29
Todos deben unirse como uno solo
Raistlin estaba de pie junto a una de las ventanas de las estancias altas de la Torre de la Alta Hechicería de Palanthas. El archimago se encontraba, una vez más, en su antiguo estudio, un cuarto que —lo sorprendió y hasta cierto punto le hizo gracia darse cuenta de ello—. Dalamar había conservado tal y como estaba cuando su shalafi se había marchado. El estudio no había permanecido cerrado al mundo, como había estado el laboratorio, con los artefactos peligrosamente poderosos que guardaba, y sus oscuros e inquietantes secretos.
Algunos objetos, en su mayoría mágicos, habían sido sacados del estudio y quizá trasladados a los aposentos de Dalamar, o tal vez a las aulas, donde los jóvenes aprendices los estudiaban, trabajando para desentrañar sus arcanos misterios. Pero el escritorio de madera, minuciosamente tallado, seguía aquí. Los volúmenes de libros colocados en las estanterías eran viejos amigos; sus encuadernaciones le eran muy familiares a Raistlin, más que los rostros de las personas de su pasado. La alfombra era la misma, aunque considerablemente más desgastada.
Se volvió para mirar a Usha, que estaba sentada en la misma silla en que lady Crysania se había sentado una vez, e intentó evocar el pasado para ver el rostro de la sacerdotisa de Paladine. Sus rasgos aparecían velados por las sombras. El archimago sacudió la cabeza y se volvió de nuevo hacia la ventana.
—¿Qué es ese extraño resplandor que brilla en el norte? —preguntó.
—El océano Turbulento arde en llamas —respondió Dalamar.
—¿Qué? —gritó Palin, sobresaltado, incorporándose de su silla con brusquedad—. ¿Cómo es eso posible?
—¡Quiero verlo! —exclamó Tas, acercándose a la ventana.
El cielo nocturno estaba oscuro por todas partes, excepto en el norte. Allí brillaba con una horrenda tonalidad roja anaranjada.
—¡El mar en llamas! —dijo Palin, sobrecogido.
—Ojalá pudiera verlo —suspiró Tas.
—Todavía puedes tener oportunidad de hacerlo. —Dalamar buscaba entre los volúmenes que ocupaban las estanterías. Hizo una pausa y se volvió para mirarlos—. Se envió a unos miembros del Cónclave para que investigaran. Informaron que una inmensa fisura se había abierto en el fondo del océano, entre Ansalon y las islas de los Dragones. La falla vomita materia incandescente que hace que el agua del océano se evapore. Lo que veis son nubes de vapor que reflejan el pavoroso resplandor.
»De la fisura surgen dragones de fuego, montados por demonios y una especie de criaturas de sombras. Su número es incalculable. Cada lengua de fuego que lame el borde roto de la falla, estalla y se convierte en uno de esos horribles dragones, hechos de fuego y magia. Las criaturas que los montan están creadas de la bullente oscuridad de Caos. Sus fuerzas están asaltando ahora la Torre del Sumo Sacerdote, y muy pronto atacarán todos los demás puntos estratégicos de Ansalon. Hemos recibido informes de que los enanos de Thorbardin combaten ya con esos demonios en sus cavernas subterráneas.
—¿Y el libro? —preguntó Raistlin, impertérrito.
—¡No lo encuentro! —Dalamar masculló algo en voz baja y reanudó su búsqueda.
—Mi pueblo. —A Usha le temblaban los labios—. ¿Qué les pasará a los míos? Viven… viven cerca de ahí.
—Los tuyos fueron responsables de traer esta destrucción sobre todos —comentó Raistlin con tono cáustico.
Usha se encogió sobre sí misma, temblorosa ante la presencia del mago. Su mirada fue hacia Palin, buscando consuelo, pero el joven la había evitado desde su regreso a la torre. Durante todo ese tiempo, Raistlin los había estado observando atentamente. Era obvio que Usha todavía no le había dicho a Palin la verdad. Mejor así, teniendo en cuenta las pruebas que les aguardaban. Mejor así…
—¿Qué está haciendo el Cónclave? —preguntó Palin a Dalamar.
