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Vanessa se desnuda despacio, prenda tras prenda. Se le ve el cuerpo incandescente al resplandor de la hoguera. Lucky lanza un silbido de admiración y Wille le da un golpe en el brazo, algo más fuerte de lo necesario. Vanessa sonríe.

Dios, cómo le gusta estar borracha. Desaparecen las aristas y los problemas se vuelven insignificantes. Aquella cosa tan extraña que había ocurrido delante del espejo, y lo que pasó en casa de Jonte, carece por completo de importancia. Que Linnéa Wallin haya llamado a Wille carece por completo de importancia. Pronto todo carecerá de importancia. Dentro de dos años será mayor de edad. Y dentro de tres, habrá terminado el instituto. Entonces cogerá un coche, dejará la ciudad y no mirará una sola vez por el retrovisor. Y hasta entonces, piensa disfrutar de la vida todo lo que pueda.

Vanessa se ha quedado en bragas y sujetador. Coge la botella de absenta y refresco de cola que Wille tiene en la mano y da varios tragos generosos. Empieza a bailar despacio, como si estuviera oyendo en la cabeza una melodía sexy y no pudiera contener las ganas de moverse a su ritmo. Le gustaría que Michelle y Evelina estuvieran allí pero, por otro lado, está bastante bien ser la única chica.

—Joder, no tienes que dar un espectáculo porno —protesta Wille.

Ella no le hace caso y se vuelve hacia los demás.

—¿Alguien tiene un cigarro?

Los cinco empiezan a rebuscarse en los bolsillos. Mehmet, un chico guapo aunque bajito, le ofrece uno encendido. Al cogerlo, Vanessa le roza los dedos como por casualidad. El chico sonríe nervioso y ella casi puede oír cómo se empalma.

—¿Es que no va a venir Jonte? —pregunta Lucky sin apartar la vista de Vanessa.

—No tenía ganas —refunfuña Wille.

—Mejor —responde Vanessa—. Estoy más que harta de Jonte.

Risas dispersas de los chicos. Wille parece irritado.

—Bueno, yo pienso bañarme —dice Vanessa dirigiéndose al agua.

La luna llena brilla como un foco enorme sobre el lago. Las noches son ahora de una oscuridad otoñal de boca de lobo, y el aire huele a tierra y a bosque repleto de setas.

Vanessa tira el cigarrillo, que se apaga con un ruido sibilante al caer en la superficie. Luego se quita las bragas y el sujetador, los deja caer en la orilla y mete el pie en el agua. Está más fría de lo que había calculado, pero continúa adentrándose en el lago. Cuando el agua le llega por la cintura, se sumerge entera.

El lago la envuelve. El frío que nota en la cara le despeja la cabeza, y da unas brazadas. Allí abajo todo está negro y silencioso. El agua le acaricia el cuerpo mientras se desliza hacia la superficie y la atraviesa.

Vanessa respira hondo. Se sacude el agua y se pasa los dedos por el pelo para alisarlo. Luego mira hacia la orilla. El fuego forma una mancha de luz diminuta en medio de la oscuridad circundante. El bosque es una masa compacta que se mueve despacio al amor del viento.

La camiseta blanca de Wille brilla en la oscuridad mientras él baja al borde del agua.

—¡Ven aquí! —le grita Wille.

—¡No, mejor ven tú! —le responde ella espantando los mosquitos que le zumban alrededor.

—¡Y una mierda, con lo fría que está!

Vanessa no responde, se sumerge otra vez. Su cuerpo ya se ha habituado al frío. Da volteretas, gira y gira hasta que no sabe distinguir qué es arriba y qué es abajo. Cuando se le agota el aire de los pulmones, enfila la superficie y casi le entra el pánico poco antes de alcanzarla. Estaba más al fondo de lo que creía. Vuelve a mirar la orilla.

Wille ya se lo ha quitado todo, menos los calzoncillos, y el agua le llega por las rodillas.

—¡Jooooder! —ruge protestando, y Vanessa se ríe.

—¡Eres un blando! —le grita ella.

Wille se adentra un poco más, hasta que el agua le llega por los hombros, sin dejar de maldecir.

—Luego estarás super a gusto, te lo prometo —le dice ella, provocadora.

—Ya, a ti te gusta prometer cosas que no puedes cumplir.

Y entonces Vanessa piensa en Linnéa. En que Wille le había prometido no volver a tener contacto con ella.

En realidad, no es celosa. Solo cuando se trata de Linnéa. Porque sabe que fue ella la que le dio puerta a Wille. De no ser por eso, tal vez seguirían juntos. Pero Vanessa no piensa decirle nada de la llamada telefónica. Se niega a demostrar que Linnéa le infunde inseguridad. Además, desprecia a las chicas que husmean en el móvil del novio.

Wille nada con grandes brazadas. Ya puede distinguir sus rasgos. Acaba de alcanzarla y la abraza. Los dos tienen la cara mojada, se acercan y ella lo besa. Sus cuerpos se frotan suavemente bajo el agua.

