6
Los dragones silenciosos
El portal abierto
Alguien esperando al otro lado
—Oops —dijo Tasslehoff Burrfoot, estupefacto e impresionado. Luego añadió con un gemido—: ¡Lo he roto! ¡No era mi intención, Palin! Siempre estoy rompiendo cosas. Es una maldición. Primero, un Orbe de los Dragones, luego el artefacto para viajar en el tiempo. ¡Ahora sí que la he hecho! ¡He roto el Portal al Abismo!
—Tonterías —espetó bruscamente Palin, pero en su voz faltaba convicción. Le pasó por la cabeza la alarmante idea de que si había en Krynn alguien capaz de «romper» el Portal al Abismo, ése era Tasslehoff.
Pero un razonamiento más lógico prevaleció. El Portal había sido construido por magos poderosos valiéndose de magia poderosa que ni siquiera un kender podría desenmarañar. Pero, si esto era verdad, entonces ¿qué andaba mal?
Palin se aproximó al Portal cautelosamente para echar un vistazo más de cerca y lo miró perplejo.
—Lo vi una vez antes, ¿sabes, Palin? —Tas contemplaba el Portal fijamente y sacudió la cabeza con tristeza—. Era realmente maravilloso y al mismo tiempo horrible. Las cinco cabezas de dragones eran de diferentes colores y todas gritaban, y Raistlin entonaba una salmodia y dentro giraba un remolino de luces que te mareaba al mirarlo, y escuché una risa espantosa que venía del otro lado y… y… —Tas suspiró y se sentó pesadamente en el suelo con gesto abatido—. Míralo ahora.
Palin lo miraba. Nunca había visto el Portal realmente, sólo en la ilusión creada por Dalamar, pero había estudiado su historia como hacían todos los magos. El Portal era una gran puerta ovalada, instalada sobre una grada, y adornada y guardada por las cabezas de cinco dragones cuyos sinuosos cuellos se alzaban serpenteantes desde el suelo. Las cinco cabezas miraban hacia adentro, dos en un lado y tres en el otro. Las cinco fauces estaban abiertas, cantando interminables y silenciosos himnos triunfales a la Reina Oscura.
Dentro del Portal había una oscuridad que sólo los ojos de la magia podían penetrar.
Cada, vez que se levantaba la cortina que ocultaba el Portal, las cinco cabezas cobraban vida, irradiando brillantes colores: azul, verde, rojo, blanco y negro. Matarían y devorarían a cualquier mago lo bastante necio como para intentar entrar por sus propios medios, como había ocurrido durante la Prueba…
Palin parpadeó, cegado por el fulgor. Los ojos le ardían, y tuvo que frotárselos. El brillo de las cabezas se hizo deslumbrante, y en el aire se alzaron unos cánticos.
La primera: De la oscuridad a la oscuridad, el eco de mi voz resuena en el vacío.
La segunda: De este mundo al otro, mi voz clama exultante de vida.
La tercera: De la oscuridad a las tinieblas, llamo. Bajo mis pies, el suelo es firme.
La cuarta: Tiempo: deten el curso de tu marcha.
Y, por último, la quinta cabeza: Puesto que incluso los dioses se someten al destino, lamentadlo conmigo.
… Su visión se hizo borrosa, y las lágrimas corrieron a raudales por sus mejillas mientras intentaba ver a través de la cegadora luz… Las luces multicolores formaron un torbellino y giraron alrededor del vacío negro que vibraba palpitante… La propia oscuridad se movía, giraba en torno a un punto de mayor negrura en el centro del vacío…
—¡Caray, mira esto! —dijo Tas de repente. Se incorporó de un brinco y corrió a tirar de la manga a Palin—. ¡Puedo ver dentro! ¡Palin, puedo ver dentro! ¿Y tú?
El joven mago dio un respingo. Podía ver dentro del Portal. Un paisaje llano, desierto, grisáceo se extendía bajo un cielo gris y vacío.
Las cinco cabezas de dragones estaban silenciosas, oscuras. Los ojos de las cabezas, que deberían haber relucido en una feroz advertencia ante este intento de abrirse paso burlando su vigilancia, permanecían apagados, mortecinos, vacíos.
—Eso es el Abismo —dijo Tas solemnemente—. Lo reconozco. Es decir, lo recuerdo. Pero el color no está bien. No sé si te lo he contado o no…
—Lo has hecho —murmuró Palin, aunque sabía que daba igual porque Tas continuaría con su historia.
—Estuve una vez en el Abismo, y sufrí una gran desilusión. ¡Había oído tantas cosas acerca de él! Demonios y diablos y aparecidos y espectros y almas en pena… Tenía verdaderas ganas de visitarlo. Pero el Abismo no es así. Es vacío y horrible y aburrido. Casi me morí de aburrimiento.
Lo que para un hombre es el cielo para otro es el infierno, como reza el dicho, y esto era especialmente cierto en el caso de los kenders.
—Casi tan aburrido como aquí —añadió Tas, un comentario ominoso viniendo de un kender, como Palin debió haber recordado.
Pero el joven estaba absorto en sus pensamientos, intentando explicar lo inexplicable. ¿Qué le pasaba al Portal?
