EDMUND (3)
PRÓXIMO MOVIMIENTO
Estaba en la cocina desayunando unos huevos revueltos con beicon cuando, de pronto, escuchamos los gritos de Danlos maldiciendo por todo el castillo. Todos nos quedamos quietos durante unos segundos, conteniendo el aliento, temerosos de lo que pudiera estar pasando. Las cocineras dejaron de picar las verduras y remover las ollas; Sandra dejó de pelar patatas y el orco que siempre se mantenía vigilante miró hacia la puerta que daba al interior del castillo. Un segundo después, el monstruo se largó dejándonos solos. Aquello no era bueno, si se largaba era para no tener problemas con los amos en caso que aparecieran. Las últimas semanas descubrí que cuando alguien con un rango elevado se enfurecía o no le salía algo como debía, lo pagaba con el primero que encontraba, ya fuera torturándolo o matándolo en el acto. Y los amos no eran la excepción, Bárbara abofeteó hasta desfigurarle la cara a una de sus doncellas personales por el simple hecho de tirarle del pelo cuando la cepillaba. Y todo Luzterm estaba seguro que la muchacha no lo hizo a propósito, lo más probable es que ni siquiera le hubiera tirado del pelo, pero Bárbara estaba quisquillosa aquel día por lo que me llegaron a los oídos.
Los gritos no cesaban y se le unieron los de Bárbara, escandalizada por algún motivo. Desde las cocinas no pude distinguir el motivo de la discusión.
—Sandra, ves al fuerte, rápido —le ordenó su madre, aprovechando que el orco se había ido.
Sandra obedeció de inmediato, no sin antes mirarme de refilón. Siempre iban a los más débiles cuando se trataba de hacer pagar a alguien su mal humor y Sandra era la más pequeña en el puesto de las cocinas. Su madre, Ania, hizo bien en mandarla al fuerte, allí estaría a salvo.
Miré mis huevos revueltos y el beicon frito, se me cerró el estómago incapaz de tragar alimento. Los gritos continuaban y la muchacha que debía preparar la mesa de los amos para el desayuno quedó paralizada, con una bandeja de embutidos en las manos sin atreverse a salir de la cocina. Ania quiso que se moviera, advirtiéndole que si no lo hacía vendría alguien a castigarlas a todas. La chica empezó a llorar, temblando de pies a cabeza.
—Deja de llorar —le reprendió otra cocinera, Lucía—. No puedes salir de esta manera a servir a los amos.
—Me matarán —dijo nerviosa—. No quiero morir.
Me levanté de mi asiento, aparté a Ania y Lucía, y le quité sin muchas complicaciones la bandeja a la chica.
—¿Qué haces? —Me regañó Ania—. No es tu trabajo.
—Ya me las apañaré —respondí. Quería enterarme qué ocurría y como era un rehén importante no creí que fueran a matarme, como mucho me darían unos puñetazos si me veían, pero si la información que obtenía era satisfactoria valdría la pena. Además, la chica estaba aterrorizada y como Domador del Fuego debía protegerla—. Geni, te llamas, ¿verdad? —Asintió—. ¿Dónde tengo que colocarla?
—En el centro de la mesa. Solo queda esta bandeja y la jarra de leche.
—Él no puede llevar las dos cosas a la vez —Lucia le tendió la jarra a la chica—. Id los dos, y asegúrate que lo hace bien —se refirió a mí.
Juntos, salimos de las cocinas, Geni parecía a punto de sufrir un ataque de pánico.
—¿Cuántos años tienes? —Le pregunté para distraerla de los gritos de los amos mientras nos dirigíamos al salón-comedor.
—Trece —respondió.
—¿Llevas mucho tiempo en Luzterm?
—Dos años —dijo mirando atentamente a todos los lados—. Mataron a mi madre, un hermano pequeño y mis abuelos cuando atacaron mi villa. Solo mi padre y otro hermano llegamos vivos a Luzterm.
