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Preparativos
Los Caballeros de Takhisis honraron a sus muertos con cantos y panegíricos. No había tiempo para más, para enterrarlos o incinerar sus cuerpos. Había demasiados. Algunos caballeros estaban incómodos por esto, hablando de aves carroñeras, chacales y otras criaturas más espantosas qué podrían profanar los cadáveres alimentándose de ellos.
Los paladines oscuros estaban en un círculo alrededor del cuerpo de su señor caído, preguntándose que podrían hacer para proteger a sus muertos sin perder demasiado tiempo, cuando de repente repararon en una mujer que se encontraba entre ellos.
Había llegado silenciosamente, nadie sabía de dónde. Era muy bella, con los ojos del color de la luz de la luna reflejada en el azul del mar. Sin embargo, bajo su apariencia serena, se percibía un poder peligroso latente. Iba vestida con una armadura que brillaba con la humedad del agua, dándole la apariencia de escamas de pez. Llevaba el oscuro cabello recogido con conchas y plantas marinas. Los caballeros la reconocieron y se inclinaron ante ella.
Era Zeboim, diosa del mar, la madre de Ariakan.
La mujer se arrodilló junto al cuerpo de su hijo muerto y lo contempló largamente. Dos lágrimas se deslizaron por sus mejillas y cayeron, brillantes como perlas, sobre su armadura. Recorrió con la mirada la torre alumbrada con la luz de las antorchas, sus huidizas sombras, sus corredores desiertos, sus salas silenciosas. Por último, su mirada se detuvo en los caballeros.
—Nadie vendrá a molestar a vuestros muertos —dijo la diosa—. Mirad. Escuchad. Ningún ave vuela por el cielo esta noche, ninguna bestia acecha, ninguna mosca zumba. Todas las criaturas, desde el más pequeño insecto hasta el dragón más poderoso, saben que su destino está en juego esta noche. Todos esperan el final… como lo esperamos nosotros.
Steel hizo un ademán a sus hombres, en silencio, y dejaron sola a la diosa con sus muertos.
Los Caballeros de Solamnia se pusieron las armaduras que les habían sido arrebatadas cuando fueron capturados, se ciñeron las espadas, y se cubrieron con los yelmos. Con las Dragonlances en sus manos, montaron en los dragones plateados que habían llegado demasiado tarde para participar en la batalla de la Torre del Sumo Sacerdote.
Los paladines oscuros montaron en los dragones azules que habían sido dejados en reserva.
Steel sufrió una desilusión al no encontrar a Llamarada entre ellos. Los reptiles no tenían idea de dónde se encontraba su compañera, que se había encolerizado cuando llegaron las órdenes de que no tomarían parte en la lucha. Había estado a punto de alcanzar al oficial con el rayo de su aliento mortífero, había hecho volar un gran fragmento de roca de la ladera de la montaña, y después, irascible, se había marchado. Ninguno sabía dónde, pero suponían que había desobedecido las órdenes y había ido a combatir por su cuenta.
Steel buscó entre los cuerpos de los dragones muertos confiando en encontrar a Llamarada para poder rendirle honores antes de partir. Su búsqueda fue precipitada, obligado por la necesidad, y no fue capaz de encontrar el cadáver de la hembra de dragón entre los azules caídos. Llegó a la conclusión de que su cuerpo yacía en algún punto de los bosques, entre las rocas de las montañas Vingaard.
Estaba a punto de montar en la silla de un dragón azul que le era desconocido cuando sonó una furiosa llamada desde lo alto. Con las alas levantando nubes de polvo, Llamarada descendió del cielo y aterrizó justo delante del otro dragón. Mientras avanzaba hacia el extraño, su cuello se arqueó en un gesto de desafío, sus alas se extendieron y su cola restalló.
—¡Éste es mi caballero! —siseó Llamarada—. ¡No vuela hacia la batalla con nadie excepto conmigo!
Steel se apresuró a intervenir antes de que estallara la lucha, ya que el azul que iba a montar no tenía intención de ceder. El caballero pidió con amabilidad al dragón macho que se uniera con los otros que volaban sin jinete. El reptil accedió con actitud estirada, dejando claro que estaba ofendido. Llamarada no atacó al extraño una vez que Steel le pidió que se marchara, pero no pudo evitar darle un mordisco en la cola cuando se alejaba.
La hembra de dragón y su jinete se saludaron, jubilosos, los dos muy complacidos de ver que el otro seguía vivo y, aparentemente, ileso.
—Los otros azules dijeron que te marchaste enfurecida —dijo Steel—. ¿Dónde has estado? ¿Adónde fuiste?
Llamarada ladeó la testa; su cresta azul relució con la luz de las antorchas.
—Fui a ver esa grieta de la que todo el mundo hablaba para comprobar por mí misma si era cierto o no. Admito —añadió al tiempo que lanzaba una mirada de soslayo a los dragones plateados— que creía que era un truco. —Agachó la cabeza y su voz se hizo más profunda—: No es ningún truco, Steel. Una espantosa batalla se libra en el Abismo. He estado allí y lo he visto.
—¿Cómo marcha la guerra?
—Nuestra reina huyó. —Sus ojos centellearon—. ¿Lo sabías?
—Sí, lo sabía. —La voz de Steel sonaba suave, severa.
—Algunos de los dioses se marcharon con ella: Hiddukel fue el primero en seguirla. Zivilyn partió argumentando que había visto todos los finales posibles y tenía miedo de influir en el resultado si se quedaba. Gilean está sentado, escribiendo en su libro, el último volumen. Los otros dioses siguen combatiendo, dirigidos por Kiri-Jolith y Sargonnas, pero, al estar en el mismo plano inmortal con Caos, poco pueden hacer contra Él.
—¿Y nosotros podemos? —preguntó Steel.
—Sí, por eso vine a decírtelo, pero. —Llamarada echó una rápida ojeada a los caballeros montados— parece que ya lo sabéis.
—En efecto, aunque me alegro de que hayas confirmado esa información.
Steel subió a lomos de Llamarada, levantó el estandarte de los Caballeros de Takhisis, la bandera con el lirio de la muerte y la calavera. Los Caballeros de Solamnia enarbolaron su propio estandarte, decorado con el martín pescador sosteniendo en una garra la rosa y en la otra, la espada. Las banderas colgaban lacias, fláccidamente, en la asfixiante y cargada atmósfera de la noche.
Nadie lanzó vítores. Nadie habló. Cada hombre echó una última y larga mirada al mundo que sabía no volvería a ver jamás. Los Caballeros de Solamnia inclinaron su estandarte en homenaje a la Torre del Sumo Sacerdote. Steel hizo otro tanto en homenaje a los muertos.
Los dragones remontaron el vuelo, llevando a sus jinetes hacia el vacío cielo sin estrellas, sin dioses.