AYLA (6)
LA ESPADA DEL REY
El sol empezó a entrar por la ventana mientras mis ojos se nublaban de lágrimas. La luz de la mañana indicaba que sería un día despejado, donde el canto de los pájaros comenzó a escucharse por todas partes. Pero mi pecho llevaba una terrible carga como para apreciar ese día lleno de vida. Era como si una fuerza impidiera levantarme, atándome a la cama donde estaba tendida. Pensaba en la posibilidad que Laranar hubiera abandonado el grupo tal y como le pedí, y pese a que mi cabeza sabía que era lo mejor, mi corazón ya lo echaba de menos.
Ya nada me importaba, dejó de tener relevancia que un mago oscuro con un dragón fuera a venir a por mí. Ni siquiera sentía miedo. ¿Acaso la muerte era menos dolorosa que el ser despreciada?
Cerré fuertemente los ojos, estrujando las sábanas de seda entre mis manos intentando apartar esa idea de la cabeza. Era una mujer fuerte, no podía desmoronarme por un hombre, con el tiempo lo superaría y a fin de cuentas él se lo perdía. No encontraría a una mujer que le amara tanto como yo.
Dejé pasar los minutos hasta que el sol se alzó por completo y mi habitación se iluminó por entero. No obstante, continué sin fuerzas para iniciar el día. Preguntándome lo que tantas veces me había preguntado, ¿cómo pudo ser tan cruel? Ni siquiera tuvo la decencia de suavizar sus palabras para herirme lo menos posible, se rio incluso. Y su mirada, tan fría que pudo atravesarme con ella, la tenía grabada en la mente y no había manera de olvidarla.
Alguien picó a la puerta, pero no tuve intención de abrir, esperé que con un poco de suerte la persona en concreto continuara su camino. No lo hizo, giró el picaporte lentamente y abrió la puerta asomando levemente la cabeza.
Era Alegra.
—Buenos días —dijo acabando de pasar—. Ya son las ocho y el rey nos espera para desayunar.
—No tengo hambre —contesté—. Id vosotros.
Se aproximó a mi cama, sentándose en el borde.
—Ayla, no puedes continuar así —puso una mano en mi hombro intentando ser comprensiva—. Debes animarte, no puedes estar tan decaída por un elfo.
Escondí mi cara en la almohada.
—¿Has visto a Laranar? —Quise saber, temiendo su respuesta.
—No —dijo—. Aarón por lo contrario ya está despierto, nos espera en el salón de anoche.
Mis ojos volvieron a inundarse de lágrimas al escuchar sus palabras y el llanto volvió a mí de forma extrema. Intenté calmarme, pero fue inútil. Alegra no supo qué hacer salvo abrazarme. Entre llantos le expliqué que la noche anterior le pedí a Laranar que abandonara el grupo. Luego le relaté con rabia todo lo que me dijo la noche que nos besamos. En aquellos días, con todo el grupo, no pude desahogarme con nadie explicando como fue el asunto, pero ahora, las dos solas, se lo conté todo como única amiga que tenía en Oyrun.
—Escúchame Ayla —hizo que me retirara de ella y le mirara a los ojos—, debes reponerte, sé que es duro pero hay cosas peores en la vida, créeme.
Mi cuerpo temblaba, pero entonces me sentí si podía ser peor, pues le contaba mis penas a una persona que hasta hacía unos meses tenía familia y amigos, y en esos momentos se encontraba por completo sola con la única esperanza de recuperar un hermano de las garras de un mago oscuro.
»Estarás mal un tiempo, pero debes seguir adelante. Tienes una misión que cumplir y no puedes estar pensando en el amor —me miraba directamente a los ojos—. Siento hablarte de esta manera, pero muchos dependen que tengas la mente fría cuando combatas contra los magos oscuros. No puedes pensar en nada más, ¿entiendes?
Bajé la vista, era tan duro tener que actuar como si no pasara nada.
—Intentaré no pensar en él —dije, no estando segura de conseguirlo.
—Bien —asintió—. Ahora vístete, tenemos un desayuno con el rey de Zargonia.
Asentí, pero antes que Alegra saliera de la habitación le dije:
—Gracias por ser mi amiga —me miró—. Eres el único apoyo que tengo en estos momentos.
—Somos amigas —dijo como si se percatara de ello por primera vez—. Las amigas están para ayudarse.
—Eres mi confidente —dije forzando una sonrisa—, contigo no tendré secretos, te lo prometo, e intentaré ser fuerte como me has dicho.
—Secretos —dijo incómoda, se volvió a la puerta, vacilante—. Las amigas no tienen secretos, es verdad.
Llegué tarde al desayuno con el rey por lo que tuve que ir directamente al trono de Zargonia para pedir disculpas al soberano por mi imperdonable falta de hacer esperar a un rey. Pero al llegar, el gran Zarg ya estaba gestionando los primeros asuntos del día y tuve que aguardar mi turno para no interrumpir un juicio que estaban haciendo a un duendecillo. Aarón, Alegra y yo, nos limitamos a permanecer en una esquina mientras el rey impartía justicia. Durante todo ese proceso mi mente permaneció en blanco, alejándome de aquel lugar y no prestando atención a lo que se hablaba. Tuvo que ser Aarón quien me indicara que nuestro turno llegaba y fue entonces cuando me enteré que el duendecillo al que estaban acusando por algo que ni siquiera me importó fue condenado al destierro.
Pasamos al lado del duendecillo desterrado y le miré a los ojos comprobando que estaban inundados de lágrimas. En mi situación, lo comprendí perfectamente, acababan de arrebatarle una parte de su vida, su país. Era otra forma de pérdida y sentí lástima por él. Me pregunté si alguien sentía lástima de mí y aquel pensamiento me hizo recordar que debía ser fuerte. La lástima no estaba en mi diccionario.
—Gran Zarg —me incliné ante el rey—. Disculpe mi tardanza, no era mi intención.
—Elegida —su voz temblaba como la noche anterior. Era muy mayor y su constitución menuda con unos ojos muy pequeños ocultos por unas espesas cejas. Mi intuición me decía que era un ser bondadoso. Sonrió al verme—, me alegra tenerte en mi país, supongo que estabas agotada del viaje. ¿Ya estás descansada?
—Preparada para combatir un dragón —respondí más segura de lo que en realidad estaba.
—Me alegro —dijo animado y le hizo un gesto a su hijo que no se apartaba de su padre ni un momento.
El príncipe Zarno se volvió de espaldas a nosotros para recoger algún objeto que le entregaba un sirviente. En cuanto se tornó hacia nosotros vi con interés renovado una bonita espada llevada en un bonito almohadón de color granate. El príncipe se aproximó a mí y me la ofreció.
—Es un regalo que esperamos que acepte —me dijo el príncipe inclinando la cabeza.
—Vi que no tenías espada —añadió el rey—. Y como salvadora debes tener una, espero que te guste. Fue forjada hace dos siglos por los elfos, me la regaló el rey Lessonar cuando subí al trono. Deberás ponerle nombre, ya que no lo hice en su momento.
—Pero majestad, es mucho para mí, ¿seguro que quiere regalármela?
—Sin ninguna duda, tómala como pago por los servicios que has prestado a Oyrun matando a Numoní y los que harás en un futuro matando a los otros seis.
La cogí como si fuera un tesoro. Era pequeña en comparación con las espadas de mis compañeros, apenas debía medir el medio metro de largura, pero era hermosa. Su empuñadura era de oro y un rubí estaba engastado en el pomo dándole un toque de distinción. Además, era ligera, con una hoja muy delgada, ideal para mí.
—Es de acero mante —observó Aarón, fascinado, y me miró a los ojos—. Significa que es el metal más fuerte y resistente de Oyrun, no habrá arma que pueda quebrarla. Es una joya.
—Sí —la puse en vertical, mirando al cielo y la contemplé embobada, luego miré al rey—. Os agradezco este regalo.
El rey sonrió y miró a Aarón y Alegra como buscando a alguien, pero yo me mantuve concentrada en mi espada. Un sirviente me entregó un cinto y una vaina de cuero marrón, ideal para poder llevar mi espada con comodidad. La envainé dejando que colgara en mi cadera izquierda. Después de tantos meses queriendo tener un arma como aquella y la conseguía justo cuando Laranar ya no se encontraba a mi lado. Ya no tenía un protector que me prohibiera tener o hacer alguna cosa. Ahora era libre para pedirle a Aarón y Alegra que me enseñasen esgrima.
—Por cierto, ¿dónde se encuentra el príncipe Laranar? —Quiso saber el rey.
Se me heló la sangre, solo de pronunciar su nombre su imagen me venía a la mente y mi corazón se agitaba nervioso al saber que ya no lo vería nunca más.
—Ha abandonado el…
—Se fue anoche con su montura a visitar el árbol de la vida —me interrumpió el príncipe Zarno—. Pero me comentó que regresaría antes que el grupo partiera.