—Eres tan sexy… —le susurra Wille con ese tono de voz que sabe calentarla por dentro.

—Pues anda que tú… —susurra ella a su vez, deslizando un dedo por el interior de los calzoncillos—. Ve a buscar una manta.

—¿Al sitio de siempre? —pregunta Wille sonriendo como embriagado.

Ella asiente, y se besan otra vez.

—Date prisa —le advierte, antes de dar unas patadas en el agua y varias brazadas de espalda.

Wille suele meterse con ella porque siempre tiene ganas de acostarse, pero, por supuesto, Vanessa sabe que a él le encanta que sea así. Cree que es por él, que es tan increíblemente bueno en la cama que por eso ella siempre quiere. Pero a Vanessa siempre le ha encantado el sexo. Incluso la primera vez que, según dice todo el mundo, iba a doler tanto. El sexo es como estar borracho. La hace olvidar todo aquello en lo que no quiere pensar. La hace sentirse como el centro del universo.

Vanessa se estremece al salir del agua. El cuerpo le pesa una vez en tierra, fuera del agua. El efecto del alcohol no se le ha pasado tanto como creía. Se tambalea al agacharse a recoger la ropa interior y se la pone.

Levanta la vista y vuelve a fijarse en la luna. Está de color rojo sangre. Jamás ha visto nada igual.

Wille la espera tumbado en la manta cuando ella llega al bosquecillo. Su lugar secreto.

—¿Has visto la luna? —pregunta Vanessa.

Wille no responde, simplemente da una palmadita en la manta, a su lado. Ella se tumba y él se le echa encima enseguida. El mundo entero se balancea de pronto.

—No me encuentro bien —le dice ella apartándolo.

Un instante de vértigo y al momento siente que algo se apodera de su cuerpo. Se incorpora, pero no ha sido ella.

—¿Pero qué haces? —pregunta Wille como de lejos.

Vanessa vuelve a sentir vértigo. Lo ve todo desvirtuado. Es como mirar por el lado contrario de unos prismáticos. Nota que su cuerpo se levanta y se hace con la manta de un tirón tan fuerte que Wille sale rodando. Luego se envuelve con ella y se aleja caminando. Sus pies la guían perfectamente, a pesar de la oscuridad y de que el terreno está plagado de piedras y baches. Siente las piernas bien firmes.

Wille la coge por el hombro y hace que se dé media vuelta para verle la cara. Parece preocupado, y ella quiere tranquilizarlo, pero no puede pronunciar una sola palabra. Se suelta y echa a andar en plena noche. En algún lugar cercano grazna un cuervo.

—¡Vale, tía, pues nada! —grita Wille a su espalda.

Esta debe de ser la peor cogorza de mi vida, piensa Vanessa.

Anna-Karin está en su cuarto, delante del ordenador. Tiene la vista fija en la pantalla, en la conversación que está teniendo lugar.

Cuando estaba en primaria, se creó un perfil en una de las páginas más populares. Hoy, al pensar en ello, se indigna consigo misma, ¿cómo pudo ser tan tonta y creer que conseguiría amigos aunque fuera por esa vía? Como es lógico, ellos la encontraron. Ida y Erik Forslund le sonsacaron la contraseña. Jamás olvidará las fotos que colgaron allí. Ni las cosas que escribieron.

Aquel perfil sigue activo. Ellos cambiaron la contraseña para que Anna-Karin no pudiera entrar y borrar la cuenta. A veces entra a mirar para recordarse a sí misma que nunca debe confiar en nadie. Es como la costra de una herida que no puede dejar de rascarse.

Más de una vez entra en diversos blogs donde la gente cuenta su vida. Gente que piensa que lo que han cenado ese día o qué ropa se han puesto es tan importante que tienen que comunicárselo a todo el mundo.

A veces, cuando alguien se queja demasiado de sus problemas inexistentes, se indigna tanto que tiene que escribir algo con saña. Luego se queda despierta durante horas, aterrada ante la idea de que el propietario del blog logre dar con su pista.

Ahora está en el blog de Evelina, la amiga de Vanessa Dahl. En la última entrada ha escrito lo tristísimo que es que un chico de su mismo curso se haya quitado la vida. En la entrada siguiente, ha puesto una foto suya con Jari Mäkinen. Tienen las caras tan pegadas que les tuvo que doler. Evelina parece subida a la espalda de Jari y sujeta a él. Se parece a una de las negras guapas que salen en los vídeos de hip-hop, piensa Anna-Karin.

MI AMIGO JARI Y YO …………….. 2 HOT 4 SCHOOL?????: P

Anna-Karin nota que le arden las mejillas por la luz de la pantalla. Evelina es tan pava, siempre anda detrás de los chicos de tercero. Aun así, no hay cosa que Anna-Karin desee más que ser Evelina precisamente en esa foto.

