AYLA (3)
INSPIRAS, ESPIRAS
Tocaba el piano en una sala tan blanca como la nieve, resplandeciente y pura. Sus dimensiones eran tan grandes que no alcanzaba a ver las paredes. A mi lado se encontraban los gemelos Percan y Percun, primos de Laranar, escuchando atentamente la melodía desconocida para ellos pero muy común en la Tierra, Für Elise de Beethoven.
—¿Quién te enseñó a tocar? —Me preguntó Percan.
—Mi madre —respondí sin apartar la vista de las teclas—. Era pianista, enamoró a mi padre con una composición suya.
Mis dedos se movían con soltura como si recordasen qué tecla tocar sin siquiera pensar.
—Es extraño, ¿dónde estamos? —Quise saber—. ¿Qué es esta sala?
Alcé la vista para mirar a los gemelos que estaban recostados en el piano.
Al día siguiente de la asamblea, ya confirmada como elegida, Laranar me dio autorización para vagar por palacio, siempre y cuando no saliera a los jardines donde podía ser peligroso por mi seguridad. Conocí a varios componentes de la familia real, como los gemelos, unos chicos agradables que habían heredado los cabellos dorados de la realeza.
—Podrías dejar de tocar el piano —esa voz era de la elfa Margot. Una princesa, prima de Laranar, que ocupaba el puesto número tres de heredera a la corona. Era tan bella que su sola presencia fue un rayo de luz en aquella sala ya resplandeciente. También era dueña de unos cabellos del color del oro; aunque su carácter era prepotente y desafiante. Por algún motivo no le caí bien—. Podrías dejarnos descansar de esa horrible música de tu mundo.
Estaba a mi espalda, no la veía pero supe que se encontraba a mi lado, muy cerca.
Los gemelos se enfadaron con ella, no demasiado, pero lo suficiente como para hacer que se fuera.
Terminé de tocar la melodía y cuando alcé la vista me encontré sola en la habitación blanca. En aquel lugar infinito.
—¿Hola? ¿Hay alguien ahí?
El eco me devolvió mis propias palabras.
—Has mejorado —dijo una voz y de pronto tuve a una mujer sentada a mi lado, en el banco, con las manos puestas en las teclas del piano.
Al principio no la reconocí, luego su imagen vino a mí como un golpe inesperado.
—¡¿Mamá?! —Exclamé y sin pensarlo la abracé—. ¡Mamá!
Respondió a mi abrazo, permaneciendo juntas por unos segundos que me supieron a poco. Como compensación me regaló una sonrisa en cuanto me retiró, una sonrisa que eché a faltar durante años. Seguidamente me limpió las lágrimas de los ojos y yo cogí su mano besándola. La echaba tanto de menos.
—¿Qué haces aquí? —Quise saber con la voz estrangulada por la emoción—. Pero si estás…
No acabé la frase, temiendo que desapareciera.
—¿Muerta? —Ensanchó su sonrisa—. He venido a protegerte. —Era tan fantástico poder verla de una forma tan real. Su rostro ya no era una imagen borrosa en mi mente, era nítida y clara. Incluso su contacto era cálido, no una imaginación.
Quise memorizar su cara para refrescar mi mente, no volver a consentir que su rostro se desfigurase con el paso del tiempo. Fue entonces, cuando me di cuenta que mi abuela tenía razón al decir que nos parecíamos mucho, teníamos los mismos cabellos castaños, la misma cara; solo nuestros ojos eran distintos, los de mi madre marrones, los míos verdes como los de mi padre.
—¿De qué tienes que protegerme? —Le pregunté.
—Ya intentó matarte una vez —contestó—, ten cuidado, hará lo que sea para verte muerta. Mira —me señaló un punto alejado en el suelo. Era una mancha negra que empezó a extenderse por toda la sala. Acto seguido, mi madre hizo que me alzara cogiéndome de una mano y tiró de mí para que empezara a correr, huyendo de la oscuridad—. Sé fuerte —dijo corriendo junto a mí—. Debes vivir, no quiero que mueras. La oscuridad no puede vencerte.
»No tengas miedo a tus sueños si te localizan, Laranar te despertará antes que te ocurra algo.
—¿Laranar? ¿Conoces a Laranar? —Pregunté sorprendida.
—A su hermana, gracias a ella lograste sobrevivir aquella noche.
—¿Qué?
No entendía nada.
—Haz memoria, intenta recordar —me pidió, seria—. Ella te salvó.
Se detuvo, ignorando la oscuridad que se acercaba. Tiré de su brazo para que continuara corriendo, pero quedó clavada en el suelo sin intención de moverse.
—Corre —dijo liberándose de mis intentos por querer que avanzara.
—Ven conmigo.
—Sabes que no puedo —se volvió hacia la mancha negra—. La próxima vez te alcanzará, pero no dejes que vea vuestras intenciones.
Se desvaneció y la mancha negra continuó imparable. Volví a correr sin saber qué dirección tomar, enfrente todo era blanco a mi espalda un mar de oscuridad se hacía más y más grande.
Empecé a escuchar una voz que llamaba mi nombre «Ayla, Ayla, Ayla, Ayla…», no dejaba de llamarme…
Abrí los ojos y lo primero que percibí fueron las piedras que se clavaban por todo mi cuerpo al tener que dormir en el suelo, con una simple manta en medio del bosque. Acto seguido unos ojos azules y morados se interpusieron en mi campo de visión. Y algo dejó de zarandearme.
—Laranar —identifiqué cogiendo sus brazos que agarraban mis hombros—. ¡La he visto!
—¿A quién? —Preguntó preocupado—. Estás llorando, ¿Ayla, te han hecho daño?
—No —logré responder—, era mi madre.
—Entonces, solo era un sueño normal —dijo tranquilizándose.
—No lo era, era mi madre —dije para que lo comprendiera—. Llevaba años sin soñar con ella y ahora ha aparecido de pronto. Tan clara como tú ahora, era real.
Me soltó, mirándome comprensivo.
—Ayla, me dijiste que tu madre había muerto. Es imposible que…
—Era ella —respondí cortándole y empecé a explicarle todo lo sucedido.
Dejó que hablara, pero pude leer en sus ojos su reticencia a creer que mi madre había hablado conmigo en sueños. Intenté convencerle, pero únicamente obtuve una actitud respetable, no queriéndome contradecir por no herirme.
—Dudo que mis primos se colaran en tus sueños —dijo al final, viendo que no dejaba de insistirle—, sobretodo Margot.
Fruncí el ceño.
—Te digo que era mi madre, quizá sí que era un sueño normal al principio, pero luego mi madre apareció. ¡Y la mancha! —Exclamé—. ¿Cómo lo explicas? Mi madre dijo que era la oscuridad, que intentaban encontrarme.
Se paró a pensar mientras empezaba a tostar un poco de pan en el pequeño fuego que quedaba después de la larga noche.
Habíamos empezado la misión de recuperar los fragmentos del colgante seis días atrás, en un absoluto secreto. Íbamos a pie para coger caminos de difícil acceso con el único objetivo de engañar al enemigo; aunque aún no habíamos abandonado Launier, quedaban varias jornadas para alcanzar las fronteras.
—¿Te han intentado matar antes que llegaras a Oyrun? —Quiso saber.
—No —respondí con boca pequeña.
—¿Y por qué tu madre te diría que ya lo habían intentado en el pasado? No tiene sentido.
No supe qué responder y me dio rabia el pensar que mi historia cojeaba por según que puntos.
—Ehhh, vamos —me tendió una rebanada de pan con un poco de queso curado—. No llores más.
Me limpié el rostro, mis últimas lágrimas eran de rabia e impotencia por no poder demostrar que había visto a mi madre en sueños.
Desayuné en silencio, mientras Laranar acababa de recoger nuestro pequeño campamento. Iniciamos la marcha poco después. El elfo siempre yendo dos o tres pasos por delante de mí. Su ritmo era mucho más rápido que el mío, no obstante, me permitía descansar cada cierto tiempo para poder aguantar el curso del viaje. Hacia el mediodía aflojó el paso colocándose a mi lado.
—Estás muy seria —comentó—. Y apenas hablas.
Me encogí de hombros y le escuché suspirar.
—Los magos tienen maneras de infiltrarse en los sueños de las personas. Quizá, sí que estén intentando localizarte a través de ellos —dijo, sabiendo perfectamente qué me ocurría.
Alcé la vista para mirarle a los ojos.
—Entonces, ¿me crees?
—Se me hace difícil la verdad —respondió con sinceridad—. Sobre todo por el detalle que tu madre y mi hermana están muertas. No sé como Eleanor pudo salvarte en el pasado, más si no recuerdas que nadie haya intentado matarte.
Volví a agachar la vista al suelo.
Empecé a pensar que quizá sí que era un sueño normal fruto de los acontecimientos que habían sucedido y estaban por llegar. No obstante, algo me decía que había hablado con mi madre y solo esperaba que no fuera la nostalgia por querer volverla a ver, pero, si era así, ¿por qué precisamente ahora se aparecía en mis sueños? Llevaba años muerta.
—Descansaremos un rato —dijo Laranar dejando su bolsa de viaje en el suelo—. Comeremos y luego practicaremos un poco con el arco.
Asentí.
Dos días antes de salir de Sorania, Laranar me regaló un precioso arco, un carcaj y decenas de flechas. Me dio una clase rápida de cómo apuntar y disparar. Y una o dos veces al día lanzaba cinco o diez flechas para afinar mi puntería que era patética.
Logré que me enseñara después de insistirle decenas de veces y cuando logré que accediera quise añadirle unas clases rápidas de espada a lo que se negó en rotundo.
—Un arco es un arma que puedes utilizar en la distancia, una espada es para el combate cuerpo a cuerpo. Si orcos y ladrones te ven empuñar una espada serás una rival para ellos, pero si vas desarmada dejarás de ser peligrosa e irán a por el grupo que te protege, dejándote a ti —colocaba un dedo índice en mi hombro en ese momento— para el final.
—¿Y cómo sabes que orcos y ladrones actuarán así?
—Porque yo lo haría —respondió como si fuera obvio—. Matar primero a los que empuñan un arma, dejar para luego aquellos que están desarmados, es lógico.
—¿Y los magos oscuros? —Le reté—. Su principal objetivo soy yo.
Sonrió.
—Tienes el fragmento contra ellos, no necesitas más.
Y de esa forma, no hubo manera de conseguir una espada. Incluso intenté convencer a Raiben para que hablara con Laranar pero era de su misma opinión, si no iba armada no era un peligro, por lo que los enemigos no me tendrían en cuenta concentrándose en los que sí iban armados.
