LARANAR (4)
ZARGONIA
El caballo que llevaba todo nuestro equipaje resoplaba, cansado. Nos encontrábamos a mil quinientos metros de altura caminando por las vastas praderas de las altas montañas de Cordillera Nevada. Todo a nuestro alrededor era una extensión de hierba verde, algunas flores desperdigadas e impresionantes montañas a lado y lado de nuestra posición. Nada nos cubría, éramos unos puntos en movimiento en todo aquel gigantesco y a la vez impresionante lugar. Detrás de nosotros habíamos dejado los bosques de los hombres y enfrente se encontraba la frontera de tres países. Por un lado Andalen, tierra por la que aún caminábamos, por otro Zargonia donde habitaban los duendecillos, y seguidamente Mair, nuestro destino. Quedaban apenas unas jornadas para alcanzar el país de los magos, pero antes de poder llegar debíamos circular durante tres días por Zargonia. Pese a que la frontera de Mair daba también con Andalen el camino de acceso era difícil, sumamente complicado, pues una sierra nos impediría avanzar con seguridad a menos que rodeáramos la cordillera dirigiéndonos más al norte. Pero aquello significaba perder tiempo y exponerse durante más días a los magos oscuros para llegar a fin de cuentas a una planicie que era regentada por viajeros, y un punto donde seguramente nos estarían esperando nuestros enemigos para atacarnos. Por ese motivo, decidimos viajar dirección sur, donde las montañas eran menos elevadas y una vez cruzadas, el Bosque Encantado de Zargonia nos refugiaría por un tiempo. Caminaríamos unos días más y luego volveríamos a estar al descubierto, pero, para entonces, ya nos encontraríamos en Mair y aquel país era el más seguro de todo Oyrun.
Ayla guiaba el caballo de Aarón y lo detuvo en cuanto vio que bufaba, le acarició la frente y le dio ánimos para que continuara adelante. La observé, deteniéndome a unos metros de ella. Ya estaba casi por completo recuperada, la herida en el cuello aún le picaba y tenía una fea costra que con el tiempo le dejaría una cicatriz importante, pero pese a todo seguía viva habiendo superado el veneno de la frúncida.
—Deja de mirarla con ojos embobados —dijo de pronto Alegra a mi lado.
—¿A qué te refieres? —Pregunté molesto continuando mi camino y esta me siguió.
—No finjas, la única que no se ha dado cuenta es Ayla —respondió—. Y sabes que está prohibido tener una relación con la elegida, me lo explicó Aarón.
Me detuve de inmediato y la miré de mala manera.
—Si quisiera tener una relación con la elegida hace tiempo que ya la hubiera iniciado —respondí malhumorado—. Pero soy consciente de la profecía y de las consecuencias que podría tener.
—Por lo menos no lo niegas —dijo asintiendo con la cabeza—. Ella sufrirá aun más si algún día se entera que le correspondes.
—Lo sé.
Me cogió de pronto del brazo para detenerme y a un gesto de cabeza por su parte volví mi atención a Ayla. La elegida había empezado a descargar nuestras mochilas del caballo y Aarón se encontraba a su lado intentando detenerla. Alegra y yo nos miramos, y nos dirigimos a los dos.
—Está cansado —intentaba convencer a Aarón—. Dejémosle que respire un poco —al ver que me acercaba se dirigió a mí—. Laranar, por favor, descansemos un poco. Joe está reventado, y yo también estoy cansada.
Joe era el nombre del caballo de Aarón.
Ayla me miró a los ojos de forma suplicante, sabiendo que lo que dijera yo iría a misa. Nadie me nombró jefe del grupo, pero el tener a la elegida de mi parte —siendo en quien más confiaba de todos los presentes— había logrado hacerme con el mando y, de momento, nadie puso objeción.
—Diez minutos —autoricé—. Luego cada uno llevaremos nuestras mochilas y así el animal podrá descansar.
—Gracias.
Aarón y Alegra se retiraron a un lado y acabé de ayudar a Ayla a descargar las mochilas. Seguidamente, ambos nos sentamos en el manto verde que era el suelo.
—Toma —Ayla me tendió una manzana—, es la última. Sé que te gustan.
Sonreí y acepté la manzana.
—Si seguimos a buen ritmo antes que anochezca llegaremos a Zargonia. ¿Ves esa curvatura que hace la montaña? —Se la señalé con la mano y esta asintió—. En cuanto lleguemos veremos el Bosque Encantado en la base de la montaña. Solo nos quedará descender y estaremos a cubierto.
Cogí el cuchillo que llevaba escondido a mi espalda y partí la manzana en dos. Le ofrecí el trozo más grande a Ayla y enseguida vino Akila a ver que le podíamos dar. Ya fuera fruta o carne, el lobo siempre pedía cuando nos veía con comida. Ayla me miró y le tendí el cuchillo sabiendo qué quería. Cortó un pequeño trozo y se lo dio al lobo. Me devolvió el cuchillo seguidamente y nos comimos la manzana en silencio.
—¿Cuándo crees que vendrá el siguiente de los magos oscuros? —Me preguntó mirando el cielo. Era un día despejado, sin ninguna nube.
—No lo sé —respondí—. Puede que tres días, puede que tres meses.
Suspiró.
»¿Tienes miedo?
Asintió.
»Podrás con ellos, has podido con Numoní podrás con cualquiera.
Se pasó una mano por la herida y me miró a los ojos.
—Solo si tú estás a mi lado —dijo mirándome fijamente—. De no haber sido por ti habría muerto en manos de la frúncida. Tú me das fuerzas para que continúe adelante, si fuera otro mi protector me habría rendido.
—Habrías ganado, ese es tu destino —rebatí amablemente.
—No —negó con la cabeza—, créeme. Ya no estaría aquí si no fuera por ti.