A solas y encerrada en su habitación, sin que nadie la vea, examina cada píxel de la cara de Jari. Así lleva años mirándolo. Mirándolo, observándolo, contemplándolo cuando estaba convencida de que nadie la veía. El padre de Jari ayuda de cuando en cuando en la granja al abuelo y a su madre, y cuando Jari era pequeño, a veces lo acompañaba. Entonces Anna-Karin se encerraba en su habitación hasta que se iban.

Anna-Karin está a punto de escribirle una maldad a Evelina en el campo de los comentarios cuando nota un hormigueo en las piernas, como si se le hubieran dormido.

Un segundo después, se levanta con tanto ímpetu que la silla sale rodando al otro lado de la habitación.

No he sido yo, piensa aterrorizada. No he sido yo.

Cuando se despierta, Minoo se encuentra en el jardín, en pijama.

Lleva puestas las zapatillas. Lo último que recuerda es que estaba estudiando en la cama. Debió de quedarse dormida.

El pánico empieza a brotarle en el cuerpo cuando nota que los pies echan a andar por sí solos. Cruza el jardín y sale a la calle.

¿Será un sueño? No. Está segura de que no. Trata de detenerse, de retroceder, de darse la vuelta, de correr en dirección contraria. Pero su cuerpo se mueve implacable hacia delante.

Las calles están desiertas. Reina el silencio en la noche. Lo único que se oye es el ruido de las suelas de goma sobre el asfalto y su respiración. Intenta gritar, pero solo consigue emitir un débil lamento.

Es raro esforzarse por pensar de forma lógica en una situación tan extraña, pero es lo único que Minoo es capaz de hacer para que el pánico no se transforme en una especie de locura. Intenta recordar si ha leído algún libro sobre algo parecido, pero las ideas discurren por derroteros que la asustan más aún. Locura. Obsesión.

Al final, trata de no pensar en absoluto.

Minoo llega a la carretera nacional y ve que un camión se acerca tronando por la izquierda. Su cuerpo ni siquiera aminora el paso, sino que sale derecho a la carretera. El camión toca el claxon. Minoo grita por dentro. La tierra le vibra bajo los pies, que continúan su obstinado avance. Ella se prepara para el instante en que su cuerpo recibe el impacto, queda aplastado y extendido por la calzada.

Pero ese instante no se produce.

No es capaz de determinar si es el monstruo de metal o tan solo el viento lo que le roza la espalda. El camión toca el claxon desesperadamente sin aminorar la marcha, pero Minoo está a buen recaudo, al otro lado de la carretera.

Sus pies empiezan a trepar por el empinado terraplén que se extiende junto a la carretera. Se resbala sobre la hierba húmeda y se le escapa una zapatilla. Nota la tierra fría bajo los pies mientras continúa hacia arriba. La luna brilla en el cielo negro. Es de un rojo sobrenatural.

No puede ser, piensa.

Cuando alcanza la cima, comienza a seguir las vías del tren. Al cabo de un rato, pierde la otra zapatilla.

El bosque se adensa en torno a las vías. El resplandor de la luna brilla intensamente iluminando los raíles. Minoo piensa que es extraño que la luna sea roja, pero que brille como siempre.

Afina el oído por si se acercara un tren.

El ferrocarril apenas se usa por la noche, pero a veces pasan largos trenes de mercancías que se oyen desde su casa.

Atisba un riachuelo susurrante y el viejo sendero de gravilla. Casi nadie lo usa desde que construyeron la carretera por el centro de Engelsfors. Tan solo algunas personas que van a recoger setas o a montar a caballo lo frecuentan.

De repente, Minoo cambia de dirección. Baja deslizándose por el terraplén que hay al otro lado de la vía hasta el sendero. Siente las piernas extenuadas, pero siguen caminando.

Se le clava la gravilla en las plantas de los pies. En algún lugar, sobre su cabeza, se oye el azote de las ráfagas de viento. A lo lejos divisa Kärrgruvan, el teatro al aire libre, cerrado desde hace mucho. La cerca de rejilla metálica que rodea la zona está rota por varios sitios. Los altos arbustos, que antes podaban con formas llenas de imaginación, han crecido libremente.

Minoo atraviesa el arco de la puerta coronado por un letrero que dice «KÄRRGRUVAN», y pasa por delante de la vieja taquilla, cerrada con listones claveteados alrededor de la ventanilla. Ve la pista de baile circular, cuyo tejado puntiagudo le recuerda a la carpa de un circo. Más allá hay una caseta desportillada de color rojo con una ventanilla cerrada. Encima se lee «SALCHICHAS», en grandes letras blancas.

Curiosamente, aquel lugar se le antoja más desierto y amenazador cuando piensa que hubo un tiempo en que estaba lleno de vida, de risas y de expectativas.

Pero no está abandonado del todo, acaba de verlo.

Hay alguien entre las sombras, junto a la pista de baile.

Los pies de Minoo se paran en seco. La figura se aparta de las sombras y adquiere una forma concreta. Minoo la reconoce enseguida.

Es el conserje del instituto.