ALEGRA (3)

UN LIGUE DE UNA NOCHE

La llegada a Mair nos sorprendió a aquellos que nunca habíamos visitado la tierra de los magos. Lejos de parecer un país lleno de magia —como sí se palpó en Zargonia— nos encontramos con un pedazo de tierra verde, extensa y sin límites, donde solo algún árbol salpicaba la gran llanura de los magos. Uno podía pensar que era una prolongación de Andalen, pero lo que hizo que no tuviéramos ninguna duda de estar viajando por Mair fueron sus ciudades.

La primera que visitamos se llamaba Lingor, un lugar de edificios de piedra, calles asfaltadas y gente de buena posición alardeando —o quizá siendo ellos mismos, como algo normal— de sus poderes mágicos. Pues cualquier labor que tuvieran que hacer empleaban magia; desde el método de cierre de la ciudad —rodeada toda ella por una muralla— que consistía en una doble puerta de hierro macizo, con una especie de laberinto de cerraduras que se activaban con una diminuta llave, moviéndose en cadena y sellando la entrada a cal y canto. Hasta la elaboración de alimentos cocinados en la calle, como pollos suspendidos en el aire, dando vueltas por si solos encima de una hoguera, asándose, para venderlos a extranjeros como nosotros.

Otro detalle, fue la presencia de centauros, duendecillos, unicornios, pegasos y hasta un dragón plateado que vimos tan tranquilamente caminar por Lingor. Laranar nos explicó que cuanto más nos alejáramos de Zargonia y más nos adentráramos en Mair las criaturas mágicas menguarían, y lo que encontraríamos en un futuro serían mayoritariamente magos.

El siguiente lugar donde hicimos escala fue Estanfor, una aldea mucho más pequeña que la ciudad de Lingor, pero igual cuidada, con edificios de piedra y gentes que vestían ropas de lana y seda. Me llegué a preguntar si todos los magos eran ricos, pues en ningún momento vi un mendigo o, simplemente, alguien que vistiera una túnica de segunda mano.

Nuestro camino para llegar a Gronland —fortaleza, universidad, escuela, ciudad y capital de los magos— se encontraba a un mes de camino. Por lo que el viaje sería largo y aburrido, aunque menos peligroso que circular por Andalen o Zargonia. Laranar aseguraba que no había país más seguro que Mair. También nos explicó que había una manera de llegar a Gronland en menos de un segundo, pero que ese truco, hechizo, conjuro o como lo quisieras llamar, era reservado a los magos. Ya podríamos decir que éramos el grupo que acompañaba a la elegida que serían reacios a dejarnos utilizar sus…

—¿Armarios transportadores? —Repitió Ayla ante las explicaciones de Laranar.

—Sí —asintió Laranar—, parecen armarios normales y corrientes, pero pueden llevarte de un lugar a otro en un segundo. Solo se debe entrar, cerrar la puerta y ya estás en Gronland. Cada familia de magos tiene uno que lleva directo a la fortaleza de los magos, es el único destino que tienen, y el regreso al hogar del mago, por supuesto. Pero son reacios a querer dejar sus armarios, los tienen dentro de sus casas y sería como dejar pasar a extraños. Deben verte muy desesperado para acceder.

Y así quedó, caminando por Mair para llegar a Gronland, alcanzando la tercera ciudad llamada Randesth. Un lugar parecido a Lingor, pero sin menos seres mágicos como nos advirtió Laranar.

Sin peligros que nos acecharan o problemas que pudiera haber en el grupo, tuve demasiado tiempo —más del que deseaba— para pensar en cómo se encontraría mi hermano. Cada noche me acordaba de él, y la incertidumbre de si estaría vivo, dormiría en una cama o en el suelo, o qué cosas le obligaría hacer el mago oscuro, era peor que haber perdido mi villa o mis amigos.

—Una moneda por tus pensamientos —dijo una voz sacándome de mi ensimismamiento.

Alcé la vista. Era de noche, el grupo se encontraba en la posada donde nos detuvimos a pasar la noche, pero lejos de poder conciliar el sueño necesité salir y tomar el aire. Laranar fue el único que se percató al no dormir.

Sentada, abrazándome las piernas en unas escaleras que daban a una plaza, un hombre se plantó delante de mí e invocó una especie de punto de luz que nos iluminó a ambos, como un globo, dejándome ver su rostro con claridad. Era guapo, atractivo y alto. Sus cabellos tenían un aire desordenado como si no fuera capaz de dominar su pelo, con un tono castaño, pero al tiempo con unos suaves reflejos cobrizos. Sus ojos eran marrones como el chocolate, su nariz recta y su mandíbula cuadrada, varonil. De constitución delgada, más bien deportiva, pues, aunque no era musculoso en exceso le vi fuerte como Laranar. Aparentaba alrededor de veintiocho años, pero a saber en verdad qué edad tenía.

Esperaba una respuesta por mi parte, aunque creo que fue consciente que me había quedado embobada mirándole. Su túnica azul oscura, me indicaba que era mago, además del detalle que había invocado aquel punto de luz que se había quedado suspendido en el aire.

—No pensaba en nada —dije notando como me ruborizaba sin querer, y me sorprendí a mí misma ante aquella reacción. Pocas veces lograba un hombre sacarme los colores, por no decir nunca.

—Pues te he visto muy pensativa —sonrió mostrando una dentadura blanca y perfecta.

Suspiré, lo que menos me apetecía era hablar sobre mis problemas, aunque la idea de buena compañía por una noche no me desagradaba. Sobre todo viendo el bombón que se me presentó delante.

—No tengo ganas de hablar —dije encogiéndome de hombros.

—¿Y de qué tienes ganas?

De hacerte el amor, pensé para mis adentros.

—Tomar una copa —respondí.

Sonrió ante mi respuesta.

—¿Puedo saber tu nombre primero?

Me mordí el labio, traviesa.

—No sé si decírtelo —respondí—, eres mago, ¿qué podrías hacer tú con mi nombre? De pequeña me contaron historias que podíais dominar a las personas con solo saber sus verdaderos nombres.

Empezó a reír.

—¿Estás dispuesta a tomar una copa conmigo, pero no a decirme tu nombre? —Le hizo gracia mi ocurrencia—. Créeme, no necesitamos vuestros nombres si queremos dominaros. Además, tampoco lo haría, por lo menos yo. ¿Qué clase de persona sería?

Me levanté, estaba dos peldaños por encima de él y quedé a su misma altura.

—Eso me tranquiliza —dije sonriendo—. Pero deberás ganarte mi nombre.

—Acepto el reto, pero tampoco te diré el mío hasta que tú no me digas el tuyo.

—Trato hecho.

Sin pensar que mi escapada fuera a resultar de aquella manera me encontré sentada en la barra de una taberna con un atractivo mago de sonrisa resplandeciente.

—¿Qué te trae por Mair? —Quiso saber, sirviéndome un copa de licor de manzana. Le había pedido al camarero que nos dejara dos vasos y la botella. Quizá pensaba que me emborracharía y le sería más fácil llevarme a la cama.