—¡¿Qué?! —Pregunté exaltada—. Creí que… que…
Akila gimió a mi lado al verme tan alterada de pronto y Aarón lo acarició para tranquilizarle. Los duendecillos le tenían pánico.
Antes que la angustia en mi pecho subiera a través de mi garganta y empezara a llorar, Alegra puso una mano en mi hombro para tranquilizarme.
—Recuerda que debes ser fuerte —me dijo.
La miré espantada, no sabiendo si sería capaz. Pero negué con la cabeza intentando serenarme.
—Vayamos a buscar al dragón —dije nada convencida—, no esperemos más.
Fue inevitable, nada más abandonar Finduco para ir en busca del mago oscuro me di cuenta que me faltaba Laranar y las lágrimas volvieron a mí de forma silenciosa. Aarón se percató al primer gemido y detuvo la marcha.
—Vamos, pequeña —intentó animarme Aarón cogiéndome de los hombros—, debes ser fuerte.
—Lo siento —gemí intentando controlarme—, pensé que podría, pero no puedo. No me siento preparada para ir a por un mago oscuro. No ahora que Laranar no está conmigo.
Akila me lamió una mano como si comprendiera que algo malo me sucedía.
—Ayla —Alegra también se colocó a mi lado—, ¿quieres volver? Zarno dijo que Laranar tenía pensado regresar, si quieres…
—¿De qué serviría? —Pregunté enfadada conmigo misma—. Para él solo soy una humana insignificante. Haga lo que haga, decida lo que decida, estaré igual.
Ambos suspiraron mientras yo continué llorando, fue en ese momento cuando el fragmento que llevaba en mi mano empezó a brillar débilmente y lo miré.
—Debe estar cerca —observó Aarón—, con un poco de suerte podríamos acercarnos a él sin que se diera cuenta.
Intenté limpiarme las lágrimas de los ojos, pero nuevas volvieron a aparecer. Tanto Aarón como Alegra se miraron sabiendo que por más que lo intentara no estaba para combatir.
—¿Por qué no bautizas tu espada? —Me propuso Alegra y la miré sin comprender—. Todas nuestras espadas tienen nombres menos la tuya, bautízala, quizá te anime.
Toqué la empuñadura de mi espada de forma instintiva, aún me estaba acostumbrando a llevarla colgando en mi cadera y bautizarla no se me había ocurrido.
—¿Y cómo se bautiza una espada? —Le pregunté.
—Con todos los respetos Alegra —interrumpió Aarón—, no creo que la manera de los Domadores del Fuego sea, en este momento, la más adecuada. Una herida en la mano puede debilitarla si acabamos enfrentándonos con Falco.
Alegra lo miró decepcionada.
—Está bien —accedió Alegra cruzándose de brazos—. ¿Cómo quieres que la bautice?
—Esto servirá —sacó una pequeña petaca que llevaba en su cinturón—. Es como lo hacen muchos, moja la hoja en alcohol.
Me la tendió y la cogí vacilante.
—¿Y qué nombre se supone que debo ponerle? —Pregunté.
—Debes decidirlo tú, mi espada es Paz porque es el significado del nombre de una persona muy importante para mí —dijo Aarón.
—¿Quién? —Pregunté, pero se limitó a sonreír sin intención de responder.
Me guardé los fragmentos en el bolsillo del pantalón y desenvainé mi espada, la observé con detenimiento y, entonces, se me ocurrió un buen nombre.
—Amistad —dije—, se llamará Amistad. Por los lazos de amistad que iremos forjando en el grupo a medida que avance la misión.
Aarón me pasó su petaca, sus ojos miraron la espada con una seriedad impropia en él. Supuse que bautizar una espada era algo muy importante para las gentes de Oyrun pues Alegra también miró la espada y a mí varias veces, nerviosa.
Suspiré, quité el tapón de acero de la petaca dispuesta a rociar mi nueva espada en alcohol. Pero antes que la primera gota cayera sobre la hoja, una mano me detuvo.
—No hemos sido sinceros contigo —dijo Alegra con remordimientos—. La profecía…
—Alegra —quiso detenerla Aarón—, ya lo hablamos, y no hemos sido nosotros quiénes lo decidimos.
—Pero seremos unos falsos si no se lo explicamos —rebatió—. Si su espada debe significar la amistad en el grupo no podemos actuar como si no ocurriera nada. —Me miró a los ojos al tiempo que yo les miraba a ambos alternativamente. Aarón dudaba, pero al ver la determinación de la Domadora del Fuego suspiró con pesar, y dejó vía libre a Alegra para que me confesara lo que me estuvieran escondiendo—. Ayla, la profecía marca que nada ni nadie puede apartarte de tu misión —empezó—. Muchos creen que si por algún motivo eres apartada de tu deber podrías morir y condenar a Oyrun.
—¿Qué no puedo ser apartada? —Pregunté sin entender—. ¿Cómo se supone que pueden apartarme?
Me miró por unos segundos a los ojos sin responder, luego cogió aire y lo soltó:
—Por amor —respondió—, Laranar sí que está enamorado de ti, te ama, pero lo tiene prohibido. Ha actuado así para protegerte.
Abrí mucho los ojos, dejé caer mi espada y la petaca al suelo, y contuve el aliento.
Miré al vacío pensando en las palabras de Alegra. ¿Era cierto? ¿Laranar me amaba? Pero si… En aquel instante, lo entendí todo, Laranar era mi protector, y debía protegerme incluso de sí mismo. Por ese motivo me engañó, por ese motivo me besó con tanta pasión, con tanto amor. No era el desfogo de una noche, me besó porque me amaba, pero luego se echó atrás sabiendo las consecuencias de sus actos, ahora lo entendía todo. Me había hecho cruces de cómo me había tratado, de lo frío que fue conmigo para que me olvidara de él, algo que un elfo tan educado, considerado y galán como él jamás hubiera hecho a una chica. La rechazaría con elegancia, intentando herir los sentimientos de la enamorada lo menos posible. Debí adivinarlo antes, Laranar no podía tratarme como lo había hecho, que tonta había sido de creerme su engaño. Aunque no acababa de entender lo de la profecía, ¿nada ni nadie podía apartarme de la misión? ¡Qué bobada!
Lentamente, una sonrisa se fue dibujando en mi rostro mientras lágrimas de felicidad, no de pena, cayeron por mi rostro.
—Tonto —dije en voz alta pensando en Laranar.
En ese momento, un grupo de duendecillos vinieron corriendo por el Bosque Encantado en nuestra dirección. Muy alarmados. Cogí mi espada de inmediato y la envainé, acercándonos todo el grupo a ellos, acortando la distancia que nos separaba cuanto antes.
—¡Falco está atacando el árbol de la vida! —Gritó uno antes de alcanzarnos—. ¡El príncipe Laranar está combatiendo contra él!
—¡Laranar! —Exclamé y cogí al duendecillo por los hombros en cuanto llegué a su altura—. ¿Dónde está ese árbol de la vida? —Le zarandeé para darle prisa—. ¿Quién os ha alertado?
—Han sido las hadas y está en esa dirección —me la señaló con un dedo—, se encuentra a unos tres kilómetros al norte.
Ni lo pensé, Laranar estaba en peligro y necesitaba ayuda. Empecé a correr, pero Aarón me detuvo.
—Espera —quise que me soltara—. ¿Quieres llegar exhausta al mago oscuro? Son tres kilómetros corriendo.
—¿Se te ocurre algo mejor?
Elegida, una voz sonó en mi cabeza y de pronto un hada del bosque se mostró ante mí. Voló con sus pequeñas alas a mí alrededor hasta que le ofrecí la palma de mi mano y se posó en ella. Soy Dilandae, el príncipe de Launier está combatiendo contra Falco. Debes ser rápida en llegar, pero no puedes agotarte, el mago negro va acompañado de un dragón rojo. Debes conservar todas tus fuerzas para cuando llegues a él.
—Me hablas a través de la mente —dije sorprendida, y asintió con la cabeza emitiendo un ligero toque de campanillas. Tenía el pelo negro y los ojos azules, no medía ni un palmo de altura, pero era muy bella. Aunque no había tiempo para embobarse con un ser mágico, volví mi atención de inmediato al asunto que nos traía ahí—. ¿Cómo puedo llegar sino es corriendo?
Alzó el vuelo y miró el cielo.
Él te ayudará, me transmitió con la mente a la vez que me señalaba el cielo, ya llega.
Todos miramos dirección a las copas de los árboles y de repente una sombra apareció entre ellos. Contuve el aliento al reconocer un pegaso de un blanco inmaculado sobrevolando los cielos. Empezó a descender en nuestra dirección, y tuve que cubrirme los ojos con los brazos debido al viento que alzó al mover sus alas, frenando su caída y aterrizando a tan solo dos metros de mí. Era un ser increíblemente bello, tan blanco como la nieve, semejante al mejor de los caballos que pudiera haber en Oyrun pero con unas alas impresionantes, tan grandes como todo su cuerpo, que recogió como un ave una vez llegó al suelo.
