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Cuando Minoo y Vanessa cuentan lo que han visto en casa de la directora, Anna-Karin se siente inesperadamente excluida. Es como si hubiera necesitado verlo con sus propios ojos para creerlo. Ella era la que más motivos tenía para haber aceptado a aquellas alturas que lo sobrenatural es natural. Pero mientras las oye contarlo, le suena como una historia de fantasmas cualquiera.

Anna-Karin está sentada en el escenario contemplando la pista de baile. Allí se conocieron sus padres hace mucho tiempo. Y eso más o menos es lo que sabe. Su madre suele decir que su padre era guapo y que bailaba bien.

—Si hubiera sabido lo rematadamente mal que hacía todo lo demás, habría echado a correr tan lejos como me hubieran permitido las piernas —dice siempre para concluir la historia, con una risita amarga. Y siempre parece que habría preferido salir corriendo, aunque eso hubiera implicado que ella no hubiera existido.

Ha empezado a caer una lluvia fina que resuena débilmente sobre el techo de la pista de baile. Va goteando y en el suelo de madera se han formado pequeños charcos. A los pies de Nicolaus se ha enroscado el gato negro de un solo ojo. Parece que Nicolaus ya se ha acostumbrado a él, e incluso ha tenido tanta imaginación, que le ha puesto al animal el nombre de Gato.

—Bueno, pues ya tenemos la certeza de que la directora es el asesino —concluye Vanessa.

—La certeza no —objeta Minoo.

—¿Cuántas pruebas necesitas? —pregunta Linnéa.

—Perdona —dice Ida—. Pero para mí que se os está escapando lo más importante.

—¿Y qué es? —replica Linnéa.

—Pues sí, te lo voy a explicar —dice Ida con un tono de voz que chorrea miel y veneno—. Lo importante no es que nosotras sepamos que es ella; lo importante es que ella sabe que hemos estado allí.

—No sabemos si nos vio —objeta Vanessa—. Si es que era ella.

Ida hace un gesto de exasperación.

—Os recuerdo que no somos del todo impotentes —dice Minoo, aunque no parece muy convencida.

—Si os enfrentáis a ella, me temo que sí —concluye Nicolaus.

Hasta ese momento ha estado ojeando en silencio las fotos del móvil de Vanessa. Ahora tiene la mirada perdida en el vacío.

—Sospecho que la directora tiene una alianza con fuerzas demoníacas.

Minoo saca un cuaderno y escribe frenéticamente.

—¿Fuerzas demoníacas? ¿De dónde mierda te has sacado eso? ¿Es que has tenido una iluminación? —pregunta Vanessa.

—Dios proteja vuestras almas —murmura Nicolaus y le flaquean las piernas.

Minoo aparta el cuaderno y lo mira extrañada.

—¿Estás bien?

Nicolaus dirige la vista hacia ella. Una vez más, está totalmente desorientado.

—¿De qué estábamos hablando?

—De la directora —responde Anna-Karin—. Y no sé qué de fuerzas demoníacas.

—¡Es verdad! Fuerzas demoníacas… La directora… —Desliza la mirada de nuevo a las fotos—. Yo he visto antes este objeto. Que Dios nos ayude.

—Valeeee… —dice Vanessa.

Anna-Karin se levanta y se le acerca mientras él sostiene el móvil mostrándole una de las imágenes. Representa un objeto de hierro con un tornillo enorme.

—Me resultaba familiar… Es un instrumento de tortura para arrancar la lengua.

—¿Cómo? —pregunta Ida con voz chillona.

—Se obliga a la víctima a meter la lengua por este aro, se atornilla y se tira de la lengua así… —Les muestra el procedimiento sacando la lengua todo lo que puede—. Luego se gira una rueda de modo que la lengua se va estirando cada vez más. Y se sigue hasta que se desgarran los músculos y se arranca la lengua. La lengua humana tiene una longitud sorprendente.

Anna-Karin contempla la imagen y se guarda la lengua todo lo que puede, como para protegerla. De repente ya no le resulta tan difícil creer en esa historia de fantasmas.

—La directora nos vio —dice Minoo en voz baja—. Estoy bastante segura. ¿Creéis que nos hará algo en el instituto?

—Allí fue donde murieron Elías y Rebecka —responde Linnéa.

—Pues ya veremos a quién de nosotros le toca el lunes —dice Vanessa.

Puede que lo haya dicho de broma, pero nadie se ríe.