De pronto, Akila empezó a gruñir al cielo y automáticamente todos alzamos la vista buscando lo que había alterado al lobo. Me levanté, clavando la vista en el horizonte e identifiqué una mancha oscura que se aproximaba a gran velocidad en nuestra dirección. En apenas unos segundos, mi vista identificó qué clase de criaturas volaban aquellas tierras. Se trataba de una bandada de cuervos, probablemente mandada por el enemigo para localizar nuestra posición. Miré alrededor, pero todo lo que teníamos a nuestro lado era… nada; no había refugio posible donde esconderse. La única opción era el arco. Todos nos preparamos para eliminar el mayor número posible, si no había un centenar no había ninguno, y sus graznidos fueron ensordecedores en cuanto acortaron cierta distancia entre nosotros. En cuanto los tuvimos a tiro disparamos nuestras flechas, para luego seguir recargando y seguir disparando. Akila intentó coger alguno con la boca aunque no lo logró. Los cuervos se limitaron a voltear dos veces sobre nuestras cabezas para, seguidamente, alejarse tan rápido como vinieron. La última flecha que lancé no dio en su objetivo, estando fuera de nuestro alcance.
Aquellos cuervos que logramos eliminar desaparecieron bajo un humo negro, dejando un rastro oscuro en la hierba donde cayeron.
—Hay que darse prisa —dijo Aarón de inmediato viendo como se alejaban hacia el oeste—. Nos han localizado, no tardaran en venir a atacar.
A partir de ese momento, llegar a Zargonia se convirtió en una carrera. Durante días intentamos ser rápidos, pero los últimos kilómetros casi los hicimos corriendo. En cuanto el Bosque Encantado apareció ante nuestros ojos en toda su extensión, suspiramos, pero no por ello aflojamos el ritmo y descendimos tan rápido como pudimos adentrándonos en aquel lugar donde la magia estaba presente en cada rincón.
Ayla quedó literalmente con la boca abierta. Aún respiraba trabajosamente intentando recuperar el aire después de la marcha, pero sus ojos fueron de un lugar para otro queriéndose maravillar de todo cuanto le rodeaba, y no era para menos. El Bosque Encantado era, con diferencia, uno de los parajes de Oyrun más cautivadores del mundo. Los árboles eran tan altos como los del Bosque de la hoja, pero al tiempo eran más finos y delicados. El musgo inundaba el suelo, las rocas y los troncos de árboles caídos que pudiera haber. Por lo general no había arbustos o exceso de pequeñas plantas que pudiera ralentizar la marcha de una persona, pero de tanto en tanto podías encontrar un mar de helechos que cubría varias hectáreas. Las lianas llegaban hasta el suelo y las hojas de los árboles dejaban un pequeño espacio para que el sol se abriera paso entre ellas.
Alegra también quedó fascinada, pese a haber viajado bastante en su corta vida de humana, nunca había llegado más lejos que las tierras de Yorsa, y aquel nuevo lugar la dejó sobrecogida. Y en cierto modo, pese a que yo mismo había visitado el país de Zargonia más de una docena de veces, su magia nunca me dejaba indiferente.
Aarón tampoco había llegado nunca tan lejos y actuó con más cautela que la Domadora del Fuego. Quizá su edad le hacía ser más desconfiado con los nuevos lugares que poco a poco iba conociendo en aquella misión. Akila por lo contrario empezó a olfatear desde el primer momento que pisamos el Bosque Encantado, incluso corrió contento alrededor nuestro, revolcándose en el musgo para luego continuar corriendo hasta que quedó agotado deteniéndose a mi lado.
Suspiré, y le quité un pedacito de musgo que le había quedado colgando de su oreja derecha. Acto seguido me dirigí a todo el grupo.
—Hemos ser cuidadosos —advertí—. En el Bosque Encantado habitan criaturas buenas y malvadas, y es mejor pasar desapercibidas para ambas. Nuestra llegada a Zargonia es mejor no ser descubierta, ¿entendido?
Todos asintieron, pero en cuanto iniciamos la marcha Ayla no tardó en venir a mí.
—Siento curiosidad por saber qué clase de criaturas habitan en estas tierras —dijo.
Le hice el gesto del silencio llevándome un dedo a los labios y frunció el ceño de inmediato; luego sonreí negando con la cabeza, no tenía remedio.
—Además de los duendecillos, —empecé a hablar en susurros—, hay centauros y hadas de los bosques, unicornios y pegasos. Y también dragones.
—¡¿Dragones?! —Preguntó sorprendida alzando levemente la voz, a lo que enseguida me llevé, otra vez, un dedo a los labios, indicándole que no se alterara y hablara más bajo—. ¿Cuáles? ¿Dorados como la leyenda de Gabriel o malos como el que atacó Sorania?
—De todo un poco —respondí—. Por eso hay que tener cuidado y no hablar.
Se dio por enterada y estuvo caminando a mi lado sin hacer más preguntas, aunque aquello duró solo media hora, evidentemente.
—Me gustaría poder ver algún hada —comentó. En ocasiones no se callaba ni debajo del agua—, o un unicornio, ¿conoces alguno?
—Son difíciles de ver —respondí con paciencia—. Pero si te quedas callada puede que no los asustes con tus incesantes preguntas y se dejen ver, entonces, quizá, podré presentarte alguno de ellos.
Puso un mohín, adivinando que no tenía ninguna intención de ir en busca de un ser mágico para poder presentárselo. No era tan fácil. Era cierto que no se dejaban ver con facilidad y en ocasiones aunque te conocieran desaparecían sin tiempo a reaccionar.
Llegó la noche y acampamos en un pequeño claro, no hicimos ningún fuego, aún quedaban unas pocas semanas para que se acabara el verano y en Zargonia la alta humedad que había aumentaba la sensación térmica. Mientras hice guardia escuché las peculiares risas de las hadas de los bosques. Me alcé entonces, prestando atención de donde provenían. Miré a Ayla que dormía plácidamente, ajena a que uno de aquellos seres mágicos que tanto deseaba ver se encontraba a unos metros de nuestro campamento. Me debatí entre despertarla o no, aunque, finalmente, me dirigí a Aarón. Dio un respingo al despertar y enseguida se llevó una mano a la empuñadura de su espada pensando que algo sucedía, pero le negué con la cabeza.
—Voy a llevarme a Ayla a ver unas hadas que escucho por aquí cerca —le informé—. Haz guardia, Alegra sigue durmiendo.
Asintió, relajándose notablemente.
Empecé a zarandear a Ayla, en ocasiones tenía el sueño muy profundo y costaba despertarla.
—Ayla, Ayla —la llamé en susurros.