—Fíjate en mí —me pidió, tensando la cuerda del arco con una flecha a punto para disparar—. Tensas firmemente la cuerda, recuerda la postura al apuntar y disparar, es muy importante —al tiempo que hablaba, Laranar miraba fijamente su objetivo, una de las dos manzanas que iban a ser nuestro postre—, pero lo más importante es la respiración. Afianza la flecha respirando cada vez más despacio. Inspiras, espiras, inspiras, espiras. Apuntas y… disparas.
La flecha fue directa, como una bala, alcanzando justo una de las manzanas.
—Te toca —dijo, dejándome la segunda manzana para mí. Las habíamos colocado encima del tronco de un árbol caído.
Cogí una flecha de mi carcaj y la coloqué en el arco tal y como me había enseñado. Tensé la cuerda, apunté a mi objetivo y disparé.
La flecha se perdió en la lejanía.
—Recuerda la postura —me cogió de los hombros y me puso en posición— y abrir un poco más las piernas. —Me dio un ligero toque en el talón de un pie para que me pusiera bien—. Ahora, pruébalo de nuevo.
Se apartó dos pasos.
Tensé el arco y volví a disparar. Esta vez la flecha pasó muy cerca de la manzana pero no logré alcanzarla.
—Te quedan tres tiros, si no lo consigues te quedas sin postre y me comeré tu manzana… otra vez —dijo con una sonrisa.
Fruncí el ceño.
—No lo pienso permitir —dije tensando la cuerda del arco con otra flecha, pero volví a fallar.
Di una patada en el suelo de pura rabia y Laranar empezó a reír al ver mi actitud.
—Creo que fue un verdadero milagro que apuntases a aquel fénix en vez de a mí —comentó aún riendo.
Apreté los dientes y cogí la cuarta flecha.
Volví a disparar y el resultado no cambió.
—Parece que cada vez lo haga peor —comenté desilusionada sabiendo que me quedaría sin postre. Pero no me rendí y cogí la quinta y última flecha.
—Esto haces mal —Laranar se colocó a mi espalda, arrimado a mí y me abrazó ayudándome a apuntar bien a mi objetivo. Sus manos tocaban las mías mientras sus brazos se ciñeron a mi cuerpo. Empecé a notar como me faltaba el aire por su repentina proximidad, olía tan bien…—. ¡Concéntrate! —Me pidió alzando la voz para que volviera a la realidad.
Me puse colorada de inmediato, ¿tan evidente resultaba que me alteraba los nervios?
—Sí, sí… —contesté, haciendo un gran esfuerzo por pensar en la manzana y no en él.
—Bien, recuerda que el arco no puede temblar, debes afianzar la flecha para que vaya recta y no se desvíe —su mano firme, encima de la mía, lograba que el arco no me temblara—. Ahora, calma tu respiración, recuerda: inspirar, espirar, inspirar, espirar. —Me susurraba al oído—. Apuntar y…
—Disparar —dije.
Solté la cuerda y la flecha voló como un rayo impactando contra la manzana. Fue tal la fuerza con que la atravesó que mi postre cayó por detrás del tronco.
Sonreí y una mezcla de júbilo, triunfo y orgullo corrió dentro de mí. Volví la cabeza levemente para poder ver la cara de Laranar sin moverme del sitio.
—Lo he conseguido —dije orgullosa de mí misma, ensanchando mi sonrisa.
—Sí —dijo en un susurro.
Nos miramos directamente a los ojos y se hizo el silencio.
Bajé el arco lentamente sin apartar la vista de los ojos de Laranar, y este acompañó sus brazos con los míos sin dejarme de soltar. Su contacto lograba atravesar mis ropas hasta llegar a mi piel como fuego placentero. Sus labios se acercaron peligrosamente a los míos y el corazón empezó a latirme como un tambor enloquecido dentro de mi pecho.
»Recuerda la lección de hoy y acabarás siendo una buena arquera.
Casi rozó mis labios al hablar, casi. Seguidamente se apartó dejándome traspuesta, miré como se dirigió al tronco, lo saltaba y recuperaba nuestro postre. Luego volvió a acercarse a mí, sonrió y me tendió mi manzana.
—Enhorabuena —dijo—, tu primera manzana.
Continuamos nuestro camino, exhausta la mayor parte del tiempo por el ritmo al que me obligaba a viajar. Un día me quedé dormida de pie cuando me pidió esperar unos minutos para inspeccionar el terreno y estar seguro que no habíamos dejado huella de nuestro paso.
—Ayla —me zarandeó y abrí los ojos—, estás cansada.
—¿Ahora te das cuenta? —Contesté amargamente, no era mi intención hablarle de esa manera aunque supuse que el cansancio habló por mí—. Descansemos un poco —pedí—. No voy a aguantar mucho más. Además —cojeé del pie izquierdo—, creo que me ha salido una ampolla de tanto caminar.
Suspiró.
—¿Te ves con fuerzas de llegar hasta un arroyo cercano? —Preguntó señalándome el camino—. El agua calmará el dolor de tus pies.
—Y de paso nos lavaremos un poco —dije iniciando la marcha—. Tenemos unas pintas horribles, llevamos tres días sin poder lavarnos y desde que salimos de Sorania ni una sola vez he podido lavarme de cuerpo entero, y tú igual. No es por ofender, pero no olemos precisamente a rosas.
Sonrió levemente e inició la marcha colocándose a mi lado. En apenas un minuto llegamos a un riachuelo perfecto para poder asearnos y refrescarnos un poco. Era principios de verano y pese a que los grandes árboles del Bosque de la Hoja nos protegían del sol hacía calor.
Me quité las botas, los calcetines e identifiqué una herida sanguinolenta a la altura del tendón de Aquiles. La posible ampolla que pudiera haber tenido reventó y la zona estaba en carne viva. Al introducir los pies en el riachuelo la sensación del agua al rozarme en la herida fue un alivio infinito. Laranar empezó a lavarse, quitándose el arco y el carcaj que llevaba a la espalda, y desnudándose de cintura para arriba. Miré los árboles, a medida que nos dirigíamos más al norte iban encogiendo aunque no dejaban de ser enormes. Pequeños rayos de sol lograban llegar hasta nosotros y me tumbé en el suelo del bosque para disfrutar de aquel momento, con los pies en el agua y los débiles rayos del sol acariciando mi rostro.
Me quedé dormida en apenas un minuto, pero pronto Laranar empezó a zarandearme para que volviera a la consciencia.
—Déjame dormir un poco más —le pedí con los ojos aún cerrados.
—Llevas dos horas —respondió.
Abrí los ojos y le miré.
—¿Dos horas? —Quise cerciorarme y asintió, volví a dejar caer la cabeza en el suelo—. Pues me han parecido dos minutos.
A regañadientes me levanté, empecé a asearme como alma en pena y miré mi herida en el pie. Laranar se aproximó entonces y cogió mi bolsa de medicinas. Me la regaló Rein, el hijo de Danaver, antes de partir. En ella tenía todo tipo de plantas medicinales distribuidas por bolsitas de cuero para cosas tan comunes como dolores de cabeza, diarreas, vómitos, fiebre… Otras que eran potentes desinfectantes para heridas de gravedad, y la medicina más importante de todas, el antídoto contra el veneno de Numoní. Un brebaje guardado en una diminuta cantimplora de color roja y, aparte, una bolsita que incluía diferentes plantas que hervidas y administradas a la persona herida, aumentaban las posibilidades de sobrevivir a tan potente veneno. Como último una pequeña olla de no más de quince centímetros de diámetro para poder hacer las infusiones.
Laranar cogió mi pie.
—Debiste decírmelo antes —dijo al ver que se me había reventado la ampolla— y no estarías así.
—Supongo que mis suspiros, quejas, gemidos y lamentaciones no han sido suficientes —respondí con sarcasmo.
Me miró y negó con la cabeza. Sacó una botellita de vidrio que contenía un líquido de color rojo parecido al yodo y me la aplicó por la herida. Luego me puso un pequeño vendaje con una delicadeza abrumadora.
—Veo que tus manos pueden ser delicadas a la vez que mortíferas —comenté.
Alzó la vista y le sonreí. Por algún motivo le saqué los colores, bajó la mirada de inmediato, ató la venda y se alzó como huyendo de mí. Reí por lo bajo sin saber qué le podría haber hecho para ese súbito comportamiento.
—Esa herida necesita reposo pero aquí en el bosque no es seguro —dijo intentando no mostrar su inesperado nerviosismo—. Sanila se encuentra a pocas horas de distancia, pararemos allí y descansaremos un par de días.
Terminé de calzarme la bota.
—Creí que no querías pasar por ninguna ciudad o aldea.
—No, pero tampoco podemos permitirnos parar dos días en el bosque, podrían aprovechar para ubicarnos —tiró la capucha de mi capa hacia delante—. Ves, así nadie te reconocerá si no ven que eres humana y yo seré un simple elfo —se quitó el anillo real que le identificaba como el príncipe heredero del reino y se lo guardó en el bolsillo de se mochila—. Vamos.
Iniciamos la marcha más lenta que de costumbre; la herida, lavada, desinfectada y vendada dejó de dolerme por un tiempo, el justo hasta llegar al mar y ver en la lejanía como una bella ciudad—custodiada por inmensos navieros— se alzaba ante nosotros. Era la ciudad de Sanila, última ciudad ubicada a pocos kilómetros de las fronteras y la única donde se permitía el paso al resto de razas de Oyrun para comercializar con ellos.
SANILA
Entramos en la ciudad de Sanila después de haber andado cerca de un kilómetro por una bonita playa de fina arena blanca. A nuestra llegada, entrando por el acceso del puerto, varios navíos eran descargados por elfos y humanos, trabajando juntos para intercambiar los productos que ambas razas comerciaban. Eran muchas las embarcaciones que llegaban a la ciudad costera y barcos de todo tipo, grandes y pequeños, eran recibidos expectantes por saber que traían en sus bodegas. Identifiqué los barcos de los elfos rápidamente pues estos estaban decorados con alguna figura élfica en la proa y, a simple vista, parecían más dinámicos y rápidos que cualquier otro. Por lo contrario, los de los humanos o alguno proveniente de Zargonia, eran más robustos y no estaban tan bien conservados como los podían tener los elfos.
Varias galeras se encontraban en alta mar custodiando las aguas y protegiendo la ciudad. Laranar al ver que miraba aquellos inmensos barcos, con los remos preparados para maniobrar, me explicó que se trataban del ejército marítimo de Launier. La familia real poseía alrededor de setenta galeras que unidas a las de la familia Carlsthalssas hacían un total de ciento veinte navíos distribuidos por Sanila y toda la ancha costa de Launier hasta llegar al puerto de Mir, ubicado justo en la otra punta del país. Todos ellos estaban destinados a proteger las aguas, el comercio y mantener a salvo las costas.
