41

Caos

El Padre

Todo y nada

—Hay que reconocer una cosa —comentó Tasslehoff Burrfoot mientras miraba hacia arriba, arriba, arriba—. Es realmente feo.

—¡Chitón! —susurró Dougan en un tono aterrorizado—. ¡Te oirá!

—¿Se sentiría ofendido?

—¡No, no se sentiría ofendido! —masculló el enano, furioso—. ¡Se limitaría a aplastarnos como si fuéramos chinches! Y ahora cierra el pico y déjame pensar.

Tas estaba totalmente decidido a guardar silencio, pero Usha estaba tan pálida y tenía una expresión tan desdichada que no pudo menos que susurrar:

—No te preocupes, no le pasará nada a Palin. Tiene el bastón y el libro.

—¿Cómo va a poder vencer a… a eso? —dijo la muchacha que contemplaba al temible coloso con pavor y sobrecogimiento.

Una palabra de Dougan había transportado a Usha, a Tas y al propio enano al Abismo. O, más bien, la magia del dios parecía haber traído el Abismo hasta ellos. El círculo de los siete pinos muertos seguía rodeándolos, pero el resto de la isla en la que estaba la pinada había desaparecido. El altar roto de los irdas se encontraba en medio de los siete árboles, que a su vez estaban en medio de ninguna parte. Dougan, Tas y Usha se habían agazapado detrás del altar.

Elevándose sobre ellos, estaba Caos.

El gigante se encontraba solo, y, al parecer, no había reparado en la pinada ni en el altar que habían surgido de repente a su espalda. Miraba fijamente al frente, al tiempo, al espacio. Guardaba silencio. Todo era silencio a su alrededor, si bien en la distancia parecía oírse el ruido de una batalla.

—La gente del mundo combate contra Él y sus fuerzas —dijo Dougan en un susurro—. Cada persona, esté donde esté, lucha contra él a su manera. Ha conseguido que viejos enemigos sean aliados. Elfos y ogros combaten juntos. Humanos y goblins, enanos y draconianos; todos han dejado a un lado sus diferencias; incluso los gnomos, que los dioses los bendigan y los ayuden. —Dougan suspiró—. Y los kenders están haciendo su parte, pequeña, pero valiosa.

Tas abrió la boca para hacer un comentario excitado, pero Dougan lo miró ceñudo, con tanta fiereza que el hombrecillo guardó silencio.

—Y ése es el motivo, jovencita —continuó el enano mientras daba unas palmadas a Usha en el brazo—, de que se nos haya presentado esta oportunidad. Si tuviéramos que enfrentarnos a Caos y a todas sus legiones… —Dougan sacudió la cabeza y se pasó la mano por el sudoroso rostro—. Sería inútil.

—No sé si podré hacerlo, Dougan —dijo Usha, temblorosa—. No sé si tendré valor.

—Estaré contigo —intervino Tas, que le apretó la mano. El kender volvió la vista hacia Caos—. Caray. Es grande, muy, muy grande. Y feo. Pero ya me he enfrentado antes a cosas grandes y feas. El caballero Soth, por ejemplo, y no tuve ni pizca de miedo. Bueno, quizás un poquito, porque era un caballero muerto y terriblemente poderoso. Podía matarte con una palabra, ¡imagínate! Solo que no me mató. Únicamente me lanzó por el aire y me derribó. Me di un buen trompazo en la cabeza y me salió un chichón. Yo… —Dougan le dirigió una mirada furiosa.

»Vale, ya me callo —dijo sumisamente, y se tapó la boca con la mano, que, como sabía por experiencia, era el único modo de que no hablara. Al menos, durante un rato, hasta que su mano encontró algo más interesante que hacer, como por ejemplo hurgar en los bolsillos del preocupado enano.

Usha aferraba la Gema Gris con fuerza, en tanto que su mirada se mantenía fija en el coloso.

—¿Qué es lo…? —Su voz se quebró, y tuvo que empezar otra vez—. ¿Qué es lo que tengo que hacer?

