AYLA (5)
VIENTO
Me hundía lentamente en un mar de tinieblas por una fuerza invisible que me empujaba hacia el fondo sin detenerse. Agotada me dejé llevar sin ánimo de luchar contra la muerte, pues estaba cansada, muy cansada, y a medida que descendía el dolor en mi cuello iba disminuyendo, deseando que se mitigara por completo.
Era consciente que me estaba muriendo, pero la muerte, aunque temible, también era sencilla, plácida y ningún fuego me quemaba. Era el descanso que estaba buscando.
Cerré los ojos, esperando llegar al fondo y que todo acabara.
—Ayla —escuché una voz en la lejanía, dulce y angelical, pero solo fue eso, una voz—. Ayla, abre los ojos —era agradable, pero completamente desconocida—. Debes abrir los ojos —insistió—, por Laranar.
Laranar, pensé, ¿Qué sentirá cuando muera? ¿Se lamentará por mí o por perder a la elegida?
—Ayla, Laranar te necesita, abre los ojos —me insistió la voz de forma más apremiante.
—¿Me necesita? —Pregunté incrédula, sin dejar de hundirme en aquella oscuridad—. No lo creo, para él solo soy una simple humana. Déjame dormir —le pedí.
—Dormir es morir —respondió—. Y mi hermano te ama, lo sé. Abre los ojos.
Abrí los ojos no por miedo a temer a la muerte, si no por el hecho que acababa de mencionar que Laranar era su hermano, ¿significaba que esa voz provenía de Eleanor?
Una luz apareció delante de mí y se materializó en una bella muchacha mucho más joven que yo. Sus cabellos eran dorados y caían en cascada sobre sus hombros. Sus cejas eran finas y arqueadas. Su mirada era azul que se entremezclaba con un tono morado, dando dos colores a unos ojos grandes y bonitos. Y sus labios eran sonrojados, intensos, que dibujaron una sonrisa al aparecer ante mí.
—Coge mi mano, —me ofreció—, te llevaré a un lugar seguro.
Asentí con la cabeza y extendí mi mano hasta coger la suya. La luz por la que apareció nos envolvió y por un momento quedé deslumbrada por la intensidad de aquel resplandor. Tres segundos después me encontré sentada en la misma pradera que pisé cuando llegué a Oyrun. El lugar era exacto a como lo recordaba, su aroma floral, sus colores, el canto de los pájaros…
—Ayla —me volví y vi a la muchacha que me había llevado hasta allí.
—Eres Eleanor —afirmé, no pregunté, pues su enorme parecido con Laranar era evidente.
Asintió.
»Tenéis los mismos ojos.
Se sentó a mi lado atusándose el vestido color blanco que llevaba, tejido por hilos de plata. Me fijé en el recogido de su pelo, adornado con flores tan azules como el cielo.
—Siempre nos dijeron que Laranar y yo, teníamos los mismos ojos —dijo sonriendo.
—¿Estoy muerta? —Pregunté ante todo.
—Aún no —contestó negando con la cabeza.
En ese momento, noté un gran alivio en el cuello y me pasé una mano donde antes hubo la mordedura de la frúncida agradeciendo ese instante de frescor.
—Es Laranar, está intentando salvarte —dijo Eleanor, preocupada—. Aún no es tarde, pero debes luchar por continuar viva. Esta es la segunda vez que te ayudo, puede que no haya una tercera, ¿entiendes?
Negué con la cabeza.
—¿Cómo que la segunda vez? —Quise saber—. ¿Nos habíamos visto antes?
—El accidente —dijo como si fuera obvio—, cuando tus padres murieron.
Parpadeé dos veces, sin comprenderla.
»Tu memoria me ha olvidado, pero intenta recordar. Un lugar oscuro, una luz. Yo evité que te reunieras con tus padres. El más poderoso traspasó la barrera entre nuestros mundos con un hechizo e hizo que tuvierais el accidente o, mejor dicho, hizo que tus padres murieran en él. Te salvaste por muy poco.
—Te equivocas, fue un conductor que se durmió mientras conducía y chocó contra nuestro coche —dije desconcertada—. Eso me dijeron.
—No fue así —negó con la cabeza—. Pero no he venido a hablar del pasado, debes volver a la vida cuanto antes.