—Trabajo —respondí, no le iba a explicar que la elegida se encontraba dos calles más abajo. No sabía con quién hablaba por muy guapo que fuera.

—¿Buscas trabajo o el trabajo te ha llevado aquí?

—El trabajo me ha llevado aquí, ¿y tú? ¿Vives en esta ciudad?

Negó con la cabeza y de un trago se zampó todo el licor de su copa. No fui menos, también me lo bebí de una sola vez y sonrió, volviéndome a llenar el vaso.

—No —respondió—, mi casa está lejos de aquí. He venido por trabajo, también. Estoy esperando a una persona.

—¿Negocios importantes?

—Muy importantes —respondió.

No quiso decir más y tampoco me importaba, me bebí la segunda copa de golpe, como la primera. Volvió a sonreír, pero no me imitó, dejo su vaso lleno y llenó nuevamente el mío. Decidí bajar el ritmo.

—¿Cuándo vendrá ese amigo tuyo?

—Espero que pronto —dijo en un suspiro a punto de llevarse el vaso a los labios, pero se detuvo, mirándome—. ¿Cuánto tiempo estarás en Mair?

—Mañana marcho para Gronland.

Pude ver la decepción en sus ojos y aquello me gustó.

—No me imagino que puede llevar a una humana a Gronland —dijo pensativo—. Y la espada que llevas, ¿eres guerrera?

—Lo intento —dije, no sabiendo qué era sin pueblo al que respaldarme. Me sentía perdida, y los últimos días por algún motivo crecía la inseguridad dentro de mí. ¿Estaría bien Edmund? ¿Lograría rescatarle? ¿Si lo lograba qué sería de nosotros? No teníamos nada, lo habíamos perdido todo…

Unos dedos chasquearon delante de mi cara y volví a la realidad. El mago me miraba con atención.

—¿Ya has vuelto? —Me preguntó amablemente—. Pareces perdida.

—Lo estoy —susurré y me bebí la tercera copa.

Noté el alcohol pasar como puro fuego por mi garganta hasta llegar a mi estómago. Miré la barra —concentrándome en otra cosa que no fuera el alcohol que me abrasaba—, era de madera, todo el local estaba forrado en madera, y las mesas no eran otra cosa que barriles de cerveza. Puntos de luz —parecidos a los que invocó el mago al verme en las escaleras de la plaza— estaban colocados a lado y lado de la taberna, dando la misma luz que si nos encontráramos en un día soleado. Había pocos clientes a aquellas horas, apenas éramos cinco en total.

Volvió a servirme, pero él continuó sin beber.

—Cuando estás perdido, lo mejor que puedes hacer es buscar apoyo en los amigos —me aconsejó.

Están todos muertos, pensé, y la única amiga que tengo es la elegida, a la que no le dije en su momento que su protector la amaba. Me ha perdonado, ¿pero confiará otra vez en mí?

Volvió a chasquear otra vez los dedos delante de mi rostro.

—No tengo amigos —respondí reaccionando—, murieron hace poco.

Cambió su expresión amable por otra más seria.

—Lo lamento.

Volví a beber mi cuarta copa y quiso llenármela de nuevo, pero puse una mano en el vaso negando con la cabeza.

—Creo que por esta noche basta —miré su vaso—. ¿Por qué no bebes?

Miró su vaso.

—No puedo emborracharme —contestó—, podría desatar mi magia involuntariamente y causar un gran revuelo.

—¡Oh! —Exclamé—. No lo sabía, ¿a todos los magos os puede pasar?

—Nunca verás un mago borracho —respondió—. Bueno, quizá, una o dos veces en su vida, cuando es joven e insensato.

—Entiendo —puede que no lo entendiera del todo, pero me hice una idea—. Vayamos a otro lugar —le pedí, levantándome, y fue entonces cuando noté las cuatro copas que me acababa de tomar una tras otra. Me tambaleé, pero él me agarró—. Estoy bien.

No me soltó hasta que vio que mi equilibrio se restableció por completo, seguidamente se bebió su copa de un trago.

Cuatro a dos, pensé.

El mago puso unas monedas encima de la barra y el tabernero asintió desde la distancia.

—Vamos, —volvió a cogerme del brazo como si tuviera miedo que me cayera.

—Estoy bien —dije, deshaciéndome de su abrazo y demostrándole que podía caminar por mí misma—. Además, deja qué… —empecé a buscar por los bolsillos de mi pantalón.

—¿Qué pretendes?

—Pagarte la mitad de la cuenta —sonrió e hizo que saliéramos fuera de la taberna.

—Esta vez invito yo.

No me negué.

Fuera, en el exterior, una suave brisa hizo que se me despejara la mente. Caminamos por las calles de la ciudad con calma, como un paseo muy lento que necesitaba y él parecía comprender.

—Volverás a hacer amigos —dijo de pronto— y, entonces, te apoyarán.

—Si hago caso de las palabras de una bruja que conocí hace unos meses, conoceré a alguien que me apoyará en mis momentos más bajos.

—¿Y era maga de verdad? —Quiso saber—. La adivinación es un don muy poco común, escaso.

Me encogí de hombros.

—Hasta ahora todo lo que me ha dicho se ha cumplido —respondí.

Sin saber cómo, llegamos a la posada donde me hospedaba y nos paramos en la puerta.

—¿Cómo has sabido que me hospedo aquí? —Le pregunté—. ¿También eres adivino?

Miró la posada.

—No —respondió—. Aquí es donde me hospedo yo. No sabía que fuera el mismo lugar donde estabas tú. Llevo más de una semana en esta posada, no te había visto.

—Llegamos esta misma tarde —dije—, casi cuando anochecía.

Me miró por un momento a los ojos y le mantuve la mirada.

—Mañana continúas tu camino, ¿verdad? —Quiso asegurarse.

—Sí, solo será esta noche.

Sonrió, entendió la indirecta que le acababa de lanzar.

—¿Subes a mi habitación?

—Sí —respondí.

Ya en el pasillo del hostal, antes que llegáramos a su alcoba, nos besamos con pasión. Fue pisar el último escalón de nuestra planta, que ambos nos miramos y nos inclinamos a la vez para desatar nuestra furia entre besos y caricias. Me empotró en su puerta y buscó sin dejar de besarme las llaves de su habitación.

—Creí que la abrirías con magia —dije con la respiración acelerada, estaba ansiosa por saber cómo era acostarse con un mago. ¿Sería diferente de hacerlo con un humano? ¿Con qué me sorprendería?

—Sí fuera una puerta normal, sí —dijo sin acabar de encontrar la llave—. Perdona, —se retiró levemente para buscar entre su túnica— estas puertas tienen barreras para que nadie pueda entrar a robar, ni siquiera los magos.

Le miré, era tan atractivo.

—Me llamo Alegra —dije al final y este me miró con una sonrisa sin dejar de buscar por las decenas de bolsillos que parecía tener su túnica—. ¿Y tú te llamaaas? —Quise saber.