Empezó a gruñir, molesta, pero de pronto abrió los ojos y me miró con miedo, sentándose de inmediato en su manta y mirando alrededor como si en una fracción de segundo su mente la hubiera alertado que podíamos estar en peligro.
—Tranquila —le dije—, no pasa nada. Quiero que me acompañes a un lugar, no hagas ruido.
Miró a Aarón de refilón que ya se encontraba sentado dispuesto a vigilar en mi ausencia. Luego volvió su vista a mí y, sin perder tiempo, la cogí de una mano, la alcé del suelo y la llevé por el Bosque Encantado; prestando atención a las risas que continuaban resonando enfrente de nosotros. Nuestro paso era acelerado y en dos ocasiones tuve que sostener a Ayla para que no cayera al suelo.
—¿A dónde vamos? —Quiso saber, no pudiéndose contener.
—Tú espera y veras —le contesté.
A unos metros me detuve y miré a Ayla, que para entonces empezó a escuchar las risas de las hadas sin saber qué eran. La risa de un hada o simplemente su forma de hablar era peculiar, pues parecían campanillas que resonaban todo el rato haciendo música a los oídos de la gente.
Ayla quiso preguntarme, pero rápidamente le hice el gesto del silencio. Si nos escuchaban seguramente se irían de inmediato y se acabaría la sorpresa.
Me agazapé y ella me siguió de la misma manera. Finalmente llegamos a una pequeña pradera y el misterio se desveló para Ayla. Las hadas de los bosques iban de flor en flor recogiendo el néctar de las flores. No medían ni un palmo de altura, pero eran espléndidas, irradiaban luz por donde pasaban. Sus prendas, eran bonitos vestidos hechos de las hojas de los árboles y las flores. Saltaban de un lugar a otro, volaban con sus pequeñas alas y jugaban entre ellas volando hacia el cielo para luego dejarse caer en una danza perfecta.
—Son como la Campanilla de Peter Pan —dijo Ayla maravillada—. ¡Qué bonitas!
—Sabía que te gustarían —le susurré y ella ensanchó su sonrisa sin dejar de mirarlas.
Nos quedamos unos minutos más contemplándolas hasta que, poco a poco, fueron retirándose de la pradera para ir en busca de más flores.
—Escuché sus risas desde el campamento —dije mirándola, estaba tan guapa con la luz de la luna iluminando sus cabellos y sus ojos—. Y como querías ver un ser mágico he creído que no te importaría que te despertara.
Volvió su vista a mí, ya ningún hada quedaba en la pequeña pradera y sonrió, con una de aquellas sonrisas que iluminaban todo cuanto le rodeaba.
—Gracias, no sé cómo puedo agradecértelo. Ha sido fantástico.
Sus ojos verdes me miraron con una profundidad, una alegría y una gratitud que ya fue imposible apartar la mirada de ellos. Continuábamos cogidos de la mano, agachados al lado del tronco de un árbol e, inconscientemente, me aproximé más a Ayla, y ella acortó la distancia de igual manera. Estuvimos durante apenas unos segundos demasiado cerca el uno del otro, demasiado cerca de lo que nunca antes habíamos estado. Fue demasiado, mi corazón no pudo resistirse y provocó que me inclinara hacia ella saboreando la miel de sus labios. Una fuerza invisible nos atrajo de inmediato el uno con el otro y pronto, lo que fue un tierno beso se transformó en algo más, sus labios se abrieron dando paso a experimentar la dulzura de su boca. La atraje más a mí, besándola, dejándome llevar, y ella pasó sus dedos por mi pelo como si temiera que fuera a ir a algún lugar.
Hacía tantos siglos que no daba un verdadero beso de amor que el encontrar de nuevo una persona, aunque fuera humana, que volviera a crearme sentimientos que creí olvidados, fue una droga placentera que no quise renunciar. Nuestras respiraciones se aceleraron, continuábamos besándonos y, lentamente, bajé por su cuello, embriagándome de su olor, fue entonces, cuando ella pronunció mi nombre…
—Laranar…
Me detuve, siendo consciente en ese instante de mi acto. ¿Qué narices estaba haciendo? Si tanto la amaba no podía hacerle aquello, estaba jugando con su vida apartándola de la misión, pues podía concentrarse más en mí que en derrotar a los magos oscuros, y ese desliz podía llevarla a la muerte. Tenso, aún en su cuello, maldije el haber sido tan débil.
Ella sufrirá aún más si algún día se entera que le correspondes, pensé en las palabras de Alegra. Tenía razón, mucha razón, aunque sería absurdo decirle que no la amaba. Era demasiado evidente, a menos… a menos que la engañara, ¿pero romperle el corazón era mejor que saber la verdad?
El corazón es fuerte, lo superará, pensé, es mejor engañarla. Si le cuento la verdad continuará pensando más en mí aunque sepa que nuestra relación está prohibida, y eso es arriesgado.
Retirarla de mí fue doloroso, pero interpretar mi papel de elfo arrogante con ella fue diez veces peor.
Ayla me miró desconcertada por haberme detenido y apartado de ella.
—No debí hacerlo, perdona —dije alzándome—. Debemos volver.
—¿Laranar qué…?
—Mira —a medida que me concentraba en hacer mi papel, mi cara se tornaba más seria, casi enfadada, pero si de alguien estaba enfadado era conmigo mismo. Acababa de estropearlo todo—, he sido débil y me he dejado llevar con quien menos debí hacerlo.
—No lo entiendo —dijo aún de rodillas en el suelo, mirándome estupefacta—. Me has besado como si… —tuvo miedo de decir que la amaba.
—No te amo Ayla —lo dije alto y claro para que no tuviera ninguna duda, pero debía añadir algo más para que fuera creíble mi mentira—. He sido débil, llevamos tres meses de misión y desde entonces que no he podido estar con una elfa y tú eres lo más parecido que tengo en estos momentos, pero no te amo. Lamento si te he confundido, no era mi intención.
Se quedó con la boca abierta por unos segundos, pero rápidamente se recuperó intentando mostrar fortaleza.
—Cuando estuve a punto de morir con Numoní mis últimas palabras fueron que te quería, ¿me escuchaste? —Quiso saber a punto de echarse a llorar.
—No —mentí.
Ayla agachó la vista al suelo, decepcionada.
