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El piloto volvió a dirigirse al pasaje. En esa ocasión, informó de que la aproximación al aeropuerto iba a ser más complicada de lo previsto debido a que la tormenta que barría el norte del país hacía muy complicado el aterrizaje y como consecuencia de ello habría un retraso en la llegada.

Tras las palabras de Renaud, la mujer maldijo la mala suerte provocada por la meteorología, porque ahora le urgía más que nunca llegar al castillo. Miró por la ventanilla y comprobó que el cielo se había oscurecido y que, a ratos, las espesas nubes eran rasgadas por coloridos rayos.

—Jamás imaginé una vuelta a casa en unas condiciones tan agobiantes —susurró Guylaine—. ¿Puede usted explicar mejor lo que ha querido decir?

Renaud continuaba descifrando los complicados jeroglíficos antiguos y de vez en cuanto anotaba de forma muy rápida observaciones en el margen de los dibujos que ninguno de ellos podía alcanzar a leer. Cuando terminó las anotaciones, acertó a exponer unas mínimas explicaciones.

—Aún me queda más de la mitad por traducir, pero incluso en este estado de cosas, puedo afirmarle que el conde desconoce el riesgo que encierra ese artefacto.

—Eso ya lo hemos entendido —dijo el detective—. ¿Puede usted decirnos por qué?

—Hasta ahora, habíamos creído que la cabeza parlante era algo muy distinto, puesto que entendimos que se trataba de una rudimentaria máquina que el papa creó para almacenar libros muy antiguos que se suponían ya perdidos y que, además, debido a sus profundos conocimientos matemáticos, el engendro era capaz de hacer cálculos para responder a preguntas simples. Pero nos equivocamos…

—¿En qué? —inquirió la mujer.

—Aún no he terminado de conocer todo lo que dice aquí, pero incluso así, ya puedo afirmar que Baphomet es una máquina que provee un acceso a algo que puede ser muy destructivo, y no quiero decir que sea un arma o una bomba, ni nada parecido, sino que debe de tratarse de un estado de la materia que podría causar mucho daño si se utiliza mal y, por supuesto, también puede provocar serios estragos a quien intente acceder a ella. Creo que se trata de algún tipo de fuerza desconocida.

—No nos ha aclarado nada —dijo Marc, visiblemente contrariado, ya que, además del difícil aterrizaje que se preveía, aquel hombre les estaba asustando con funestos pronósticos que daban un giro radical a la investigación—. ¿Puede precisarnos algo más?

—Mire, señor Mignon, estos documentos, así como la información hallada en Medina Azahara, pueden llevar años de investigación. Por mi cuenta y riesgo, en pocos minutos, he sido capaz de ofrecerles una explicación preliminar pero verídica.

»Todo parece apuntar a que estos conocimientos provienen de alguna civilización muy antigua de la cual no tenemos ninguna referencia.

»La cabeza parlante es muy distinta a lo que habíamos imaginado. Es… por decirlo así… una puerta a un inframundo que se creía ya cerrada para siempre. Si alguien abre ese acceso, las consecuencias pueden ser fatales.