—¡Oh! —Exclamé sin saber qué más decir.
Gritos, los gritos continuaban hasta que hubo un momento que empezamos a entender qué decían.
—¡Quiero a Urso y Beltrán en mi presencia ya! —Le gritó Danlos a alguien, probablemente un orco o un criado.
—Están en el salón principal —dijo Geni, aterrada—. Rodeemos.
Cruzamos una especie de biblioteca, una pequeña sala y llegamos por fin al salón comedor donde una larga mesa de roble presidía aquella estancia. Dos chimeneas se encontraban en dos extremos opuestos, y una gran lámpara de candelabros colgaba del techo. Bajo la mesa una enorme alfombra granate cubría el suelo, aunque no albergaba toda la estancia, tan solo la mesa de roble y sus cincuenta sillas. La luz de un día nublado entraba por tres grandes ventanales.
Geni dejó la jarra de leche encima de la mesa. Estaba preparada para dos comensales y todos los alimentos estaban concentrados en la cabecera más alejada de la puerta. Había huevos revueltos, beicon, salchichas, panecillos, mermelada, cruasanes, fruta y la bandeja de embutidos que dejé a un lado. Geni corrigió su ubicación colocándola un poco más al medio.
—Bien, vayámonos —dijo dirigiéndose ya a la puerta.
La seguí.
Los gritos se fueron apaciguando poco a poco, pero antes que el mago oscuro volviera a alcanzar un tono de voz normal, dentro de una conversación normal, llegué a captar medias frases y palabras como: «Valdemar a muerto…», «Debería haber acabado con ella», «Era fuerte y…», «Maldita sea», «Esto se complica, debemos…». Y fue, entonces, cuando lo comprendí y me detuve en seco, a medio camino de las cocinas, justo en el inicio de un pasillo. Geni me miró con ansiedad, preguntándome con la mirada qué ocurría.
—La elegida ha matado a otro mago oscuro —dije esperanzado—. Pronto seremos libres.
—No, si nos encuentran y nos matan, vamos —respondió.
—Sigue tú —le dije—, yo ahora vuelvo.
Abrió mucho los ojos, pero antes que pudiera decir nada salí corriendo para recabar más información. Era consciente que me jugaba la vida, pero necesitaba saber exactamente lo ocurrido, cómo iba la elegida en su misión y cuánto tiempo tardaría en rescatarme de aquel infierno. En cuanto me acerqué a la sala de las chimeneas ralenticé el paso, no conocía muy bien el castillo, pero las pocas veces que circulé por él presté atención y me conocía algunos escondrijos. Escuché como una puerta se abría y las voces de Danlos y otras personas se hicieron altas y claras. Maldije interiormente, salían de la sala de las chimeneas. Retrocedí de inmediato, pasé por el vestíbulo y antes de poder escapar por el siguiente pasillo me vi atrapado entre un orco que circulaba por él con paso firme, y los magos oscuros que se acercaban a mi espalda. Volví al vestíbulo, tenía la puerta de salida a un lado, sin vigilancia, los orcos de ese puesto también huyeron con los gritos. Pero eso no me garantizaba que ninguno de ellos me viera apostado en alguna parte del exterior, y había una norma muy clara con los esclavos: nunca utilizar la puerta de entrada principal bajo castigo de pena de muerte. Indeciso sobre dónde ir, viendo que se me acababa el tiempo, subí unas escaleras que se encontraban en mi lado izquierdo. Eran anchas, con una barandilla y unas gárgolas de piedra en el inicio y final de dicha barandilla. Subí lo más rápido que pude llegando al primer piso…
—Si Valdemar ha muerto, debemos atacar ya a la elegida, pero, esta vez, todos juntos —escuché a Bárbara llegar a la entrada y me tiré al suelo.
La planta superior, justo al acabar la escalera, constaba de unos metros sin pared antes que el pasillo se cerrara y no pudieras ver la planta baja. Era la continuación de la barandilla, donde me pude asomar, estirado en el suelo, y ver qué ocurría.