Laranar me apremió por continuar la marcha pues al parecer no quería encontrarse con el general de los navíos, que no era otro que el padre de Raiben, llamado Craiben Carlsthalssas. Sus familias eran amigas y que viera a Laranar en Sanila llamaría la atención sobre mí.
Laranar pudo quitarse la capucha al llegar al centro de la ciudad, pero yo la mantuve puesta para esconder mi condición de humana. El día se estaba tornando nublado, amenazando con echarse a llover, por lo que no destaqué entre la multitud viendo a más gente cubriéndose la cabeza y el rostro para protegerse del viento que poco a poco empezó a alzarse.
Fue extraño andar por las calles de Sanila viendo a humanos circular libremente pese a que Laranar ya me advirtió que era una ciudad donde se permitía el paso a gente extranjera. La arquitectura de los edificios y casas era parecida a la de Sorania, aunque había menos estatuas de la diosa Natur, menos árboles y ningún muro que cubriera la ciudad. En comparación pude ver otro tipo de esculturas que representaban el mar como anclas o barcos, y comercios marítimos todos ellos teñidos por un agradable olor a brisa marina que envolvía toda la ciudad.
Andamos por varias calles llegando a una zona mucho más tranquila alejada del puerto, los últimos metros hasta llegar a una posada ubicada en el fondo de un callejón se me hicieron largos y pesados. La herida en el pie me dolía a horrores y necesitaba sentarme cuanto antes. Al entrar en la posada me dejé caer en un banco de la recepción mientras mi protector fue ha hablar con un elfo dueño de aquel lugar.
No se entretuvieron demasiado, vi como Laranar le pagaba unas monedas y el casero le entregaba una llave.
—Ánimo, —dijo ofreciéndome la mano Laranar—. Tenemos una habitación en el segundo piso, allí podrás descansar.
Asentí.
Llegamos a nuestra habitación y lo primero que hice fue estirarme en la única cama que disponíamos. Era un lugar bonito, pequeño, pero acogedor, la única pega era que solo disponíamos de una pequeña ventana donde apenas entraba el sol. Laranar descorrió las cortinas y miró el exterior, luego asintió como si estuviera conforme con la habitación que nos habían dado.
—Descálzate —me pidió—. Veamos cómo tienes la herida.
Le obedecí y pese a la caminata que había hecho el ungüento rojo que me aplicó funcionó, haciendo que la herida empezara a sanar.
—Creo que en un par de días podremos continuar nuestro camino —dijo—. Aprovecharemos en descansar y asearnos como es debido.
La visión de una ducha, aunque fuese bastante primitiva, fue como una aparición milagrosa para mí. El viaje estaba resultando más duro de lo que había imaginado en un principio, me había mentalizado en que mi vida iba a correr peligro a cada minuto, enfrentándome a ves a saber qué, pero para lo que no me mentalicé era para lo que estaba viviendo en aquellos momentos: largas caminatas insufribles, condiciones para asearse pésimas y un cansancio desmesurado. La idea que un mago oscuro viniera a atacarme ya no me parecía el peor de mis problemas.
Nuestras ropas estaban demasiado sucias como para poder ponérnoslas otra vez, por lo que optamos en utilizar unos albornoces mientras mandábamos lavar nuestra ropa de viaje, que se componía únicamente de dos mudas.
Intenté desenredarme el pelo recién lavado sentada en la cama, entretanto Laranar miraba por la ventana, siempre en guardia. Se había dejado el cabello suelto para que se secara más fácilmente después de ducharse, aspecto que le hacía más atractivo. Sobre todo por el detalle de ir en albornoz y dejar entrever su tórax de una forma gustosamente provocativa.
—Me hubiese gustado conocer la ciudad —comenté.
—Cuando acabemos con los magos oscuros prometo enseñarte Sanila.
—Te tomo la palabra, —sonreí cuando me miró—, ¿tenéis algún palacio por aquí?
—Sí, pero es más pequeño que el de Sorania, no se puede comparar —volvió la vista hacia la calle—, me gustaría visitarlo pero el riesgo es demasiado elevado. No hemos venido acompañados sin escolta y sin caballos para ahora descubrirnos estando tan cerca de las fronteras.
El cielo acabó de tornarse negro por completo, con grandes nubarrones que pronto empezaron a descargar litros y litros de agua por toda la ciudad. El viento se hizo más fuerte escuchando su silbido por toda la habitación.
Terminé de peinarme y suspiré, agradecida de estar a cubierto.
—¿Puedo preguntarte algo? —Pregunté, acariciando las suaves sábanas de seda que disponía mi blandita y acogedora cama. Me encantaba el tacto tan suave que tenían.
—Claro.
Al inicio de nuestro viaje me enteré que los elfos no sentían la necesidad de dormir; Laranar no me lo confesó hasta que se lo pregunté directamente pues era imposible aguantar el ritmo que llevábamos sin dormir siquiera una noche. No obstante, me aclaró que podía tener sueños a voluntad. Si el esfuerzo físico era considerable entonces entraba en una especie de ensoñación, como un trance, pero solo para recuperarse antes, no por necesidad.
—Si no dormís, ¿para qué tenéis camas?
Miró la mano con que acariciaba las sábanas y sonrió levemente, luego me miró a los ojos.
—Te dije que a veces dormimos si queremos —contestó—. Los niños elfos sí que deben dormir en su periodo de crecimiento y es algo a lo que nos acostumbramos a tener. No obstante, —sonrió pícaramente—, es el lugar más cómodo para… ya sabes, mantener relaciones.
—¡Oh! —Exclamé, dejando de deleitarme por el suave tacto de las sábanas. Me dio algo de vergüenza, no quería que pensara que me estaba insinuando a él, pero Laranar sonrió en una mezcla de diversión y picardía.
Un instante después, no sabiendo cómo salir de aquella situación incómoda para mí pero al parecer divertida para Laranar, una elfa picó a la puerta, trayendo consigo todo un carrito lleno de comida.
Cenamos a gusto, comentando lo agradable que era que te sirvieran unos manjares tan elaborados, buenos y gustosos, y salir de la monotonía de la carne de caza y de los pocos alimentos que nos habíamos llevado para el viaje, tales como pan, carne ahumada y un poco de fruta que ya habíamos acabado. Laranar aprovechó para explicarme que al día siguiente aprovecharía en comprar flechas para sustituir las que había utilizado cuando practicaba con el arco y así llenar mi carcaj que se encontraba medio vacío. Cuando ya se hizo tarde me dispuse a dormir, dejándome caer como un peso muerto en el blandito colchón. Me quedé dormida mientras la imagen de mi protector se difuminaba sentado en un sillón —siempre vigilante a que nada pudiera ocurrirme—, acompañado del trasfondo de la lluvia al golpear mi ventana.
La oscuridad me alcanzó, mis pies dejaron de tocar el suelo y caí en un pozo sin fondo, en una oscuridad infinita que me engulló rodeándome por completo. El miedo me invadió, el vacío se hizo más grande y continué cayendo. Más profundo, más profundo, más profundo…
Me desperté sobresaltada, con una sensación extraña en el cuerpo, como si algo o alguien me observase. Miré por toda la habitación, era de día, la noche de lluvia había dado paso a una mañana soleada y la oscuridad de mi sueño, o mejor dicho, de mi pesadilla, se desvaneció tan rápida como hubo venido. Me llevé una mano a la frente, intentando tranquilizarme. Laranar había desaparecido encontrándome sola.
En cuanto fui a levantarme de la cama, apartando las sábanas, quedé paralizada al ver un cuervo negro que me observaba desde el poyete de la ventana. Sus ojos negros me miraban fríos, ávidos de muerte. Empezó a desplegar sus alas en un gesto amenazante inclinándose hacia delante y abriendo el pico.
La puerta de la habitación se abrió en ese momento y apareció Laranar con una bandeja de comida.
—Laranar, hay… —le señalé la ventana sin perder tiempo, pero el cuervo se esfumó.
Me levanté de inmediato, abrí la ventana y miré el cielo.
Ningún rastro del animal.
—¿Qué ha ocurrido? —Preguntó Laranar, dejando la bandeja en la mesa y dirigiéndose rápidamente a mí. Miró por la ventana, pero el cuervo ya no estaba.
Fruncí el ceño, no estando segura de lo que acababa de ver. El cuervo pareció tan real, pero desapareció tan rápido, que quizá aún soñaba despierta fruto del cansancio o de la pesadilla que acababa de tener.
—Creo que aún estoy dormida —dije—. Había un cuervo en la repisa de la ventana, mirándome. Se parecía al que mató Raiben, pero en cuanto has llegado ha desaparecido.
Al escuchar mis palabras miró el cielo, el callejón donde se encontraba la posada y los edificios de enfrente con más ahínco que al principio, pero el resultado fue el mismo. Ningún cuervo a la vista.
—Habrán sido imaginaciones mías —dije quitándole importancia—. Acabo de tener una pesadilla, debe ser eso.
Se cruzó de brazos, pensativo, mirando aún el exterior, luego posó sus ojos en mí.
—Tienes tus ropas limpias —me las señaló con la cabeza, encima del sillón. En ese momento me di cuenta que Laranar iba bien vestido, ya no llevaba el albornoz—, vístete y desayunemos.
Mientras me vestí le expliqué la pesadilla de oscuridad que acababa de tener. No quise darle importancia, una coincidencia respecto a las advertencias que quiso darme mi madre unas noches atrás, pero Laranar se mostró más serio de lo habitual; leyendo en su rostro que incluso el cuervo pudo ser real.
Guardé las dos mudas en la mochila que disponía. Cada uno llevaba su equipaje en unas cómodas mochilas élficas que se cruzaban hacia un lado. Nuestro equipaje era ligero, no obstante, se hacía pesado en según que momentos del viaje.
Con la mochila apoyada en el sillón, acabé de ordenarla poniendo la última camisa de algodón. Fue entonces, cuando me percaté que los dos fragmentos que disponía, guardados en un pañuelo de seda en el interior de uno de los bolsillos de la mochila, emanaban una luz débil pero insistente.
—Laranar —le llamé cogiéndolos para mostrárselos. Brillaron con más insistencia en cuanto los puse en la palma de mi mano—, hay alguien con fragmentos cerca.