—Tratando de determinar la estructura y naturaleza de esas criaturas mágicas para que podamos combatirlas —respondió éste—. Por desgracia, esto sólo puede hacerse enfrentándose a ellas directamente. Como jefe del Cónclave, me he ofrecido voluntario para encargarme de ese cometido.
—Una tarea peligrosa —comentó Raistlin, que se volvió a mirar al elfo oscuro que en el pasado había sido su aprendiz—. Y de la que probablemente no regresarás.
—Tampoco es que eso importe mucho, ¿no crees? —respondió Dalamar, encogiéndose de hombros—. Estuviste en la reunión del Cónclave cuando se discutió este asunto. Si nuestras teorías se confirman, no importará en absoluto.
—Iré contigo —ofreció Palin—. No soy de rango alto, pero puedo prestarte cierta ayuda.
—Los dioses necesitan la ayuda de todos nosotros. En especial, nuestra Oscura Majestad. Sin embargo, sigue intentando jugar con dos barajas —rezongó Raistlin—. Espera salir de esto victoriosa.
—Haría bien conformándose con poder salir —dijo Dalamar secamente.
—Entonces, ¿me llevarás contigo? —preguntó Palin, cuya mano se cerró con fuerza sobre el bastón.
—No, joven mago. Y no pongas ese gesto abatido, que no te faltarán ocasiones de morir. Se te va a encargar otra tarea. El jefe de los Túnicas Blancas, Dunbar Mastermate, viene conmigo, y también Jenna, en representación de los Túnicas Rojas. Con suerte, aun en el caso de que nosotros caigamos, las conclusiones que saquemos llegarán al Cónclave a tiempo de hacer uso de lo que hayamos descubierto.
—No llegarán a tiempo para ayudar a los que están en la Torre del Sumo Sacerdote —comentó Raistlin mientras señalaba el horizonte. El ardiente resplandor del cielo se reflejaba en las cumbres de las montañas, haciéndose más y más brillante, convirtiendo la noche en un escalofriante y aterrador día—. Los caballeros ya están siendo atacados.
—Qué mala suerte que Tanis no esté aquí —dijo Tas con tono melancólico—. Siempre fue muy bueno en este tipo de cosas.
—Tanis el Semielfo libra su propia batalla en su plano de existencia —manifestó Raistlin—. Y en sus países también lo hacen los elfos, los enanos, los kenders.
—¿Están atacando Kendermore? —preguntó Tas, sintiendo un nudo en la garganta.
—Todos los lugares de Krynn, maese Burrfoot —repuso Dalamar—. Todos los seres, de todas las tendencias y credos, habrán de dejar a un lado sus otras disputas y unirse para luchar por su supervivencia.
—Quizá lo hagan —intervino Raistlin—. O quizá no. El odio está muy arraigado en Ansalon. Pero la alianza es nuestra única esperanza… aunque las posibilidades de que eso ocurra sean escasas.
—¿Querrías enviarme a mi país, Dalamar? —pidió Tas, que se irguió en toda su corta estatura—. Laurana me enseñó un montón acerca de cómo ser un general. Sé cosas importantes, como por ejemplo que no hay que tocar «retirada» al comienzo de la batalla, porque eso desconcierta mucho a los soldados, aunque sea una melodía preciosa para tocar con una trompeta, y yo sólo estaba probando a ver si sabía. Así que, si me transportas mágicamente de vuelta a Kendermore, te lo agradecería, porque me gustaría hacer cuanto pudiera para ayudar.
—Me temo que Kendermore tendrá que arreglárselas sin su general —repuso Raistlin—. Me parece recordar dónde está guardado ese volumen. —Se acercó a las estanterías de libros para ayudar a Dalamar a buscarlo—. Tus habilidades son necesarias en otra parte.
Tasslehoff se quedó boquiabierto. Hizo esfuerzos para hablar, y, cuando lo consiguió, su voz sonó como un graznido:
—¿Quieres… quieres repetir eso, Raistlin?
—¿Que repita qué? —demandó el archimago, irritado.
