37
Titilan las estrellas en el cielo negro. Las ramas de los abetos están vencidas por la nieve.
Todo se ve apacible, como extraído de un poema navideño, piensa Minoo. Si no fuera por el fuego azul, que arroja un resplandor tenebroso y vacilante sobre sus caras. Si no fuera por lo que Anna-Karin e Ida acaban de contarles.
Gustaf mató a Rebecka y, por tanto, debió matar también a Elías. Gustaf es el mal al que deben detener.
—Pues yo no lo entiendo —dice Vanessa—. ¿Cómo pudisteis verlo?
Anna-Karin, que estaba sentada en el suelo un poco inclinada intentando despegarse bolitas de cera del pelo, mira a Ida y a la directora. Están esperando una respuesta. La acosadora y su víctima llevan sentadas la una al lado de la otra desde que llegaron.
—Solemos hablar de pasado, presente y futuro —dice la directora—. Pero la visión lineal del tiempo con un principio y un final es falsa. La verdad es que el tiempo es cíclico, un círculo sin principio ni fin.
Minoo mira de reojo a las demás. Vanessa escucha boquiabierta mientras habla la directora.
—Las brujas sensibles cuyo elemento es el metal pueden percibir sucesos de otras partes del círculo del tiempo, sucesos que según la perspectiva actual podrían catalogarse como «ya acontecidos» o como «futuros».
—Pues a mí eso me da igual —suelta Ida mirando a la directora con rencor—. ¿Qué puedo hacer para que no vuelva a ocurrir? Vamos, que no tengo ninguna gana de sufrir ataques epilépticos delante de todo el instituto.
—No puedes hacer nada —responde la directora—. En cambio, sí puedes aprender a reconocer las señales y así saber cuándo estás a punto de tener una visión. Trata de encontrar un lugar tranquilo y apartado si empiezas a notar sequedad de boca, una sensación intensa de irrealidad, vértigo o…
—No volverá a ocurrir —dice Ida casi como para sí misma—. No pienso permitirlo.
—Tus visiones parecen ser de naturaleza empática —continúa la directora.
Linnéa resopla y Minoo tiene que ahogar una risita. Jamás pensó que «Ida» y «empatía» pudieran figurar en la misma frase, por lo menos no sin la palabra «carece» de por medio.
—Tienes esas visiones a través de los ojos de otra persona y sientes lo que ella sienta —continúa la directora reprendiendo a Linnéa con la mirada.
—Pero ¿por qué he podido yo tener la misma experiencia si era Ida la que estaba teniendo esa visión? —pregunta Anna-Karin retirándose un pegote enorme de cera blanca. Junto con él se arranca unos cuantos pelos y hace una mueca de dolor.
—Estáis vinculadas —responde la directora.
A Minoo le parece que suena como una gurú de autoayuda delirante.
—Pues yo no creo que sea Gustaf —comenta Ida de repente.
Todas se quedan mirándola.
—No te entiendo —dice la directora.
—Gustaf no mataría a nadie. ¿Por qué iba a hacer una cosa así?
—Puede haber muchas razones… —comienza la directora.
—Vosotras no conocéis a Ge tan bien como yo —la interrumpe Ida.
—Que lo hayas bautizado con ese apodo tan ridículo no significa que seáis íntimos —dice Vanessa.
—¡¿De verdad creéis que Ge iba a matar a Rebecka, a su novia?! —exclama Ida.
—Los tíos matan a sus novias en todas partes y todo el tiempo —dice Linnéa, fría como el hielo.
—Yo tampoco estoy tan segura de que haya sido Gustaf —dice Anna-Karin—. Resulta difícil de explicar. Era él, pero no era él.
Que Ida y Anna-Karin estén de acuerdo en algo les parece tan chocante que se quedan calladas un buen rato.
—Pues yo creo que deberíamos encargarnos de él inmediatamente —dice Linnéa.
Las llamas azules del fuego le iluminan la palidez de la cara y le otorgan a los ojos un destello oscuro.
—¿Cómo que «encargarnos de él»? —pregunta Minoo.
Como es natural, ya lo sabe. Pero no puede creer que Linnéa hable en serio.
—¿Qué crees que quiero decir? ¿Qué vamos a hacer si no? Dos de nosotros ya han muerto.
—¿Quieres que matemos a Ge? —estalla Ida—. ¡Tú estás completamente loca!
Minoo mira a la directora, pero esta simplemente las observa de brazos cruzados. Es como si quisiera ver qué hacen en esa situación, como una especie de prueba.
—No podemos matar a Gustaf —dice Minoo—. No me cabe en la cabeza que se te haya ocurrido la idea siquiera.
Linnéa mira a Minoo con dureza.
—Supongo que Rebecka y tú no erais tan buenas amigas después de todo.
Linnéa parece una extraña. Tiene la mirada llena de odio y Minoo la comprende. Ella también ha pensado en vengarse. Ha fantaseado con esa idea. Pero ahora, al ver el mismo sentimiento en el semblante de Linnéa, comprende que es un gran error elegir ese camino. Que es muy peligroso.