—Sólo esto, muchacha. —Dougan hablaba tan bajo que Usha tuvo que inclinarse hacia él para escucharlo—. Los caballeros y tu chico, Palin, atacarán a Caos. Él llamará a sus legiones y combatirán. Será una dura batalla, pero son fuertes, pequeña. No te preocupes. Bien, pues, si alguno de ellos consigue herir a Caos, sólo un rasguño, no creas que más, eso es todo lo que necesitamos. Una gota de sangre atrapada en la Gema Gris, y estará en nuestro poder. Hemos de capturar su esencia física, ¿comprendes? Entonces sólo tendrá dos posibilidades: quedarse aquí, en esta forma, o marcharse.

—¿Y si decide quedarse? —demandó Usha, consternada. Todo el plan sonaba ridículo.

—No lo hará, muchacha. —Dougan se atusó la barba, poniendo todo su empeño en mostrar una gran seguridad—. No lo hará. Los tres hijos mágicos y yo lo hemos calculado todo. El odia estar encerrado, ¿comprendes? Ése cuerpo suyo representa orden, aunque no lo creyeras así al mirarlo. Sus tropas, sus legiones; todas necesitan órdenes e instrucciones. Tiene que ocuparse de ellas, enviarlas aquí y allí. Se está hartando de hacerlo, pequeña. Ya no le resulta divertido.

—Divertido… —Usha pensó en su gente, en las casas destruidas, los cadáveres calcinados, y sus ojos se llenaron de lágrimas. Se obligó a mantener los ojos fijos en Caos, y lo miró larga e intensamente. Visto a través de las lágrimas, borroso e impreciso, no parecía tan formidable. Sería una tarea fácil, después de todo: deslizarse sigilosamente por detrás, cuando no estuviera mirando y…

De repente, Caos lanzó un rugido tan fragoroso que retumbó en el suelo haciendo que las ramas abrasadas de los pinos se quebraran y cayeran, y sacudió el destrozado altar detrás del cual estaban escondidos los tres. El rugido del Padre no era de cólera, sino de risa.

—¡Reorx! ¡Lamentable, endeble, raquítico, deforme, remedo de dios! Últimamente vas con bajas compañías.

Dougan se llevó el dedo a los labios e hizo que Usha se agachara detrás del montón de madera. Alargó la mano hacia Tas para agarrarlo y tirar de él, pero falló. El kender continuó de pie, con la vista alzada hacia el coloso.

—¡No te tengo miedo! —dijo Tasslehoff, que tragó con esfuerzo para quitarse el molesto nudo que se le había puesto en la garganta de repente, un nudo del tamaño de su corazón, más o menos—. Estaba más que encantado de ver algo tan grande y tan feo como tú, pero, cuanto más te miro, realmente creo que sería mejor que te marcharas.

—¿Que me marchara? —se burló Caos—. Oh, sí, me iré. Cuando toda esta bola de tierra que consideráis un mundo se haya dispersado como polvo en el vacío. No te molestes en ocultarte, Reorx, sé que estás ahí. Puedo olerte. —Caos se dio media vuelta. Sus ojos sin párpados, en cuyas inconcebibles profundidades no había nada, se enfocaron en los tres y parecieron extraerles el alma del cuerpo.

»Veo un dios, una humana, y una cosa que ni siquiera sé qué es.

—¡Una cosa! —repitió Tas, indignado—. ¡Yo no soy una cosa! ¡Soy un kender! Y, en cuanto a ser pequeño, prefiero eso que parecer algo vomitado por el cráter de uno de los Señores de la Muerte.

—¡Tas, calla! —gritó Usha, aterrada.

El kender, que se sentía mucho mejor, ya había cogido el ritmo y no pensaba parar:

—¿Es ésa tu nariz o es que te ha salido un volcán en la cara?

Caos retumbó, y sus vacíos ojos empezaron a entrecerrarse.

—¡Dougan, haz que se calle! —suplicó Usha.

—No, pequeña, todavía no —contestó el enano en voz baja—. ¡Mira! ¡Mira lo que viene hacia aquí!

Un grupo de dragones, plateados y azules, aparecieron en el cielo rojo anaranjado. Sobre sus grupas cabalgaban caballeros, los consagrados a la oscuridad y los comprometidos con la luz. A medida que se acercaban a Caos, las Dragonlances y las espadas que blandían parecieron prenderse fuego, reluciendo con un color rojo fuerte.