—Pues yo sí que te quiero —dijo casi con la voz rota y me miró a los ojos seguidamente—. Te amo.
Suspiré, debía decirle algo más para que me apartara de su corazón. No podía sumirse en la melancolía. ¡¿Por qué demonios había tenido que besarla?!
—Jamás te amaré, eres humana y no me atraes lo más mínimo —mi voz sonó dura como el acero. Ayla me miró espantada, sus ojos empezaron a llenarse de lágrimas y supe, con el corazón en un puño que aquel era el camino. La amaba, pero si debía hacer que me odiara para que no pensara en mí, tan solo en la misión, lo haría—. Vamos, Ayla, ¿qué creías? Soy elfo, nunca podrás gustarme, ya te he dicho que solo te he besado porque eres lo más parecido a una elfa que tengo para desahogarme, pero lamento mi error porque eres la elegida. Si fueras una humana normal entonces, quizá, me hubiera conformado contigo. Por una noche, claro. —Incluso reí como si fuera absurdo que creyera que tenía alguna posibilidad conmigo, pese a que en realidad tenía tantas ganas de llorar como ella—. Venga, ¿de verdad tenías la esperanza que llegara a amarte? Crece un poco, eres una simple humana, plebeya en tu mundo, y yo soy el príncipe del país de los elfos, no estás a mi altura.
No lo soportó, su corazón se quebró en mil pedazos y salió disparada huyendo de mí, dirección al campamento. La seguí de inmediato no queriendo que se perdiera en el camino. Y en cuanto llegó se dejó caer en su manta de dormir, cubriéndose hasta la cabeza con una segunda manta. De ella solo salieron gemidos lastimeros que intentó controlar vanamente. Aarón se alzó al verla de aquella manera, pero a un gesto mío con la mano le pedí que la dejara tranquila.
—¿Qué has hecho? —Me preguntó Aarón, enojado.
Le miré a los ojos.
—No apartarla de su misión.
LA CIUDAD DE LOS DUENDECILLOS
Ayla logró conciliar el sueño poco antes del amanecer y fue Aarón quien la despertó para continuar nuestro camino. La situación fue tensa de principio a fin, apenas desayunó un mendrugo de pan y no pronunció palabra en toda la mañana. Me mantuve en la distancia, colocándome al frente del grupo mientras Aarón le hacía compañía guiando a Joe. Alegra por lo contrario, ajena a lo que ocurrió la noche anterior, anduvo a mi lado notando que algo no marchaba bien, y cuando alcanzamos cierta distancia con la elegida le expliqué lo sucedido. La Domadora del Fuego dejó que hablara, lo necesitaba, y una vez finalicé, suspiró.
—Solo era cuestión de tiempo —dijo mirándome—. Aarón y yo lo veíamos venir. Pero no estoy segura que el camino que hayas tomado sea el correcto, ¿de verdad quieres que acabe odiándote?
—Si es la única manera para que no me entrometa en la misión que debe hacer, sí —respondí.
El transcurso del día siguió su ritmo, nadie hablaba. Ayla no pronunciaba palabra lo más mínimo y de tanto en tanto me volvía para mirarla de soslayo y comprobar si seguía al grupo. Hacia la tarde, después de comer e iniciar la marcha intenté colocarme a su lado para intentar suavizar las cosas, pero fue imposible. Aminoró su marcha para no tener que hablar conmigo. Únicamente Joe era su compañía y Akila iba a su lado de vez en cuando para luego avanzar más adelante queriendo estar con todo el grupo. De pronto, el caballo se asustó, una pequeña serpiente se cruzó en su camino, era inofensiva, pero el animal empezó a encabritarse y a dar coces. De inmediato me aproximé a Ayla para hacerla a un lado —no tenía suficiente experiencia con caballos para calmar un jamelgo asustado—. Me costó, pero finalmente, con palabras tranquilizadoras y mano firme, pude hacer que el animal se calmara.
—Ya está —le tendí las riendas a Ayla siendo lo más amable que pude con ella.
—Gracias —su voz fue apenas un susurro, pero no me importó, ahora ya estaba a su lado para poder enterrar el hacha de guerra.
—¿Ves esa fruta de allí? —Le señalé un arbusto con la mano, estaba cargado de una fruta llamada lliri que solo se encontraba en el Bosque Encantado—. Se llama lliri, da mucha energía a la persona que la toma.
Llegamos al arbusto y Ayla se detuvo a mirarlas.
—Parecen moras de color naranja —comentó—. ¿A qué saben?
Cogí una y se la tendí.
—Pruébala —la tenté.
La cogió vacilante, la olió y luego se la metió en la boca. Automáticamente abrió mucho los ojos, sorprendida, y me miró como si no fuera posible.
—Es deliciosa —dijo cogiendo otra más—. Son dulces y jugosas.
—Podemos coger unas cuantas para el camino —propuse—. Y nos las vamos comiendo juntos, ¿qué te parece?
Vaciló.
—Vamos, no podemos seguir así —dije y me miró a los ojos. Fue entonces cuando intenté retirarle un mechón de cabello que le caía al rostro para colocárselo detrás de la oreja.
—No lo hagas —me dio un manotazo para que no la tocara y me quedé cortado—. Limítate a hacer tu trabajo, no hagas gestos que puedan confundirme príncipe elfo.
—Ayla, yo…
—No —me cortó muy enojada—. Si de verdad no soy nada para ti, compórtate como Aarón. Él nunca me retira el pelo, ni me coge de la mano o simplemente nunca me acaricia el rostro como tú sí que has hecho en alguna ocasión.
—Lo lamento, no volverá a ocurrir —respondí.
Frunció el ceño, mirándome muy enfadada con una pizca de odio. Pero antes que continuara el camino la cogí del brazo.
»Siento que no pueda corresponderte, pero podemos ser amigos.
Con un bruto movimiento hizo que la soltara.
—Soy humana —respondió—, y plebeya. Debes tener amigos a la altura de tu rango. Lo lamento, pero a estas alturas y con todo lo que me dijiste anoche ya no es posible.
Continuó la marcha y miré a Aarón y Alegra que nos esperaban un poco más adelante, serios. En cuanto di el primer paso para continuar el camino un ruido me alertó, el silbido de una flecha que venía del lado este. Ni lo pensé, de dos zancadas alcancé a Ayla, me abalancé sobre ella y la cubrí con mi cuerpo cayendo los dos al suelo.