—O sea, que no parece que te importe mucho castigar al culpable —prosigue Linnéa.
Minoo siente la ira como un perro rabioso tirando de la correa, pero la mantiene a raya.
—No podemos matarlo sin más —dice.
—Él mató a Elías.
—Pero no creo que Elías hubiera querido que fueras matando gente por ahí por esa razón.
Por un instante cree que Linnéa se va a abalanzar sobre ella, pero se queda quieta y dice, contenida:
—En primer lugar, tú no sabes una mierda sobre Elías. En segundo lugar, no es «gente». Ni siquiera es humano. ¡Es como un demonio!
—De ninguna manera.
Todas se vuelven hacia la directora. Sigue cruzada de brazos mirando el fuego azul.
—Al menos, yo lo considero bastante improbable. Los demonios muy rara vez se manifiestan en nuestro mundo bajo una forma física.
—Yo paso de tus estadísticas. Ahora sabemos quién es el asesino. Y podemos detenerlo —insiste Linnéa.
—No vais a hacer nada —responde la directora con acritud—. Manteneos alejadas de Gustaf. El Consejo se encargará de eso.
—¡Claro, como lo han hecho tan de puta madre hasta ahora! —grita Linnéa.
Todas se la quedan mirando. Ella les devuelve la mirada, una a una.
—¿Cómo cojones podéis aceptar esto sin más? ¡Se niega a contarnos cómo defendernos!
—No puedo dejar que intervengáis —explica la directora con severidad—. El Consejo me ha prohibido expresamente…
—¿Qué es lo que te han prohibido en concreto? —pregunta Minoo—. ¿Que nos defendamos? ¿Que sepamos contra qué estamos luchando?
La directora se vuelve hacia ella. A Minoo se le acelera el corazón. No está acostumbrada a cuestionar a ninguna autoridad. Y menos cuando se trata de la directora del instituto.
—Tienes razón —dice Adriana López al fin—. Os diré lo que sabemos de vuestros enemigos.
—Perdona, pero ¿has dicho enemigos en plural? —pregunta Vanessa.
—Os lo explicaré si puedo hablar sin que me interrumpáis —dice la directora.
Vanessa hace un gesto de exasperación.
—Como ya os he dicho antes, se producen luchas más allá de las fronteras interdimensionales —comienza la directora—. Eso es lo que está a punto de ocurrir aquí. Los demonios tratan de entrar en nuestro mundo y, al parecer, vosotras entorpecéis su camino.
—¿Y qué es un demonio? ¿Una especie de diablo o qué? —pregunta Vanessa—. ¿De esos que poseen a la gente? ¿Estará Gustaf poseído?
—Los demonios pueden influir en la gente —dice la directora—. Pero no contra su voluntad. En cambio, sí pueden conceder poderes a quien se aviene a colaborar. Los demonios llaman a esto «bendecir» a una persona. Los benditos pueden a su vez causar muchísimo daño. Si Gustaf está bendito, puede resultar peligrosísimo. Está en contacto directo con los demonios. Son su fuente de poder. Bajo ningún concepto debéis enfrentaros a él.
—En otras palabras, tú crees que quien ha matado a Rebecka y a Elías es una persona normal, ¿no? —pregunta Minoo—. Alguien que trabaja para los demonios, ¿verdad?
—Esa es la teoría del Consejo —responde la directora—. Trabajan con vuestro caso día y noche. Pero tenéis que ayudarnos. Ahora es más importante que nunca que estudiéis el Libro de los paradigmas.
—Pero todavía no has contestado a mi pregunta —dice Vanessa—. ¿Qué es un demonio?
—Es más correcta la denominación de «fuerzas demoníacas». Ellos no se ven como individuos, sino como partes de un todo más amplio. Son una especie de seres intermedios que viven entre nuestro mundo y los otros mundos. No sabemos de dónde vienen. En realidad no sabemos mucho de esos otros mundos.
—¿Y qué es lo que quieren? —pregunta Linnéa acercándose despacio a la directora.
—Todo está en el Libro de los paradigmas —responde retrocediendo un paso de forma casi inconsciente—. Llegado el momento lo sabréis.
Linnéa se detiene tan cerca que casi se rozan. Y entonces detecta la vacilación en sus ojos. Linnéa toma aire.
—No lo sabes. Ni tú ni el Consejo sabéis nada.
Por un instante parece que la máscara de la directora vaya a resquebrajarse. Pero la mujer recupera rápidamente el control sobre las facciones de su cara.
—No es verdad —dice.
—Por eso te pones tan pesada con el Libro de los paradigmas —prosigue Linnéa—. Ni siquiera vosotros sabéis cómo se utiliza. Y esperáis que lo hagamos nosotras.
—Vosotras partís de unas premisas completamente distintas, puesto que tenéis poderes congénitos… —comienza la directora.
—Exacto —la interrumpe Linnéa—. Somos más fuertes que vosotros. Nos tenéis miedo.
—Te estás equivocando por completo —dice la directora con tono de superioridad.
—No —dice Linnéa con serenidad—. Por fin lo he comprendido todo.