—Dacio —me enseñó la llave, victorioso, y volvió a besarme, pero entonces me tensé.

—¿Dacio? —Quise asegurarme.

—Sí, ¿por qué? —se retiró para mirarme y le miré sorprendida, tanto que detuvo sus caricias y besos—. ¿Ocurre algo?

—No puedo creer que seas… —dejé la frase en el aire, pensando que aquello no podía ser posible. No podía tratarse del mago que estábamos buscando, el que nombró el rey de Zargonia justo antes de marcharnos.

Aquello lo cambiaba todo, todo. Ya no podía compartir la noche de placeres con él, no si íbamos a viajar juntos, podía liar las cosas en el grupo y ya estaban de por si suficiente liadas con Laranar y Ayla. ¿Es que no me podía salir una cosa bien? ¡Tanto pedía!

Dacio se retiró, serio, al ver mi expresión de sorpresa. Incluso pude leer el rencor en sus ojos como si le hubiera ofendido por algo.

—Si eres quien creo, no puedo pasar la noche contigo —dije, intentando reponerme—. Lo siento.

—Más lo siento yo —dijo con desgana.

—Bueno, no te lo tomes así —contesté al verle tan enojado.

—¿Qué no me lo tome así? —Preguntó como si fuera increíble—. Me rechazas únicamente porque soy el…

—¿Dacio? —Ambos miramos hacia un lado y nos encontramos con Laranar que salía de la habitación del grupo, al pasillo—. ¡Eres tú!

Laranar sonrió, y se acercó de inmediato al mago, que respondió a su efusivo abrazo en cuanto se encontraron.

Comprobé que Dacio era un par de centímetros más alto que Laranar.

—Llevo buscándoos semanas —le dijo Dacio a Laranar—. ¿Dónde os habíais metido? —Quiso saber—. Me escogieron como el mago que debe acompañaros y he dado vueltas por todo Oyrun con Zalman, yendo de un lado a otro con el Paso in Actus, hasta que al final optamos porque os esperase aquí.

—Me alegro de encontrarte —dijo Laranar, contento—. Tienes buen aspecto, ¿qué tal te han ido las cosas en este tiempo?

—Tan bien como me pueden ir, ya me conoces.

—Bienvenido al grupo —le dio la bienvenida Laranar volviéndolo a abrazar—. La elegida está durmiendo, mañana la conocerás. Tenemos que explicarnos muchas cosas.

—Sí, lo estoy deseando.

Laranar me miró entonces, como si se hubiera percatado en ese momento de mi presencia, apoyada aún en la puerta de la habitación de Dacio.

Lo entendió enseguida.

—Veo que conoces a Alegra —dijo Laranar mirando a Dacio—. Es una Domadora del Fuego que se ha unido a nosotros.

Dacio me miró, sorprendido.

—El rey de Zargonia nos habló de ti —dije rápidamente—. Por eso, hasta que no me has dicho tu nombre no sabía que eras… ya sabes, el mago que debe acompañarnos.

Pude notar como si un gran peso se quitara sobre sus hombros, como si comprendiera algo que a mí se me escapó.

—Así que era eso —dijo suspirando, aliviado notablemente.

—Claro, ¿qué querías que fuera? —Pregunté extrañada—. ¿De qué te iba a conocer sino?

Dacio miró a Laranar.

—No he dicho nada a nadie, ni siquiera a la elegida —dijo el elfo y les miré alternativamente sin comprender.

—Lo prefiero —respondió el mago—. Ya lo rebelaré en su debido momento.

—¿Rebelar el qué? —Quise saber.

—Nada —dijo Dacio y miró a Laranar—. ¿Podemos hablar mañana? Me gustaría tener un poco de intimidad con Alegra.

Laranar no se entretuvo, se marchó dejándonos solos y Dacio se volvió a mí con la intención de continuar por donde lo habíamos dejado, pero lo retiré de inmediato y me miró sin comprender.

—Lo siento, pero no —le dije—. Si vamos a viajar juntos esto puede complicar las cosas.

—O facilitarlas —dijo—. Piensa, vamos a tardar meses en hacer esta misión, algún desahogo nos tendremos que dar de vez en cuando. Si nos tenemos el uno al otro será más llevadero.

—No —respondí—, nunca me relaciono con compañeros cuando estoy llevando a cabo una misión.

Quise marcharme, pero él me cogió de la mano, deteniéndome.

—Oye, si eres celosa, te prometo que mientras estemos viajando solo tendré ojos para ti, luego cuando acabemos con los magos oscuros cada uno a lo suyo.

Fruncí el ceño, ¿qué parte de no me relaciono con compañeros cuando hago una misión no comprendía?

Miré su mano que la soltó de inmediato al ver mi mirada fulminante.

—No —dije firme—. Ahora, si me disculpas, debo ir a dormir.

Le dejé en el pasillo, sin esperar más argumentos que quisieran convencerme de pasar una noche o varias noches con él. En lo único que debía pensar era en rescatar a mi hermano, en nada más, y un ligue dentro del grupo podría distraerme para llevar a cabo mi misión personal.

APRENDIZ DE MAGO

El encuentro con el mago que debía acompañarnos fue todo lo contrario a lo que me hubiera gustado. ¿Quién se imaginaba que aquel hombre tan apuesto iba a ser el guerrero que mandaría Mair para proteger a la elegida? Pero lo ocurrido la noche anterior no tenía vuelta atrás, suerte que me enteré justo antes de entrar en su habitación, sino con qué cara me lo habría encontrado más tarde. Ya me daba algo vergüenza tener que verlo de buena mañana e intentar actuar como si nada hubiera ocurrido. La imagen de él y yo, besándonos, me había acompañado hasta en los sueños y lo peor era que mi imaginación mientras dormía fue a un nivel superior. Pero era una Domadora del Fuego, y hasta la fecha ningún hombre me había puesto nerviosa ni enturbiado la mente. Solo debía superar el primer encuentro con él. Si era dura, si le dejaba claro que nada ocurriría entre los dos, sería un compañero más.

Ayla se despertó de buena mañana y me encontró ya vestida y preparada para marcharnos cuanto antes. Cuando me encontraba nerviosa tenía por costumbre recoger y ordenarlo todo. Le di los buenos días, por suerte estaba tan dormida que no se percató de mi estado de ánimo y si se dio cuenta lo fingió muy bien. Mientras se hidrataba la pierna que hacía unas semanas Falco hirió con su dragón —ya no necesitaba vendarla y lo único que quedaba era una ligera irritación rosada que le desaparecería en una semana a lo sumo—, le informé de la llegada del mago al grupo. Me hizo preguntas sobre cómo era y respondí con indiferencia, no dándole importancia al nuevo miembro que nos acompañaría.