—¿Qué haces? —Me preguntó enfadada de cara al suelo.
—Hacer mi trabajo —respondí, mirando la flecha que había aterrizado a tan solo un metro de nuestras cabezas. Era pequeña, con unas plumas de color rojo y unas rayas de color azul dibujadas en el tallo del proyectil.
—Duendecillos —identifiqué.
—No os mováis —dijo una voz a nuestra espalda.
—Tranquila —le susurré a Ayla estando aún encima de ella—, yo me encargo.
—Cuento con ello —respondió incómoda y enfadada.
Me hice a un lado cuando Aarón y Alegra ya se dirigieron a nosotros. La Domadora del Fuego desenvainó su espada dispuesta a presentar batalla, pero a un gesto con las manos por mi parte le indiqué que esperara.
Me alcé, viendo que cinco duendecillos nos apuntaban con sus arcos preparados y tres nos apuntaban con lanzas. Fruncí el ceño, no comprendiendo a qué venía aquello. Era una raza aliada y por lo general jamás atacaban a los forasteros que entraban en Zargonia.
—Somos el grupo que acompaña a la elegida —empecé a hablar—. ¿A qué viene esto? Tenemos paso franco por estas tierras.
—¡¿Qué hacéis?! —Un duendecillo vino corriendo por el bosque con dos compañeros más. En cuanto llegó a nuestra altura hizo que aquellos que nos apuntaban bajaran sus armas—. Bobos, no debéis atacarlos —se volvió a mí y me hizo una exagerada reverencia—. Príncipe, disculpad. Flithy nos avisó de vuestra llegada, os vio hace unas horas y hemos venido a vuestro encuentro para pediros que nos acompañéis a Finduco.
—¿Flithy? —Quise asegurarme. Era una pequeña hada amiga mía, supuse que no se dio a conocer por vergüenza, era muy tímida con los extraños y a parte de mí no conocía a nadie del grupo—. Nuestro camino es llegar a Mair, no podemos desviarnos a Finduco.
—El gran Zarg lo ha ordenado y debemos cumplir órdenes —respondió—. Por favor, necesitamos los servicios de la elegida.
Miré a Ayla que los miraba perpleja.
—¿Qué necesitáis de mí? —Quiso saber Ayla.
—Que mates a un dragón —respondió el duendecillo, serio— y al jinete que lo controla.
—Falco —identifiqué y los duendecillos asintieron—. ¿Cuánto hace que ha aparecido?
—Un par de días —respondió—. Ha sido un milagro que os encontréis tan cerca.
Vacilé, enfrentarnos a otro mago oscuro sin el colgante al completo y faltando el mago que debía acompañarnos era arriesgado. No quería que la elegida volviera a estar entre la vida y la muerte.
—Iremos —dijo Ayla, sin tiempo a encontrar una excusa convincente con la que poder negarnos—. A fin de cuentas, ya he matado un dragón y después de una frúncida esto no será nada.
—¿Ya ha eliminado a Numoní? —Preguntó el duendecillo sorprendido y Ayla asintió, lo que hizo que todos los duendecillos presentes la miraran con esperanza renovada—. Entonces, acompáñeme, mis compañeros continuaran haciendo guardia por el bosque, pero yo les guiaré hasta Finduco. Si ha podido con la frúncida, podrá con este mago oscuro, seguro. Mi nombre es Chondae, por favor, síganos.
Inició la marcha y el grupo empezó a seguirlo.
Llegar a Finduco nos costó tres días de nuestro tiempo. Fuimos acompañados por el duendecillo que parecía ser el jefe de todo su escuadrón. Pese a que intentaba parecer duro y mostrar inteligencia no era más que otro ser bajito, de orejas puntiagudas tan grandes como la mitad de su rostro y ropajes estrambóticos.
La situación con Ayla no mejoró, si más no, empeoró, pues apenas nos dirigimos la palabra. Me rehusaba e intentaba mantenerse cerca de la Domadora del Fuego como nueva protectora para ella. Si tenía alguna duda le hacía las preguntas a ella, si en algún momento escuchábamos un ruido que pudiera interpretarse como peligro se colocaba a su lado. Era como si ya no existiera para Ayla y la indiferencia fue igual de dura que el odio que también me profesó cada vez que nuestras miradas se cruzaban.
Finduco se encontraba en una isla rodeada por el río Find. Era un lugar bello e igual de estrambótico que sus habitantes. Para empezar debíamos cruzar un puente de piedra de ciento treinta dos metros de longitud, donde, en el mismo puente, había construidas las primeras casas de los duendecillos. Se trataba de viviendas de dos o tres pisos de altura con un comercio en la planta inferior, pero lo que las caracterizaba eran sus formas estrafalarias asemejándose a los gorros puntiagudos y caídos a un lado que llevaba todo duendecillo. Había otro seguido de edificios con formas peculiares que indicaban el oficio que se practicaba en él, un ejemplo era el de un edificio en forma de jarra de cerveza adivinando que aquel lugar era una taberna. También había edificios en forma de tetera, de martillo, de saco o de camisa. Además, eran construcciones pequeñas, de la medida de sus habitantes. Finduco era peculiar y al tiempo caótico pues, desde el momento que pisabas el puente hasta que llegabas al otro extremo adentrándote en el centro de la ciudad, decenas de duendecillos corrían de un lado para otro.
El palacio de Finduco era una enorme construcción de mármol blanco que destacaba en el centro de la isla, pudiéndolo ver desde el otro extremo del río Find. La torre más alta llegaba a alcanzar los ciento treinta metros de altura. Se caracterizaba por cinco torreones irregulares que serpenteaban dirección al cielo hasta finalizar en una caída parecida al sombrero de los duendecillos, con la forma de un cascabel en la punta.
El grupo quedó por segunda vez impresionado desde nuestra llegada al Bosque Encantado, y los ojos de todos ellos danzaron de un lugar a otro no queriendo perderse ningún detalle del lugar.
En cuanto entramos en el palacio se me encogió el corazón, pues lo que siempre fue elegancia y riqueza con un punto de excentricidad se había convertido en un agujero negro producido por el ataque de un dragón. Desde el exterior no se apreciaba, pero una vez pasabas al interior una enorme abertura en el techo delataba el lugar por donde la horrible criatura entró.