—Elegida —¡también hablaba!—, yo le llevaré al árbol de la vida, suba a mi grupa, rápido. El príncipe Laranar necesita ayuda urgentemente.
Me dirigí al pegaso dispuesta a que me llevara al lado de un mago oscuro y un dragón.
—¿Y Alegra y Aarón? —Pregunté ya montada en su grupa, mirándoles.
—Los unicornios vendrán a por ellos, no tardarán —me contestó el Pegaso—. Agárrese.
Así lo hice, me sujeté a la crin del pegaso y este empezó a correr por el bosque, desplegando sus inmensas alas y alzando el vuelo sin tiempo a poder decir nada a mis compañeros. Escuché a Akila aullar, pero no pude girarme para verle, estaba demasiado concentrada en no caerme de la grupa de mi caballo volador. Tuve miedo al principio, he de reconocerlo, pero luego una imagen apareció ante mí y el miedo de volar se esfumó. Pues el árbol de la vida estaba siendo amenazado por un grotesco dragón rojo y mi protector intentaba hacerle frente con la única ayuda de Invierno.
DRAGÓN ROJO Y MAGO OSCURO
Con el fragmento en mi mano izquierda y mi espada en mi mano derecha, el pegaso descendió directo al dragón rojo que se abalanzaba encima de Laranar. Rozó prácticamente la cabeza del dragón con sus cascos, a la vez que yo le daba una estocada al mago oscuro que se encontraba sentado sobre el lomo de aquella temible criatura. No se lo esperó y logré alcanzarle en el rostro aunque en el último segundo se retiró salvando la vida. No obstante, le produje un feo corte en la mejilla derecha y sonreí, pues logré que el mago negro desviara su atención de Laranar y del árbol de la vida, encarando su dragón hacia mí.
Evalué desde el cielo la situación. Laranar me miraba asombrado desde el suelo, aún preguntándose de dónde había aparecido y menos cabalgando encima de un pegaso, pero tuvo la precaución de echarse a un lado para no ser herido durante la batalla que era claro que no podía ganar por sí solo.
En cuanto al dragón rojo, era un ser mucho más grande que el dragón que maté en Sorania, sus alas eran tan grandes como autobuses, y tenía unos finos y alargados cuernos como cornamenta. Sus patas eran fuertes y estilizadas con unas grandes garras, y su cola era tan extensa como todo su cuerpo. El sol bañaba sus escamas de color rojo sangre adivinando de dónde provenía el nombre de su raza. En definitiva, era el hermano mayor de aquel que logré matar en el país de los elfos. Sería un combate mucho más duro, añadido al jinete que lo controlaba, un mago de ojos rasgados y rostro redondo que llevaba el pelo negro tirado hacia atrás. No le encontré nada de especial, era el primer mago negro que veía de verdad si descontábamos a la frúncida de Numoní que no era maga de naturaleza. Aquel personaje era más parecido a una persona corriente que no a un monstruo como me los imaginé, la magia negra no les había trasformado en seres espantosos sino que conservaban el aspecto humano como el resto de magos de Mair. Descontando el color rojo de sus ojos, que parecían brillar fluyendo sangre desde su interior.
Elegida, la voz del mago negro se escuchó claramente en mi mente, te estaba buscando, gracias por haber aparecido.
De nada, respondí no dejándome intimidar. Responder con la mente era fácil solo debía pensar qué decir, veo que tienes ganas de morir.
Le escuché reír con una carcajada estridente dentro de mi cabeza.
Deja que me presente, mi nombre es Falco y voy a matarte.
Pues yo soy Ayla, y quien va a morir vas a ser tú.
Falco dio con los talones en los costados del dragón y automáticamente vino el primer ataque. El dragón expulsó una gran llamarada de fuego directa a mí, pero el pegaso la esquivó de inmediato colocándose de espalda al sol para deslumbrar a nuestro enemigo. A partir de ese momento más ataques similares sobrevinieron, atacándonos a ciegas, y tuve que sujetarme fuertemente a la crin del caballo volador.
—Intenta acercarte —le pedí al pegaso dispuesta a rebanarle la cabeza a Falco con mi espada.
El caballo volador relinchó en el aire y se intentó acercar, pero rápidamente tuvo que alejarse para no ser alcanzados por el fuego. Las enormes llamas que expulsaba el dragón rojo, eran como fuentes de fuego de varios metros de anchura que alcanzaban metros y metros en el cielo, y que iba rociando a lado y lado con la intención de cogernos. El pegaso esquivó un ataque por muy poco, dando un giro rápido en el cielo y perdiendo el control por unos segundos. Creí que caíamos pero logró mantenerse en el aire. No obstante, el sol ya no se encontró a nuestra espalda, siendo un blanco perfecto para el dragón. Me acomodé en su lomo para cerciorarme de no caer al vacío con la inesperada voltereta, y pensé en una mejor manera de vencer al mago antes de volver a ser atacados, solo tenía unos segundos y debía pensar rápido. La batalla no solo se libraba en el cielo; abajo, el árbol de la vida peligraba, pues el dragón, al lanzar sus llamas, también lanzaba pequeñas esquirlas de fuego hacia la hierba verde de la pradera prendiendo el terreno.
Me fijé en los fragmentos que poseía Falco, sostenidos por una mano, contaminados y emanando una luz morada. La diferencia entre él y yo, era que el mago oscuro conocía la manera de controlar su poder con facilidad, aumentando el ataque de su dragón.
Fruncí el ceño, enfadada de no saber hacer lo mismo, pero intenté concentrarme en los fragmentos lo mejor que pude. Cerré los ojos y esperé a que su fuerza me inundara. El ajetreo del pegaso esquivando los ataques que enseguida vinieron quedó en segundo plano y, poco a poco, no fui consciente del vaivén del caballo.
Percibí la fuerza de Gabriel correr lentamente por mis venas hasta alcanzar cada célula de mi cuerpo. La sensación era como un cosquilleo, algo especial, vital, una fuerza renovadora que te inundaba por entero. Intenté canalizarla, llevarla hacia el exterior y hacer mío algún elemento. Sentí el aire fluir a mi alrededor con el movimiento del caballo volador.
Abrí los ojos, el elemento estaba decidido, miré la siguiente llamarada que venía a por mí e invoqué el viento. Un remolino me envolvió, para luego salir disparado dirección al fogonazo del dragón como un tornado controlado por mí. Combatí contra el fuego. Falco alzó la mano donde sostenía los fragmentos oponiendo resistencia y automáticamente sentí una barrera, un peso que iba directo a mí como una maza que quisiera golpearme.
Intenté aguantar lo mejor que pude.
Impotente, vi como mi ataque avivaba la llama del dragón. El fuego rodeó el viento, y lo que cree en principio como un arma se volvió en mi contra, añadido que el ataque no podía detenerlo y a cada segundo se encontraba más cerca de alcanzarnos. Sin tiempo a reaccionar, el dragón rojo alzó el vuelo dispuesto a venir a por mí. Deshice la conexión del viento de inmediato, el pegaso intentó esquivar la llama engrandecida, pero fue demasiado tarde. El fuego, nos alcanzó de refilón, lamiendo mi pierna derecha. Empezamos a caer, el ala del pegaso también prendió y tuve que agarrarme a su crin con fuerza. Cerré los ojos en el mismo momento que el caballo volador desplegó sus alas en el último instante para suavizar el aterrizaje. Aun y así, pensé: Esto va a doler.
El golpe fue brutal, salí disparada de la grupa del pegaso, volé por los aires unos metros y aterricé dando dolorosas volteretas antes de detenerme. Empecé a gritar, desesperada, pues el fuego que se instaló en mi pierna derecha continuó devorándome los pantalones y lamiéndome la piel. El pegaso, en una situación parecida, pues su ala la tenía bañada por el fuego, empezó a revolcarse en la hierba mientras relinchaba asustado. Quise sofocar el fuego con las manos, golpeándome, cuando alguien colocó un chaleco encima de mi pierna hasta que logró ahogarlo.
Con los ojos cubiertos de lágrimas alcé la vista hacia mi salvador y me encontré con Laranar que me miró preocupado, pero antes de podernos decir nada, el dragón rojo con su jinete oscuro descendió hacia nosotros. Ni lo pensé, recé al fragmento un milagro y reconocí de inmediato la bola de energía que se acumuló en un instante en mi mano, igual que la vez que acabé con el dragón de Sorania.
Encaré el fragmento hacia el dragón rojo en el mismo momento que sus fauces se abrían para devorarnos. Una explosión se desató, tan fuerte que me echó varios metros hacia atrás, volviendo a volar por los aires, distanciándome de Laranar y del pegaso que aún luchaba por apagar sus llamas. Luego todo quedó en silencio y tendida en la hierba esperé a ver el resultado de mi ataque, pues una enorme polvareda se alzó y tardó unos segundos en empezar a disiparse.