Laranar picó en nuestra puerta en el momento que Ayla ya guardaba su cepillo del pelo en la mochila y empezaba a recoger, por lo que dio paso al elfo a voz alzada. Aarón pasó junto a él, todos dormíamos en una sola estancia que contaba con cuatro camas individuales y una sala de estar. Era espaciosa, aunque en cada posada que nos detuvimos siempre nos dejaban un rato a solas a Ayla y a mí, para que pudiéramos vestirnos y asearnos con tranquilidad, sin la necesidad de estar pendientes que dos pares de ojos masculinos nos estuvieran mirando por el rabillo del ojo. Tampoco creíamos que lo hicieran, pero se agradecía que nos dejaran a solas para ir a nuestro aire.

El alma me cayó a los pies cuando una tercera persona pasó a nuestra habitación.

Dacio entró con aire sonriente, despreocupado, mirándonos a ambas alternativamente. Creí que no tendría que verle hasta el desayuno.

—Ayla, te presento a Dacio, el mago guerrero que debe acompañarnos —le presentó Laranar—. Dacio, esta es Ayla, la elegida.

—Encantado —el mago le ofreció la mano y Ayla se la estrechó con una sonrisa en sus labios.

—Me alegro de conocerte, por fin —le dijo Ayla—. Alegra me ha informado cuando me he despertado de tu llegada. Creímos que no tardarías tanto en reunirte con nosotros.

—Sí, lo lamento —se disculpó Dacio rascándose su cabeza de cabellos desordenados—. Pero al consejo de magos de Mair les costó encontrar un voluntario.

—Y al final te ha tocado a ti —dijo Ayla lamentándolo—. Lo siento.

—No lo sientas —dijo sonriéndole a la elegida—. Me presté voluntario desde el primer momento, pero no me querían para esta misión. Tuve que insistir mucho para que al final accedieran.

—¿Por qué? —Quise saber, hablando por primera vez.

Dacio me miró, con aquellos ojos marrones tan grandes y bonitos.

—Vayamos a desayunar y os lo explico todo —respondió, pero volviendo a mirar a la elegida. Y por algún motivo su indiferencia conmigo me enfureció, pero no lo demostré, por supuesto.

Ya sentados todos juntos alrededor de una mesa de roble con un sinfín de platos que poder degustar, Dacio nos explicó su historia.

—En cuanto me enteré que la elegida había aparecido quise ir a la asamblea con el consejo, pero no me fue permitido —dijo con una nota de rabia—. Luego, cuando regresaron, pidieron voluntarios para ayudar a la elegida a llevar a cabo su misión. Ofrecieron la remuneración normal de una misión peligrosa, que no es poca, pero nadie se ofreció voluntario salvo yo —se señaló así mismo—. No me querían —dijo otra vez con fastidio—. Doblaron el sueldo, y nada, cero voluntarios. Cada día me presentaba para ofrecerme y cada día me rechazaron —dijo como si fuera increíble—. Al final triplicaron el sueldo, lo cuadruplicaron y ya en las últimas lo quintuplicaron, prometiendo la mitad por adelantado. Fue entonces, cuando hubo tres voluntarios incluyéndome a mí. Zalman sopesó a los dos nuevos para el cargo, pero ya harto que no me quisieran, les demostré que yo era el mejor candidato.

—¿Cómo? —Quiso saber Ayla.

—Reté a los otros dos voluntarios a un combate —contestó.

—Y ganaste —dije—. Demostraste que eras el más fuerte.

—No —negó con la cabeza—. Ninguno quiso enfrentarse directamente conmigo —miró a Laranar—. Imagínate a cualquiera de esos dos delante de Danlos, huirían como cobardes dejando a la elegida.

—Entiendo —asintió Laranar como si supiera por qué motivo habían huido los dos magos guerreros.

—¿Por qué huyeron de ti? —Le preguntó Aarón antes de poder preguntárselo yo.

Se limitó a encogerse de hombros.

—Deben considerarme fuerte —dijo sin querer darle mucha importancia—. Y sin voluntarios que mandar a ayudar a la elegida no tuvieron más remedio que acceder a que fuera yo.

—No lo entiendo —dije—. Hay algo que no cuadra. Esos dos magos no quisieron aceptar un combate contigo porque eres fuerte, pero el consejo de magos no te quería para esta misión, ¿por qué?

Dacio me miró por unos segundos a los ojos.

—Aún tengo que graduarme —contestó y parpadeé dos veces, sorprendida—. He suspendido el examen de mago siete veces. Solo soy aprendiz, por eso no me querían en la misión.

Fruncí el ceño.

—¿Y unos magos graduados huyeron de ti? —Repuse sin acabármelo de creer.

—Un misterio, lo sé —contestó y miró a la elegida—. Me ha dicho Laranar que ya has acabado con dos magos oscuros.

Cambió de tema radicalmente.

Ayla sonrió, como si le diera vergüenza reconocer ese hecho.

—Numoní y Falco —respondió.

—Pues gracias en nombre de Mair —le dijo con una arrebatadora sonrisa—. Cuéntame ahora algo de ti.

Ayla se sonrojó.

—No hay mucho que contar —dijo con vergüenza—. Soy una chica normal sin ninguna habilidad especial. Todavía no entiendo por qué el colgante de los cuatro elementos ha acabado escogiéndome.

—Por los resultados veo que has sido buena elección —Dacio se encontraba enfrente de Ayla y ni corto ni perezoso extendió sus manos para entrelazarlas con las de la elegida. Laranar miró ese acto con malos ojos, celoso, pude reconocer esa mirada. Sobre todo cuando vio que Ayla no le retiró las manos, quedó sorprendida sin saber qué hacer hasta alcanzar el rojo pasión en sus mejillas—. Además, eres una chica guapa, con unos ojos preciosos. Dime, ¿tienes pareja en la Tierra?

Es un ligón, entendí.

—No —respondió Ayla.

—Nada ni nadie, Dacio —le recordó el elfo, casi saltó de la silla—. No puedes cortejar a la elegida.

Dacio sonrió, mirando a Laranar, pero luego volvió la vista a Ayla, aún agarrados por las manos.

—Creo que ya hay un pretendiente que te quiere para él solo —deshizo sus manos de las de Ayla y miró a Laranar—. ¿Por qué no me habías dicho que tenías una relación con la elegida?

—No tenemos nada —respondió de mala gana Laranar, a lo que Ayla lo miró, herida, y frunció el ceño seguidamente, molesta.

—Sí, es cierto, no hay nada —corroboró de mala gana la elegida.

Laranar se percató entonces de su fallo, y quiso disculparse. Empezó entonces, una discusión de pareja sin ser pareja. Mientras tanto, Dacio cogió una salchicha del surtido que teníamos para desayunar, se la llevó al plato y empezó a comérsela tranquilamente, sin ningún remordimiento por haber causado aquello. No me gustó. No me gustó lo que hizo y su forma de ignorarme.

Nuestro camino a Gronland ya no era necesario por lo que decidimos regresar a Andalen, país donde se tuvo más suerte en encontrar fragmentos del colgante. Si hasta el momento nuestro objetivo era pasar desapercibidos, todo cambió, no nos interesaba tener un enfrentamiento contra los magos oscuros, pero sí hacer salir a las criaturas que por algún motivo poseían fragmentos del colgante. Debíamos recuperar el colgante al completo para garantizarnos la victoria. Cuantos más reuniéramos, más aumentaría la fuerza de Ayla.