EL ASESINO
Un hombre me empujó al pasar y la capucha de mi capa cayó hacia atrás descubriendo que era humana. El individuo se disculpó sin prestar atención y rápidamente me volví a cubrir. La plaza donde nos encontrábamos estaba abarrotada de elfos, humanos y algún duendecillo, yendo de un lugar para otro comerciando o transportando mercancías. Había mucho bullicio y debía estar atenta de no perder a Laranar entre la multitud.
El fragmento continuó brillando a intervalos, intentamos seguir el rastro de aquel que poseía un fragmento, pero después de una hora dando tumbos por todo Sanila empezamos a desesperar. El día, pese a haberse iniciado con un sol radiante volvía a amenazar con echarse a llover. Las nubes únicamente nos dieron un pequeño periodo de tregua para volver más negras y amenazantes. Hacia el mediodía las primeras gotas empezaron a caer y con ellas las calles se despejaron considerablemente, dándonos una oportunidad de poder encontrar a aquel o aquella que tuviera una actitud sospechosa e intentara huir cada vez que nos aproximábamos ha dicho ser.
Nos detuvimos enfrente de una taberna regentada mayoritariamente por humanos. Laranar estaba convencido que solo un hombre o un duendecillo podía ser el portador del fragmento que estábamos buscando. A esas alturas la mayoría de los elfos de todo Launier conocían la noticia que el colgante de los cuatro elementos había sido roto en decenas de trozos y cualquier elfo que encontrara uno debía entregarlo de inmediato. Me sorprendió lo seguro que estaba en confiar en su gente, no tenía ni ninguna duda que su pueblo haría lo correcto y no caería en la avaricia del poder.
Laranar miró desde una ventana el interior de la taberna, sus ojos élficos, con una visión diez veces superior al de un humano, podía localizar si alguno de los presentes portaba un fragmento encima que brillara en aquel momento.
Los dos que yo sostenía en la mano brillaban con más fuerza en ese punto, por lo que todo indicaba que nuestra presa estaba en aquella taberna. Intentar huir en aquel momento sería más difícil pues lo veríamos enseguida.
—Quédate aquí —me pidió Laranar—. No quiero que llames la atención.
—Pero, tú solo…
—No te preocupes, podré con él.
Suspiré, si Laranar podía con un grupo de orcos como me demostró hacía unos meses al salvarme, podría con un simple hombre.
Le esperé resguardada de la lluvia en el porche de la taberna. Miré por una de las ventanas y vi a Laranar caminando lentamente entre todos aquellos hombres, marineros en su gran mayoría, que tomaban unas cervezas esperando que el tiempo mejorara. Los ojos del elfo saltaban de un lugar a otro en busca del que portaba el fragmento. Algunos, lo miraron extrañados, pese a que estábamos en Launier no había ningún elfo en aquel lugar, todos eran humanos, incluso el tabernero era humano, por lo que la presencia de Laranar destacaba entretanto hombre fornido, robusto y falto de belleza.
Un escalofrío recorrió mi espalda de pronto, como si alguien estuviera observándome, me volví de inmediato pero la calle donde nos encontrábamos estaba desierta. Alcé la vista por instinto y localicé el cuervo negro que vino a visitarme aquella misma mañana. Miré por la ventana de la taberna un momento para alertar a Laranar pero no lo localicé, alguno de aquellos grandullones me lo tapaba. Volví la vista al cuervo que continuaba mirándome con sus incesantes ojos negros desde el tejado de un edificio de dos plantas.
Empezó a graznar y levantó el vuelo.
El ave se dirigió a mí dispuesto a atacarme. Me preparé para el combate, cogiendo mi arco y una flecha del carcaj. Disparé, pero el cuervo desvió su trayectoria en el último momento fallando mi tiro. Solo pude echarme al suelo entonces, y cubrirme la cabeza evitando sus afiladas garras que pasaron a tan solo un centímetro de mi cabeza.
Me alcé rápidamente y, utilizando el arco como un bate de béisbol, intenté defenderme de aquella bestia negra que intentó picotearme los ojos. Finalmente, pude quitármelo de encima dándole un buen golpe. Lo lancé contra una columna del porche, mandándolo a varios metros de distancia. Corrí antes que se recuperara y cuando estuve a punto de darle el golpe de gracia alguien me agarró del cuello. Cogiéndome en un asfixiante abrazo y arrastrándome hacia un callejón que teníamos al lado. Un lugar sin salida y solitario.
Luché contra aquel que intentaba ahogarme, alzando las piernas, moviéndome desesperada, pero fue inútil. También intenté gritar vanamente pues solo salieron gemidos de mi aprisionada garganta.
Cuando la desesperación se hizo más grande recordé una técnica de defensa personal que me enseñó David en el pasado. Le di un pisotón con toda la fuerza que fui capaz, hincando bien fuerte el talón a mi agresor. Al tiempo le propiné un buen codazo en las costillas, logrando que aflojara lo suficiente su abrazo como para poder escapar.
Fui libre durante apenas un segundo pues este aprovechó para darme la vuelta, encararme hacia él y empezar a estrangularme con sus propias manos. Me empotró contra la pared en un duro golpe, que de no haberme faltado ya la respiración me la hubiera cortado en ese momento de cuajo. Empecé a marearme, pensé que era mi fin, y poco a poco caí al suelo mientras el encapuchado no dejaba sus intentos por apretar más y más mi cuello en una asfixia mortal.
Apenas un momento antes de perder el conocimiento una figura apareció por la espalda de mi agresor, alzó su espada y con la empuñadura le golpeó en la nuca.
Fui liberada y empecé a toser desesperada, intentando recuperar el aire perdido. A mi lado el agresor luchó contra mi salvador que no era otro que Laranar, por supuesto. No vi que sucedió exactamente, pero pude escuchar los puñetazos y patadas que se propinaron ambos hasta que mi protector se impuso.
Lo inmovilizó contra la pared y colocó su espada en el costado izquierdo de mi agresor.
—¿Ayla, estás bien? —Preguntó sin dejar de inmovilizar al hombre.
—Sí —conseguí decir en cuanto pude volver a respirar con normalidad—, el cuervo me atacó y de pronto este hombre se me abalanzó por la espalda.
Logré alzarme en el mismo momento que el cuervo sobrevoló nuestras cabezas, graznando, para acto seguido perderse por el cielo lluvioso. Entendí que vio todo el espectáculo con el individuo que acababa de intentar matarme.
—¿Quién eres? —Laranar le tiró la capucha hacia atrás y descubrió a un simple hombre. No era lo que se podría esperar de un asesino, era alguien más bien bajito, delgado y poca cosa aunque tenía más fuerza de lo normal—. ¡Habla!
Laranar teniéndolo sujeto contra la pared oprimiéndole el cuello con un brazo, lo oprimió con más fuerza.
—Mi nombre es… Oscar —dijo con dificultad—. Solo cumplo órdenes.
—¿De quién? —Le preguntó mi protector con una voz tan fría que pudo cortar el aire.
—Del innombrable —respondió—, el más poderoso.
Tragué saliva.
—¿Cómo nos has encontrado? —Quiso saber Laranar.
Calló, pero a la que Laranar le encaró su espada en la cara el hombre empezó a cantar:
—El mago negro tiene muchos espías —contestó mirando asustado la hoja de la espada—. Me dio un fragmento para encontraros y eliminarla en cuanto se separara de ti. Me dio unas monedas por matarla.
—Pues debió enviar a alguien más letal, no un simple pueblerino.
Laranar entrecerró los ojos mirando a aquel hombre con un odio infinito y a la que vi que movió su espada al abdomen del asesino, dije:
—Lo llevaremos ante un tribunal o algo así, ¿verdad?
Me miró un breve segundo y pude leer en sus ojos que no tenía ninguna intención de dejarlo en manos de nadie que no fuera él mismo.
—No mires —se limitó a decir.
Se me heló la sangre y antes que pudiera hacer algo por salvar la vida de aquel hombre le clavó la espada en el costado, inclinándola hacia arriba para atravesar su corazón. Cerré los ojos demasiado tarde pues la mirada del asesino perdiendo la vida quedó gravada en mi mente de forma permanente.
Segundos después noté como Laranar me cogía por los hombros.
—Ya puedes abrirlos —así lo hice y este limpió las lágrimas de mis ojos con delicadeza—. ¿Estás bien? —Acarició mi cuello—. Te está saliendo un buen morado.
Las lágrimas continuaron cayendo por mis mejillas e inconscientemente le abracé, asustada. Él respondió a mi abrazo y nos quedamos de esa manera abrazados bajo la lluvia.
Laranar optó por dejarme descansar durante tres días consecutivos para reponerme tanto física como mentalmente. La escena del hombre que intentó matarme añadido a la frialdad de Laranar en acabar con él, me impactó de tal manera que apenas pronuncié palabra a partir de aquel momento. Cada vez que miraba a Laranar le veía empuñando su espada, clavándola en aquel hombre. Fue diferente de matar a un orco, pues eran animales, monstruos, y aquel asesino era una persona. Entendí que acabando con su vida conservaba la mía, pero no por ello me sentí mejor.
Laranar se mostró preocupado con mi actitud e intentó hacer que lo entendiera, incluso me pidió perdón cuando no debió hacerlo.
Continué mirándole con una espada en la mano.
El día de nuestra partida, con la herida del pie casi por completo sanada y un fragmento más en nuestro poder, nos dispusimos a salir de la ciudad cruzando el centro. Los días de lluvia habían quedado atrás y el sol lucía con intensidad elevando las temperaturas de forma considerable. Me quité la capucha pensando que Laranar me pediría enseguida que volviera a ponérmela pero no objetó nada, me miró un breve segundo y luego continuó un paso por delante de mí. Hubo un momento, que tuvimos que detenernos para dejar pasar un carromato y fue entonces cuando me fijé en una pequeña tienda que se encontraba justo a nuestro lado. Me llamó la atención y antes que Laranar iniciara la marcha de nuevo le cogí de la capa.
—¿Podemos entrar?
Miró la tienda.
—Es una juguetería —dijo extrañado que a mis edades quisiera entrar en un lugar como aquel.
Me aproximé al escaparate, juguetes hechos a mano estaban expuestos al público y todos ellos parecían verdaderas obras de arte. Caballos de madera que se balanceaban, muñecas de porcelana vestidas con trajes de seda, figuras de madera, cerámica, porcelana y arcilla, juegos educativos donde los niños debían emplear su inteligencia y demás artículos que te trasladaban a una época de felicidad infantil.
—Por favor —le insistí—, no hay jugueterías de este tipo en mi mundo.
