30
A las nueve y media se oye el ruido de un coche que se acerca haciendo crujir la grava bajo las ruedas. Minoo se guarda el libro de biología y se levanta al mismo tiempo que un Mercedes azul oscuro entra en el recinto del parque.
El coche se detiene, Anna-Karin sale y se dirige irritada hacia la pista de baile. Se coloca lejos de las demás con los brazos cruzados, como para demostrar su enfado.
—Hola —dice Minoo, pero Anna-Karin sigue mirando al suelo.
—Buenos días —responde la directora, que se acerca con Ida pisándole los talones.
Ida parece tan adormilada que Minoo se pregunta si podría abrir la boca aunque quisiera.
—Debe de haber sido un paseo en coche de lo más agradable —dice Linnéa.
Vanessa se ríe y Minoo se irrita. ¿Es que no pueden comportarse?
Adriana López se dirige al centro de la pista de baile con el abrigo negro entallado aleteándole alrededor de los pies. Lleva guantes de napa y un sombrero de piel muy elegante. Minoo piensa, llena de admiración, que parece un personaje de una novela rusa del siglo XIX. Lleva en una mano un gran bolso de piel negra. Lo deja en el suelo a su lado.
—Pido perdón por el retraso. —Se vuelve hacia Ida, que se ha parado en la escalinata que conduce a la pista de baile—. Ven, entra en el círculo. —Minoo mira a su alrededor preguntándose a qué círculo se refiere la directora. Cuando cae en la cuenta, se irrita ante su torpeza. La pista de baile es un círculo.
Ida da los pocos pasos que la separan de la pista de baile muy en contra de su voluntad.
—Vamos a entrar un poco en calor —dice la directora. Mira fugazmente a Vanessa y a Linnéa—. Os sugiero que os bajéis del escenario.
Linnéa y Vanessa se levantan despacio. Minoo cree que tienen tanta curiosidad como ella, aunque intenten ocultarlo.
La directora saca del bolsillo un pequeño cilindro negro y retira la parte superior, como si fuera una barra de labios. Luego empieza a dibujar un círculo en el suelo, en el centro de la pista de baile, y Minoo recuerda los símbolos de la casa de la directora.
Minoo busca la mirada de Vanessa, que observa a la directora.
Adriana López dibuja un signo en el centro del círculo. Parece absolutamente concentrada. Cuando se levanta, retira de la barra unos cuantos hilos pringosos antes de volver a taparla.
—¿Qué es eso? —pregunta Vanessa.
—Ectoplasma —responde la directora secamente.
Minoo se pregunta si esa respuesta les dice a las demás algo más que a ella.
Adriana saca un libro. Tiene la cubierta de piel desgastada y de color negro. Y es del tamaño de un libro de bolsillo normal. Lo abre y saca un objeto brillante que llevaba escondido bajo el abrigo. Parece una especie de lupa de plata, colgada de una larga cadena que lleva al cuello. Ajusta la lupa como si fueran unos prismáticos y se la lleva al ojo.
Minoo se espera que empiece a salmodiar alguna fórmula mágica con voz solemne, pero lo único que hace es murmurar unas palabras en voz muy baja, como cuando alguien que no sabe leer bien va siguiendo el texto. Una hoguera de medio metro de altura surge en el acto, llameante, en el centro del círculo dibujado.
No es un fuego corriente, sino que arde en unos tonos que van desde el cobalto hasta el azul celeste. Le lleva unos minutos darse cuenta de por qué el fuego es tan espeluznante. No es por el hecho de que sea azul, ni de que esté ardiendo a unos centímetros del suelo, sino porque es totalmente silencioso. No se oye crepitar ni lo más mínimo.
Después de tan solo un par de segundos, Minoo nota el calor en la cara. La directora se quita el abrigo, el sombrero y los guantes, y lo deja todo en un montón pulcramente colocado en el suelo de madera, junto a la barandilla. Debajo lleva un traje gris oscuro de muy buen corte.
Minoo también se quita la ropa de abrigo y la pone en el suelo.
Entonces nota que el aire vibra alrededor de la pista de baile. Con mucha cautela extiende el brazo. Aprecia cierta resistencia, como de una membrana fina, invisible.
—Inténtalo. —Se oye la voz de la directora.
Minoo se da la vuelta. La directora la mira y asiente alentándola. Estira el brazo un poco más y atraviesa la membrana. Al otro lado el aire está frío.
—Un círculo exterior —dice la directora abarcando con un gesto de la mano la pista de baile redonda, antes de señalar el círculo más pequeño, en cuyo interior arde el fuego—. Y otro interior. El círculo exterior crea vínculos. En el interior se encuentra la fuente de poder.
—¿Y qué es la fuente de poder? —pregunta Vanessa.
—El signo del círculo interior.
—¿Pero qué clase de signo es? —insiste Vanessa.
—Si queréis que os enseñe, debemos ir paso a paso. Y tenéis que confiar en mí.
—Por supuesto —asiente Linnéa con ironía—. Mientras tanto, nos convertiremos en asesinas simplemente.
—Ya os he explicado la situación una vez. Además, existe otro factor que el Consejo me ha pedido que os aclare.
Minoo saca el cuadernito y el bolígrafo que siempre lleva encima. Desde luego, es una repelente.
—Según la profecía, al mal le será imposible rastrear a la Elegida. Al menos hasta que se aproxime la gran batalla, que tardará varios años en llegar. Creíamos que teníais algún tipo de protección mágica, que erais invisibles para el mal.
—Has dicho que la gran batalla tardará varios años en presentarse —dice Minoo sin dejar de anotar—. ¿Y esos cuántos años son?