Sonríe triunfal.
—La directora no es nuestro enemigo —añade Minoo.
—Anda, cierra el pico —dice Linnéa—. Quiere que nos quedemos aquí sentadas mirando el Libro para averiguar qué es lo que nos va a aniquilar. Pero yo pienso parar todo esto.
—Sí, vamos, dispara primero y pregunta después —dice Minoo.
—Exacto —continúa Linnéa—. Y no pienso permitir que me detenga una persona que ni siquiera debería estar aquí.
Es como un puñetazo en el estómago. Minoo tiene que apartar la vista. No puede mirar a las demás a los ojos. Tiene tanto miedo de ver en ellos compasión como de ver que están de acuerdo.
—Déjalo ya —ordena Vanessa.
—¿Qué problema tienes? —masculla Linnéa.
—Sí, claro, ¿qué será? —dice Vanessa—. Será que me cuesta un poco olvidarme de eso que has dicho antes, lo de matar a Gustaf Åhlander. ¿Y cómo lo vamos a hacer? ¿Lo apuñalamos cuando vuelva del entrenamiento de fútbol? ¿Le prendemos fuego a su casa? ¿O le compramos a Jonte una pistola y le pegamos un tiro?
—¡Ellas han visto que fue él! —exclama Linnéa señalando a Anna-Karin y a Ida.
—¡Y aun así no están convencidas! —dice Vanessa—. O sea, ¿cómo puedes estarlo tú? Lo que pasa es que quieres tener a quién culpar. Eso es lo que te pasa.
Hay una calidez en la voz de Vanessa que Minoo no le había oído antes.
Linnéa mira a Vanessa y por un instante parece que va a empezar a llorar. Pero coge el anorak y se va. Vanessa la llama justo en el momento en que atraviesa el manto vibrante que rodea la pista de baile. Linnéa se detiene y se da la vuelta.
—Dijimos que íbamos a seguir juntas. Nos lo prometimos —dice Vanessa.
—Ya, pero entonces creíamos que era importante —responde Linnéa—. Y no lo es. De todas formas vamos a morir.
Señala a la directora.
—Y si creéis que ella os va a proteger, estáis equivocadas. Ha sabido mentir mientras se ha creído sus propias mentiras. Pero ya no puede engañarse ni a sí misma.
—Pero el Libro de los paradigmas… —comienza Anna-Karin.
—¿Alguna de vosotras puede leerlo? —pregunta Linnéa.
Nadie responde.
—Eso era lo que yo pensaba —confirma Linnéa.
Minoo siente una fugaz satisfacción reprobable. Es decir, no es la única incapaz de interpretar aquellos signos misteriosos.
—Hace falta práctica —insiste la directora.
—Y tú —dice Linnéa—. No vuelvas a dirigirme la palabra.
Para asombro de Minoo, la directora no replica.
Nadie dice nada hasta que Linnéa se ha esfumado en la oscuridad.
—Bueno —dice Vanessa—. ¿Alguien quiere añadir algo?
Minoo jamás ha oído un silencio tan elocuente.
—No sé lo que pensáis hacer vosotras, pero yo voy a emborracharme —continúa Vanessa—. Pues nada, feliz día de santa Lucía.
Las demás recogen sus cosas y abandonan la pista de baile en silencio. Al final solo quedan Minoo y la directora. El fuego azul empieza a extinguirse. La luz tiene la intensidad justa como para que Minoo pueda distinguir las facciones de Adriana López, que mira a Minoo con expresión grave.
—Espero sinceramente que no hayas creído las palabras de Linnéa —dice la directora.
—Por supuesto que no —responde Minoo.
Es cierto que tampoco confía en ella al cien por cien, pero la sola idea de que la directora sepa tan poco como ellas mismas se le antoja demasiado aterradora como para considerarla siquiera.
—Bien —continúa la directora, relajando la expresión hasta convertirla en una sonrisa—. Minoo, no debes dar crédito a eso otro que dijo Linnéa. Siento muchísimo haberme expresado como lo hice la última vez que nos reunimos. Puede que sonara a que tú no formabas parte de esto tanto como las demás. El Consejo y yo estamos convencidos de que tienes un papel muy importante. Es solo que tus poderes están resultando más difíciles de definir.
—Vale —dice Minoo—. Gracias. Quiero decir…
Se queda sin palabras.
—¿Sabes, Minoo? —dice la directora—. Es posible que no debiera decírtelo, pero reconozco mucho de mí en ti. Te lo estás tomando en serio y no llevas la contraria por principio, sino que tienes la sensatez suficiente como para escuchar a quienes saben más. Son unas cualidades muy valiosas. A decir verdad, a veces quisiera que tú fueras la única Elegida.
—Gracias —susurra Minoo, abrumada por tanto elogio.
—¿Quieres que te lleve a casa? —pregunta la directora.
—Sí, gracias —repite Minoo.
Y solo cuando se alejan del bosque y ven las luces del centro de Engelsfors, empieza Minoo a preguntarse si realmente es un cumplido que te digan que se te da bien obedecer órdenes ciegamente.