Un sonido se impuso antes que aquella cortina de polvo desapareciera, el sonido de la respiración del enorme dragón. Falco y su mascota continuaban con vida y, lentamente, su imagen se hizo presente a medida que la tierra se aposentaba en el suelo despejando el aire. Un escudo les cubría, como una especie de barrera mágica creada por el propio mago oscuro.
El dragón rojo, respiraba a marchas forzadas por mi repentino ataque y Falco me miraba con un brillo aún más rojo en sus ojos. Laranar se encontraba a varios metros de distancia, aturdido y, en ese momento, Aarón, Alegra, Akila y treinta duendecillos, llegaron a la pradera verde donde se encontraba el árbol de la vida montando una docena de unicornios.
A regañadientes, soportando el dolor en mi pierna derecha, me alcé y busqué mi espada por el suelo. En algún sitio debió caer cuando salí disparada de la grupa del pegaso. La localicé a unos metros de mi posición, y miré a Falco sin saber si tendría tiempo de cogerla antes de su siguiente ataque, o si era mejor olvidarla y confiar en el fragmento que poseía. El mago negro dejó caer el escudo de magia. Picó con los talones al dragón y este rugió de forma escalofriante. Pero Falco me engañó, esperé una llama de fuego por parte de su mascota, pero el ataque vino de sí mismo, pues unas nubes se formaron en el cielo en apenas tres segundos y descargaron un rayo directo a mí. Solo tuve tiempo de alzar la vista cuando algo me golpeó, el rayo cayó y un instante después se escuchó un trueno retumbar por toda la pradera.
Quedé sorda por unos segundos, aturdida y atrapada por el peso de un pegaso que se me abalanzó encima para salvarme la vida. Paró el ataque con su propio cuerpo, empujándome, y cayó de bruces encima de mi pierna izquierda quedando inmóvil.
Falco, viendo mi vulnerabilidad aprovechó la ocasión. El dragón rojo alzó el vuelo y planeó hasta colocarse a mi altura. Abrió su temible boca atestada de decenas de dientes puntiagudos tan afilados como dagas, mientras yo luchaba por liberar mi pierna del peso del caballo volador. El monstruo se inclinó a mí para devorarme, pudiendo oler su fétido aliento a podredumbre, y… Un hacha impactó de pronto en el cuello de aquella horrible criatura, atravesó su armadura de escamas rojas y le produjo un profundo corte en el cuello dejando el arma clavada en su piel. El dragón rojo gimió, gorgoteando sangre, y se apartó de mí pese a las órdenes del mago oscuro. Falco, viendo que el animal ya no entraba a razones, se bajó de su grupa e invocó un hechizo contra el dragón.
—¡Imbeltrus! —Gritó, al tiempo que una bola de energía blanca, formada en la palma de su mano, era lanzada contra su mascota.
La bola de energía impactó contra el dragón, como un proyectil que se mantiene unido hasta impactar contra su objetivo y se expande seguidamente de forma mortal. El dragón rojo rugió y dos segundos después se desplomó en el suelo, con la lengua colgando fuera de la boca y un boquete abierto en el estómago.
Miré horrorizada la escena cuando el grupo pudo acercarse a mí.
—¿Estás bien? —Me preguntó Alegra, bajándose de la grupa de un unicornio para ayudarme.
Ella, Aarón y Laranar, liberaron mi pierna de debajo del pegaso mientras miraba boquiabierta el unicornio que los trajo. Eran tantas las cosas que pasaban al mismo tiempo que mi mente no tenía tiempo de procesarlas todas. Akila me lamió la cara en cuanto fui libre, pero Aarón lo retiró a un lado y Laranar se puso delante de mí para protegerme de Falco, pues el mago oscuro ya estaba dispuesto a continuar con la lucha. A la vez, una parte de los duendecillos que vinieron se desplegaron alrededor del mago, dispuestos a combatirle con sus insignificantes arcos, mientras que otros se dirigieron al árbol de la vida para evitar en lo posible que resultara dañado.
Pensé a marchas forzadas qué hacer. El viento no funcionaba cuando se trataba de combatir contra el fuego y pese a que el dragón había muerto, la pradera continuaba ardiendo por según qué puntos, y Falco podía utilizarlo contra mí. Luego si utilizaba otra bola de energía contra él, volvería a levantar un escudo y lo único que lograría sería agotarme. Entonces, ¿qué demonios podía hacer?
—Ya no lo ves tan claro, ¿verdad? —Me preguntó Falco con una sonrisa victoriosa que le cruzaba el rostro.
Su voz era grave, seria, propia de alguien oscuro como él.
—Acabo de matar a tu dragón —le hice ver, fingiendo que no estaba tan mal como parecía.
—No lo has matado tú —replicó—. Primero lo hirió el hacha de un duendecillo lanzada por ese humano —señaló a Aarón sin saber hasta el momento que fue él— y lo rematé yo, no te lleves el mérito de lo que no has hecho.
Tragué saliva.
—Ya ha matado a Numoní —replicó Alegra, enfadada—. Y tú serás el siguiente que caiga a manos de la elegida.
Falco, al parecer, no estaba enterado del desenlace de Numoní y frunció el ceño, incrédulo, pero finalmente sonrió.
—Una frúncida —se encogió de hombros—. La magia que tenía era gracias a nosotros, fue la más débil de los siete.
Gruñí, casi me costó la vida matarla y ese mago oscuro hablaba de ella como si se hubiera tratado de un insecto al que poder eliminar con un golpe de mano.
—Laranar —hablé lo más bajo que pude sabiendo que su oído élfico me escucharía pese a encontrarse de espaldas a mí—. ¿Hay algún manantial, un río o un pozo cerca? Necesito agua.
Me miró levemente por encima del hombro y negó con la cabeza.
—Fuego contra fuego —respondió.
Miré el fuego de alrededor, el campo se quemaba por momentos, un humo espeso hacía que los ojos picaran y lagrimearan. Si debía acabar con Falco debía hacerlo de inmediato, antes que llegara al árbol de la vida y lo incendiara.
Con ayuda de Alegra me alcé, tambaleante. La pierna quemada, me dolía a horrores.
—Necesito que os apartéis —dije—, no quiero quemar a nadie.
Laranar se volvió a mí, dudando, y pude ver en sus ojos la protección que siempre estaba dispuesto a brindarme, pero en aquella ocasión también reconocí el amor escondido que intentaba ocultar. Aquella mirada fue la dosis de fuerza que necesitaba para acabar con Falco.
—No te preocupes —le dije—, podré con él.
A regañadientes, se hizo a un lado.
Caminé, cojeando, hasta colocarme por delante de todo el grupo y miré a Falco directamente a los ojos para lanzarle el ataque definitivo. El fragmento brilló una vez más sintiendo su poder dentro de mí. En esta ocasión canalicé la energía hacia el fuego que consumía la pradera para hacerlo mío, pero una segunda fuerza me lo impidió. Falco, adivinando mis intenciones, también quiso controlar el elemento con los fragmentos contaminados y cerré los ojos para concentrarme al máximo, no permitiendo que el mago oscuro hiciera suyo el fuego del dragón.
Estuvimos interminables minutos en un tira y afloja no cediendo ni el uno ni el otro. La batalla que estábamos librando era intensa que la tierra empezó a agitarse bajo nuestros pies y un viento nos rodeaba por doquier. Pero fui consciente que ninguno intentábamos controlar ni el viento o la tierra, simplemente era el choque de nuestras fuerzas por someter al contrincante lo que causaba aquel estallido de energía. Abrí los ojos un instante para ver qué ocurría sin dejar de concentrarme; estábamos envueltos en llamas de tres metros de altura, en un círculo cerrado donde solo nosotros dos nos encontrábamos. Los fragmentos que poseía Falco emanaban un aura oscura, negra, y, viéndolos, se me ocurrió una idea. El colgante de los cuatro elementos me pertenecía a mí como elegida, en consiguiente solo debía obedecer mis impulsos, así que empecé a concentrarme en los fragmentos del mago negro para volverlos en su contra.
Tuve que concentrarme con más ímpetu y fue como si la cabeza me fuera a estallar en mil pedazos. Notaba una presión en las sienes como nunca antes había sentido y supe que estaba llegando a mi límite, debía acabar con Falco de una vez para siempre.
Colgante de los cuatro elementos, recé interiormente, me perteneces, soy tu única dueña. Abandona la orden del mago negro que es tu enemigo y haz mi voluntad.
Las llamas se doblaron en altura en ese instante. A su vez, Falco dio un paso atrás soltando los fragmentos como si lo hubieran quemado —se purificaron con solo transmitirles mi deseo— y sentí que el fuego me pertenecía. Lancé aquellas poderosas llamas contra el mago oscuro. Impactaron contra una barrera que levantó de inmediato, pero no cedí, continué atacando hasta que su escudo empezó a quebrarse, hasta que el calor de su refugio alcanzó una temperatura que comenzó a achicharrarle. Entonces, el escudo cayó, las llamas le alcanzaron y empezaron a devorarlo.