Los suelos de mármol que antaño siempre fueron impolutos pudiéndose ver reflejado uno mismo en el suelo presentaban un color negruzco, los ventanales de colores se encontraban rotos, y los cuadros y tapices tan antiguos que ni mi padre había nacido cuando se pintaron, estaban rasgados o medio quemados.
La imagen era estremecedora.
—El innombrable guió su dragón al interior del palacio —nos explicó Chondae, mirando los duendecillos que se afanaban por reparar los daños causados—. Buscaba algo, no supimos el qué. Mató a catorce de los nuestros.
No dijo nada más, se limitó a guiarnos por aquel palacio destruido hacia los jardines, donde otro tipo de catástrofe nos esperaba. Las flores, arbustos y árboles del lugar habían sido incendiados, muy pocos habían salido ilesos del ataque y la magia que siempre embargó Finduco estaba cubierta por un manto de oscuridad.
De pronto, una duda hizo que cogiera el brazo de Chondae, deteniéndole.
—El árbol de la vida —mencioné—. ¿Han comprobado que no haya sufrido ningún daño?
Se encontraba a apenas diez kilómetros de la ciudad.
—Sí, se encuentra en perfecto estado —respondió Chondae comprendiendo mi preocupación—. Aunque en los tiempos que vivimos nada es seguro, mañana podrían destruirlo como a todos nosotros.
Le solté del brazo.
—El árbol de la vida es muy importante, ¿verdad? —Escuché que le preguntaba Ayla a Alegra.
—Sí, es la única fuente de ambrosía que existe en el mundo.
No dio más explicación y no pude evitar inmiscuirme en la conversación. El árbol de la vida era mucho más.
—El árbol de la vida es un lugar sagrado —dije intentando que lo comprendieran las dos. Incluso hice que se detuvieran para que me prestaran atención—. Para mi pueblo y para todos los que viven en Zargonia es más que una simple fuente de ambrosía. En él, vive parte del espíritu de Natur y hay quien asegura que los espíritus de Gabriel y Ainhoa habitan en su interior. Para nosotros, aquellos que creemos en Natur como única diosa de Oyrun, es un lugar de paz, meditación, culto y oración —suspiré—. Si cae alguna vez por esta guerra muchas razas podrían perder la esperanza y verse perdidas, desapareciendo.
Ayla me miró directamente a los ojos mientras le hablaba y una vez terminé esperé una respuesta por su parte. No me la dio, continuó adelante, siguiendo a Chondae. Alegra la siguió negando con la cabeza.
Llegamos al trono del gran Zarg, rey de Zargonia. Ubicado en medio de aquel jardín encantado destruido por las llamas de un dragón. El trono era el tronco de un árbol milenario partido en dos por un rayo —un suceso que ocurrió milenios atrás—. Por suerte estaba intacto y el brillo que siempre lo caracterizó, iluminado por el reflejo de dos árboles de plata que se encontraban a lado y lado, seguía inmaculado. En él, una figura encorvada y casi consumida por el tiempo se sentaba de forma poco majestuosa. El gran Zarg era un Duendecillo en el final de sus días, tenía trescientos ochenta y ocho años y la gran mayoría no alcanzaba los cuatro siglos. En el momento de nuestra llegada estaba dormido y tuvo que ser el duendecillo que se encontraba a su lado, su hijo Zarno —heredero al trono— quien lo despertara.
—Padre —continuó durmiendo—. ¡Padre! —Le gritó esta vez, zarandeándolo hasta que la corona de bronce que llevaba en la cabeza se le cayó hacia delante tapándole los ojos.
El rey se asustó, dando un brinco en su trono y miró desorientado a todos los que nos encontrábamos presentes mientras se colocaba la corona en condiciones. Acto seguido cogió un cuerno que tenía a un lado y se lo llevó a la oreja derecha con pulso tembloroso.
—¿Qué ocurre? —Preguntó con voz de anciano. Todo él temblaba, incluida la barba blanca que le llegaba hasta pasado el pecho y las cejas rizadas que se le unían a dicha barba—. ¿Quién es esta gente? —Entrecerró los ojos, mirándome—. ¡Ah! Príncipe, bienvenido de nuevo, ¿qué le trae por mi reino?
—Gran Zarg —me incliné levemente—, Chondae nos ha pedido venir a Finduco por petición vuestra.
—¿Mía? —Preguntó sin saber de qué le hablaba y rápidamente Zarno le susurró algo al oído—. ¡Ah! ¡Sí! La elegida te acompaña, ¿verdad?
—Sí, es…
—Estoy aquí majestad —se adelantó Ayla haciendo una reverencia—. Y mataré a Falco y a su dragón en cuanto tenga la oportunidad.
Ayla actuó ignorándome una vez más, no queriendo que fuera siquiera su portavoz y decidió ella misma qué hacer o dejar de hacer. Le indicó al rey que pasaríamos una noche en Finduco y que a la mañana siguiente iríamos en busca del dragón, todo ello sin consultarlo con nadie. Por primera vez cogió las riendas del grupo, y eso estaba bien, pero contar con la opinión de los demás también era importante. No obstante, no me atreví a inmiscuirme en sus decisiones, a fin de cuentas, empezar a buscar a Falco por los alrededores con la ayuda de los fragmentos como le indicó al rey, era lo que se tenía que hacer. Una vez finalizó miró a Alegra y Aarón, buscando su aprobación y ambos hicieron un ligero gesto de cabeza de asentimiento. Me vi completamente apartado del grupo.
Cenamos con el rey, con sus nueve hijos y las esposas de estos, con los treinta y dos nietos que tenía y quince bisnietos. Fue una cena algo caótica como todo en aquel país, niños llorando y correteando por la sala donde cenábamos —y que al parecer era de las pocas que no fue atacada por el dragón— e incesantes preguntas, unas apropiadas otras indiscretas que tuvimos que responder sí o sí. Los duendecillos eran así, para ellos mostrar a toda su familia era lo que se debía hacer, una muestra de confianza hacia el invitado por querer integrarnos en su sociedad mientras permaneciéramos allí. Ayla comió por no despreciar la hospitalidad con que nos recibieron, aunque apenas probó bocado pese a que intenté por todos los medios que comiera en condiciones.
