serie de cuadros. Sebastian sonriéndome en la esquina de Oxford Street, sus hoyuelos resplandeciendo en medio de la geométrica perfección de su rostro. Sebastian estrechándome contra él en un abrazo poderoso. Sebastian desnudo, con su belleza musculosa poniendo firmes mis sentidos. Sebastian llamándome Nichi mou. Sebastian inmovilizándome y arrastrándome por el pelo hasta que la cabeza me daba vueltas. Sebastian proporcionándome el orgasmo más embriagador de mi vida.
Pero Sebastian era un leproso emocional. Ojalá pudiera colgarle una campanilla del cuello para avisar al género femenino de que no se le acercase. Ojalá pudiera deshacer los lazos que me tienen sometida a él.