Falco empezó a chillar, desesperado. Intentó salir de aquel círculo de fuego dando vueltas sobre sí mismo, no sabiendo que dirección tomar mientras moría lentamente abrasado por el fuego de su propio dragón.
Se me acabaron las fuerzas de pronto, y dejé el elemento actuar por su propia cuenta. Mis rodillas se doblaron involuntariamente y caí al suelo. Al tiempo, las llamas que nos rodeaban se redujeron a un tamaño normal de lo que sería un incendio de matorrales de no más de tres palmos de altura. Pero Falco continuó con su agonía.
—¡Maldita! —Se detuvo de pronto, se encaró a mí y corrió para alcanzarme. Le miré horrorizada, ya no tenía fuerzas ni para levantarme—. ¡Morirás conmigo! —Gritó, extendiendo sus brazos para abrazarme entre sus llamas, pero, entonces, más de una decena de flechas fueron directas hacia él. Los duendecillos dispararon al unísono y Falco cayó a tan solo medio metro de mí, de rodillas, gimiendo aún con vida. Fue entonces, cuando noté algo frío y metálico al tacto y vi mi espada justo a mi lado. La cogí y sin pensarlo la clavé en el pecho del mago negro.
Emitió su último aliento, desclavé mi espada y se desplomó, muerto.
Retrocedí, arrastrándome por el suelo de inmediato, las llamas continuaban devorando el cuerpo del mago oscuro y pronto no quedarían más que cenizas. En cuanto cogí cierta distancia del mago calcinado, me dejé caer, estirándome por completo e intentando recuperar el aire. La sensación de ahogo que sentí era parecida a haber corrido tres kilómetros sin descanso a toda velocidad, exactamente lo que me ahorró el pegaso al llevarme en su lomo. Busqué al animal, acordándome que se interpuso entre el ataque del mago negro y de mí. Lo localicé a unos metros de distancia, continuaba inmóvil y entendí que había muerto por salvarme. Lloré entonces, por muchas razones en verdad, no solo por el pegaso. Sino por el alivio al haber vencido, por el dolor de cabeza que sentía y no cesaba, y por el acúmulo de nervios que había tenido aquellos días.
Una imagen se hizo presente entonces, Laranar me miró desde la altura en cuanto llegó a mí e hincó una rodilla en el suelo para atenderme. Por detrás de él un cuervo negro sobrevoló el cielo de Zargonia, graznando. Laranar volvió la vista un instante hacia el cielo al escucharle, pero era tarde para matar al espía de los magos oscuros, ya se alejaba. Y volvió su atención a mí.
—No puedo… respirar —le dije, sin acabar de recuperar el aliento—. Me ahogo.
—Tranquila —me acarició el pelo—, intenta relajarte, ya verás como poco a poco logras reponerte.
Me llevé las dos manos al rostro, cerrando los ojos, y respiré profundamente varias veces. Noté como si un líquido caliente me cayera de la nariz, y al pasarme una mano vi que tenía sangre.
—No te preocupes —intentó que no me asustara colocando ya un pañuelo en mi nariz—. Te has sobre esforzado, es normal. Pero no tienes miedo a la sangre, ¿verdad?
Negué con la cabeza.
Minutos después, con todo el grupo a mí alrededor y varios duendecillos, Laranar me ayudó a sentar en el suelo apoyando la cabeza en su pecho.
—Lo has logrado —dijo orgullosa Alegra—. Enhorabuena, ya llevas dos.
Intenté sonreír, pero me encontraba tan débil que no supe si lo conseguí.
Los duendecillos empezaban a sofocar el fuego de la pradera ahogándolo a golpes de rama.
Un unicornio se acercó en ese momento y me miró.
—Siento que vuestro amigo haya muerto por salvarme —le dije a aquel caballo igual de blanco como mi caballo volador, pero con un cuerno en la frente y sin alas que le brindaran la ocasión de volar—. Lo siento de veras.
No te preocupes, este me habló con la mente, Ciel ha dado su vida, convencido que hacía lo correcto. Le daremos sepultura esta misma noche y se le recordará durante siglos. Pero ahora, miró a Laranar, llévala junto al árbol de la vida, debe descansar antes de regresar a Finduco.
Laranar asintió y antes que pudiera decir nada me alzó entre sus brazos.
Dejé que me llevara sin decir palabra. Aún debíamos hablar largo y tendido sobre la profecía, si era cierto que me amaba y lo estúpido que había sido de intentar protegerme utilizando la mentira.
ALGO PROHIBIDO
Laranar me tendió en la hierba verde dejando que recostara la espalda en el grueso tronco del árbol de la vida. Miré las ramas del árbol, era inmenso, el más grande que nunca vi, con ramas finas y elásticas pobladas por incontables hojas plateadas que caían al suelo formando una cortina natural. Una enredadera trepaba por él dando la sensación que era una prolongación del mismo.
Laranar se sentó a mi lado y suspiró.
No había nadie más, Aarón y Alegra se encontraban ayudando a los duendecillos en las labores de apagar el fuego de la pradera y Akila rondaba por alguna parte. Solo escuchábamos el tintineo de las hadas circular por el árbol.
Me sentí agotada, el dolor en la pierna era constante, pero el dolor de cabeza me martilleaba las sienes. Aunque, poco a poco, la energía que parecía emanar el árbol suavizó lo embotada que me sentía.
Mi espada, aún sin bautizar, la tenía sujeta en mi mano derecha, manchada de la sangre del mago negro. La dejé reposar en mi regazo y acaricié la empuñadura.
—Te dejo sola cinco minutos y consigues hacerte con una espada —dijo Laranar rompiendo el silencio entre los dos—. Veo que al final no tendré más remedio que enseñarte a utilizarla.
—Te eché del grupo —dije de forma indiferente—. ¿Por qué crees que voy a dejar que vuelvas? ¿Quizá porque me ha dicho un pajarito que todo ha sido una mentira?
Me miró a los ojos y le mantuve la mirada.
—Te besé porque te amo —dijo como si aquello fuera un crimen—. Y está prohibido mantener una relación con la elegida, por ese motivo te dije todo aquello, para protegerte. Aunque me arrepiento de cada palabra que salieron de mis labios.
—Me hiciste daño, mucho, ¿cómo puedo estar segura que me dices la verdad? ¿No será una manera para continuar en el grupo?
De pronto se inclinó a mí y me besó en los labios. No me lo esperé, y después del dolor que me causó pensando que no me amaba quise retirarle, pero fue imposible, me entregué a él saboreando sus labios y la profundidad de su boca en un tierno beso de amor.
—Te amo, Ayla —dijo mirándome a los ojos y acariciando mi rostro con sus dos manos puestas en él, tiernamente con los pulgares—. Me arrepiento de cada palabra que te dije. Fui débil, es verdad, pero solo por amarte tanto.
Sonreí, no lo pude evitar, incluso una lágrima cayó por mi rostro que él limpió en un suave gesto.
—Yo también te quiero —dije y le volví a besar—. Ahora estaremos juntos, ¿verdad?
La sonrisa se desdibujó de mi rostro lentamente al ver la tristeza en sus ojos y la seriedad de su cara.
Laranar miró el árbol de la vida, suspiró, y a continuación clavó sus ojos azules y morados en mí.
—Estaba dispuesto a que me odiaras para protegerte, por eso vine aquí, para buscar respuestas en Natur y saber si lo que hacía era lo correcto —empezó a explicarme—. He hablado con la diosa, puedo permanecer a tu lado para que no decaigas en tu misión, para ser tu punto de apoyo. Pero no podemos iniciar una relación abiertamente, lo tenemos prohibido.
Le miré sin comprender y luego negué con la cabeza.
—¿Me estás diciendo que una diosa decide si podemos estar juntos o no? —Pregunté perpleja—. Eso lo debemos decidir tú y yo, nadie más.
—Ayla…
—No —le corté—, no veo en qué puede afectar la misión si estamos juntos, si ya se sabe que nos amamos, es lo mismo.
—Lo siento, pero Natur me advirtió que la guerra podía alargarse aún más y eso significa que podrías morir cuando menos lo esperara. Es arriesgado.
Lo miré a los ojos, estupefacta por su respuesta. Una diosa a la que ni siquiera conocía le había ordenado a Laranar que no mantuviera una relación conmigo. ¡¿En qué mierda de mundo me encontraba?!
»Si Natur lo aconseja es por tu propio bien y por el bien del resto de razas de Oyrun, debemos aceptar su palabra. No pondré en peligro tu vida, lo siento, y créeme que me encantaría poder hacerte mía, de verdad.
—Entonces hazlo —le supliqué cogiéndole de la camisa como si fuera a escapar—. Yo te quiero y tú a mí, me arriesgaré.
Le abracé entonces, y él respondió a mi abrazo.