Finalmente, asintió y en cuanto pasamos dentro contuve el aliento. El suelo, paredes y techo eran de una madera blanquecina, varias estanterías estaban ubicadas a los laterales donde figuras hechas a mano —parecidas a las del escaparate— reposaban a la espera de ser vendidas. Una mesa circular se encontraba en el centro de la tienda con varios peluches y muñecas de trapo. Y en un rincón un tesoro escondido estaba colocado en una vidriera como si fueran los artilugios más preciados de todo el lugar.
Me aproximé a la vidriera contemplando aquellas exquisiteces hechas a mano.
Laranar, al verme tan encandilada, no dudó en abrir el mueble para que pudiera coger una. Miré al dependiente que se encontraba en el mostrador y enseguida vino a ver qué ocurría. Me corté en coger uno de aquellos tesoros.
—¿Puedo ayudarles? —Nos preguntó.
—Solo estábamos…
—La dama quiere ver las cajas de música —me interrumpió Laranar—. ¿Puede escucharlas? Quizá nos quedemos con alguna —dijo mirándome a los ojos y me ruboricé.
El elfo, al oírle, sonrió.
—Por supuesto —respondió enseguida el elfo—. Las han hecho los mejores artesanos de Launier, fabricadas en el valle de Nora. Vean los acabados, no encontraran cajas musicales más bellas que estas.
El dependiente cogió una y me la ofreció. La cogí como si fuera un tesoro; aquella obra maestra estaba cuidada al detalle.
Acaricié la tapa pasando suavemente los dedos donde había dibujado una rosa, tenía una pequeña manivela en un lateral y le di cuerda, al abrirla empezó a sonar una bonita melodía y una pareja hecha de porcelana bailaba en el centro de esta. Quedé ensimismada viendo bailar a aquellas figuras; por un momento mi mente se olvidó de todo lo ocurrido, sentí paz y noté que el peso que llevaba durante aquellos días se desvaneció con la esperanza que me transmitió aquella canción. Por un momento me imaginé a Laranar y a mí bailando agarrados como la parejita de porcelana, luego la música cesó y volví a la realidad.
»… la madera es de roble y está tallada por los mejores maestros artesanos de Nora y sus dibujos son de la mismísima Gandialth, la mejor pintora de nuestro reino. —Le hablaba el vendedor a Laranar—. La pareja es de porcelana de Zargonia y la sinfonía ha sido compuesta por Jarthian, ninguna otra caja tiene esta melodía, es única. Todas las cajas de música que disponemos aquí tienen melodías únicas e irrepetibles, no encontrarán otras iguales. Además, dispone de compartimentos para guardar joyas u otros objetos pequeños, por lo que también sirve como joyero.
Laranar me miró a los ojos.
—Nos la quedamos —dijo.
Me enamoró en aquel momento; ya me gustaba desde la primera noche que llegué a Oyrun, pero en aquel preciso instante en que me miró a los ojos y dijo que podía quedármela me robó el corazón por completo. No pude luchar más contra mis sentimientos aunque supiera que sufriría en un futuro al no ser correspondida.
TROLLS
Después de semanas de duro camino llegamos a las fronteras de Launier. Delante de nosotros se alzaban majestuosas unas enormes montañas que formaban una gran cordillera delimitando el paso al país de los elfos. Un único acceso permitía el paso a gente extranjera, el resto de caminos estaban custodiados día y noche por el ejército de Launier para garantizar la seguridad deteniendo a ladrones, maleantes y hordas de orcos. La pena por llegar a un punto no autorizado si no eras elfo era la muerte y nadie en su sano juicio intentaba tomar accesos que estaban vetados. Nadie, salvo los orcos, que siempre intentaban atravesar las fronteras para obtener esclavos inmortales.
Laranar antes de tomar el camino que nos llevaría a Andalen empezó a silbar imitando el canto de un pájaro, segundos después pude escuchar como era respondido por otros pájaros o… otros elfos que estaban apostados a las ramas de los árboles, camuflados para no ser vistos por la gente. Intenté localizarles pero apenas conseguí ver nada, tan solo una sombra que desapareció en un segundo dudando que fuera real. Laranar sonrió al verme y me susurró que era imposible que los lograra ver si ellos no querían, confirmando de esa manera mis sospechas.
El paisaje al salir de Sanila cambió de una forma radical, dejando atrás a aquellos inmensos árboles que parecían hablar entre si, para encontrarnos con otros gigantes de troncos anchos y lignificados, rectos hasta alcanzar en algunos casos los cien metros de altura y copas estrechas, junto con un sotobosque lleno de hojarasca y vida animal. Pero al traspasar por fin la frontera, lo único que encontré fue una basta pradera de más de dos kilómetros de ancho donde en el horizonte se podía ver un bosque corriente de pinos. Laranar me explicó que era una de las praderas más grandes que existía en Oyrun, llegaba a cubrir varios kilómetros de la cordillera que delimitaba la frontera, siendo un punto de referencia para saber que en un lado se encontraba Launier y en el otro Andalen. Aquel lugar era conocido como la línea verde, en referencia a la limitación de los dos países.
Caminar por el bosque de pinos fue como sentir que me encontraba en un sitio normal, en un bosque que bien podría pertenecer a la Tierra y sentí un poco de nostalgia por ese hecho.
—Este es el país de Aarón, ¿verdad? —Le pregunté a Laranar en cuanto aflojamos la marcha al estar nuevamente protegidos por los árboles.
—Sí, pero Barnabel, la ciudad de donde es él, aún queda bastante lejos.
—¿Cuánto crees que tardará en encontrarnos el soldado que debe acompañarnos?
No lo sé, Aarón tenía que llegar hasta su ciudad, dar las nuevas y esperar a que su rey escoja el mejor candidato. Luego, quien nos acompañe debe rastrearnos y encontrarnos, así que dudo que le veamos en breve, puede que tardemos varias semanas en recibir refuerzos.
—¿Y el mago? —Quise saber—. Me comentaste que a estas alturas quizá ya nos acompañaría.
—Sí, eso creí —respondió—. Los magos del consejo de Mair tienen el don de poder trasladarse de un lugar a otro en segundos, es una técnica que se conoce como el Paso in Actus. Por eso creí que el mago guerrero en cuestión sería rápido en unirse a nosotros. Aunque también es cierto que solo doce magos conocen esa técnica, quizá el mago elegido deba rastrearnos de igual forma que el soldado de Barnabel.
No vi una piedra en el camino y típico en mí, tuve que tropezar, perder el equilibrio y caer al suelo. Laranar se volvió al escucharme y en vez de ayudarme empezó a reír.
—Ya es suficiente humillante, no hace falta que te rías —me quejé levantándome y limpiándome la ropa de tierra, ramitas y hojas del bosque.
No borró la sonrisa burlona de su rostro pese a que intentó contenerse.
—¿Estás bien?
—Sí —respondí de mala gana, enfadada conmigo misma.
Laranar ensanchó su sonrisa pero de pronto se volvió de espaldas a mí, preparó su arco con una rapidez envidiable y mantuvo una pose alerta. Rápidamente me coloqué a su espalda, con el pulso acelerado en apenas un segundo. Sabía perfectamente que en cualquier momento podíamos ser atacados y aquello no era ningún juego.
Unos segundos después apareció una niña de entre unos matorrales que dio un respingo, asustada al ver al elfo apuntándola con una flecha. Laranar quedó desconcertado —al igual que yo— y aflojó la cuerda del arco dejándola de apuntar. Aunque mantuvo la flecha preparada por si acaso.
—¿Cómo te llamas? ¿Y qué haces aquí sola? —Le preguntó Laranar.
La niña, que apenas debía contar los doce años, estaba a punto de echarse a llorar.
—Mi hermana —dijo señalando el camino por donde había aparecido—, se ha torcido un tobillo y no puede caminar. Iba a buscar ayuda a mi aldea cuando os escuché y pensé que… quizá… podríais ayudarnos. Se hace tarde, casi es de noche y si la encuentran los hermanos Gunter se la comerán.
Laranar y yo, nos miramos.
—¿Comeros? —Pregunté.
—Son unos trolls que viven desde hace unos meses por este bosque. Por favor, —se acercó a nosotros pese a que Laranar no había quitado la flecha del arco— ayudadnos. No estamos lejos de mi aldea, solo a una hora, dos como mucho.
La niña, no consciente del peligro de acercarse a alguien armado, cogió el brazo de Laranar, aquel con el que sujetaba el arco, en un gesto de súplica.
—Por favor, —se arrodilló ante nosotros sin soltar a mi protector— ayudadnos.
Rompió a llorar.
Laranar suspiró, hizo que le soltara del brazo y guardó la flecha en su carcaj.
—Tranquila —me agaché a su altura—, te ayudaremos —miré a Laranar— ¿verdad?
No muy convencido, asintió.
Seguimos a la niña a través del bosque.
—Aún no nos has dicho tu nombre —dijo Laranar.
Me obligó a ir por detrás de él como si aquella niña pudiera resultar peligrosa, transformándose en un monstruo de golpe con la intención de pillarnos con la guardia baja, y después de todo lo visto en los últimos meses ya nada descartaba.
—Me llamo Cori —dijo mirándonos—. ¿Y vosotros?
—Mi nombre es Laranar —respondió mi protector como si esperase alguna reacción por su parte—, y el de ella Ayla.
Cori permaneció con la misma actitud, nerviosa y asustada, estaba claro que nuestros nombres no le indicaron nada. En apenas tres minutos llegamos a un pequeño claro donde una muchacha estaba sentada en el suelo apoyada en el tronco de un árbol. Al vernos aparecer se le abrió el cielo.
—¡Cori, has traído ayuda! —exclamó la joven aliviada.
La joven se llamaba Sora y contaba con quince años, al parecer se había caído de un árbol intentando coger piñas con tal mala suerte que se torció el tobillo haciéndose un buen esguince y diversos moratones por todo el cuerpo. Nos quedó claro que no eran ningún plan del enemigo para engañarnos y cogernos desprevenidos.
Laranar tomó a Sora a caballito, y Cori nos guió hasta su aldea mientras ambas nos explicaban la situación tan lamentable que vivía su pueblo. Al parecer los tres trolls que comentó Cori anteriormente, eran tres hermanos que se pasaban cada noche por su aldea exigiendo comida para llenar sus voraces estómagos. En caso de no ofrecerles lo que les exigían mataban a un aldeano o se llevaban a una chica o niño para comérselo. Laranar los identificó como trolls de piedra al solo aparecer de noche, si les alcanzaba la luz se convertían en simples estatuas perdiendo la vida.