Todos los magos oscuros que quedaban por eliminar, estaban presentes, no faltaba ninguno. Y, en ese momento, llegó el orco que me cortó el paso. Era Durker, el jefe de todos los orcos de Luzterm. No me di cuenta en el momento que huía porque lo vi de refilón antes de voltear el pasillo.
—La hemos subestimado —coincidió Danlos, sobre algo que Urso dijo—, pero no debemos precipitarnos.
—Precipitarnos —repitió Bárbara—. Hasta hace unos segundos estabas dispuesto a ir a por ella sin dudarlo, ¿y ahora te calmas? De verdad, pasas del negro al blanco en dos segundos. No hay quién te entienda.
—Estás urdiendo un plan —dijo Urso mirando a Danlos—. Lo sé, ¿qué es?
Danlos se volvió a Durker que esperaba sin decir palabra detrás de los amos.
—Reúne un ejército —le ordenó—. Uno suficiente grande para acabar con Barnabel, nos concentraremos en eliminar las ciudades de los hombres y con un poco de suerte la elegida irá en su ayuda. No podrá contra diez mil orcos y trolls.
—¿Y quién lo dirigirá? —Quiso saber Bárbara.
Danlos se volvió hacia un ser que daba escalofríos con solo mirarlo. Alto, muy delgado, de tez pálida, cabellos negros y ojos… ojos de un color tan claro, azul cielo, que casi no se distinguía el iris, del globo ocular. Pude ver su color con claridad desde mi posición porque también eran anormalmente grandes.
—Beltrán —sentenció Danlos y miró atentamente al que las leyendas hablaban del último Cónrad. En mi villa explicábamos historias de miedo sobre él, y otros Cónrad que murieron. En aquel entonces era un juego, una manera de pasar el rato con los amigos y demostrar que no tenías miedo a las leyendas de seres oscuros. En ese momento, todo había cambiado y la leyenda la tenía a unos metros de mí, en la planta baja—. Destruye Barnabel, creo firmemente que la elegida irá en su ayuda y, una vez estés frente a ella no quieras matarla. Solo, húndela en las tinieblas, estaremos esperando impacientes que lo hagas, pues en esa oscuridad nos meteremos todos, donde los fragmentos del colgante no podrán ayudarla y destruiremos su mente. La mataremos.
Tragué saliva. ¿Podría la elegida hacer frente al último Cónrad? Las historias contaban que con solo tocar a sus víctimas estas se hundían en las tinieblas.
—Entendido —habló Beltrán. Su voz fue oscura, como un susurro siniestro que permaneció en el vestíbulo por unos segundos. Incluso Bárbara sintió un escalofrío y se aproximó a Danlos un paso.
—Bien, ve con Durker, partiréis de inmediato —dijo pasando un brazo por los hombros de Bárbara—. Os dejaré cerca de Helder y os dirigiréis sin prisas a Barnabel, para cuando lleguéis espero que la elegida ya esté presente.
Asintió, y orco y Cónrad se marcharon.
—Ya que vamos a tomar Barnabel —Urso se frotaba las manos—, podríamos tomar Tarmona, empecemos a conquistar Andalen.
Danlos sonrió.
—Todo a su debido tiempo —le dijo Danlos—. Ahora, vete, quiero estar un rato a solas con mi mujer.
Urso frunció el ceño, molesto. Pese a que fue el maestro de Danlos estaba claro que no ejercía ninguna autoridad sobre él. Es más, Danlos era el jefe de todos ellos.
—¿Y si consigue vencer a Beltrán? —Le preguntó Bárbara en cuanto Urso se marchó—. ¿Qué haremos?
—No podrá —contestó muy seguro.
—Eso dijiste con Valdemar. Me garantizaste que la mataría y ni siquiera ha podido…
Danlos puso dos dedos en sus labios.