—No es seguro. Como mínimo dos años pero, probablemente, más bien diez, según nuestros cálculos.
—O sea, que para cuando vayamos a graduarnos tendremos aquí el Armagedón. Como si no estuviera ya bastante desmotivada para los estudios —dice Linnéa.
—Esto no tiene nada que ver con el Apocalipsis bíblico —dice la directora en tono cortante.
—Pero ¿puedes contarnos a qué debemos enfrentarnos en esa lucha? ¿No crees que es hora de que nos hables de la profecía? —insiste Vanessa.
—No es tan fácil…
—¿Para qué nos has traído aquí si no nos vas a dar respuestas? —pregunta Linnéa.
—Ya basta —ordena la directora alzando una mano—. Puede que Nicolaus os permitiera que le tomarais el pelo, pero a mí no podéis tratarme así. Estoy aquí para enseñaros a dominar y desarrollar vuestros poderes, y os comportáis como niñas. No puedo enseñar los principios de la magia a unas niñas.
Nadie dice nada.
—Vuestros poderes son un gran don —prosigue—. Pero también pueden ser peligrosísimos. Para vosotras y para los demás. Ahora están en mantillas pero, a medida que se vayan desarrollando, os costará más controlarlos.
Se vuelve hacia Vanessa.
—Puede que un día, después de hacerte invisible, descubras que no puedes invertir el proceso. Puede que te veas obligada a vivir como una sombra el resto de tus días.
Vanessa para de masticar el chicle en seco.
Debe de ser la peor pesadilla para alguien a quien tanto le gusta su propia imagen, piensa Minoo.
—Lo mismo puede decirse de las demás —continúa la directora y detiene la mirada en Anna-Karin, antes de posarla en Ida, en Minoo y en Linnéa—. Incluso de vosotras, que todavía no habéis desarrollado ningún poder.
Minoo quizá debería haberse asustado pero la palabra «todavía» le produce una alegría inmensa. Es posible que ella también tenga un poder. Al menos eso parece creer la directora.
—En el mundo siempre ha existido cierto grado de magia. La solidez de los límites entre el nuestro y otros mundos ha variado según las épocas.
—¿Qué es todo eso de «otros mundos»? —la interrumpe Vanessa.
—Nuestro mundo no es el único. Hay infinidad de mundos diferentes. Pero no vuelvas a interrumpirme —ordena la directora con tono cortante—. Los últimos milenios hemos vivido un período de sequía mágica, con resurgimientos locales aislados. Como el que tuvo lugar aquí hace algo más de trescientos años. Creo que vuestros sueños pueden ser algo así como un eco de lo que sucedió entonces.
—¿Cómo sabes qué sueños tenemos? —pregunta Vanessa.
—El cuervo oyó y vio todo lo que se dijo la noche en que os despertaron. A mi juicio, y a juicio del Consejo, quien habló a través de Ida era la Elegida en el siglo XVII.
—¿Y quién era? —pregunta Minoo—. ¿Y qué le ocurrió?
—No lo sabemos. La iglesia y la vicaría ardieron en 1675, y se destruyeron gran cantidad de documentos importantes.
La directora las mira muy seria.
—Si me he referido a los últimos dos mil años como una sequía mágica, la época que se avecina puede compararse con una crecida. Los sujetos con poderes como los vuestros han sido escasísimos, pero ahora han empezado a aparecer en diversos lugares del mundo. La batalla que tendrá lugar aquí puede alterar toda nuestra realidad.
—A eso se refería Nicolaus cuando hablaba de nuestro destino —recuerda Anna-Karin.
Adriana aprieta levemente los labios.
—Yo preferiría llamarlo misión —dice.
—¿Quieres decir que el destino del mundo se resolverá aquí, en Engelsfors? —pregunta Vanessa.
—Comprendo que resulta difícil de imaginar —responde la directora con un amago de sonrisa—. Pero bien podría ser. En este lugar se observa un alto grado de actividad mágica que no parará de crecer.
Minoo la escucha fascinada.
—Es decir, que no hay magia en todas partes, ¿no?
—No —responde la directora y la mira con aprobación, como si fuera una buena pregunta—. Creemos que la energía se difundirá abarcando zonas cada vez más extensas, pero en estos momentos se trata de fenómenos muy locales.
Vanessa parece pensativa.
—¿Quiere eso decir que nuestros poderes no funcionan en todas partes? Vamos, si me fuera de vacaciones a Ibiza, por ejemplo, ¿podría hacerme invisible allí?
—Precisamente Ibiza presenta un alto grado de actividad mágica. Pero sí, lo has entendido bien. El poder no solo procede de vosotras mismas sino que, por así decirlo, debéis estar vinculadas a una fuente de poder. Y esa fuente de poder está aquí. Necesitáis a Engelsfors, exactamente igual que os necesitáis mutuamente y que Engelsfors os necesita. Todavía no sabemos por qué sois… erais, siete. Pero juntas formáis un círculo. Las brujas han trabajado siempre en círculo. Jamás llevaréis a cabo nada trascendente si no aprendéis a colaborar.
Da la sensación de que la directora se equivoca al reducir todo aquello a una «misión», piensa Minoo. «Destino» es una palabra mucho más adecuada. Rebecka lo comprendió. Esto es algo muy superior a ellas. Algo que están predestinadas a llevar a cabo. Pero la conclusión es la misma: están vinculadas a Engelsfors. Y entre sí.
—¿Más preguntas? —dice la directora.
Todas guardan silencio. Adriana sonríe satisfecha.
—Muy bien. Entonces, hablemos de magia. La teoría y la práctica.