—Lo de que… hago falta —dijo el kender, que tuvo que tragar saliva para quitarse el nudo de la garganta—. Fizban solía pensarlo, aunque, claro, sus ideas tendían a ser confusas… Estaba un poco grillado, ya me entiendes. No es mi intención ofenderte —añadió, alzando la vista al cielo—. Él y yo decidimos que, puesto que soy pequeño, podía ayudar en las cosas pequeñas, como rescatar enanos gullys que iban a convertirse en desayuno de un dragón. Las cosas realmente importantes debía dejarlas para la gente importante.
—Son estas personas las que esperan con expectación tu ayuda —dijo Dalamar—. Te enviamos con Palin.
—¿Lo has oído, Palin? ¡Voy contigo! —exclamó Tas, muy excitado.
—Lo he oído, sí. —El joven mago parecía mucho menos entusiasmado.
—Aquí está. —Raistlin sacó un libro de la estantería y lo puso sobre el escritorio.
Él y Dalamar se inclinaron sobre el volumen ansiosamente, pasando las páginas con impaciencia.
Tasslehoff empezó a deambular por el estudio, examinando los diversos objetos curiosos que había sobre mesas pequeñas y adornando la repisa de la chimenea. Cogió lo que parecía ser sólo un trozo de madera, pero, al examinarlo con más detenimiento, descubrió innumerables cajones diminutos tallados en él, todos ellos ingeniosamente disimulados para no parecer lo que eran.
La caja iba camino de uno de los saquillos de Tas cuando el kender se quedó parado. Sostuvo la caja en la mano, la contempló anhelante, y acarició la madera suavemente.
Suspirando, se aupó y, con cuidado, volvió a poner la caja en la repisa de la chimenea.
—Voy en una misión importante —dijo seriamente—, y no me conviene llevar demasiado peso.
—Ahora sé que el fin del mundo está próximo —masculló Dalamar.
—Aquí está el párrafo —dijo Raistlin—. Sí, ¿ves? Lo recordaba correctamente.
Dalamar se inclinó sobre el libro, y los dos magos leyeron, pronunciando de vez en cuando en susurros algunas palabras que sonaban raras.
Palin hizo lo posible por escuchar algo; las palabras parecían elfas, pero debían de ser en el antiguo lenguaje elfo, ya que sólo conseguía entender una entre veinte. Viendo absorto a su tío, Palin se acercó a Usha y se quedó de pie, a su lado.
La muchacha estaba sentada en la silla hecha un ovillo, contemplando el rojo resplandor del cielo con expresión atemorizada.
Palin puso la mano en su hombro en un gesto tranquilizador, y ella alzó rápidamente su mano y apretó la del joven con fuerza.
—Temo por ellos —dijo, con la garganta constreñida—. Ése fulgor… es el mismo que vi la noche en que me marché, sólo que ahora es… mucho más brillante. Estoy preocupada, Palin. Lo que dice tu tío es verdad. ¡Ellos, nosotros, hemos traído la destrucción sobre todos!
—No te preocupes —la consoló Palin, acariciándole el brillante cabello con ternura—. Los irdas son muy poderosos con la magia. Cuando vuelva…
—¿Qué quieres decir con eso de «cuando vuelva»? —Usha había alzado los ojos hacia él—. ¿Adónde vas? ¡Te acompaño! —Se puso de pie, agarrándose a la mano de Palin.
—Entonces, está decidido —dijo Dalamar, enderezándose.
—Sí, creo que sí —murmuró Raistlin. Empezó a toser, pero enseguida se recuperó, y se limpió los labios con un pañuelo.
Sonó una llamada en la puerta, que se abrió en silencio. Era Jenna.
—Dalamar —dijo en tono bajo la hechicera—, es la hora. Tengo los componentes de hechizos y los pergaminos que querías.
—He de irme —anunció el elfo oscuro—. No tenemos tiempo que perder. ¿Le darás a Palin y al kender las instrucciones, shalafi?
—No tienes que llamarme así; ya no soy tu maestro —dijo el archimago, sacudiendo la cabeza.
Dalamar esbozó una sonrisa torcida y desagradable. Su mano fue hacia el pecho, soltó el broche que tenía forma de un cisne negro, y abrió los pliegues de terciopelo de la pechera. Cinco heridas, del tamaño y la forma de las yemas de unos dedos, aparecían visibles, frescas, sangrantes, en la suave piel del elfo.