Seguidamente, hubo como una especie de destello, como si el sol parpadeara, a causa de un golpe.
—Laranar —dijo Eleanor mirando el sol al igual que yo—. Mi hermano está desesperado, te quiere más que a nadie en el mundo —fruncí el ceño, escéptica ante esa posibilidad—. Dile de mi parte que… —otro destello—… que él no tuvo la culpa de mi muerte, que le perdono. Lleva siglos atormentándose y no soporto verle de esa manera —otro destello, esta vez el sol emitió un resplandor más intenso y me alcé como si algo me obligara a ello. Eleanor también se puso en pie—. ¿Se lo dirás?
—Sí —dije mirando el sol. Extrañamente no quemaba los ojos.
—Bien, ahora vuelve —me señaló con la cabeza un punto por detrás de mí. La luz resplandeciente que nos hubo llevado a la pradera volvía a aparecer a mi espalda—. Mata a Numoní —dijo seria, como una orden—, es tu destino, mata a todos los magos oscuros y, sobretodo, no tardéis en encontrar el mago de Mair que os debe acompañar. Es muy importante, acaba de ser escogido. No tardará en llegar hasta vosotros, pero debéis buscarle cuanto antes.
Alguna fuerza empezó a empujarme hacia la luz y miré a Eleanor que se alejaba de mí desapareciendo seguidamente como el fantasma que era. Volví la vista al frente y de repente el dolor en mi cuello se hizo más intenso, casi insufrible, y el resto de mi cuerpo se tensó como si mil agujas se estuvieran clavando y desclavando de forma intermitente por todo mi ser. Todo se volvió negro y el dolor se intensificó…
Abrí los ojos y respiré una bocanada de aire como si me fuera la vida en ello. Tosí y me tendí a un lado sintiendo un dolor agudo en el pecho, aunque no era comparable con el dolor de sentir el veneno recorrer por todo mi cuerpo. Gemí desesperada, incapaz de controlar los continuos espasmos que me acechaban y fue entonces cuando una de aquellas incontroladas sacudidas hizo que tocara un objeto con la mano.
Lo agarré de inmediato, era mío, me pertenecía. Y como siempre hubo ocurrido empezó a purificarse con mi contacto. Pasó del color morado a un color transparente, puro.
Los fragmentos del colgante volvían a ser míos, unidos en uno solo.
Me lo llevé al pecho, nadie me lo quitaría.
Las patas de Numoní —haciendo su peculiar claqué al moverse— se encontraban a menos de dos metros de mi posición. Al alzar la vista vi a la frúncida vomitando sangre, con una raja en el abdomen y ciega por completo. Tenía una flecha clavada en cada ojo, astillada, como si hubiera intentado arrancárselas sin éxito.
Otra persona me llamó la atención pues me miraba sorprendido, como si no fuera posible que regresara del mundo de los muertos. Hincaba una rodilla en el suelo con Invierno en una mano, enfrentándose a la frúncida.
Numoní me miró, o más bien encaró sus ojos clavados por flechas en mí. Olió el aire y gruñó.
No había tiempo, pese a mis continuas sacudidas involuntarias tuve que hacer un esfuerzo por levantarme. Gemí al hacerlo y quedé tambaleante enfrente de la frúncida. Numoní acortó la distancia que nos separaba hasta casi aposentarse encima de mí. Ciega, intentó matarme con un golpe de tenaza. Lo esquivé por muy poco, notando una friega en mis cabellos. Perdí el equilibrio y caí, hincando una rodilla en el suelo. Otro golpe fue a por mí y, para esquivarlo, tuve que lanzarme debajo de las patas de Numoní para no ser alcanzada.
El claqué inundó mis oídos de forma atornillante. El corazón me iba a mil por hora, intentando evitar que me pisoteara pues no dejó de moverse queriendo ubicarme vanamente. No se dio cuenta que me había refugiado en el sitio menos adecuado, debajo de ella.
—¡Ayla! —Gritó Laranar, asustado, viéndome en una posición tan vulnerable.
La frúncida continuó cortando el aire con sus pinzas, creyendo que de esa manera me alcanzaría tarde o temprano.
Tuve que rodar a derecha e izquierda varias veces para evitar sus pisadas.
Escuché a Alegra y Aarón llamarme por alguna parte y a Akila gruñir muy cerca de mí.
