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La llave provocó un fuerte chasquido en el interior de la cerradura. Marc lo achacó al considerable tamaño de la puerta, que dispondría de un mecanismo de apertura en consonancia.
El hombre entró en primer lugar.
Un ambiente frío y lúgubre le provocó un ligero escalofrío cuando dio los primeros pasos dentro del hall de entrada, donde un silencio sepulcral sólo era roto por las gotas de lluvia que aún caían en el exterior.
Hizo señas con la mano a la mujer y a Renaud para que le siguiesen.
Guylaine observó que la zona que circundaba la escalera, así como las plantas superiores, permanecían en la más absoluta oscuridad, pero del salón principal surgía un atisbo de luz que no parecía proceder de las lámparas eléctricas.
Marc le indicó a la mujer que se situase detrás de él y que le siguiese.
Se dirigieron hacia allí y acreditaron que la iluminación provenía de unas velas depositadas en el centro del inmenso salón.
La mujer le indicó que quizá debían subir a las habitaciones para analizar el dormitorio de los condes y ver si de allí sacaban algo en claro, a lo que el detective respondió con un gesto de la cabeza afirmando que era una buena idea.
Comenzaron a subir las escaleras y le pidieron a Renaud que permaneciese al pie de los primeros escalones por si veía algo raro, en cuyo caso debía avisarles.
La primera planta del edificio presentaba el mismo aspecto frío y vacío.
—Aquí hay un cierto olor a cerrado, como si nadie hubiese abierto las habitaciones en muchos días —apuntó Guylaine, quien se dirigió en primer lugar a la estancia de los condes.
Con las ventanas cerradas y las cortinas corridas, solamente la luz de los rayos que aún asolaban la campiña permitía ver tímidamente el interior de la estancia.
La mujer intentaba pulsar el interruptor de la luz cuando Marc le cogió la mano disuadiéndola de su idea, ya que aún no habían completado el registro del castillo y, por tanto, era necesario pasar desapercibidos. El hombre entreabrió la persiana y dejó que entrase algo más de la escasa luz del exterior, y nada más incrementarse la iluminación dentro, ella procedió a revisar los armarios de su madre. Allí continuaban colgadas las prendas que reconocía como las preferidas por la condesa, por lo que, si hubiese optado por irse del castillo y separarse de su marido, con toda seguridad se hubiese llevado el contenido completo, y sin embargo, a simple vista, parecía que no faltaba nada. Eso la tranquilizó porque, al menos, una de las hipótesis podía ser descartada y ahora sólo quedaba saber qué había hecho en los últimos días. Con el ropero lleno, ¿dónde estaba una mujer que se cambiaba varias veces al día?
Cerró la puerta y se dirigió a su habitación, ya que, después de tantos días fuera, le apetecía entrar en su dormitorio aunque sólo fuese por unos instantes. Lo encontró todo exactamente como lo había dejado.
El detective fue tras ella y se quedó mirando el entorno donde la mujer hacía su vida —allí dormía, leía y soñaba—, aunque, realmente, él no sabía cuáles eran sus sueños, pues la chica en ningún caso le había hecho partícipe de sus pensamientos, así que trató de apartar esas ideas de su cabeza dado que ése no era el momento adecuado.
Tenía que concentrarse en el registro que estaban llevando a cabo, puesto que, si había velas encendidas, debía de haber alguien por alguna parte.
Le pidió a Guylaine que le acompañase, ya que en las plantas superiores no parecía estar ocurriendo nada anormal, y al bajar, vieron que Renaud seguía al pie de las escaleras esperando pacientemente que ellos retornasen.
—Parece claro que el único signo evidente de vida en esta parte del castillo está en el salón —dijo Marc—. Tenemos que ir de nuevo allí y comprobar quién ha pasado por ahí.
Se encaminaron hacia el centro de la estancia, donde antes habían encontrado la luz.
—Esto parece muy extraño —volvió a apuntar el detective—. ¿No os parece?
Ni Guylaine ni Renaud contestaron.
Sin embargo, la voz de un hombre surgió del fondo de la estancia.
—¡Vaya! No os esperábamos tan pronto.
El contorno de la figura de Bruno apareció de entre las sombras.