—Deja de ofrecerme comida —me pidió ya enfadada en cuanto le sugerí que probara el salteado de arroz y verduras—. No tengo hambre.
Fruncí el ceño, harto también de su actitud, y a la que vi que Alegra le ofrecía un mendrugo de pan que sí aceptó, exploté.
—¿Qué pasa? ¿Lo haces por fastidiar? —Pregunté sin pensar—. Pues no comas si no quieres —dejé el salteado de arroz en la mesa de mala gana. Una de las ventajas de estar en Finduco era que a mitad de la cena nadie te prestaba atención y cada uno iba a lo suyo.
Ayla me miró muy enfadada.
—Disculpadme —se alzó de la silla dirigiéndose a la familia del rey, aunque pocos fueron los que se percataron de su retirada. La seguí de inmediato y la detuve en uno de los pasillos del palacio—. Suéltame —me exigió cuando la cogí del brazo.
—Ayla, perdona —me disculpé—. Sé que lo estás pasando mal y no he debido hablarte así, pero es que no soporto que me ignores.
Con un gesto se soltó de mi agarre y entonces se desplomó, rompiendo a llorar delante de mí.
—Laranar, —me abrazó hundiendo su cabeza en mi pecho— por favor, abandona el grupo.
Iba a responder a su abrazo para consolarla, pero me quedé petrificado ante esa petición.
»Vuelve a Sorania, me haces sufrir, me has hecho daño.
—Ayla, mi misión es protegerte —respondí—. No quiero abandonarte.
—Pero si solo soy una simple humana —respondió retirándose levemente y mirándome a los ojos.
—Ayla, eso da igual —le dije limpiando sus lágrimas—. Eres la elegida y no habrá nadie mejor que yo para que te proteja.
—No —respondió dejándome de abrazar y calmándose poco a poco—. Por favor, abandona el grupo. Aarón y Alegra estarán a mi lado y dentro de poco el mago de Mair se nos unirá. Ya no te necesito, no ahora que sé que me consideras alguien con un rango muy inferior del tuyo. Y quizá tengas razón por ser príncipe, pero eso no te salva de parecer un prepotente y creer que puedes despreciarme por ello. No quiero a alguien así en el grupo.
Respiró profundamente.
»Mañana espero que ya hayas partido —la cogí del brazo al ver que se volvía, pero lo único que pude hacer fue mirarla a los ojos sin saber qué decir—. No pongas esa cara, piensa que en Sorania tendrás a muchas elfas con las que desahogarte.
La solté, paralizado por la situación. Ayla continuó caminando por el largo pasillo limpiándose las lágrimas de los ojos y, finalmente, giró una esquina desapareciendo de mi vista.
EL ÁRBOL DE LA VIDA
Espoleé a Joe notando como el viento azotaba mi cara y mis ojos ardían de rabia e impotencia por no poder contar la verdad. En mi mente empezó a cuestionarse si mi decisión fue la correcta, si no explicar la condición de la profecía a la elegida era mejor que confesarle mi amor. Hice que me odiara, que me despreciara y me ignorara por su bien, pero en aquel momento ya no lo vi tan claro. Mi corazón se debatía entre escoger el mejor camino para protegerla. Solo había dos soluciones, uno, le contaba la verdad y continuaba a su lado; o dos, regresaba a Sorania y la dejaba en manos del grupo de guerreros que debían custodiarla para evitar en lo posible apartarla de su misión.
Necesitaba pensar detenidamente, por ese motivo había abandonado Finduco para ir al único lugar que podía guiarme hacia el camino correcto. Al llegar, detuve a Joe de inmediato y contemplé el árbol de la vida que emanaba una luz propia bajo la luna que se alzaba en el cielo. La pradera que lo rodeaba estaba en silencio y solo el sonido de las campanillas que emitían las hadas al volar, reír y hablar, se escuchaba como un susurro en la noche.
Pisé el suelo y dejé que mi montura pastara tranquilamente. Una vez llegué a los pies de Natur hinqué una rodilla en el suelo y recé por encontrar una señal que me ayudara a escoger el mejor camino. Los ojos se me inundaron de lágrimas con tan solo pensar en abandonar a Ayla, y lloré en silencio mientras dejaba que la grandeza de Natur me rodeara sintiendo su presencia.
Alcé la vista hacia el árbol de la vida, era un ser gigantesco, como un sauce cinco veces más grande de lo normal. Sus hojas eran plateadas, desprendía una luz celestial y una enredadera le cubría el tronco principal, abrazando aquella criatura única en el mundo. De su tronco había diversos nudos donde emanaba su sabia dorada —la ambrosía—, recogida por mi pueblo y custodiada en Sorania. Las hadas eran las encargadas de almacenarla hasta nuestra llegada, escondiéndola en las mismas ramas del árbol.
Estuve interminables minutos, horas, a los pies del árbol de la vida, pero no obtuve ninguna respuesta, solo percibí su fuerza fluir por toda la pradera. Me limpié los ojos de lágrimas, abatido por la desesperación y me senté en la hierba verde sin esperanza en recibir una señal.
Un hada se posó enfrente de mí y al mirarla la reconocí.
—Flithy —nombré y enseguida me sonrió. No llegaba ni a un palmo de altura, era muy menuda, frágil y delicada. Era bella, su pelo castaño lo llevaba recogido en un moño y sus ojos azules resaltaban como dos diamantes en la noche. Las orejas de las hadas eran picudas como los elfos y esta, en concreto, las escondía con el cabello que escapaba de su moño. Las alas de Flithy eran de las más bonitas que había visto entre las hadas, finas y alargadas, estilizadas como solo ella era. Vestía un vestido verde hecho con las hojas de algún árbol del bosque encantado—, me alegro de verte.
Y yo a ti, pero… ¿por qué lloras?, me preguntó a través de la mente, pues su lenguaje solo lo comprendían unos pocos y utilizaban la mente para hablar con el resto de razas. Nunca te vi tan triste.
—No es la primera vez que la tristeza atenaza mi corazón —respondí—. Y no sé qué hacer, creí que Natur me guiaría y no recibo respuesta.