—No sabemos qué ha ocurrido con Valdemar —le dijo Danlos—. Iré a Helder para recabar más información.
—Está muerto, eso seguro —le espetó Bárbara.
Danlos cogió el rostro de su esposa con dos manos y le acarició las mejillas con los pulgares. Me sorprendió verle de forma cariñosa, no encajaba con la imagen que siempre tuve de él.
—Estará muerto, pero… ¿Y su espejo? —Preguntó alzando las cejas—. Puede que haya logrado predecirle un futuro oscuro.
Ella sonrió, se puso de puntillas y besó al mago oscuro pasando sus dedos por su pelo alborotado. Danlos empezó a bajar por su cuello y la cosa empezó a calentarse.
—De todas maneras, —le iba diciendo mientras sus labios bajaban por su cuello— aunque la elegida venza a Beltrán… lo cual dudo —le mordió el lóbulo de la oreja y la maga gimió— siempre podemos reorganizarnos. —Bárbara se arrimó más a él, abrazándolo con una pierna y dejando entrever su muslo por la raja provocativa de su vestido—. Podemos aumentar nuestro número…
El mago oscuro le hizo la trabanqueta a Bárbara y ambos cayeron al suelo. Ella gimió y Danlos no se detuvo, se apoyó sobre sus codos mientras le besaba el cuello y el escote, al tiempo que le desabrochaba la parte superior del vestido.
—¿Aumentar nuestro número? —Le preguntó Bárbara en un gemido, acto seguido se incorporó levemente, ansiosa, y le echó a Danlos la túnica hacia atrás, y, como una salvaje, le rompió su camisa abotonada dejando el torso de Danlos al descubierto.
Danlos deshizo el lazo del corsé de Bárbara finalmente, y liberó sus pechos. Abrí mucho los ojos, no era la primera vez que veía unas tetas, en mi villa me escabullía a veces con mis amigos para espiar a las muchachas que se bañaban en la orilla del río. Pero los pechos de Bárbara eran preciosos, firmes, con unos pezones sonrosados que provocaron que mi entrepierna empezara a agitarse. Desvié la mirada, no quería excitarme con la que era mi enemiga, la odiaba por muy bella que fuera. Me hacía cruces que se pusieran a tener relaciones en medio del vestíbulo, donde cualquiera podría verles accidentalmente.
—Sí —la respiración de ambos empezó a hacerse más fuerte, más intensa—, y será gratificante mientras nos empleemos a ello, nos garantizaremos la… ¡lealtad! —Miré de refilón una vez, y vi a Danlos agitándose encima de ella. Volví a mirar el techo— de… nuestro… futuro… hijo.
Abrí mucho los ojos al escucharle decir aquello, las cosas no podrían ir peor.
—¡Un hijo! —Gimió Bárbara—. ¡Estás loco! —Continuó gimiendo, gritando extasiada—. No quiero tener a ningún mocoso,… aún no.
—Venga… si… llevamos… mil años… ¡Juntos!
Danlos gimió de tal forma que seguro que le escucharon desde las cocinas.
—La lealtad no es seguro en los hijos, Danlos —le dijo Bárbara respirando a marchas forzadas—. Tú y yo lo sabemos muy bien. Sino, pregúntaselo a nuestros padres.
—¡Será diferente! —Dijo con rabia y Bárbara gimió en una mezcla de dolor y satisfacción.
—Ahora me dirás que los querías.
—¡Calla!
Hizo que la maga volviera a gemir por encima de lo normal. Segundos después ambos gritaron a la vez de puro placer. Me asomé levemente de nuevo, y vi a Danlos aún encima de Bárbara, quieto, luchando por recuperar el aire. Le dio un beso en los labios.
—Te quiero —le dijo mirándola a los ojos—. Pero no hables de lo que ocurrió con mis padres, nunca. Ya sabes que no me gusta en absoluto. Y quiero tener un hijo, nos aseguraríamos la victoria.