—¡Malditos! ¡Os mataré a todos! —Gritó Numoní entre fluidos de sangre.
El sonido de flechas cortando el aire me indicó que mis compañeros intentaban protegerme como buenamente podían, y decidí que ya no podía continuar por más tiempo así. Era la hora de madurar e intentar superar mis miedos, no dependiendo constantemente de terceras personas, no esperando que fueran a salvarme.
Era la elegida y debía utilizar mi fuerza contra la maga oscura.
Empecé a concentrarme en el fragmento en una mezcla de rabia, furia y determinación. Pronto, comencé a notar un flujo de energía que invadía todo mi cuerpo. Era como si una fuerza sobrenatural se aposentara en cada músculo, en cada célula de mi piel, y recorriera mis venas de forma imparable hasta alcanzar un clímax de poder. Intenté canalizarlo, hacerlo mío, tener el control de esa fuerza descomunal concentrándolo en el pequeño cristal que era mi arma y, entonces, pensé en un elemento.
¡Viento!, grité en mi fuero interno.
Como una explosión el aire cobró vida y circuló en todas direcciones a mí alrededor alborotando de forma violenta mis cabellos. Numoní se percató entonces de donde me encontraba realmente, pero antes que pudiera apartarse, le di un puñetazo en su estómago y deseé, pensé e imaginé, que toda la fuerza del viento que me rodeaba lanzaba a Numoní por los aires.
Como algo que se cumple con solo decirlo, ocurrió.
Numoní fue lanzada a varios metros de altura. La seguí con la mirada, concentrada, encarando la mano con que sujetaba el colgante hacia ella.
Vi uno de los montículos de la cámara con una forma puntiaguda que me gustó, me gustó muchísimo, y sonreí, proyectando mi voluntad. Dirigiendo el aire que envolvía a Numoní hacia ese montículo.
—¡Muere! —Grité.
Numoní, empezó a caer en picado.
—Last bel ni sulen der amb…
Antes que pudiera convocar un hechizo la clavé en la roca afilada como el bicho que era. Quedó atravesada por el abdomen, sus patas se movieron por unos segundos en el aire hasta que, lentamente, quedó inmóvil.
Hubo un momento de silencio mirando todo el grupo a la frúncida muerta. Luego, todos volvieron su vista a mí.
—¡Ayla! ¡Estás viva! —Gritó Laranar dirigiéndose a mí. Me abrazó y fue entonces cuando me percaté que estaba en pie. En algún momento durante el ataque me alcé sin darme cuenta, pero las fuerzas me abandonaron tan rápido como hubieron venido y me dejé caer. No obstante, los brazos de mi protector eran fuertes y me sostuvieron con cuidado hasta dejarme tendida en el suelo, medio sentada y apoyada en él—. Creí que habías muerto —dijo llorando y me abrazó todavía más.
—Laranar, ¿estás herido? —Le pregunté preocupada, no entendiendo sus lágrimas.
Jamás lo imaginé llorar de esa manera y menos si era por mí.
—No, estoy perfectamente —dijo y me dio un beso en la mejilla que me sorprendió aún más.
—Entonces, ¿por qué lloras? —Quise saber—. ¿Por mí?
—Pues claro, —dijo como si fuera obvio—. Has vuelto a la vida y estoy feliz de tenerte otra vez a mi lado.
Sonreí.
Aarón y Alegra ya se encontraban a nuestro lado y al mirarles, contenta de ver que estaban a salvo, vi una seriedad en el general que me hizo dudar que todo hubiera marchado bien.
—Akila —llamé al lobo, siendo el único que faltaba, pero enseguida vino y me dio un lametón en toda la cara.
Suspiré aliviada.
—Laranar, debemos atender a la elegida —dijo Aarón con una seriedad devastadora y remarcando la palabra elegida con fuerza.
Laranar se limpió las lágrimas de los ojos de inmediato y me miró, serio. Su mirada ya no era cálida, era más bien distante, y por un momento quiso no tenerme tan abrazada, dejando que me mantuviera sentada por mí misma. Pero no me encontraba bien, los espasmos persistían y apenas tenía fuerza para alzar la cabeza. No tuvo más remedio que continuar abrazándome.
Aarón se agachó a nosotros dos y me tomó la temperatura colocando una mano en mi frente.