Flithy miró al árbol de la vida y seguidamente a mí.
Debes aprender a escuchar, dijo, abre tu corazón a la madre naturaleza. Ella te guiará.
Suspiré, llevaba horas intentando que me prestara atención.
¿Por qué estás tan triste?, insistió.
—Amo a la elegida —respondí—, y ella me ama a mí, pero está prohibido por la profecía. He hecho que me odie mintiendo para que me olvide.
Así que estás con otra, dijo fingiendo que se había molestado cruzando los brazos y logró sacarme una sonrisa. Flithy estuvo enamorada de mí en el pasado, la conocí antes de la guerra. Era una niña entonces y la encontré herida en mi primera visita al país de Zargonia. La cuidé y devolví a su gente en cuanto estuvo mejor, desde entonces fuimos amigos y me enseñó muchos rincones del bosque encantado. Cuando regresé a Launier la invité a mi país en cuanto fuera mayor y fue en su visita a Sorania cuando me confesó que me amaba. Tuve que romperle el corazón y no porque no me gustara su carácter sino porque medía apenas quince centímetros de altura y yo alcanzaba más del metro ochenta.
—No estoy con nadie porque la elegida es intocable —respondí con pesar.
Descruzó los brazos y me miró preocupada. Alzó el vuelo y se colocó en la palma de mi mano.
La profecía no dice que no se pueda enamorar, rebatió, ¿por qué negar el amor?
—La podría apartar de su misión, y la profecía remarca que nada ni nadie puede apartarla de su destino. No quiero ser el causante de su muerte o su derrota contra los magos oscuros.
Alzó el vuelo y se puso a un palmo de mi cara con rostro indignado.
Natur jamás impediría el amor entre dos seres que se aman, insistió, y tampoco lo haría Gabriel que es la que trajo la magia a los magos.
—Fue la interpretación que hicieron esos mismos magos sobre lo escrito en la profecía —respondí dudando—. Y todos creen que la elegida no puede ser desviada de su camino de ninguna forma posible, ni tan siquiera por amor.
Laranar, no me gusta verte triste, dijo, te ayudaré a hablar con Natur.
Se inclinó a mí, apoyando su frente en la mía.
Cierra los ojos, me pidió, y percibe la voluntad de la diosa, ella te guiará al camino correcto.
Así lo hice, me concentré con ayuda de Flithy y, poco a poco, los sonidos del bosque encantado enmudecieron.
Una suave brisa alborotó mis cabellos levemente. Notaba el contacto de la pequeña frente del hada en mi piel, y la hierba verde a mis pies. El olor a bosque y flores, era perceptible de una forma más clara cuando paré atención a todo lo que me rodeaba. Y, entonces, noté una presencia muy cerca de mí. Como si alguien estuviera a mi espalda, a mi lado y enfrente de mí. Como si estuviera en todas partes.
Háblale, me transmitió Flithy.
—Natur, guíame al camino correcto, ¿qué debo hacer con la elegida? ¿Le confieso mi amor o la dejo en el engaño y me aparto del grupo que la protege?
Hubo un momento de silencio cuando la suave brisa trajo unas palabras cantadas en susurros.
Solo si tú estás a mi lado…
Era la voz de Ayla y me sorprendí al escucharla.
De no haber sido por ti… habría muerto en manos de la frúncida…
Su voz me llegaba en murmullos.
Tú me das fuerzas para que continúe adelante… si fuera otro mi protector… me habría rendido.
Recordaba esa conversación, fue el día antes de besarla y estropearlo todo.
Ya la has apartado, dijo otra voz en mi cabeza, una voz celestial, limpia y pura, vuelve con ella y haz que nunca decaiga en su misión.
—¿Significa que puedo amarla abiertamente? —Pregunté esperanzado a Natur.
Si la apartas más, la guerra se alargará y Oyrun ya ha sufrido bastante, sé solo su protector…
La voz de Natur se apagó y abrí los ojos. Una imagen se difuminó delante de mí, como un espejismo. No pude diferenciar si sus cabellos eran castaños, rubios o incluso verdes, si sus ojos eran azules, verdes o marrones, no supe como era su cara o la forma de su cuerpo. Lo único que tuve claro fue que era un ser bello que albergaba toda vida en Oyrun.
Flithy se apartó a un lado, y me sonrió mientras volaba a mí alrededor.
Ves, te dije que debías concentrarte. Ella siempre responde, dijo la pequeña hada.
—Tenías razón —dije más animado.
Ya no tenía ninguna duda, le diría a Ayla que la amaba, que todo había sido una mentira por mi afán de protegerla. Y la sola idea de saber que tenía vía libre para poder explicarle toda la verdad me hizo sentir feliz. Por fin, podría confesarle mi amor aunque no pudiera llegar más lejos.
«La guerra se alargará» dijo. Había un riesgo si estábamos juntos, era consciente, pero era mejor a dejarla en el engaño y marcharme de su lado. Era su protector y llevaría a cabo mi misión de protegerla hasta el final, aunque eso implicara no poder iniciar de todas maneras una relación de noviazgo con la elegida, pues tal y como Natur habló, Oyrun ya había sufrido bastante.
Se hizo de día mientras mantuve mi contacto con Natur. No fui consciente de lo tarde que era hasta que me levanté y noté todo mi cuerpo entumecido, incluso mis piernas las notaba dormidas y me estiré cuan largo era en cuanto me puse en pie.
El tiempo no existe cuando uno habla con Natur, dijo Flithy volando contenta a mi lado, ya es bien entrada la mañana. Ves a por tu amada.
Asentí.
—Gracias por todo, Fli… —de pronto el hada detuvo su danza mirando por detrás de mí y sus ojos se abrieron espantados. Me volví de inmediato y miré horrorizado como un dragón rojo se aposentaba en la pradera con un jinete en su lomo—. Escóndete, rápido.
Flithy salió volando directa a las ramas del árbol de la vida. En apenas unos segundos, las demás hadas que volaban alrededor la imitaron y el sonido de decenas de campanillas se ahogó, reinando un absoluto silencio.
Desenvainé a Invierno lentamente, el ruido del metal al ser liberado de la vaina resonó con fuerza. Contuve el aliento, pensando en cómo demonios lograría alejar a Falco y su dragón, del árbol de la vida.