A la cabeza del grupo iba un dragón azul en el que montaban un caballero vestido con armadura negra y un mago Túnica Blanca.

Caos no los vio, ya que su atención estaba enfocada en el kender.

En un desesperado intento de impedir que el coloso mirara a su espalda, Dougan salió gateando y se puso de pie.

—¡Grandísimo bruto, bravucón! —gritó el enano mientras sacudía el puño.

Tas dirigió una mirada severa a Dougan.

—Eso es poco original —reprochó el kender en voz baja.

—No importa, chico —contestó Dougan, que se limpiaba el sudor de la cara con la manga—. Tú sigue hablando. Unos pocos segundos más, eso es todo…

Tas inhaló hondo otra vez, pero el aire y el resto de sus insultos salieron expelidos con un gran ruido, como si hubiera recibido un golpe en el estómago.

Caos sostenía en su gigantesca mano el sol: una enorme bola de roca flameante, fundida. Los tres sintieron el calor cayendo sobre ellos, chamuscándoles la carne.

—¿Una gota de mi sangre? ¿Es eso lo que queréis? —dijo Caos con una voz tan fría y vacía como el cielo nocturno—. ¿Creéis que así tendréis control sobre mí? —El Padre de Todo y de Nada soltó otra risa rugiente. Empezó a jugar con el sol, lanzándolo al aire despreocupadamente y volviéndolo a coger.

»Jamás me controlaréis. Nunca lo habéis hecho y nunca lo haréis. Construid vuestras fortalezas, vuestras ciudades amuralladas, vuestras casas de piedra. Llenadlas de luz, de música y de risas. Soy el accidente, la plaga y la epidemia. Soy la muerte, la intolerancia, la sequía y la hambruna, la inundación y la glotonería. Y vosotros… —Caos levantó la ardiente esfera, a punto de arrojarla sobre ellos—. ¡Vosotros sois nada!

—¡Te equivocas! —sonó una voz clara y fuerte—. Lo somos todo. ¡Somos la esperanza!

Una Dragonlance, reluciente y plateada, voló por el aire, golpeó en el sol y se quebró. El astro estalló en miles de trozos de roca ardiente, que cayeron al suelo como una lluvia de fuego y se enfriaron al llegar a él.

Caos se volvió.

Los caballeros se enfrentaban a él, colocados en formación de combate, con las Dragonlances equilibradas y listas, las espadas enarboladas; el metal de las armas relucía plateado y rojo. Entre los caballeros había un Túnica Blanca que no llevaba coraza ni manejaba armas.

—¿La esperanza? —Caos soltó otra risotada—. ¡No veo esperanza alguna, sólo desesperación!

Los fragmentos de roca se convirtieron en demonios guerreros, diablos de Caos que estaban formados por los terrores de todos los seres humanos que habían existido. Sin color y moviéndose como pesadillas, los demonios guerreros ofrecían una apariencia distinta a cada persona que los combatía, adoptando aquella que más temía cada cual.

De la fisura salieron dragones de fuego. Creados como escarnecedoras parodias de los verdaderos reptiles, los dragones de fuego estaban hechos de magma; sus escamas, de obsidiana; sus alas y crestas, de llamas; sus ojos, de ascuas ardientes. Exhalaban gases venenosos de las entrañas del mundo, y sus alas soltaban chispas, de manera que prendían fuego a todo aquello sobre lo que volaban.

Los caballeros contemplaron a estos monstruos con desesperación; sus semblantes palidecieron de miedo y consternación cuando las terribles criaturas se lanzaron al ataque. Los estandartes se aflojaron en las manos temblorosas y se inclinaron hacia el suelo.

Caos señaló a los Caballeros de Solamnia.

—¡Paladine está muerto! Lucháis solos. —Se volvió hacia los caballeros negros.

»Takhisis ha huido. También vosotros lucháis solos. —Caos extendió sus inmensos brazos, que parecieron abarcar el universo.

»No hay esperanza. No tenéis dioses. ¿Qué os queda?

Steel desenvainó su espada y la levantó en el aire. El metal no reflejó el fuego, sino que brilló blanco, argénteo, como luz de luna sobre hielo.

—Nos tenemos los unos a los otros —respondió.