—Estás ardiendo —dijo—. Debemos sacarla de aquí cuanto antes —le dijo a Laranar—. Yo la llevo.
Laranar no puso objeción, pero yo sí. Me agarré a sus ropas.
—Voy más segura contigo —dije—. Llévame tú, por favor.
Le miré a los ojos de forma suplicante. Laranar frunció el ceño como debatiéndose y, finalmente, me alzó en sus brazos.
—Soy su protector, la llevaré yo —le dijo a Aarón, serio como a veces se ponía, sin opción a réplica.
Algo ocurría, no sabía el qué, pero más tarde o más temprano me enteraría.
Al dirigirnos a la puerta de entrada a la cámara, vi que Alegra se tocó el brazo derecho, dolorida.
—¿Estás bien? —Le pregunté preocupada.
—Sí —sonrió, dejándose de tocar el brazo—. Numoní, nos lanzó a Aarón y a mí por los aires, el golpe al caer fue duro, pero sobreviviremos.
Miré a Aarón.
—Lo siento —me disculpé.
—No te preocupes pequeña —dijo con una actitud más amistosa—, nuestra caída es insignificante comparada con tu herida y no tienes la culpa —miró a Numoní deteniéndose, todo el grupo lo imitó—. Acabas de matar a la primera de las magas oscuras.
Me sentí orgullosa de mí misma. Pocos creían que pudiera contra uno solo de los magos negros y había eliminado al primero o, mejor dicho, la primera.
—¿Y los fragmentos? —Preguntó Alegra—. ¿Dónde están los nuestros?
—Es este —dije mostrándolo. Daba la sensación de haber recuperado una cuarta parte del colgante—. Me los quitó y se los tragó, se unieron en su cuerpo con los que ya poseía, supongo que…
Gemí de dolor al notar una ráfaga de fuego correr por mi cuerpo, el veneno continuaba ardiendo en mi sangre de manera intermitente.
Respiré profundamente, concentrándome, pero cada vez me encontraba con menos fuerzas.
—No nos entretengamos —dijo Laranar al verme—. Hay que buscar un lugar seguro y atender a Ayla —me miró—. Duerme tranquila, estás a salvo. Nosotros nos encargamos de todo.
No tuvo que insistirme, cerré los ojos y me quedé dormida antes incluso de salir de aquella infernal cámara.
LA VERDAD DEL PASADO
Pese a haber superado la muerte, el veneno corrió por mi cuerpo de forma imparable. Sufrí dolorosos espasmos, fiebre y vómitos. Estuve en la inconsciencia durante horas. En ocasiones desperté gritando, no pudiendo aguantar aquella tortura. Pero Laranar y Alegra, estuvieron siempre a mi lado, o eso recordaba, pues no hubo vez en que abriera los ojos y no viera a la Domadora del Fuego cambiando los paños de mi frente, intentando bajarme la fiebre; o a Laranar sujetándome para que no me moviera y me hiciera daño a mí misma con mis continuos temblores. Todo acompañado con palabras de apoyo y de que todo iba a salir bien.
No pude determinar cuánto tiempo pasó hasta que desperté sin gritar. Pero una noche abrí los ojos sin sentir el fuego en mi piel.
Miré alrededor, nos encontrábamos en alguna parte del bosque de hayas. Aarón y Alegra estaban durmiendo a unos metros de mi posición mientras Laranar estaba sentado a mi lado con aire ausente, pensativo.
No se dio cuenta que acababa de despertar.
Aproximé mi mano a la suya y en cuanto la rocé se volvió de inmediato hacia mí. Sonrió, aliviado de verme despierta, tranquila, sin un grito desgarrador que le pusiera los pelos de punta.
—Estás despierta —dijo con una tierna sonrisa—. ¿Cómo te encuentras?
—Mejor —contesté con voz áspera, y carraspeé la garganta—. Tengo sed.
No hizo falta decir más, se levantó y me trajo de inmediato mi cantimplora. Me ayudó a incorporarme y bebí de ella mientras Laranar me la inclinaba.
Una vez saciada mi sed le sonreí y él me devolvió la sonrisa.
—¿Cuánto tiempo llevo durmiendo? —Le pregunté.
—Tres días —contestó ayudándome a tumbar de nuevo—. Has tenido mucha fiebre —dijo tomándome la temperatura de la frente con la mano—. Y aún tienes.