Aquella primera mañana en que Dacio se nos unió, me coloqué la última del grupo, sin mucho entusiasmo en querer avanzar. El paisaje era bonito, una gran llanura verde con flores aquí y allá, y algún árbol salpicado de vez en cuando. Pero mi mente se encontraba nuevamente en otra parte, en Edmund. Cada día que pasaba la angustia crecía en mi interior, la rabia y la ira se acrecentaban, y la pérdida de todo lo que había tenido y me había sido arrebatado, se aposentaba en mi pecho de forma dolorosa.

—¡Ey! —Di un respingo, al encontrarme de pronto al mago caminando a mi lado—. Vuelves a estar en Babia.

Le miré, enfadada.

—Déjame en paz.

Parpadeó dos veces.

—Solo quiero animarte —contestó—. Una chica tan guapa como tú no puede tener esa mirada cargada de pena.

Desvié la vista al suelo, sin intención de contestarle. Con un poco de suerte desistiría y me dejaría en paz.

—Vaaale —dijo al ver que no hablaba—. ¿Puedo preguntarte cómo una Domadora del Fuego ha acabado en el grupo de la elegida? Me informaron que solo un soldado de Barnabel y Laranar, serían mis compañeros para proteger a Ayla.

—¿Te molesta mi compañía? —Quise saber, desafiante.

—Para nada —respondió—, me alegras la vista Alegra.

¿Aquello era un chiste con mi nombre?, pensé, enfureciéndome por momentos.

—Soy algo más que una bonita visión —dije mostrando un poco de mi furia—. Puedo enfrentarme a decenas de soldados, yo sola, y salir victoriosa.

Silbó, alucinado, pero no sé si fue otra manera de burlarse de mí.

Fruncí el ceño.

—Ahora en serio —pidió después de unos segundos, como si quisiera abordar el tema de verdad—, ¿por qué estás aquí?

—¿Por qué estás tú? —Quise saber también—. Nadie quiso presentarse voluntario en Mair salvo tú, ¿por qué?

Me miró serio por unos momentos y luego negó con la cabeza.

—Te he preguntado yo primero —contestó.

Suspiré, y caminamos un rato más en silencio. Laranar y Ayla iban uno al lado del otro habiendo hecho las paces, Aarón iba al frente del grupo y Akila iba rondando de un lugar para otro distanciándose por la pradera para luego volver corriendo.

—Danlos, —mencioné mirando al suelo, hablar sobre lo ocurrido solo hacía que quisiera llorar—, vino a mi villa con un ejército y una serpiente gigante. Mató a todos, solo yo y mi hermano sobrevivimos. El mago oscuro se llevó a mi hermano a Luzterm, por ese motivo acompaño a Ayla, para vengar a mi pueblo, a mis amigos, a mi familia y poder recuperar a mi hermano.

Lentamente alcé la vista y vi a Dacio mirándome con rostro inexpresivo. Sus ojos se clavaron en mí e hizo que el corazón me latiera con más fuerza.

—¿Estás segura que fue Danlos? —Preguntó ante todo y me detuve sin comprenderle.

—Pues claro que estoy segura —dije algo molesta por su incredulidad.

—Perdona —me cogió de un brazo al ver que continuaba el camino, ofendida por su actitud—. Lamento lo ocurrido, solo quería estar seguro del mago que os atacó. Entiendo que no le viste la cara.

Fruncí el ceño, ¿cómo lo sabía?

—Solo pude ver sus ojos, eran rojos como la sangre. Sé que era Danlos porque me lo dijo él mismo —respondí—. Pero ¿cómo sabes que no le vi el rostro?

Parpadeó dos veces.

—Por nada —dijo continuando el camino—. Danlos no acostumbra a desvelar su rostro, por eso lo he comentado.

—Seguro que tiene un rostro repugnante —dije al recordarle—. Se esconde bajo su capucha como un gusano.

Empezó a reír.

—Es un gusano, tienes razón —dijo—. O incluso llamándole gusano sería un insulto para los gusanos.

—Tú también le tienes manía —comprendí.

—Danlos también mató a mi familia.

Abrí mucho los ojos.

»Sé lo que se siente, por ese motivo me apunté a esta misión.

Una sensación extraña me invadió entonces, fue como un punto de apoyo que compartir con esa persona. Había pasado por mi misma situación, el mismo mago había matado a su familia. Era el único, dentro del grupo, que podía llegar a entender mi sufrimiento y por algún extraño motivo me sentí unida a él.

—Si tu misión es recuperar principalmente a tu hermano, te juro que te ayudaré —dijo para mi gran sorpresa—. A partir de ahora, esa también será mi misión, me siento de alguna manera responsable, debo ayudarte.

—¿Responsable de qué? —Quise saber sin comprender sus palabras.

—De… nada —dijo vacilante, luego suspiró—. Digamos que será una manera de rescatar el hermano de alguien, ya que yo no pude rescatar a mi hermana pequeña de Danlos. Tenía cuatro años cuando murió.

—¿Y tú? —Quise saber.

—Diez en aquella época. Era un niño.

—Mi hermano Edmund tiene once.

—Le rescataremos —dijo seguro—. Te lo juro.

Asentí, logró darme un poco de esperanza. Fue el primero que lo dijo con tanta convicción. Él sonrió, y un suave viento azotó sus cabellos desordenados, a plena luz del día se le aclararon, aunque no dejaban de ser castaños, castaños con reflejos cobrizos.

—Oye —carraspeó la garganta—, volviendo a lo que ocurrió anoche… —hizo que se me subieran por segunda vez los colores en menos de un día—, te has pensado bien mi propuesta, eres una chica encantadora, me gustaría tener…

—No —respondí de inmediato—. No es posible, debo concentrarme en recuperar a mi hermano. Además, eres un ligón. ¿No te da vergüenza haber querido ligar con la elegida al minuto de conocerla?

Ensanchó su sonrisa y miró a Ayla.

—Es una chica muy dulce —respondió—. Me cae bien, muy bien, pero solo lo he hecho para confirmar una sospecha que tenía.

Fruncí el ceño sin entender.

»Verás, cuando Laranar me habló de ella le brillaban los ojos y le conozco desde hace mil años. Nunca le vi hablar de ninguna mujer con aquel brillo en la mirada. Simplemente esperé a que el elfo se descubriera él mismo, si se lo hubiera preguntado lo habría negado.

—¿Y qué hubiese ocurrido si te hubieras equivocado?

Se paró a pensar, luego sonrió.

—Mira, he estado con centenares o quizá miles de chicas —me confesó como si aquello fuera un triunfo—. No busco nada serio, ni lo quiero. Y Ayla no es del tipo de chicas con las que me relaciono, tampoco la querría herir. Por lo que probablemente habría dejado mi juego donde lo empecé, sin llegar a nada.