—Ayla, hay dos cosas más —dijo mientras me abrazaba y entonces me retiré para escucharle—. ¿Sabes que volverás a tu mundo cuando esta guerra acabe?
Me quedé petrificada ante esa aclaración.
»Una vez finalices tu misión, el colgante te devolverá a la Tierra, así lo dispone la profecía. Es mejor dejar las cosas como están para que la partida no te sea tan dura en el futuro, yo no podré seguirte. Pertenecemos a mundos diferentes.
Los ojos se me inundaron de lágrimas solo de pensar en regresar a la Tierra y el dolor de cabeza que en un principio empezaba a suavizarse volvió con más fuerza que antes, pero hice un esfuerzo por continuar consciente. Laranar se percató de mi estado, quizá había perdido el color de la cara incluso, por lo que me sostuvo por los hombros temiendo que cayera.
—¿Y si pido quedarme? —Pregunté nerviosa, agotando mis últimas fuerzas—. Prefiero vivir en Oyrun, a tu lado, que en la Tierra, sola.
—Dicen que es inevitable —respondió apesadumbrado—. Yo te seguiría, pero tampoco es posible.
—¿Y quién lo dice? —Pregunté enfadada, un dolor de cabeza no me impediría criticar el causante de que Laranar se negara a mantener una relación conmigo—. Me agarraré a un árbol o te abrazaré con todas mis fuerzas para no regresar a la Tierra.
Sonrió, pero luego negó con la cabeza.
—Lo dice la profecía y los magos que la interpretaron.
—No —pedí, echándome a llorar, y Laranar me abrazó para consolarme o para cerciorarse que no me derrumbara en el suelo—, es injusto.
—Sí, lo es.
Estuve unos minutos recostada en su pecho, dejando que las lágrimas cayeran por mi rostro mientras aprovechaba que aquellos brazos fuertes y a la vez cuidadosos, me rodeaban. Respiré su aroma a hierba silvestre y poco a poco me calmé.
—Has dicho que había dos cosas —puntualicé mirándole a los ojos.
—La segunda sería insignificante para mí si solo existiera esa, créeme. Pero creo que debes saber que antes de partir de Sorania hice un juramento a los reyes, mis padres, de no tocarte lo más mínimo. De no establecer una relación más allá de la amistad.
—¿Por la profecía? —Quise entender.
—Sí y no —respondió—. Ayla, soy elfo y heredero a la corona, mi obligación es contraer matrimonio con una elfa de raza y dar herederos al reino. Para mí serías la mejor de las reinas, pero para mi pueblo… —dejó la frase en el aire.
—Solo sería una humana —comprendí y este asintió.
Me llevé una mano a la cabeza, aquello era demasiado para mí. Ni tan siquiera pensé en la posibilidad que yo pudiera convertirme en reina por matrimonio con Laranar, era algo impensable que llegara a tener ese cargo, y tampoco estaba convencida de querer tenerlo. Prefería ser una chica del montón.
—Renunciaría a la corona por ti —dijo y le miré a los ojos, decían la verdad—. Mañana mismo, si solo hubiera una probabilidad entre un millón que te quedaras en Oyrun.
Le cogí de una mano.
—Encontraré la manera de quedarme en Oyrun —dije convencida.
Sonrió, aunque supe que pensaba que era imposible, pero yo creía en los milagros.
—Le pediré otro deseo a las estrellas —insistí.
—Hasta entonces, y siendo peligroso iniciar una relación, debemos controlar nuestros sentimientos y no dejar que otras personas sepan que estamos enamorados. ¿Entiendes? Tu vida está en juego sino lo hacemos.
—Lo haré porque tú me lo pides, no porque esté de acuerdo.
Quise darle un beso en los labios, pero desvió su rostro y acabé dándoselo en la mejilla.
—Lo lamento, Ayla. Solo intento protegerte.
—¿Nada de besos? —Pregunté decepcionada, aquello era peor de lo que pensaba.
—Ni de abrazos, ni de palabras cariñosas. Nuestra relación debe ser igual que justo antes de la noche que te llevé a ver las hadas de los bosques.
—No —dije sin intención de hacerlo.
—Lo tengo decidido —dijo con determinación—. No pondré tu vida en peligro.
—Pues yo te demostraré que estar enamorados no es sinónimo de muerte —respondí—. Ya estaría muerta sino fuera por ti.
—Por ese motivo Natur me deja estar a tu lado, pero no puedo mantener una relación contigo, lo lamento.
En sus ojos vi que la decisión de Laranar estaba tomada, y maldije interiormente la situación en que me vi metida por una estúpida profecía y la decisión de una diosa. Hubiera continuando replicando, pero me encontraba tan cansada de la batalla con Falco que decidí seguir con el asunto más tarde. Me recosté en Laranar y cerré los ojos dispuesta a dormir un día entero.
La oscuridad volvió a rodearme y el mago negro que controlaba mis sueños volvió a colocarse a mi espalda como un cobarde, notando su aliento en mi pelo.
—Tu presencia es difícil de localizar —dijo el mago—. Pero no creas que estás a salvo de mí, puedo acabar contigo.
En aquella negrura, el frío o quizá el miedo, hacía temblar cada parte de mi cuerpo.
—He matado a Falco —dije, intentando parecer valiente aunque mi voz sonó temblorosa—. Solo quedáis cinco.
Automáticamente, me cogió de un brazo para darme la vuelta y encararme hacia él. Asustada, chillé…
Me desperté chillando, presa del pánico. La imagen del mago oscuro fue confusa. Solo logré verle un instante y el rostro lo llevaba cubierto por la capucha de una capa negra, así que estuve como al principio, sin saber qué aspecto tenía. Pero su contacto fue escalofriante y continué chillando hasta que alguien me cogió por lo hombros y me zarandeó para que reaccionara.
—¡Ayla! ¡Ayla!
Cogí los brazos que me sujetaban, asustada, hasta que me di cuenta que se trataba de Laranar y, entonces, suspiré como si me hubiera salvado la vida. Laranar puso una mano en mi frente como para tomarme la temperatura, y al mirar alrededor me di cuenta que me encontraba en la cama de mi habitación en Finduco.
—Has tenido fiebre —dijo—. La herida de la pierna está mejor, pero hemos estado muy preocupados por ti. Si no hubiera sido por los duendecillos, que conocen mejor que nadie las plantas medicinales del Bosque Encantado, podría haberse infectado.
Miré mi pierna entonces y en ese momento me di cuenta que no llevaba pantalones, tan solo un fino camisón que apenas cubría nada, no llegaba ni a la rodilla y el escote era más que provocador.
Automáticamente, muerta de vergüenza, cogí mi sábana y me cubrí hasta la barbilla.
—¿Quién me ha desvestido? —Pregunté con pánico.
—Fue Alegra con ayuda de unas duendecillas —respondió—. No tienen ropajes de nuestra talla por eso te va algo pequeño el camisón.
—¿Algo pequeño? —Repetí, se había quedado corto con lo de pequeño—. Pero si casi voy desnuda. ¿Por qué no me has tapado con la sábana? —quise saber algo mosqueada.
—Te has destapado tu misma —dijo con prudencia.
No supe qué responder entonces.
»Ayla, tranquilízate, pareces más nerviosa por tus ropas que por la pesadilla, ¿qué has soñado?
Suspiré.
—Creo, que acabo de cabrear al mago oscuro que controla mis sueños al decirle que he matado a Falco.
—Bien, —asintió—. Pasaremos unos días en Finduco hasta que tu pierna esté por completo recuperada. ¿Te duele?
Negué con la cabeza.
—Es como si la tuviese dormida —dije.
—Significa que la pomada que te han puesto surge efecto. Has dormido un día entero, dentro de unos tres días si te ves con fuerzas partiremos a Mair.
Los tres días pasaron rápidamente y contra todo pronóstico, Laranar me devolvió la espada que me regaló el gran Zarg sin ningún problema, dispuesto a enseñarme esgrima en cuanto tuviera la pierna por completo recuperada. Mi protector, además, me regaló un trapo para poder limpiar mi espada si en algún momento su hoja se manchaba de sangre, pues la sangre del mago oscuro se secó teniendo que limpiarla él mismo mientras yo permanecía dormida el día después de nuestra victoria. Aún debía bautizarla, pero el nombre que escogí en un primer momento «Amistad», dejó de tener sentido para mí al ver que aquellos que me acompañaban valoraron más mi misión como elegida que la sinceridad hacia mí. Estaba algo resentida con Aarón y Alegra, debía reconocerlo.
Las hadas de los bosques localizaron a Joe, que huyó en cuanto vio aparecer al dragón rojo en la pradera que tan tranquilamente estaba pastando. Laranar tuvo que calmarlo en cuanto regresó a nosotros, pues aun y que se tardó más de un día en dar con él, el animal continuaba espantado.
En la despedida con el rey de Zargonia, nos fue desvelado algo que hasta el momento el anciano y el príncipe Zarno, no creyeron necesario comentar.