Bárbara lo retiró de forma juguetona y empezó a colocarse bien el vestido.
—Te recuerdo que estamos en plena guerra, —dijo Bárbara mientras se arreglaba de forma indiferente como si allí no hubiera ocurrido nada—, si tuviéramos un hijo de nada serviría, sería un bebé y más tarde un niño. No pensarás hacerlo luchar con ocho años, ¿no?
—No, pero le ensañaré todo lo que sé y será más oscuro que todos nosotros juntos.
—Ni lo pienses —se enfadó Bárbara poniéndose en pie—. No quiero ser madre, nunca.
La maga empezó a dirigirse a algún lugar y Danlos la siguió de inmediato. Yo quedé tumbado en el suelo, mirando al techo, aún analizando todo lo escuchado. Valdemar muerto, el ataque inminente a Barnabel, ver… ver que el mago oscuro tenía un punto débil, su mujer. La manera cómo habló con Bárbara, era propio de alguien que quería a su esposa de verdad, y le había dicho que la quería. Tenía corazón, quizá pequeño, diminuto, pero tenía. Aunque Bárbara era más fría, de momento podía estar tranquilo que el número de magos oscuros no aumentara pues dejó claro que tener un hijo no entraba en sus planes.
En cuanto tuve vía libre, bajé las escaleras y corrí a las cocinas. Todas las presentes dieron un bote en cuanto abrí la puerta y suspiraron seguidamente al ver que era yo. El orco aún no había regresado.
—Tengo que marcharme —dije dirigiéndome a Ania—. Dame el desayuno de Sandra, pasaré por el fuerte primero.
Me lo tendió.
—Dile que regrese, los amos parecen haberse tranquilizado y el orco no tardará en venir —me pidió.
Asentí.
Escalé la pila de troncos del fuerte y al llegar arriba vi a Sandra haciendo dibujos en el suelo. Al escucharme alzó la vista y sonrió.
—El desayuno —dije mostrándolo—. Estás hecha una artista.
—Tengo un buen maestro —dijo.
Llegué hasta ella y le tendí el fardo donde guardábamos la comida que sacaba a hurtadillas de las cocinas para Sandra. Empezó a comerla, pero sin las ansias de los primeros días.
—¿La has visto ya? —Le pregunté, cogiendo la pelota que me hizo Hrustic con tiras de cuero la noche anterior—. La he dejado esta mañana antes de ir a desayunar.
La chuté a los troncos, rebotó y volvió a mí, se la pasé.
Sandra también la chutó.
—Es divertido —volvió a chutarla.
—En cuanto tengamos un rato jugaremos. Ahora, debo irme y tú regresar. Tu madre quiere que llegues antes que el orco.
Salimos juntos del fuerte, nos despedimos y cada uno siguió su camino.
HACERME UN HOMBRE
El acero estaba al rojo vivo, su color refulgía en mis ojos mientras el martillo le golpeaba con bravura. Gotas de sudor caían por mi frente debido al calor que desprendía el horno de cinco metros de altura. Giré el mandoble y continué dándole una sarta de golpes. En el fuego tenía cuatro barras de acero más, cada una sería una magnífica espada igual de espléndida que Bistec. Aunque aún faltaban semanas para verlas acabadas. No obstante, iba más rápido en mi puesto en Luzterm que en mi villa. Supuse que se debía a que trabajaba un total de seis horas al día y no cuatro horas a la semana como hice con Bistec. Concentrado, sentí un repentino escalofrío que me recorrió de cuerpo entero. Paré en mi labor y alcé la vista, los herreros golpeaban el hierro sin descanso, avivaban los fogones y luchaban por resistir un día más a aquel infierno. Todo parecía estar normal, así que volví a golpear el acero, pero por algún motivo me encontraba nervioso. Me detuve nuevamente, me di la vuelta y contuve el aliento. Dejé el martillo y agaché la cabeza al ver a Danlos observándome atentamente a dos metros de distancia.