—¿El tipo de chicas con las que sueles ir? —Repetí, luego me mosqueé—. Yo no soy una de esas que se acuestan con cualquiera.

Alzó una ceja y se inclinó a mí.

—Te recuerdo que no sabías ni mi nombre —dijo y antes que pudiera responderle me dio un pellizco en el culo, luego salió corriendo como un niño al haber hecho una travesura.

—¡Me las pagaras! —Le advertí, queriendo echar a correr detrás de él para darle una colleja, pero corrió como nunca antes vi en una persona, en apenas dos segundos recorrió treinta metros y me detuve, sorprendida.

Dacio se detuvo al frente del grupo, se volvió y sonrió, travieso.

—¡Y yo lograré que seas mía por una noche! —Gritó.

Hizo que todo el grupo me mirara y logró que por tercera vez se me subieran los colores.

—¡Ni en mil años podrás hacer que pase una noche contigo! —Grité perdiendo los nervios, alzando los brazos, impotente por no poder alcanzarle.

Solo obtuve de él una carcajada y mi enfado creció de forma alarmante. Ya me vengaría cuando menos lo esperara.

SER FUERTE, NO LLORAR

Habíamos llegado a Andalen por el camino del norte, aquel que quisimos evitar a la ida. Estuvo despejado de enemigos, pero no de cadáveres, pues nos encontramos con una compañía de actores itinerantes masacrada. Había muertos por todas partes, personas con brazos cortados, otras con sus tripas asomando por el abdomen y algunos yaciendo con extremidades que habían adoptado una forma antinatural.

Durante el ataque incendiaron las cinco caravanas de la compañía y se podía oler a pelo chamuscado y carne quemada. La escena era horrible y quedé petrificada recordando el ataque a mi villa. La imagen de gente corriendo, los gritos, la agonía, todo, se hizo presente en mi mente como si reviviera la batalla que tuvimos los Domadores del Fuego contra Danlos. Me mareé y caí de rodillas al suelo, sin fuerzas para soportar otra estampa como aquella. Las pesadillas inundaban mis sueños, pero desaparecían al iniciar el día, no me veía con fuerzas de convivir con aquella tortura también despierta.

Una mano se posó en mi hombro y al alzar la vista vi que se trataba de Dacio.

—Ánimo, —dijo—. Eres una guerrera, debes ser fuerte.

No le respondí.

Miré a Ayla que lloraba en silencio mientras caminaba entre los muertos. Laranar la acompañaba, seguido de Aarón y de Akila. El lobo gruñó de pronto, y se dirigió al cuerpo de un niño sentándose a su lado. Rápidamente me alcé y corrí hacia el animal. El resto del grupo hizo lo mismo.

Al llegar, un crío de no más de once años estaba tendido encima del cuerpo de una niña pequeña de cabellos rubios como el oro. Cogí al niño por los hombros y con cuidado le tendí a un lado. Gimió y abrió los ojos con el horror reflejado en su rostro.

—Dacio, eres mago, cúralo —le pedí con el niño entre mis brazos. Tenía los cabellos oscuros y los ojos marrones, como Edmund—. Rápido.

Dacio hincó una rodilla en el suelo, mirando la niña a la que el crío quiso proteger. Los ojos de la chiquilla mantenían la vista fija en el infinito, sin vida que salvar.

—Soy guerrero, no sanador. No puedo hacer más que cualquier otro del grupo y… —puso una mano en el abdomen del niño para detener la hemorragia de una herida mortal que pronto le llevaría con el resto de su compañía—, no hay nada que hacer.

—Edmund —susurré, recordando a mi hermano y lo estreché entre mis brazos, unas lágrimas quisieron asomar por mi rostro e intenté contenerlas a toda costa, notando mis ojos arder. No podía llorar, debía ser fuerte.

—No es tu hermano, Alegra —dijo Aarón—. No pienses que es él.

—Or… cos —dijo el niño—. Los… orcos… —su boca se llenó de sangre, ahogándose, convulsionó y después de unos segundos quedó inerte en mis brazos.

Dacio le cerró los ojos.

Le miré horrorizada.

Mis compañeros me dijeron algo, pero sus voces se hicieron lejanas.

Un hacha pequeña se encontraba en manos del niño. La cogí, mirándola, pensando que quizá le habría puesto un nombre tan ridículo como bistec. En ese momento, un orco apareció en la lejanía, probablemente un rezagado del grupo que hizo esa matanza.

Dejé al niño en el suelo y me alcé lentamente con el hacha en mis manos sin apartar la vista de aquel orco. Todo quedó en segundo plano, perdí el control y salí disparada dispuesta a matarle. El miserable estaba herido en una pierna y se sujetaba con una mano la herida sangrante. Con otra mano llevaba una ballesta a punto para disparar. Me apuntó, yo alcé el hacha del pequeño. Disparó y yo lancé el hacha directa a su pecho.

La flecha pasó a mi lado como una friega en mi brazo, pero mi hacha dio en el blanco. El orco cayó de espaldas. Aún tenía un aliento de vida cuando le alcancé así que desclavé el hacha, la alcé, le miré a los ojos y dije:

—¡Esto es por mi villa! —Se la clavé en la cara, la desclavé y volví a alzar—. ¡Esto es por mi familia! —Volví a clavársela y volví a alzarla—. ¡Por mis amigos! —Clavé y desclavé, notando las salpicaduras de sangre llegar a mi rostro—. ¡Por Susi! —Perdí el control—. ¡Por mi hermano! ¡Por todo lo que hicisteis! ¡Por el niño! ¡Por la niña! ¡Por todos! ¡Le mataré! —Gritaba, sin dejar de triturar el rostro del orco con mi hacha, me daba igual que sus sesos me mancharan—. ¡Juro que te mataré Danlos!

Solo cuando ya no pude más solté el hacha, caí de rodillas a un lado y me quedé sin fuerzas. Grandes lagrimones cayeron por mi rostro pese a que intenté controlar el llanto.

—Alegra —la voz de Ayla me llamó asustada, se acercaba a mí junto con el resto, muy preocupada—, cálmate, ya ha pasado.

—Nooo —gemí, no queriendo llorar.

—Desahógate —dijo otra persona a mi espalda. Al volverme vi al mago, que hincó una rodilla en el suelo para estar a mi altura. Salvó la distancia que nos separaba más rápido que cualquier otro—. No reprimas tus lágrimas, llora, lo necesitas.

El mentón me temblaba, las lágrimas corrían por mis mejillas por más que intentara detenerlas. Dacio puso una mano en mi hombro en un gesto comprensivo y sin saber por qué, le abracé y me desahogué en su pecho. Él me entendía, él había perdido su familia a manos de Danlos, como yo. Podía ser un mago ligón, pero pese a todo se encontraba en mi misma situación.

Enterramos a los muertos unos minutos después, para que descansaran en paz.