—Estoy mejor —dije no dándole importancia.
Quise pasarme una mano por la herida del cuello para aliviar el picor incesante que persistía, pero Laranar me detuvo y negó con la cabeza.
Suspiré profundamente entonces, concentrándome en no pensar en el hormigueo insufrible.
—Creí que habías muerto —dijo en cuanto vio que estaba mejor. Unas feas arrugas cubrieron su frente al fruncir el ceño, arrugas de preocupación y dolor al recordar lo ocurrido.
Cogí su mano y la entrelacé con la mía.
—Tengo un ángel de la guarda que cuida de mí —respondí—. Tú la conoces, me pidió que te dijera que no fuiste el responsable de su muerte —me miró sin comprender, pero yo continué—: que llevas siglos atormentándote por lo ocurrido y que no soporta verte así. Tienes su perdón.
Miró por unos segundos el suelo, desconcertado ante mis palabras, no pudiéndose creer de quién le estaba hablando. Luego volvió su vista a mí, dudoso.
»Eleanor me salvó. Ella es la responsable que aún siga con vida.
Los ojos de Laranar se inundaron de lágrimas y, aunque intentó limpiárselas, no pudo evitar que otras nuevas aparecieran.
Empleé toda la fuerza que disponía en sentarme y abrazarle viendo que necesitaba el consuelo de alguien.
—¿De verdad me perdona? —preguntó, respondiendo a mi abrazo—. Si hubiera matado a Numoní antes de…
—Nunca tuviste la culpa —le corté y me estrechó más contra él.
Llegué a mi límite y dejé caer mi cuerpo encima de él. Lo notó y me ayudó a estirarme de nuevo.
—Gracias Ayla —me agradeció—, no sabes lo que esto significa para mí.
—No te atormentes más, ¿quieres? —Le pedí—. A mí tampoco me gusta verte sufrir.
—Prometido —dijo seguro.
Acabó de limpiarse las lágrimas de los ojos.
Dejé pasar unos minutos para que se serenase, recibir un mensaje de una hermana fallecida no era algo que se tuviera todos los días. Una vez lo vi más calmado le expliqué el consejo que me dio Eleanor referente a encontrar el mago de Mair cuanto antes y, seguidamente, le expliqué por primera vez como murieron mis padres al detalle, y lo que me dijo Eleanor al respecto.
—Mi madre también me lo dijo —le hablaba—. Intentaron matarme una vez, recuerdo el accidente pero no a Eleanor y tampoco ningún ataque. La policía dijo que el conductor del otro coche probablemente se durmió. También falleció, fui la única superviviente.
Apreté los puños, mientras le expliqué lo sucedido fui consciente de lo que significaba aquella nueva verdad. Mis padres murieron por culpa de los magos oscuros, seguirían vivos si no fuera por ellos, y una rabia empezó a invadirme. Ya no era alguien que provenía de la Tierra para intentar salvar a un mundo de unos magos oscuros que no tenían nada que ver conmigo. Ahora era personal y vengaría a mis padres.
—Ayla —cogió una de mis manos que cerraba en un puño fuertemente—, tranquila, respira —me pidió—. Sé que es duro conocer después de tantos años la verdad, pero debes ser fuerte.
Asentí y miré el cielo estrellado, fue entonces cuando me percaté que la luna ya no era de color roja. Había pasado un mes desde que Danlos hubo atacado la villa de los Domadores del Fuego.
Miré a Alegra y deseé que a partir de entonces sobrellevara mejor la pérdida, pues sus ojos se habían entristecido cada vez que la luna se alzaba en el cielo, pensando en su pueblo.
Aunque nunca la vi llorar.
Laranar miró la luna también y luego a mí. Sus ojos brillaban con aquel frágil resplandor. Estuve tentada de hablarle sobre el te quiero que le dije justo antes de morir, pero me eché atrás. Ni tan siquiera estaba segura de sí llegó a escucharme, y el hecho de que Eleanor me hubiera asegurado que Laranar me quería no me garantizaba nada.
—Mañana continuaremos el camino —dijo rompiendo el hilo de mis pensamientos—. Irás a caballo, no podemos permanecer por más tiempo aquí, podrían rastrearnos.
Suspiró.
»En unas semanas llegaremos a Mair.