—Amo —dije con una leve inclinación.
Danlos acortó la distancia y revisó el trabajo que hacía en la herrería. Cogió uno de los mandobles del horno y lo observó con detenimiento. Le miré aterrado, aquel monstruo no necesitaba guantes de ningún tipo, estaba sosteniendo el hierro ardiendo con la mano desnuda.
—¿Cuándo crees que las tendrás listas? —Me preguntó.
—Tres… tres meses, amo —respondí—. Creo —añadí.
Me atreví a alzar la cabeza un segundo y vi que sonrió, suspiré para mis adentros, parecía estar de buen de humor.
—¿Te gusta trabajar aquí?
Fruncí el ceño, ¿era una trampa?
—Me gusta trabajar el metal —respondí, no era mentira, me encantaba, lo que no me gustaba en absoluto era trabajar en una herrería sin ventilación donde hacía un calor de mil demonios, pero sobre todo no me gustaba trabajar para un mago oscuro.
—Ruwer me ha dicho que haces grandes progresos con la espada pese a los pocos días que lleva entrenándote, aunque aún te falta perfeccionar, por supuesto —no le respondí—. Mírame a los ojos.
Alcé la vista con temor, Danlos dio un paso a mí y me sujetó el mentón con una mano para evitar que agachara la cabeza. Estuvo observándome atentamente, sus ojos marrones me atravesaron leyéndome el alma.
»Veo valor. Quizá algún día ocupes el lugar de Ruwer.
Casi se me escapó una carcajada ante tal ocurrencia y el mago oscuro entrecerró los ojos, serio, no le hizo ninguna gracia. Me soltó con un bruto movimiento y me toqué el mentón con una mano, notando aún sus dedos sujetándome con fuerza.
»¿Qué te hace tanta gracia?
—Nunca seré como Ruwer —respondí muy seguro—, jamás haré las cosas que hace él, por lo que nunca podré ocupar su puesto. Y tampoco lo quiero.
—Tienes parte de razón —dijo—. Pero las personas cambian, yo cambié, y haré que tú cambies por las buenas o por las malas. He decidido que, a partir de ahora, acompañarás a Ruwer cuando vaya de expedición por Andalen a cazar humanos.
Abrí mucho los ojos. Si el corazón me latía con fuerza a causa del miedo por tener a Danlos enfrente de mí, se añadió un nudo en el estómago que no desaparecería fácilmente.
»Aprenderás su oficio, esclavizar y ejecutar —sus ojos se tornaron rojos lentamente—. Me gustará ver qué haces cuando te obliguemos a matar a una persona.
—¡Nunca! —Me atreví a alzar la voz y en respuesta recibí una bofetada que casi me hace caer al suelo, me toqué la mejilla y le miré a los ojos con odio—. Nunca mataré a un inocente —repetí furioso. Volvió a golpearme, pero me sostuve en la mesa de trabajo para no caer. Sentí los latidos de mi corazón en el lado derecho de la cara, lugar donde recibí los golpes. Quizá quería desfigurarme el rostro o dejarme una fea cicatriz como él tenía.
Se apoyó en sus rodillas para estar a mi altura y me miró a los ojos.
—Créeme, lo harás —dijo seguro—. Porque en el momento que te niegues a matar a un humano, diez más morirán a cada minuto que te niegues a obedecer.
Apreté los dientes y cerré los puños, conteniendo la rabia hacia él, pero también las ganas de llorar.
Danlos se alzó.
—Mañana partirás con Ruwer —sentenció—. Necesitamos esclavos para el muro. Os llevará unos tres o cuatro días.
—¿Y las espadas? —Pregunté como último recurso—. Me retrasaré.