—Siempre serás mi maestro —afirmó—. Como puedes ver, estudio a diario la lección que me enseñaste.
—Y, por lo visto, has sabido sacarle provecho —comentó Raistlin fríamente. Los dedos de su mano derecha empezaron a tamborilear suavemente sobre el escritorio.
—Te admiraba —musitó Dalamar—. Todavía te admiro. —Con un movimiento brusco de la mano, se cerró la pechera de la túnica, ocultando las heridas—. Y siempre te odiaré. —Se volvió hacia Palin—. Adiós, Majere. Que los dioses de la magia derramen sus bendiciones sobre ti.
—Y sobre todos nosotros —intervino Jenna quedamente—. Adiós, Palin Majere. Y adiós también a ti —sonrió con sorna—, usha Majere.
Luego dio la mano a Dalamar, que la tomó en la suya, pronunció unas rápidas palabras mágicas, y los dos desaparecieron.
Palin no respondió a sus palabras de despedida. Su mirada estaba prendida en Raistlin.
—¿Adónde voy, tío? ¿Dónde me envías?
—¡Y a mí! —exclamó, ansioso, Tas.
—Y a mí —añadió Usha con resolución.
—Tú no… —empezó Palin.
—Sí —lo interrumpió suavemente Raistlin—. La chica va contigo. Debe hacerlo. Es la única que conoce el camino.
—¡A casa! —Usha entendió al archimago de inmediato. Contuvo el aliento—. ¡Me envías de vuelta a casa!
—Os envío para que recuperéis esto. —Raistlin puso un dedo delgado sobre un dibujo que había en el libro que Dalamar y él habían estado leyendo. Palin se inclinó para echar un vistazo.
—¡La Gema Gris! Pero… pero si está rota. Los dioses lo dijeron.
—Está rota, sí —confirmó Raistlin—. Y os toca a vosotros restaurarla. Sin embargo, antes tendréis que véroslas con quienes la guardan. —Lanzó una mirada significativa a Usha.
—¿Vienes con nosotros, tío?
—En espíritu —contestó Raistlin—. Te ayudaré en todo cuanto pueda, pero no soy de este mundo, Palin —añadió, al reparar en la expresión de desencanto de su sobrino—. He perdido mis poderes, y sólo puedo actuar a través de ti.
—Me enorgullece pensar que todos tenéis tanta confianza en mí. —El joven estaba desconcertado—. Pero ¿por qué me enviáis a mí, tío? Hay otros magos mucho más poderosos…
—Todos los magos de Krynn está luchando en esta guerra, sobrino. Los Caballeros Grises, los Túnicas Rojas, Negras y Blancas, desde el maestro más poderoso hasta el aprendiz de más bajo nivel. El Cónclave ha juzgado que eres el más indicado para esta tarea. ¿Por qué? Tienen sus razones, algunas de las cuales apruebo, y otras no. Baste decir que tu vínculo con la muchacha irda es un factor, y tu vínculo conmigo, otro. Tienes en tu poder el Bastón de Mago y, lo que quizás es más importante, en una ocasión fuiste capaz de controlar la Gema Gris.
—Más que controlarla, lo que hice fue engañarla —dijo el joven tristemente—. Y, además, tuve ayuda. Dougan Martillo Rojo estaba allí.
—También esta vez contarás con ayuda. No vas solo. —Raistlin miró a Tasslehoff, que se había sentado en el suelo y hacía un inventario de los objetos que llevaba en sus saquillos.
Palin siguió la mirada de Raistlin, y se acercó al archimago.
—Tío —musitó—, iré a cualquier parte que quieras y haré exactamente lo que me pidas. Usha vendrá conmigo para descubrir lo que pasó con los suyos. Pero ¿estás seguro de mandar a Tasslehoff? Sí, lo admito, es el mejor kender que ha existido, pero… bueno… es un kender.
Raistlin puso su mano sobre el hombro de Palin.
—Por eso es por lo que ha sido elegido. Los kenders tienen una cualidad que te hará falta, sobrino. Los kenders son inmunes al miedo. —La mano del archimago se cerró con más fuerza, y sus finos dedos se clavaron en la carne de Palin—. Y, a donde vais, esa cualidad será inestimable.