—Lord Zalman, vino acompañado de un joven mago, buscándoos —dijo el rey—. Al parecer, ya habían ido a Sorania, Sanila, Barnabel y… hmm…
—Los bosques de Andalen —terminó el príncipe Zarno por su padre.
—¿Y cuánto hace que pasaron por aquí? —Quiso saber Laranar.
—Diría que cinco o seis días antes de vuestra llegada a Finduco —respondió.
—¿Recuerda el nombre del mago que acompañaba a lord Zalman? —Preguntó Aarón.
—Sí, creo que se llamaba… Da… ¿Dario? ¿Racio?
—¿Dacio? —Le ayudó Laranar—. ¿Dacio es el mago que debe unirse al grupo?
El rey asintió, respirando trabajosamente, era tan mayor que hablar muy seguido le agotaba.
—¿Lo conoces? —Le pregunté.
—Sí, es amigo mío —dijo Laranar y miró al rey—. Gran Zarg, gracias por esta información. Ahora ya sabemos qué mago buscar en cuanto lleguemos a Mair.
Y partimos una vez más, habiendo recuperado cuatro fragmentos del colgante en nuestro paso por la ciudad de Finduco.
Poco a poco, el colgante de los cuatro elementos se iba completando.
DEUDA DE VIDA
Habían pasado dos días desde que abandonamos la ciudad de Finduco, solo nos quedaban tres jornadas para alcanzar Mair y la mañana empezó como cualquier otra. Laranar y Aarón preparaban el desayuno, beicon frito y salchichas, su olor fue lo que me despertó y abrí los ojos bajo mi manta de dormir. Estuve perezosa de iniciar el día así que vi cómo trabajaban mientras continuaba tendida en mi manta. Finalmente, me senté medio adormilada y estiré los brazos desperezándome. Alegra se encontraba a unos metros, refrescándose en un riachuelo que teníamos a tan solo quince o veinte metros de nosotros. Ya regresaba cuando me digné a levantarme con los cabellos revueltos y los ojos llenos de lagañas.
—Buenos días —me saludó Alegra.
—Buenos días —le contesté bostezando. Me toqué la pierna derecha en un acto reflejo, la quemadura la tenía mucho mejor, pero al principio del día, cuando empezaba a moverme, era de los momentos en que más me dolía—, voy al riachuelo para lavarme y despejarme un poco.
Al pasar al lado de Laranar le sonreí y este me devolvió la sonrisa, pero no nos dijimos nada. Cuando me advirtió que no intentaría nada conmigo, que nuestra relación debía ser igual que antes de la noche que me besó por primera vez, lo dijo en serio. No dejó escapar ni un beso esporádico, ni una caricia, nada desde entonces. Pero ya le cogería cuando menos se lo esperara, solo debía ser paciente.
Llegué al riachuelo cojeando levemente, la herida fue importante, pero gracias al ungüento de los duendecillos no me quedaría cicatriz en la piel. Me senté en el borde y empecé a lavarme la cara y los dientes cuando Akila vino a mi lado, me olfateó la cara, teniéndole que retirar antes que me diera un lametón, ya que era su manera lobuna de darme los buenos días. Se tumbó a mi lado y le acaricié. Le encantaban los mimitos y se ponía de panza arriba para que le diera una buena sesión de caricias. Su pelo ya no era tan suave como al principio, en las últimas semanas se había vuelto duro, como el pelo de un lobo adulto y había dado un estirón alcanzando un tamaño mayor que el de un lobo normal. Ya no quedaba nada de aquel adolescente que adoptamos en el grupo, y la buena alimentación que recibía por parte nuestra ayudó a que alcanzara tan esplendoroso tamaño.
Me alcé lentamente el bajo del pantalón para mirar mi herida, la tenía vendada, pero quise comprobar que no hubiera supurado traspasando la venda. Tenía una fea costra por la parte exterior de la pierna, que iba desde el tobillo hasta un palmo por encima de la rodilla. Cada dos días tendría que limpiarla y cambiarme los vendajes. Y hoy era el día número dos.
—¿Lista? —Alcé la vista y vi a Alegra que se acercaba a mí con el ungüento de los duendecillos en una mano y un segundo par de vendas en la otra. Miré dirección a Laranar y Aarón—. Tranquila, ya les he dicho que durante quince minutos no se les ocurra volver la vista hacia nosotras.
Me levanté del suelo con su ayuda y me saqué el pantalón, quedándome de cintura para abajo en ropa interior. Alegra se arrodilló y empezó a sacarme la venda enrollándola al tiempo que la quitaba.
—Parece que tenga mejor aspecto que hace dos días —comenté observando la herida que empezaba a verse debajo de las vendas.
—Sí —dijo sin dejar de quitar el vendaje—, de aquí nada ya podrás ir sin venda. La pomada que nos dieron los duendecillos es milagrosa.
Asentí y en cuanto dejó la pierna al descubierto, me quité el resto de la ropa —quedando como mi madre me trajo al mundo— y entré en el riachuelo para que la herida se lavara en condiciones, y de paso aproveché para lavarme de cuerpo entero. El riachuelo apenas llegaba por los tobillos la mayor parte de su recorrido, pero me trasladé a un punto donde el agua me alcanzaba la cintura. Una vez limpia salí. Alegra ya tenía preparada una toalla de algodón que me tendió de inmediato. Trajo mi mochila donde la guardaba.
—¿No te bañas? —Le pregunté, terminando de secarme el pelo con la toalla.
—En cuanto termine contigo —respondió.
Me cambié de muda, ir de viaje y encontrar un arroyo donde poder bañarte no era frecuente y había que aprovechar cada uno que encontrábamos.
Alegra me ayudó con la herida una vez más. Hizo que me sentara en el suelo para aplicarme la pomada.
—Aún no has bautizado tu espada —comentó mientras me untaba la piel con la pasta verdosa que nos dieron en Finduco—. Siento haberte ocultado lo de la profecía.
La miré por unos segundos, pero no le respondí hasta que paró en su labor y alzó la vista hasta mis ojos, vi el arrepentimiento en ellos y suspiré.
—Creí que éramos amigas —dije algo resentida—. Aquella mañana en mi habitación, te llamé amiga y te dije que nunca tendría un secreto contigo. Tú, en cambio, saliste de la habitación sin importarte cómo me encontraba.
—No es cierto —dijo—, no me gustaba verte de esa manera, estuve a punto de decírtelo.
—¿Y por qué no lo hiciste? —Quise saber.
—Porque… —de pronto sus ojos amenazaron con echarse a llorar y me sorprendí, pues nunca la había visto derramar una lágrima, pero suspiró profundamente, concentrándose—. Entiéndelo, Aarón y Laranar me explicaron que si alguien te apartaba de tu misión podías morir y Oyrun estaría condenado. No quiero que mueras, aunque mi principal motivo es mi hermano. Si tú mueres está condenado, por favor, entiéndelo —me pidió.
La miré por un tiempo; luego, rendida, sin saber qué pensar, me dejé caer recostando mi espalda en el suelo, dejando que Alegra continuara atendiendo mi herida. Miré el cielo azul a través de las ramas de los árboles, era un día despejado y el sol brillaba con insistencia.
—Eres la única amiga que tengo —habló Alegra empezando a vendarme la herida—. Si me das una oportunidad de corregir mi error, yo…
—Alegra, déjalo —le pedí—. Al fin y al cabo, aunque tarde, me lo dijiste. Te perdono.
—Gracias.
No hizo falta decir más, pese a que nos conocíamos hacía apenas dos meses ambas sabíamos que no teníamos a nadie más salvo el grupo. Y entre ella y yo, las dos únicas mujeres, debíamos forjar una amistad para ayudarnos mutuamente. Pues los hombres, aunque morirían por protegernos, actuaban como hombres, brutos y pensando solo en el próximo peligro. Y de vez en cuando, la compañía femenina era agradecida para poder hablar de pequeñeces que con un hombre era imposible.
No obstante, dejé mi espada sin bautizar aquel día.
Terminó de vendarme la pierna. Luego me tendió una mano para ayudarme a levantar y me tambaleé levemente en cuanto estuve en pie, pero recuperé el equilibrio por mí misma. Fue, en ese momento, cuando Akila empezó a gruñir a nuestro lado en dirección oeste. Al prestar atención escuché los gritos de auxilio de alguien.
El lobo salió disparado por el bosque.
—¡Akila! —Le llamó Alegra para que volviera, pero no le hizo caso.
No lo pensé, empecé a correr detrás del lobo sin tiempo a sentir dolor en mi pierna. La pomada recién aplicada hacía un efecto de anestesia total que mitigaba cualquier mal. Los gritos de auxilio se hicieron más claros y cuando traspasé una barrera de helechos me encontré a Akila en el borde de un precipicio gimiendo, y dando vueltas de lado a lado mirando al vacío.
—¡Ayuda! ¡Por favor! —Pedía alguien.