En apenas una hora llegamos a su aldea. Un pueblo de no más de treinta viviendas con campos de cultivo alrededor. Al llegar, los aldeanos nos miraron con cierta reticencia y los niños que corrían por las calles volvieron enseguida a las faldas de sus madres como si fuéramos gente malvada. Al caminar por aquel lugar observamos como varias casas presentaban los tejados dañados y una parte de los cultivos había sido incendiada.
Cori se adelantó, corriendo hacia una de las casas llamando a su madre. Pocos segundos después una mujer salió a nuestro encuentro, para entonces, varios aldeanos ya se habían personado, hombres en su gran mayoría, rodeándonos para saber quiénes éramos.
Laranar dejó con cuidado a Sora en el suelo en cuanto la madre de esta se aproximó a nosotros.
—Gracias por traerla —nos agradeció de corazón la mujer y, sosteniéndola por los hombros, la ayudó a entrar en la casa.
—¡Abuelo! —Cori no acompañó a su madre y hermana, se dirigió a un anciano, uno de aquellos aldeanos que se nos cercaron—, ellos son Laranar y Ayla, son amigos, nos han ayudado a volver a la aldea.
La niña explicó todo lo ocurrido.
—Mi nombre es Solander patriarca de la aldea, ser bienvenidos —nos dijo el abuelo—, os doy las gracias por haber ayudado a mis nietas a volver, estábamos preocupados, íbamos a salir ya a buscarlas.
—No ha sido molestia —le contestó Laranar.
Solander nos evaluó a ambos atentamente, sobre todo se fijó en la espada de Laranar que llevaba colgada a un lado de la cadera.
—Pero decidme, ¿cómo un elfo ha llegado a Andalen? —Le preguntó el anciano—. Pocas veces abandonáis vuestro país.
—Es cierto que pocas veces salimos de Launier pero también es verdad que no es la primera vez que ve un elfo, ¿me equivoco? —Adivinó Laranar y el anciano asintió—. Solo estamos de paso, viajamos para ver mundo.
Uno de los aldeanos le susurró algo a Solander y este asintió.
—Elfo, debes ayudar a nuestro pueblo —le pidió de pronto el abuelo de Cori, con una nota clara de desesperación en su voz.
Al parecer, los tres trolls eran los responsables de la destrucción de las casas que presentaban desperfectos y de los incendios en los campos. Los niños empezaban a mostrar claros signos de desnutrición al tener que compartir casi toda la comida con esos tres grandullones y quince hombres habían muerto intentando acabar con ellos.
La situación era desesperada y nuestra aparición en aquella aldea fue el milagro que estaban esperando.
—Tú eres elfo, —le insistió Solander, intentando convencer a mi protector que les ayudáramos—, vuestras habilidades con la lucha dicen que son excepcionales. Nosotros solo somos simples campesinos, no podemos con ellos. Por favor, ayúdanos.
Laranar dudó aunque luego negó con la cabeza.
—Lo siento, pero tenemos prisa —dijo—. No podemos ayudarles.
—Pero,… Laranar…
Abrió mucho los ojos en una mezcla de mirada fulminante y advertencia para que callara. Fruncí el ceño, molesta. No sabía cómo de fuertes eran unos trolls pero si Laranar había dudado significaba que teníamos posibilidad de vencerles.
—Si puedes ayudarles en algo debes hacerlo —le dije enfadada.
Me cogió de un brazo de inmediato y me apartó del grupo de aldeanos para poder hablar en privado sin que pudieran escucharnos.
—Podrías estar en peligro —dijo, intentando que lo comprendiera— y tu vida es mucho más importante que la de esta gente.
Hice que me soltara del brazo con un gesto y le miré directamente a los ojos.
—Sé sincero —le pedí—. ¿Crees que puedes acabar con tres trolls?
—No lo sé —respondió—. Hay diversos tipos de trolls, pero si estoy en lo cierto que estos son de piedra, significa que alcanzan los tres metros de altura con una fuerza que es diez veces superior al de un orco.
Me desinflé y miré a los aldeanos, Cori estaba entre ellos esperando impaciente haber qué decidíamos.
—Cuando lleguemos a Barnabel mandaré un mensaje a mi padre para que ayude a esta gente —me prometió—. Si se lo pido, veinte elfos llegarán dentro de unos meses y liberaran la aldea.
—Para entonces puede que ya estén todos muertos —respondí—. ¿Seguro que no podemos ayudarles? Quizá, con los fragmentos que poseemos pueda hacer algo, se supone que soy la elegida.
—No dejaré que arriesgues tu vida —respondió enseguida.
—Si no me ves con fuerza necesaria para acabar con tres trolls, ¿cómo acabaré con siete magos oscuros?
—No hables tan alto —me pidió—. No es conveniente que desveles que eres la elegida. Además, esta no es la única aldea que debe tener problemas ya sea con trolls u orcos. Así que no podemos detenernos en cada poblado para hacer de héroes, debes concentrarte en tus principales enemigos. Una vez acabes con ellos, Oyrun se limpiará de esa chusma que atormenta a tu raza.
Alguien tiró de la capa de Laranar para que le prestase atención y nos dimos cuenta que Cori estaba a nuestro lado.
—Mi padre se enfrentó a ellos y logró cortarle la mano a uno, tú sabes luchar, puedes salvarnos —le pidió.
—¿Y dónde está tu padre? —Le preguntó Laranar.
—Lo mataron —dijo agachando la cabeza.
Laranar suspiró y me miró a los ojos por unos segundos, le mantuve la mirada lo mejor que pude.
—Puedo probar una cosa —dijo al fin mi protector, rindiéndose a mi petición y miró a Cori—. Si funciona ya no os molestaran más, pero si fallo deberemos irnos y puede que regresen a vuestra aldea más enfurecidos que nunca —luego clavó sus ojos en mí—. Tú te mantendrás al margen, ¿de acuerdo?
Asentí.
La noche se ciñó sobre la aldea y un silencio sepulcral nos embargó a todos. Solo roto por el llanto de un niño, refugiado en una casa vecina.
Pese a que Laranar se encargaría de todo sentí un nudo de nervios aposentado en el estómago. Era consciente del peligro en que nos encontrábamos y pese a estar escondidos en la casa de Cori y asegurarnos que ningún aldeano hablaría sobre nuestra llegada a los tres trolls, la angustia crecía en mi interior a cada minuto que pasaba. Miraba a Laranar, preocupada. Por mi insistencia nos encontrábamos en esa situación, ¿y si por mi culpa resultaba herido o muerto? Nunca me lo perdonaría, siempre intentando protegerme y le acababa de lanzar a una lucha con tres monstruos. La única que parecía absolutamente tranquila era Sora, que sentada en una silla reposando su pie en un taburete, hablaba con Laranar con un punto de coquetería.
—¿Sois pareja o algo así? —Le preguntaba Sora a mi protector mientras este miraba por la única ventana de la casa, vigilando la llegada de los trolls.
Laranar desvió su atención de la calle para mirarme a mí y luego a Sora.
—No somos pareja —le contestó y la muchacha sonrió feliz ante la noticia—. Aunque tenemos una relación muy especial —añadió al ver la reacción de la muchacha.
Laranar volvió a mirarme y desvié la vista al suelo, sonriendo tímidamente.
—Vaya —contestó Sora decepcionada—. Yo no tengo pareja —comentó en un último intento.
Apreté los dientes para no decir algo impertinente. Solo íbamos a estar una noche y Laranar tampoco era mi pareja como bien acababa de decir, aun y así, la sangre hirvió dentro de mí.
—Estoy convencido que encontrarás a alguien de tu aldea. Un chico apropiado para poderte casar —le contestó Laranar de forma indiferente mirando nuevamente por la ventana, pero dejándole claro que con él no iba a ser.
Sora se dio por enterada y desistió.
Laranar me miró de refilón y me guiñó un ojo. Sonreí interiormente, satisfecha.
Relación especial, repetí para mis adentros.
—Ya vienen, —advirtió mi protector, segundos después— escucho sus pasos llegar al poblado.
Pude comprobar como la familia de Cori pasó del estado tenso de la espera, al miedo repentino o, mejor dicho, pánico ante la llegada inminente de los hermanos Gunter.
—Debemos salir a darles la bienvenida, si ven que falta alguno de nosotros vendrán a por él —dijo Solander levantándose pesadamente de la silla.
—Es importante que no sepan que estamos aquí —le insistió Laranar apartándose de la ventana.
—Tranquilo nadie dirá nada de vuestra llegada a la aldea.
Acto seguido salieron los cuatro de la casa, Solander delante, Cori abrazada a su madre y Sora apoyada en un bastón. Laranar y yo, esperamos dentro de la casa, asomados levemente a la ventana.
—Ayla, es importante que no hagas ni el mínimo ruido, los trolls tienen un oído muy fino —me advirtió Laranar.
—Entendido.
Los trolls aparecieron en nuestro campo de visión minutos después que la familia de Cori abandonase la casa. Las paredes y ventana por donde observábamos, retumbaron a cada paso que se aproximaban. Quedé paralizada al verles, eran gigantes de tres metros de altura, obesos y de cabezas pequeñas. Sus ojos eran diminutos y prácticamente no tenían nariz, tan solo dos agujeros empotrados en sus feos rostros para poder respirar. Llevaban pantalones raídos e iban descalzos, aunque su principal complemento eran las armas que portaban. Un látigo, un mazo y un martillo respectivamente, todos ellos de igual proporción al tamaño de sus dueños.
Laranar me retiró de la ventana de inmediato al ver que el troll de la maza la alzaba barriendo el techo de la casa de Cori. Me cubrí la cabeza reprimiendo un grito mientras las runas de la vivienda nos caían encima. Laranar me cubrió con su cuerpo lanzándome directamente al suelo. Estuvimos tendidos, él encima de mí, durante unos segundos que se me hicieron eternos. Cuando todo pasó di gracias de no haber sido aplastada. Fue entonces, cuando tomé plena conciencia que tenía a Laranar abrazado y tendido sobre mi cuerpo. Una oleada de colores inundó mi rostro en un momento muy poco oportuno. En cuanto se apoyó en un codo para no cargar todo su peso en mí, sus labios se movieron silenciosamente preguntándome cómo me encontraba. «Bien», le respondí, moviendo los labios de igual manera, notando mis mejillas arder de vergüenza. En ese instante se percató de nuestra proximidad y en vez de retirarse se limitó a acariciar mi rostro con una mano.
—¿Dónde está nuestra comida? —escuchamos a lo lejos y ambos reaccionamos al momento.
Laranar se retiró, algo aturdido por la situación, me miró un breve segundo para luego apartar la vista y negar con la cabeza intentando serenarse.