Más tarde me sentí avergonzada por haber permitido que los nervios me desbordaran. Me sentí débil, había mostrado debilidad, y una Domadora del Fuego no podía llorar delante de nadie y menos cuando estaba realizando una misión. No hablé durante el resto del día, continué en la retaguardia con Dacio a mi lado como única compañía. No dijo una palabra, sabía que lo que menos necesitaba era hablar, y me dejó en mi silencio para que asimilara lo ocurrido después de curarme la herida del brazo causada por la flecha del orco. Apenas fue un arañazo.

Al día siguiente, hacia el mediodía, llegamos a un poblado donde celebraban las fiestas mayores. Había música, baile, puestos de regalos en las calles y comida en abundancia que cocinaban en la plaza del pueblo.

—Las fiestas duraran tres días —dijo Dacio al grupo—, quedémonos y tengamos un poco de diversión para variar.

—Recuperar los fragmentos es prioritario —opuso Aarón—. Yo continuaría con nuestro camino. Si no hay fragmentos en este pueblo, es perder el tiempo.

—Pero un respiro nos irá bien a todos, como unas vacaciones de tres días —insistió el mago—. Creo que Ayla se merece un poco de entretenimiento después de haber acabado con dos magos oscuros. Y a Alegra también le irá bien.

Parpadeé dos veces, ¿por quién proponía esa parada por Ayla o por mí?

—Yo estoy bien —dije pese a todo. Aunque un baño me iría de maravilla, me limpié la sangre del orco con una cantimplora como medianamente pude, y las ropas que llevaba no estaban manchadas de sangre porque me las cambié, pero no por eso estaban limpias—. No necesito vacaciones, cada día que pasa mi hermano está en peligro, no puedo entretenerme con fiestas innecesarias mientras él está en Luzterm, siendo un esclavo.

Dacio me miró decepcionado, y dirigió su vista a Ayla.

—Ayla, ¿tú qué dices? —Le preguntó—. Un día, al menos.

Ayla miró a Laranar, siempre le miraba para decidir qué hacer o dejar de hacer. A veces me ponía de los nervios, estaba acostumbrada a tratar con guerreras que decidían por sí mismas.

—Creo que un día sin pensar en la misión nos hará bien a todo el grupo —respondió al final mirándome de soslayo.

—Ayla, los fragmentos…

—No, Laranar —le negó al elfo. Abrí mucho los ojos, pocas veces contrariaba a su protector—. Mañana podemos estar todos muertos, y entonces qué, ¿eh? Me apetece pasar un día aquí. Sin pensar en lo que vendrá después.

—Pero, Ayla… —quiso insistir, esta vez, Aarón.

—Parad —exigió seria—. Soy la elegida, ¿verdad? Pues se hace lo que yo diga, y digo que nos detengamos un día.

Estuve a punto de aplaudirla por haberse impuesto, ya era hora. Solo una vez la había visto de jefa, y era cuando creía que Laranar no la amaba en la audiencia con el rey de Zargonia.

Se dio la vuelta y empezó a caminar por las calles de Caldea de Roses, pueblo donde nos encontrábamos. El resto del grupo nos miramos, la elegida había hablado así que no tocaba otra que obedecerla. Me coloqué a su lado la primera, para darle mi apoyo y me sonrió.

—Disfrutemos un poco —dijo agarrándome de un brazo—. Lo necesitamos. Encontremos un lugar donde pasar la noche. Luego iremos a dar una vuelta.

Sonreí, entendí que su decisión firme vino condicionada por mi estado de ánimo, quería levantarme la moral y fue entonces cuando supe que por mucho que pidiera ayuda a Laranar con la mirada buscando su aprobación, era ella quien decidía.

Después de encontrar un pequeño hostal paseamos tranquilamente por el pueblo. No era muy grande y sus casas eran humildes con calles sin asfaltar que de tanto en tanto regaban con cubos de agua para que el polvo no se alzara. No obstante, tenía cierto encanto, quizá por la festividad que se estaba llevando a cabo y la comida en abundancia que se servía en la plaza del pueblo. La iglesia estaba a medio construir, pero utilizaban una capilla secundaria adyacente donde daban gracias por las cosechas de ese año al Dios único. Ayla quiso escuchar los salmos que recitaban al unísono en el exterior de la capilla, pues no tenía capacidad suficiente para albergar a todos los vecinos que asistieron a las fiestas de ese año.

El estar caminando por un pueblo alejado de la guerra y no pensando constantemente en los enemigos que nos acechaban, hizo que dejara de pensar en mi hermano y en lo que había perdido. Me entretuve viendo las paradas que había montadas a lado y lado de las calles. Degusté los productos de sus tierras como queso, embutido y pastelitos, y también miré junto con Ayla otras paradas donde vendían artículos de bisutería. Una en concreto tenía unas pulseras preciosas y nos estuvimos probando algunas, pero ninguna compró nada. Ayla no quería gastar el dinero que le había dado Laranar porque en el fondo no era suyo, no comprendía que el elfo se lo daba encantado. Yo, por lo contrario, no compré porque mi presupuesto iba menguando, la visita por Mair me había vaciado mi bolsa al parar cada noche en hostales. Apenas me quedaba para pasar un mes si continuábamos a aquel ritmo y luego me encontraría con las manos vacías. Pero por aquel día decidí no pensar en el futuro y disfrutar del presente.

Descubrimos que Dacio era un payaso y un ligón consumado, le encantaba ser el centro de atención y fue protagonista de algún que otro juego de magia para conquistar a las solteras del pueblo. Como, por ejemplo, hacer que llovieran pétalos de rosa a las chicas que esperaban ser escogidas para un baile en la plaza; regalar un rayo de sol a una muchacha para que se adornase el pelo. O hacer que el cielo se cubriera de fuegos artificiales al caer la noche, escribiendo el nombre de una joven en el cielo.

—Va a ser estupendo contar con amigos para variar —comentó Dacio mientras descansábamos sentados todo el grupo en un muro de una casa a medio construir—. Me gusta el grupo que se ha reunido para protegerte, Ayla. Creo que congeniamos.

La elegida sonrió, estando conforme.

—¿No tienes amigos? —Le pregunté extrañada, y este me miró.

—Digamos que solo tengo dos amigos en Gronland y un medio hermano que vino después.

—¿Medio hermano? —le preguntó Ayla.

—Lord Zalman me adoptó cuando quedé huérfano y medio siglo más tarde tuvo su primer hijo, para mí es como un hermano pequeño. Y a parte de los que he mencionado, de amigos poco más. Bueno, también Laranar, ¿verdad Laranar?

—Verdad Dacio —respondió enseguida el elfo—. Conozco a Dacio desde que tenía diez años, justo después que los magos oscuros se dieran a conocer. Y Cada vez que iba por Gronland le visitaba para saber cómo se encontraba. Con el tiempo creció y nos hicimos amigos. Incluso pasó una temporada en Sorania para despejarse de las gentes de Mair.

Fruncí el ceño, algo se me escapaba. Ayla empezó a preguntarle sobre el ser adoptado por Lord Zalman, primer mago del consejo, como si fuera una gran sorpresa, y Dacio se lo reconfirmaba.