—Me importan una mierda tus espadas —dijo con desprecio—. Solo quiero que mejores tu arte para que en un futuro me forjes una a mí, digna de un mago oscuro. Será de acero mante, el metal más fuerte y resistente de todo Oyrun. Tú serás su creador y yo su dueño. Soy consciente que hasta de aquí unos años no podrás dármela, así que si te retrasas con esos palos de hierro un mes, dos o cinco, me es absolutamente indiferente. Harás lo que se te ordena, ¿ha quedado claro?
Agaché la cabeza y finalmente asentí.
Danlos se marchó y mis ojos se llenaron de lágrimas. ¿De verdad tendría que matar a personas inocentes? ¿Hacer esclavos? ¡Era un Domador del Fuego! Mi deber era proteger a la gente, no matarla.
Mis rodillas se doblaron hasta que tocaron el suelo y lloré sin poderlo evitar.
—Alegra —sollocé llamando a mi hermana—, por favor, ven rápido con la elegida.
La tarde fue un infierno practicando espada con Ruwer, no por el entrenamiento en sí, sino por las palabras del hombre lagarto. Pues me recordó constantemente que al día siguiente debería matar a mi primera víctima. Logró que le atacara con más rabia que otras veces, incluso le di dos toques seguidos que no esperó, en respuesta me llevé varias estocadas que me dejaron dolorido todo el cuerpo, una de ellas en la cara partiéndome el labio. Al anochecer, Sandra intentó que hablara, pero mi estado de ánimo era desesperante. Sentado en el fuerte, con ella a mi lado, me abrazaba las rodillas sin muchas ganas de participar en el juego que nos inventamos días atrás, de adivinar qué objeto o animal, dibujábamos en la tierra.
—Vamos, Edmund —me apremiaba Sandra—. ¿Qué animal he dibujado?
Miré su dibujo con desgana.
—Una rata —respondí en un susurro, sin dejar de abrazarme las rodillas.
Dejó el palo en el suelo y me miró, seria.
—¿Qué te ocurre? —Quiso saber.
—¿Crees que si me quedo aquí durante cuatro días me encontraran? —Le pregunté, notando mis ojos arder, las lágrimas amenazaban en volver a aparecer.
Pasó un brazo por mis hombros y seguidamente me abrazó.
—Sea lo que sea yo estoy a tu lado —dijo y la abracé entonces, lo necesitaba. Sandra se había convertido en mi única amiga en Luzterm—. Dime, ¿qué te ocurre? ¿Estás triste por no poder ver a tu hermana?
—¡Ojalá fuera eso! —Exclamé exasperado—. Mañana, Ruwer, me llevará por Andalen para hacer esclavos y traerlos a Luzterm. ¡Me obligaran a matar gente!
Rompí a llorar y hundí mi cabeza en su pecho. Ella me abrazó con más fuerza y me dio unas palmaditas en la espalda a modo de consuelo.
—Todo irá bien Edmund —me dijo—. La elegida nos salvará dentro de poco, tú siempre me lo estás diciendo, y no es culpa tuya lo que vaya a obligarte a hacer.
Respiraba entrecortadamente, no podía parar, pero Sandra continuó abrazándome. Nunca creí que fuera tan comprensiva, parecía una persona adulta.
—Cuando el camino es oscuro siempre hay una luz que intenta atravesarla, debes buscarla.
—¿Y eso qué quiere decir? —Quise saber, apartándome. Me limpié la nariz con la manga de mi camisa y respiré profundamente.
Sandra se encogió de hombros.
—Es lo que dice mi madre —respondió—. Creo que significa que hay que buscar lo positivo de lo negativo. Mi madre dice que cuando la violaron aquellos tres hombres quedó destrozada, pero que luego encontró una razón para vivir.
—¿Cuál?
—Yo —se señaló a sí misma, orgullosa—. Dice que pese a todo, no puede evitar quererme más que a su propia vida.
—Yo no veo nada positivo en que vaya a hacer esclavos y matar a gente inocente —dije con rabia.
Suspiró.
—Vas a ir a Andalen, con un pequeño escuadrón de orcos. Es tu oportunidad de escapar.