Me pasé una mano por la mejilla que acababa de acariciar. Pude haberme regodeado con la sensación de notar aún la mano de Laranar puesta en mi piel, pero algo más importante sucedió. Algo, como que los fragmentos del colgante empezaron a brillar con tanta fuerza que la luz sobresalió de la mochila donde los tenía guardados.
Abrí mucho los ojos y enseguida se la señalé a Laranar que al verlo se acercó agazapado, la cogió y me la aproximó. En cuanto saqué los fragmentos estos brillaron aun con más fuerza.
—¡Queremos dulces! —Escuchamos que exigían los trolls a la gente.
Los cubrí con mis manos para no llamar la atención sobre los trolls con su luz.
Laranar se asomó levemente por lo que quedaba de pared y después de unos segundos volvió a agacharse, asintiendo una vez, confirmando que aquellos monstruos llevaban fragmentos encima.
El grito de una niña, hizo que nos asomáramos nuevamente, ambos a la vez, y viéramos a Cori horrorizada al ver a su abuelo tendido en el suelo. El troll del látigo había utilizado su arma contra la cabeza del anciano.
Apreté los puños, conteniendo mi rabia, notando como los fragmentos se clavaban en mi piel mientras brillaban con fuerza conectándose con los que tenían los trolls.
Solander no se movía.
—Eh, mira —uno de los trolls señaló el bolsillo del pantalón a su compañero y este sacó los fragmentos mostrándolos a los otros dos. Tenían más de uno, no supe distinguir cuántos— brillan.
El troll que los llevaba se los aproximó al rostro olisqueándolos como un perro.
No tenía una vista tan espectacular como Laranar pero pude apreciar que la luz que salía de esos fragmentos era morada, contaminada.
—Que bonitos —dijo con voz bobalicona el del martillo queriéndolos acariciar, pero el que los sostenía los apartó de inmediato guardándolos otra vez en el bolsillo—. Yo quiero…
—Luego —le cortó el de los fragmentos, se volvió a la vaca que los aldeanos les entregaban, alzó su mazo y le aplastó la cabeza contra el suelo. El del látigo la cogió cargándosela a los hombros—. Mañana queremos dulces —avisó.
Los trolls emprendieron el camino de vuelta y Laranar volvió a abrazarme, arrimándonos lo máximo posible a la pared para no ser vistos. Una vez se marcharon y estuvimos a salvo, Laranar me soltó y me miró a los ojos.
—Esto lo cambia todo —dijo refiriéndose a los fragmentos—. Deberás acompañarme.
Un vuelco me dio el corazón empezando a temblar ante esa idea. Solo una hora antes, la idea de acompañarle era un reto que estaba dispuesta a asumir, pero después de ver qué clases de criaturas eran los trolls de piedra me acobardé como un perrito asustado.
El pánico se debió de reflejar en mi rostro porque Laranar me sostuvo por los hombros.
—Tranquila, Ayla, no dejaré que te hagan daño —me aseguró.
Supe que me protegería, ¿pero podría él solo contra tres trolls? ¿Podría yo?
Una biga cayó de pronto muy cerca de nuestra posición y grité asustada. Laranar no perdió el tiempo, hizo que me alzara y salimos corriendo de la casa. Al salir, vimos a los aldeanos llevar a Solander, cogido por brazos y piernas, a otra casa para atender sus heridas. Laranar no dudó en seguirles y en cuanto lo dejaron en un camastro pidió espacio para ser él quien atendiera al anciano.
—Ayla, rápido debes ayudarme —me pidió.
Al aproximarme, vi a Solander inconsciente con una brecha en la cabeza de tamaño considerable. La herida era bien visible gracias a que el hombre sufría de calvicie.
—¿Qué hago? —le pregunté.
—Necesitamos cortar la hemorragia, —dijo presionando en la herida— dame hilo y aguja.
Llevaba la bolsa de medicinas encima y rápidamente rebusqué, nerviosa, para encontrar lo que me pedía pero al parecer tardé más de lo esperado y Laranar me la quitó cogiendo él mismo el material para curarlo.
Me aparté un paso, mirando horrorizada como Solander perdía más y más sangre. Laranar actuaba con manos expertas, cosiendo la brecha de la cabeza con un arte admirable. Algunos de los aldeanos que estaban presentes miraron a Laranar igual de asombrados. Logró cortar la hemorragia en apenas un minuto. Luego suspiró, relajándose levemente, pero no dejando por ello de atender al anciano. Un rato después Solander tenía la cabeza lavada y vendada, a la espera que recuperara la conciencia.
Laranar se pasó un brazo por la frente en cuanto terminó, cansado. Dos hombres le dieron las gracias y mi protector asintió no dándole importancia.
—Lo siento, no he sabido reaccionar —me disculpé en cuanto dejamos que la familia de Solander le velara.
La nueva casa donde nos encontrábamos pertenecía a un matrimonio con tres niños pequeños. Solo dejaron entrar a las criaturas una vez la sangre fue limpiada.
—Es la primera vez que ves una herida de ese estilo, ¿verdad? —preguntó mientras se lavaba las manos en un cuenco.
Asentí, mirando como la madre de los tres niños los acostaba en otro camastro.
—No te preocupes, te acabarás acostumbrando —dijo.
Sentí un escalofrío al pensar que no sería la última vez que viera a alguien tan malherido, pero intenté evadir ese pensamiento.
—Ha sido increíble como lo has atendido, no me habías dicho que también eras médico —le dije a Laranar y este sonrió.
—No soy para nada médico —contestó como si le hiciera gracia el oficio que le acababa de dar—. Únicamente sé como dar las primeras curas a una persona herida, en el caso de Solander solo era una brecha en la cabeza que no paraba de sangrar, solo he tenido que coser. Eso lo puede hacer cualquiera.
Miré a Solander, tendido en el camastro. Su familia se encontraba a su lado.
—¿Se pondrá bien? —le pregunté.
—Aún es pronto para saberlo —contestó Laranar—. Si se despierta en breve será una buena señal.
—¿Cuándo iremos a por los trolls?
—Aún es pronto, quiero que salgan a la luz del sol y acabar con ellos. Descansa, necesito que estés bien despierta llegado el momento.
Miré alrededor, la casa constaba de una única cámara, no había habitaciones así que únicamente pude dejarme caer en una esquina, donde me acurruqué e intenté dormir lo mejor que pude.
Volví a caer en un pozo de oscuridad hasta impactar contra una superficie lisa, fría y negra. Extrañamente, la caída no me dolió, pero el frío que sentí me atravesó los huesos de manera fulminante provocando que todo mi cuerpo temblara.
No vi nada, alrededor una negrura absoluta me rodeaba y el único punto de luz que me acompañaba era mi mismo cuerpo, pues al parecer emanaba un suave destello producido por mi piel.
Yo era mi propia luz.
De pie, miré temerosa todo aquel lugar. Un segundo después un aliento empezó a golpear mi cabello, como si alguien se hubiera colocado a mi espalda muy cerca de mí, demasiado. Sus intenciones no eran buenas, lo sentí.
Tenía miedo, mucho miedo.
Miedo, miedo, miedo…
Abrí los ojos en un sobresalto.
Un sudor frío cubría mi frente y miré horrorizada, aún temblando, dónde me encontraba. Tardé unos segundos en ubicarme pero finalmente reconocí la casa de madera donde estaba pasando la noche, arrinconada en una esquina. Cori se encontraba a mi lado, abrazada a mí, que al moverme se despertó.
—Estás temblando —observó la niña.
—Sí —respondí sintiendo que el peligro aún estaba presente, era como si la oscuridad continuara acechándome.
—Se ha despertado —dijo Cori y la miré, continuaba abrazada a mí—. Mi abuelo ha despertado hace una hora.
Miré el camastro del anciano. Laranar se encontraba a su lado dándole un poco de caldo. El resto de los que ocupaban la casa se encontraban dormidos.
—Ahora descanse —le dijo Laranar a Solander, dejando el cuenco a un lado y tapándolo con una manta agujereada.
El anciano cerró los ojos.
Me gustó ver esa faceta en Laranar, era un guerrero pero también podía tener una parte amable y cuidadosa.
—¿Cuándo iréis a por los trolls? —Me preguntó Cori rompiendo el hilo de mis pensamientos—. En apenas una hora se hará de día.
Volví a mirar a Laranar que ya se acercaba a nosotras. Hincó una rodilla en el suelo para estar a nuestra altura.
—Debemos partir —dijo.
Asentí.
Me ofreció su mano para ayudarme a levantar.
—La tienes helada —comentó al tocar mi piel— y estás temblando.
Aún temblaba, era verdad, pero poco a poco el miedo se iba disipando.
—He tenido una pesadilla y esta vez no estaba sola —dije.
Laranar me miró por unos segundos a los ojos, serio, luego asintió y dejamos el tema para más adelante. No podíamos hablar libremente en aquel momento teniendo a tanta gente cerca aunque la mayoría estuvieran durmiendo.
Abandonamos la aldea y seguimos el rastro de los hermanos Gunter con facilidad pese a ser aún de noche. La afición que tenían de destrozar cosas nos dejaba un camino muy definido que seguir incluso para mí.
Llegamos a su escondrijo, una cueva situada en una depresión del bosque donde en el exterior, justo en la entrada a la cueva, los tres trolls estaban celebrando un festín con la vaca robada alrededor de una hoguera.
Los rodeamos, colocándonos en una parte elevada del terreno, donde estando completamente estirados en el suelo y asomándonos un poco podíamos ver a la perfección aquellos tres monstruos sin descubrir nuestra posición. Sus voces bobaliconas se escuchaban claramente, comentaban y reían lo ocurrido en la aldea mientras devoraban de una forma muy poco elegante lo que quedaba de vaca.
Laranar, estirado a mi lado, se aproximó más a mí para susurrarme al oído:
—Quedan unos pocos minutos para que salga el sol, pase lo que pase no te muevas de aquí —me miró muy serio y luego volvió a inclinarse—. Es una orden.
Fruncí el ceño algo molesta por el detalle de la orden, pero Laranar me lanzó una mirada de advertencia y finalmente asentí ya que tampoco era el momento de discutir.
Uno de los trolls eructó sonoramente, satisfecho por el banquete.
—Vayamos a dormir, ya es la hora —dijo el troll a sus hermanos y, pesadamente, se alzaron los tres para dirigirse al interior de la cueva.
Laranar se asomó de inmediato, se puso en pie y saltó desde tres metros de altura para colocarse entre los trolls y la cueva. Se me encogió el corazón al verle actuar de una manera tan temeraria y creí que se había vuelto loco. Sobre todo, por el hecho de plantarse delante de tres monstruos sin el arco preparado o la espada desenvainada. Al contrario, puso los brazos en jarras con una gran sonrisa en su rostro. El impacto contra el suelo no le afectó lo más mínimo, es más, me recordó a un gato salvaje aterrizando con estilo y gracia.