Me asomé al barranco y encontré a un duendecillo que había caído. Se sujetaba a una raíz de un árbol que sobresalía del terreno. Estaba a punto de caer.
No lo pensé, me estiré en el suelo y le extendí una mano para que se sujetara.
—Vamos, intenta coger mi mano —le dije, el duendecillo lo intentó, pero no lograba llegar a mí, por lo que me arrimé peligrosamente al barranco estirando todo mi cuerpo. Entonces noté que alguien me sujetó de las piernas y me giré para ver quién era—. ¡Alegra! —Exclamé contenta de ver que me había seguido.
—Ayla, ¿estás loca? —Me preguntó alarmada por lo que estaba haciendo, tenía medio cuerpo fuera.
—Sujétame fuerte —le pedí, mientras me asomaba aún más para coger al duende.
—Ayla, ¡no! —Aquella otra voz fue de Laranar y en apenas dos segundos noté como otro par de manos me sujetaba. Conseguí coger al duendecillo y empecé a estirar de él, y Laranar y Alegra de mí.
Una vez a salvo, nos quedamos los cuatro sentados en el suelo. Respirando apresuradamente pese a no haber hecho un gran esfuerzo, supuse que la subida de adrenalina hizo ese efecto. Miré al pequeño duende que temblaba como un flan. Parecía joven, aunque bien podía alcanzar un siglo de edad, su constitución era pequeña como el de todos los duendecillos, de largas orejas picudas, pelo enmarañado de color tierra, ojos grandes de color marrón, y nariz puntiaguda. Su sombrero morado lo llevaba echado hacia atrás por lo que le cambió la posición para que le cayera a un lado. Su camisa corta y de manga larga, era beige; y sus pantalones, que le llegaban por encima del ombligo, verdes. Los zapatos eran igual de puntiagudos que su nariz. En conjunto era un ser estrambótico, como todos los duendecillos que hasta la fecha conocí. Aunque la característica más importante de aquella raza era su piel, pues era semejante a la corteza de un árbol, marrón y rugosa a la vez.
Laranar y Alegra me miraron muy enfadados. Aarón también había venido a la carrera y se encontraba de pie a nuestro lado, con Paz desenvainada.
—¡Ayla eres una insensata! —Me alzó la voz Laranar mientras se levantaba del suelo—. ¿Es que no has visto lo peligroso de tu acción?
—Escuché sus gritos de auxilio y…
—Esa no es excusa —me cortó Aarón envainando su espada—. ¿No te das cuenta que podría haber sido una trampa del enemigo?
—Además que ha sido peligroso, —continuó Alegra alzándose del suelo—, podrías haberte caído.
—Lo siento —me disculpé, al ver a todo el grupo tan enfadado conmigo—, no volverá a pasar.
Escuché a Laranar suspirar sonoramente, pero ninguno dijo nada más. ¿Para qué? Siempre acababa haciendo lo que me apetecía, era consciente hasta yo misma.
El duendecillo tiró de mi camisa para que le prestara atención y le miré.
—Me llamo Chovi —se presentó.
—Yo Ayla, ¿te encuentras bien? —Quise saber.
—Sí, gracias —me respondió, parecía más calmado, incluso vi un atisbo de alegría en sus ojos.
—Debemos continuar —dijo Laranar, ofreciéndome la mano para levantarme, pero su expresión era enfadada.
—Gracias —le dije al aceptar su mano, luego miré al duendecillo—. Ves con más cuidado la próxima vez.
Asintió, miré al grupo y empezamos a encaminarnos dirección al campamento. Nuestra sorpresa fue cuando el duendecillo nos siguió. Le miramos sin saber qué hacía, y este se detuvo, se sacó su sombrero y me hizo una reverencia.
—Con todos los respetos, Chovi os acompañara también —habló el pequeño duende.
—Y eso, ¿por qué? —Le preguntó Alegra.
—Ayla ha salvado mi vida y ahora Chovi tiene una deuda de vida con ella —le respondió.
Miré a Laranar que abrió mucho los ojos y enseguida negó con la cabeza mirando al duende. Se adelantó dos pasos hacia él.
—No es necesario, nuestra misión es peligrosa y la elegida te perdona tu deuda de vida —le dijo Laranar. Su tono de voz me alertó que algo no marchaba bien con el duende.
—Lo lamento, pero una deuda de vida es una deuda de vida —respondió Chovi.
—Me comprometo a cumplir yo esa deuda —se ofreció Laranar, pero el duendecillo negó con la cabeza.
—¿Una deuda de vida? —Pregunté para que alguno de los dos me lo explicara.
Laranar me miró algo preocupado.
—Cuando alguien salva a un duendecillo este debe seguir a su salvador, en este caso tú, hasta que él pueda salvarte la vida a ti y quedar en paz —me explicó Laranar.
Quedé literalmente con la boca abierta, sin saber qué decir entonces.
—Un momento —habló Aarón mirando al duende—, ahora te recuerdo, tú eras el duendecillo que hará unos días desterraron de Finduco, ¿me equivoco?
Chovi cogió su sombrero y se tapó la cara como si se avergonzase. Sentí lástima por él. Sobre todo al recordar las lágrimas que soltó cuando tuvo que abandonar la ciudad. En aquellos momentos me encontraba igual de mal que él, con la diferencia que mi camino había acabado relativamente bien, mientras el suyo continuaba siendo el destierro. Me compadecí.
—¿Por qué te desterraron? —Le pregunté.
Recordaba el juicio, pero no el motivo de su destierro, mi cabeza, en aquellos momentos, se encontraba en otra parte.
—Bueno… por… torpe —dijo vacilante, no obstante, sonrió como si de esa manera le quitara importancia.
—¿Por torpe? —Pregunté perpleja—. ¿Cómo pueden desterrar a alguien por torpe?
—Cuando uno es un simple trabajador de una gran obra en construcción y por culpa suya se cae todo lo que se ha construido…
—Bueno un accidente lo tiene cualquiera —comenté.
—Es que este era el decimocuarto accidente en lo que va de mes.
—¿El decimocuarto? —Exclamé. Yo era torpe y patosa, pero tanto desde luego que no—. ¡Pero si estamos a 11 de Peteor!
El duendecillo se encogió de hombros como si fuera algo normal en él.
—Alguien así no puede acompañarnos —dijo Aarón, mirándoselo de arriba abajo.
—Estoy de acuerdo —dijeron Laranar y Alegra a la vez.
—Yo tampoco quiero ir, pero estoy obligado —dijo Chovi enfrentándose a los tres.
—Mira pequeño duende, —dijo Laranar—, entiendo vuestras leyes, pero ahora eres un desterrado, tampoco estás obligado. Y como ya te he dicho nuestra misión es peligrosa y tenerte en el grupo arriesgado. Así que… —dio un paso al frente para intimidarle— vete, no eres bienvenido.
—Mira elfo grandullón no pienso mar… —no acabó la frase, quedó petrificado cuando vio a Akila que se le acercó para olfatearle.
—Tranquilo no muerde —le dije.
—A menos que se lo ordenemos —repuso Laranar cruzándose de brazos, mosqueado.
Iba a coger a Akila para retirarlo del duendecillo, pero Laranar me lo impidió de inmediato. Chovi empezó a retroceder por la proximidad del lobo, nos miró a todos, se dio media vuelta y echó a correr muerto de miedo.
—Problema solucionado —dijo Laranar satisfecho—. Bien hecho Akila —le dio unas palmaditas cariñosas en el lomo, que el lobo agradeció sin saber qué había hecho—. Vamos.
Fui la última en seguirle, por algún motivo sentí remordimientos por haberle echado de esa manera.
—Vamos, Ayla —Laranar se detuvo al ver que me quedé la última del grupo.
Corrí para alcanzarle.
—Tal vez… hemos sido un poco duros con él, ¿no te parece? —comenté mirando atrás.
—¿Prefieres tenerlo de compañero? —Me preguntó serio, aún no se le había quitado el enfado por salir corriendo directa a un barranco.
—No —le respondí continuando la marcha—. ¿Vas a estar enfadado conmigo mucho tiempo?
—Debes ser más sensata —dijo—. Esto podría haber acabado igual o peor que con el ave fénix, ¿no te das cuenta?
Suspiré, sabiendo que tenía razón, pero entonces le miré a los ojos. Aarón y Alegra ya se habían adelantado, el campamento solo estaba a unos metros y nos encontrábamos solos. Rápidamente le di sin que se lo esperara un beso en los labios, rodeándolo durante un instante el cuello con mis brazos. Seguidamente le solté, sonreí al ver su cara de estupefacción y continué dirección al campamento.
—La próxima vez iré con más cuidado —dije de espaldas a él.
—Espero que no haya una próxima vez —dijo serio, alcanzándome, refiriéndose en este caso al beso.
—Pues yo espero que haya muchas —rebatí, mirándole con picardía.
Al final sonrió y le quité el enfado.