—Pero recuerdo muy bien —siguió parloteando Tas— que el Abismo no tenía este color gris. Era una especie de rojizo, como si un fuego ardiera a lo lejos. Así es como lo describió Caramon. Quizá la Reina Oscura decidió volver a decorarlo. —La idea animó al kender—. Podría haber elegido un tono mejor… Así, todo tan gris, no me hace mucha gracia. Sin embargo, cualquier cambio sería para mejor.
Tas se estiró el blusón, comprobó que llevaba encima todas sus bolsas y saquillos, y se dirigió hacia el Portal.
—Vayamos a echar un vistazo.
Palin no le estaba prestando atención; su mente estaba ocupada en recordar todo lo que había oído decir o había leído acerca del Portal al Abismo. Pero esa parte de él que estaba en constante alerta cuando había un kender cerca —un instinto de supervivencia que los humanos desarrollaban— dio la alarma y lo sacó de sus reflexiones.
Adelantándose de un salto, tropezando con la grada en su precipitación, Palin se las arregló para agarrar a Tas segundos antes de que el kender cruzara el Portal.
—¿Qué? —preguntó Tas con los ojos muy abiertos—. ¿Qué pasa?
A Palin le costaba trabajo respirar.
—El conjuro… podría estar activado… impidiendo el acceso… Podrías haber… muerto…
—Supongo que sí —dijo Tas con actitud pensativa—. Claro que, por otro lado, supongo que no. Así es el rebote de las bolas de fuego, como solía decir Fizban. Además, me da la impresión de que Raistlin se está impacientando, y me parece de muy mala educación tenerlo esperando más tiempo.
A Palin se le cortó la respiración del todo. Se quedó helado, con el corazón en un puño.
—Mi… tío…
—Está justo ahí delante. —Tas señaló el Portal, hacia el vacío paisaje gris—. ¿Es que no lo ves?
Palin apretó con fuerza el Bastón de Mago, buscando apoyo en él. Volvió a mirar dentro del Portal, temiendo ver…
El cuerpo de Raistlin colgaba inerte por las muñecas; la túnica negra estaba hecha jirones. El largo cabello blanco le caía sobre el rostro, al tener la cabeza reclinada sobre el pecho… Desde el pecho hasta el bajo vientre, el cuerpo de Raistlin estaba desgarrado y quedaban al descubierto los órganos vitales aún palpitantes. El goteo que había escuchado Palin era la sangre al caer sobre un aljibe colocado a sus pies.
Raistlin estaba de pie, vestido con sus ropajes negros, los brazos cruzados sobra el pecho. Tenía la cabeza inclinada, en un gesto pensativo, pero de vez en cuando echaba una mirada hacia el Portal, como si estuviera esperando a alguien. Luego volvía a sumirse en sus reflexiones, que no parecían ser agradables a juzgar por la expresión sombría plasmada en su rostro.
—¡Tío!
Fue sólo un susurro; Palin casi ni se oyó pronunciar la palabra. Pero Raistlin lo hizo. El archimago levantó la cabeza y volvió hacia el joven los dorados ojos con pupilas en forma de reloj de arena.
—¿Por qué vacilas, sobrino? —preguntó una voz seca y ronca, con irritación—. ¡Aprisa! ¡Ya has perdido bastante tiempo! El kender ha estado antes aquí. Él te guiará.
—Ése soy yo —exclamó Tas, excitado—. ¡Se refiere a mí! ¡Voy a hacer de guía! Nunca había sido guía antes. Salvo en Tarsis, que no estaba junto al mar como debería haber estado, pero eso no fue culpa mía. —Cogió a Palin de la mano—. Vamos, sígueme. Sé exactamente qué hay que hacer…
—¡Pero no puedo! —Palin liberó su mano de la de Tas de un tirón—. ¡Tío! —llamó—. ¿Y qué pasa con el Portal? Según las leyes de la magia, no podemos…
—Leyes —dijo Raistlin suavemente, meditabundo. Desvió la mirada hacia el horizonte, al pálido gris del cielo infinito—. Todas las leyes están canceladas, sobrino, se han roto todas las reglas. Puedes entrar en el Portal sin sufrir daño alguno. Nadie te detendrá. Nadie.
Las leyes canceladas. Las reglas rotas. Qué concepto tan extraño. Y, no obstante, Palin tenía la prueba de ello ante sus propios ojos. Podía entrar en el Portal sin impedimento. La Reina Oscura no intentaría detenerlo. No corría peligro.
—Te equivocas, sobrino —dijo Raistlin en respuesta a sus pensamientos—. Corres un gran peligro. Tú y todos los mortales de Krynn. Ven a mí, y te lo explicaré todo. —Los dorados ojos se entrecerraron—. A menos que tengas miedo…
Palin lo tenía, y había una buena razón para ello, pero sin embargo dijo en voz queda:
—He llegado hasta aquí, tío. No pienso echarme atrás.
—Bien dicho, sobrino. Me alegra ver que no he perdido mi tiempo contigo. Cuando estéis aquí, venid a buscarme.
Palin inhaló hondo, aferró fuertemente el bastón con una mano y agarró la de Tasslehoff con la otra.
Juntos, los dos se acercaron hasta encontrarse delante de las cinco cabezas de dragones.
—Entraremos —les dijo Palin, y dio un paso adelante.
Los dragones no se movieron, no hablaron, no vieron, no oyeron.
—El Portal está roto —musitó para sí el joven mago—. ¡Está… muerto!
Tas y Palin cruzaron el Portal al Abismo tan fácilmente como si hubieran cruzado la puerta de la cocina de Tika.