—¿Tenías problemas con los magos de Mair? —Quise saber, cortando la conversación entre los dos.

Dacio me miró, extrañado.

—Era travieso —se limitó a responder, cambiando su sonrisa por una expresión más seria.

Tampoco entendí el hecho de que se hubiera quedado huérfano nada más empezar la guerra con los magos oscuros. Tenía entendido que los descubrieron practicando un sacrificio y que todos huyeron como perros sin saber nada de ellos durante un siglo.

—¿Cómo mató exactamente Danlos a tus padres y a tu hermana pequeña? —Le pregunté.

El mago me miró serio, jamás imaginé que pudiera lanzarme una mirada como aquella, casi me atravesó.

—Prefiero no hablar del tema —se limitó a responder y de un salto bajó del muro al suelo.

—No le hagáis preguntas tan personales —nos pidió Laranar al grupo, en especial a mí—. Aunque lo veáis tan payaso y despreocupado solo es una máscara. De todo el grupo, creo que es el que más motivos tiene para querer ver muertos a los magos oscuros.

Ayla y yo nos miramos, desconcertadas, pero rápidamente ella dejó el tema a un lado y señaló con entusiasmo una caravana que parecía llegar para unirse a la fiesta.

—Mirad —dijo a todos—. Una caravana que aún no hemos visto, vayamos a verla.

De un salto se bajó del pequeño muro y Laranar la siguió de inmediato. El lobo, que esperó hasta ese momento en el suelo, movió la cola y de inmediato se fue con ellos. Yo miré a Dacio que ya intentaba ligar con otra jovencita.

El mago se vio sorprendido por el beso de la muchacha, pero no por ello se apartó, al contrario. Le propuso ir a una zona más apartada y se perdieron por un callejón oscuro.

Apreté los puños al verlos desaparecer, me daba rabia verle actuar de esa manera con las mujeres. Cuando me dijo que no quería nada serio lo decía de verdad, pero… ¿Por qué me importaba? Fui yo quien lo rechacé, por lo que podía ir con quien quisiera.

—Alegra —Aarón me sacó de mi ensimismamiento—, voy con Laranar y Ayla, ¿vienes?

—Prefiero quedarme un rato aquí —respondí.

El general se aupó del muro y me quedé sola nuevamente con mis pensamientos. Vi a la gente bailar en la plaza, parejas que sonreían y niños que jugaban por las calles, la música no dejaba de sonar. Aquella podía ser mi villa, mi gente, cuanto echaba de menos la protección que me brindaban, cuánto daría porque todo volviera a ser como antes.

Suspiré, y de pronto un punto de luz apareció flotando en mi rostro y volteó alrededor de mí. Al segundo después, Dacio me sorprendió saltando encima del muro, sentándose a mi lado con rostro divertido. Estuvo un buen rato con la chica que le había besado, seguro que se había desahogado entre gemidos de placer escondidos en algún rincón del pueblo.

—Un punto de luz no va a conquistarme —le dije al ver sus intenciones—. ¿Ya te has cansado de la chica con la que te has ido? —Le pregunté de forma indiferente.

—Como eres —dijo divertido—. Además, a esto lo llamamos globo de luz, no punto —dijo señalándome el hechizo que nos iluminaba—. Toma —abrió la palma de su mano y me mostró una fina pulsera de oro.

Abrí mucho los ojos, era idéntica a las que nos probamos Ayla y yo. Un cordón fino de oro, sutil y delicado.

—No puedo aceptarla —dije negando con la cabeza—. No debiste comprarla.

Frunció el ceño.

—Pensé que te alegraría, Alegra.

—Cambia de chiste, ¿quieres?

Sonrió.

—Vamos, —insistió con la pulsera en la mano—. Solo es una pulsera, me apetecía tener un detalle contigo.

—¿Y crees que así me llevarás a la cama? —Dije alzando una ceja—. Cuando digo no, es no.

—Y eso es lo que te hace tan irresistible —respondió.

Puse los ojos en blanco.

Me miró pensativo, su mirada me reflejaba que para él llevarme a su lecho solo consistía en un juego, un reto personal que probablemente se había marcado. Pues lo llevaba claro, sobre todo después de pensar que era una chica fácil. Tenía mis principios.

Aparté su mano, no queriendo llevar la pulsera que me había comprado.

—Si la hubiera querido, me la habría comprado —repuse.

—¿Crees que no me he dado cuenta que no quieres gastar ni una moneda? —Le lancé una mirada fulminante—. Laranar y Aarón también se han percatado, por ese motivo hemos decidido que a partir de ahora quienes paguemos las cuentas de hospedaje y comida seremos nosotros.

—Puedo pagarlo —mentí—. Tengo dinero, no necesito que nadie me pague nada. Nunca lo han hecho.

—Pagarás con tu espada y con la caza que puedas aportar al grupo —contestó y fruncí el ceño—. De todas formas el dinero que tenemos tampoco es nuestro, va a cargo de nuestros países. Laranar paga con el capital de Launier, Aarón con el dinero que le dio su rey, y Mair también hace su aportación. Tú no debes pagar, no estás obligada, tu trabajo es proteger a la elegida. Entre los tres países pagaremos tus honorarios con techo y comida, Domadora del Fuego.

Quedé cortada, sin saber qué responder. Era cierto que hacía labores de guerrera sin cobrar, pero es que esas eran las condiciones que me dio Laranar para entrar en el grupo.

—No pienses más —dijo al ver que vacilaba—. Y acepta este pequeño regalo.

Miré la pulsera, era tan bonita.

—No puedo aceptarla —insistí pese a todo, a lo que Dacio se mosqueó, la pulsera levitó y sin poderlo impedir se ató a mi muñeca izquierda. Intenté quitármela, pero fue imposible, el cierre no cedió—. Quítamela —le exigí extendiendo el brazo hacia él para que rompiera el hechizo, pero se limitó a sonreír.

—Lo próximo será una cena conmigo —dijo satisfecho.

—Nunca.

—Espera y verás.

Me guiñó un ojo, pero a mí me puso de los nervios. No iba a ser tan fácil liberarme de sus continuas insinuaciones, aquel mago no aceptaba un no por respuesta.

Mientras le miraba, mosqueada, noté como si alguien me tocara el hombro y al volverme vi un palo de madera levitando a mi lado.

—¿Qué haces…? —Quise preguntarle a Dacio sabiendo que era él quien controlaba aquel palo, pero me plantó un besó en los labios al volverme hacia él. Le retiré de inmediato, enfurecida por haber caído en su trampa, quise plantarle una mano en la mejilla, pero bajó del muro antes que pudiera alzar la mano y en menos de tres segundos lo vi partiéndose el pecho en la otra punta de la plaza.

Fruncí el ceño, apreté los dientes y tuve que contenerme. Ir detrás de él solo lograría cansarme, su magia le daba aquella velocidad. Así que miré el cielo de la noche y le deseé a Edmund las buenas noches, ignorando al mago que intentaba captar mi atención moviendo los brazos como un tonto a treinta metros de distancia.