Abrí mucho los ojos, no había caído en esa opción.
—Pero no te olvides de mí, ¿eh? —Dijo forzando una sonrisa—. Te estaré esperando en Luzterm a que me rescates acompañado de la elegida.
—Te lo juro —dije decidido—. Si logro escapar, si tengo una oportunidad, huiré, me reuniré con mi hermana y ayudaré a la elegida a acabar con los magos oscuros. Te enseñaré qué es la libertad.
Llegó el amanecer y me dirigí a la entrada Sur de la ciudad, donde Ruwer y Danlos me esperaban. Al verme aparecer el mago oscuro sonrió con satisfacción, pero me mostré de forma indiferente ante él. No quería darle más motivos de regodeo mostrando que me afectaban las órdenes que me mandaba. Me incliné al llegar a su altura y este puso una mano en mi hombro sin decir palabra, aquel contacto me hizo sentir un escalofrío por todo el cuerpo.
—Paso in Actus —dijo, me obligó a dar un paso hacia atrás y, de pronto, noté una especie de vacío, como si mis pies dejaran de tocar el suelo. Todo se volvió oscuro con una estela plateada alrededor nuestro, una presión en la cabeza hizo que me mareara levemente, dando la sensación que viajaba a una velocidad sobre humana. Un segundo después Danlos, Ruwer y yo, nos encontramos en una gran explanada donde diez mil orcos, tres dragones rojos y más de un centenar de trolls se encontraban dispuestos delante del mago oscuro. Beltrán se encontraba a la cabeza de aquel impresionante ejército, con Durker a su lado—. Bien, cincuenta irán con vosotros —le hablaba Danlos a Ruwer—, el resto a Barnabel. ¡Preparaos! —gritó a los orcos, su voz retumbó como un eco firme por todo el ejército, de tal manera que incluso los que se encontraban en última fila lo escucharon. Al unísono, todos se tocaron el hombro del compañero que tenían enfrente y Beltrán guió a los dragones, dominándolos por alguna especie de magia, pues parecían hipnotizados, a nuestro lado. Eran bichos enormes, gigantescos, de largos colmillos, afiladas garras y escamas rojas como el fuego—. Tocadme un hombro —nos ordenó, aunque a mí me cogió de un brazo—. Paso in Actus —la sensación de vacío volvió a invadirme y un segundo después nos encontramos, ejército de orcos incluido, en un bosque de pinos. Utilizaba el mismo hechizo que cuando me trasladó de mi villa a Luzterm después de ser aniquilada—. Beltrán, ya sabes qué hacer —mientras habló cincuenta orcos se apartaron de la formación y se colocaron a nuestro lado. El resto empezó a destrozar los árboles que tenían alrededor para hacerse sitio—. Los demás, me conseguiréis esclavos. —A una señal de Ruwer los cincuenta orcos tocaron nuevamente el hombro de su compañero, Danlos volvió a cogerme de un brazo—. Paso in Actus —otra vez el vacío, era una sensación muy extraña aunque el mareo de la primera vez se suavizó, mi cuerpo empezó a acostumbrarse.
Llegamos a un bosque de abedules y Danlos me miró a los ojos.
—Ruwer, espero que le hagas un hombre —dijo con una sonrisa burlona—. Nos encontramos en este mismo punto dentro de cuatro días. Tened buena caza.
—Amo —Ruwer se inclinó.
—Paso in Actus.
Danlos desapareció y me quedé solo con Ruwer y cincuenta orcos, dispuestos a matar y esclavizar cualquiera que estuviera cerca de nuestra posición.
—Vas a necesitar esto —me tendió una vaina y abrí mucho los ojos al reconocer la empuñadura de Bistec—. Imprescindible para cortar cabezas y destripar hombres.
Mis manos temblaron y me obligué a recitar el código de los Domadores del Fuego interiormente para no olvidar quién era y de dónde venía.