—¡Hola! —les saludó Laranar.
—¿Quién eres, elfo? —Le preguntó el del mazo señalándole con el arma.
—¿Cómo osas plantarte ante nosotros? —Le pregunto el del martillo.
—Tranquilos —la voz de Laranar era calmada—, mi nombre es Laranar, hijo de Lessonar. ¿Cuáles son vuestros nombres?
El del látigo, que identifiqué como el troll al que el padre de Cori se enfrentó por faltarle una mano, dio un paso al frente.
—Somos los hermanos Gunter, yo soy el primero, él el segundo y mi hermano pequeño el… —vaciló señalando al del martillo—, ¡el quinto! —Sonrió satisfecho, no siendo consciente que después del dos iba el tres, y sus otros hermanos tampoco pues asintieron conformes—. Tienes valor de presentarte ante los temibles hermanos Gunter, no saldrás con vida de esta.
—¡Oh! Venga, ¿no podemos hablar primero? —Pidió Laranar sin dar importancia a las amenazas—. Cualquiera diría que tenéis prisa.
—El sol saldrá en pocos minutos —desplegó su látigo y miré al cielo deseando poder ver los primeros rayos de sol. En el horizonte, el cielo ya clareaba, pero todavía quedaban unos pocos minutos para ver aparecer la gran bola de fuego que nos salvaría—, es lo que tardaremos en matarte.
El troll no se lo pensó dos veces y lanzó el látigo con toda la fuerza de su brazo. Laranar lo esquivó ágilmente dando un salto hacia un lado como si aquello fuera un juego de niños. Sus contrincantes no eran muy rápidos pues el del látigo tardó unos segundos en volver a alzar el brazo y arremeter otra vez contra mi protector, dándole un tiempo precioso para seguir la trayectoria de su temible arma y volver a esquivarla con suma facilidad. —Facilidad para el elfo, no para mí, desde luego—. El troll del martillo, viendo la lentitud de su hermano quiso ayudarle e intentó atacar a Laranar por la espalda. Solté un gritito al ver a Laranar a punto de ser aplastado por el enorme martillo, cuando, en el último segundo, este cogió impulso ayudándose de la pared de la cueva y dando una voltereta en el aire hacia atrás sobrevolando a la enorme criatura. Me recordó a un acróbata.
Al voltear de esa manera en el aire, evitó el siguiente golpe del látigo que alcanzó accidentalmente al troll del martillo y este empezó a llorar como un niño pequeño llevándose las dos manos a la cabeza, lugar donde su hermano le hubo alcanzado.
—Lo siento hermano —se disculpó el del látigo acercándose a él.
—¡Eres un idiota! —Le respondió el del martillo y le propinó un puñetazo en toda la cara.
A partir de ese momento, empezaron a pelearse como brutos olvidándose por completo de cual era su objetivo.
Saqué los fragmentos del bolsillo de mi pantalón y automáticamente empezaron a brillar. Me asomé un poco más al borde de la elevación donde me encontraba y me fijé en el troll que tenía el mazo. Llevaba los fragmentos en uno de los gastados bolsillos de su pantalón. Al estar más cerca pude verlo con claridad, pero quedé petrificada cuando sus pequeños ojos se clavaron en mí.
Sonrió complacido, y guardé de inmediato los fragmentos en mi bolsillo.
El troll del mazo utilizó su arma para alcanzarme, dando en lo que era el pequeño borde que disponía para asomarme. Rodé por el montículo donde me encontraba esquivando el golpe, pero el enorme bicho escaló hasta mi posición y volvió a alzar su mazo. Solo pude dejarme caer por el pequeño precipicio para sortear el temible golpe, dando volteretas sin control hasta el terreno donde se estaba librando la pequeña batalla. Laranar abrió mucho los ojos al verme y antes que pudiera alzarme para correr a su lado, el troll del mazo me cogió de una pierna poniéndome bocabajo para mostrarme al elfo que ya dio un paso para intentar auxiliarme.
—Esta chica te acompaña, ¿verdad? —Le preguntó a Laranar, colocando su mazo a pocos centímetros de mi rostro. Laranar se detuvo de inmediato. Su pose segura se desvaneció para mostrar otra más indecisa y preocupante—. No te muevas sino quieres que la mate.
Los otros dos trolls continuaron con su escaramuza demasiado concentrados en machacarse entre ellos mismos como para prestar atención a su hermano que me había atrapado.
Colgada boca abajo, estaba justo al lado del bolsillo del troll donde tenía los fragmentos. Aproveché la situación para meter cuidadosamente la mano en el bolsillo de su pantalón mientras este continuaba advirtiendo a mi protector que si se movía acabaría muerta.
Noté que tocaba algo viscoso y luego localicé los fragmentos que buscaba. En ese momento el troll se dio cuenta de lo que hacía y me zarandeó a un lado evitando que los cogiera, pero ya era tarde, los tenía en mi mano y no dejaría que me los quitara.
—¡Devuélvemelos! —Elevó su mazo dispuesto a golpearme.
Una flecha impactó en su axila y caí al suelo cuando fui soltada en un acto instintivo del troll para intentar quitársela. La flecha provenía de Laranar, que preparó su arco en apenas medio segundo.
Aturdida por el golpe en la cabeza al caer, intenté ponerme en pie como pude, esquivando los enormes pies del troll que se zarandeaba como un tonto intentándose quitar la flecha de la axila. Por poco me pisó teniendo que rodar por el suelo y antes que pudiera volverme a alzar alguien me levantó con un rápido movimiento.
Sin saber cómo, me encontré suspendida en los brazos de Laranar, que con una agilidad asombrosa, me apartó del troll poniéndome a salvo a varios metros de él.
—¿Estás bien? —Preguntó de inmediato.
—Sí —le contesté, tocándome la cabeza con una mano intentando que todo dejara de darme vueltas.
Segundos después, cuando los trolls del látigo y el martillo continuaban con su absurda lucha y el del mazo conseguía agarrar por fin la flecha de su axila y arrancársela, los primeros rayos del sol hicieron acto de presencia. Los hermanos Gunter se detuvieron de inmediato, miraron el cielo azul de un nuevo día y antes que pudieran reaccionar se transformaron en estatuas de piedra.
Abrí mucho los ojos al ver su rápida transformación. Fue increíble, un segundo antes estaban vivos y al segundo después eran pura piedra.
—¿Hemos ganado? —Pregunté a Laranar, aún de rodillas en el suelo, sin acabármelo de creer.
Laranar se acercó a una de las estatuas y le dio unos golpecitos con la mano.
—Hemos ganado —dijo triunfante.
Me levanté del suelo con las piernas aún temblando y me dirigí a la estatua del troll del mazo. Al tocarla sentí el tacto frío de la piedra gris en que se convirtieron los tres trolls.
—¿Seguro que estás bien? —Me preguntó Laranar al ver que me zarandeé a un lado.
—Sí, solo me he dado un golpe en la cabeza cuando me soltó el troll de golpe, pero estoy bien —respondí apoyándome en la estatua—. ¿Y tú?
—Perfectamente, recuperaste los fragmentos del colgante.
Ya no me acordaba de los fragmentos, la mano derecha, que era donde los tenía, estaba cubierta por algún fluido pegajoso realmente asqueroso.
—¿Qué era lo que tenía ese troll en su bolsillo? —Pregunté con asco.
Laranar sonrió.
—Yo que tú me limpiaría la mano lo antes posible, —dijo con un punto de diversión— parecen mocos de troll.
—¡¿Qué?! ¡¿Mocos?! ¡Qué asco! —Intenté limpiarme en una de las estatuas refregando mi mano por la piedra gris, pero no fue suficiente. Tampoco disponíamos de ningún trapo o pañuelo con el que poder quitarme el fluido pegajoso. Todas nuestras cosas estaban en la aldea.
—Escucho el sonido de un arroyo por aquí cerca —dijo Laranar con los ojos cerrados, concentrándose en percibirlo—. Vamos, ahí te podrás lavar.
Ya en el arroyo pude limpiarme debidamente. Los fragmentos brillaron con intensidad cuando el agua los tocó. Los hermanos Gunter consiguieron reunir tres fragmentos en total que una vez limpios de mocos se tornaron transparentes, con una luz pura, como los otros tres fragmentos que ya había recuperado y purificado. En menos de un mes de viaje ya contábamos con seis fragmentos en nuestro poder.
—Es increíble lo fácil que te resulta purificarlos —comentó Laranar al ver cómo lo hacía.
—Pero no hago nada especial —dije—. No tengo que concentrarme para volverlos puros, simplemente los toco, nada más.
—Debes tener una gran fuerza espiritual.
—¿Fuerza espiritual?
—Tu fuerza interior —me explicó—, está limpia de maldad por eso se purifican.
Sonreí y me alcé acercándome a Laranar que se encontraba en el otro extremo del arroyo, refrescándose la cara y cuello.
Cuando volvimos a la aldea y les dimos la noticia que los trolls eran estatuas de piedra, gritos de júbilo y alegría se escucharon por toda la aldea. Nos dieron las gracias un millar de veces haciendo que al final nos sintiéramos incómodos por tanto agradecimiento. Finalmente, pese a que insistieron en que nos quedáramos un día más para celebrar la victoria, nos dispusimos a continuar nuestro viaje.
—Laranar, Ayla —el anciano Solander tuvo la fuerza suficiente como para levantarse de su camastro y venir a despedirnos—, mucha suerte cuando tengáis que combatir contra el mal.
Me quedé helada, habíamos sido cuidadosos en no dar más información de la necesaria sobre el motivo de nuestro viaje.
El anciano puso una mano en la cabeza de Cori.
—Mi nieta escuchó como te llamabas a ti misma elegida cuando debatíais si os quedarías o no a ayudarnos —dijo satisfecho y la niña sonrió—. Mucha suerte con tu misión.
Laranar suspiró, viendo que negarlo sería inútil.
—Solander, puedo confiar en que nuestro paso por vuestra aldea será un secreto, no deben saber que sendas cogemos —pidió Laranar seriamente.
—Puedes confiar que nadie dirá nada, aquí siempre seréis bienvenidos, amigos.
Continuamos nuestro camino por las tierras de Andalen orgullosos de haber liberado a una aldea de la maldad de unos trolls y de haber recuperado tres fragmentos de golpe. La suerte, por el momento, parecía estar de nuestra parte.