25
Córdoba
La decisión parecía correcta. Habría que esperar a que anocheciera para salir al exterior e inspeccionar la ciudad, pero, mientras tanto, un plano turístico facilitado en la recepción del hotel serviría para identificar los principales atractivos históricos del casco urbano. Era evidente que el conde debía de estar buscando monumentos milenarios, por lo que cualquier cosa que no proviniese de la alta Edad Media podía ser desechada de inmediato, porque, de seguro, Pierre Dubois estaría tras las huellas del papa del año Mil.
Un tenue rayo de luz ámbar, matizada por las tupidas cortinas de la habitación, dejó claro que la noche se estaba apoderando de las calles. De forma fortuita, cruzaron sus miradas y comprendieron que era el momento de salir.
Habían seleccionado un primer objetivo que parecía razonable: la mezquita de Córdoba.
En el fondo, todo el mundo sabía que ese impresionante monumento había sido construido mucho antes del fin del milenio y que había pasado por sucesivas etapas en las que se había ido añadiendo mayor superficie edificada.
Acordaron dar un largo paseo con el objetivo de echar un vistazo a las calles adyacentes y comprobar si el conde andaba por allí. Aunque la ciudad tenía un tamaño medio, disponía de una extensión respetable que hacía difícil cruzarse con alguien. Eso sí, cualquiera que hubiese venido a este lugar a buscar los rastros visibles del milenarismo estaría con seguridad en los entornos de la mezquita-catedral.
En plena marcha hacia su destino notaron que el fuerte calor que a esa hora de la noche persistía en el ambiente les obligaba a frenar un poco la marcha, ya que el sudor comenzaba a caer por sus caras debido al fuerte ritmo con que habían iniciado lo que parecía una carrera hacia alguna parte.
—No tenemos que ir tan rápido —propuso Guylaine—. Tenemos tiempo para dar un buen paseo y otear con tranquilidad los alrededores.
—De acuerdo. Es que no me quito de la cabeza la idea de que los tipos ésos deben de estar por aquí. Y además, con toda seguridad, vendrán a los mismos sitios que nosotros. Es evidente.
La mujer asintió con la cabeza y prosiguió hacia delante, muy pendiente de las personas que se cruzaban con ellos por si se trataba de sus perseguidores. Puso su atención en la cantidad de gente que tomaba un aperitivo o incluso cenaba en las múltiples terrazas dispuestas por el entorno, ya que parecía como si todo el mundo hubiese salido a la calle a la búsqueda de una previsible bajada de la temperatura nocturna. Al ver que su acompañante miraba sin cesar esa curiosa costumbre, Marc se decidió a darle una somera explicación.
—En Andalucía se vive en la calle. Es quizá una costumbre de sus antepasados y, sin duda, se ve acrecentada por las fuertes temperaturas durante el día; por eso, los vecinos prefieren salir por la noche. Piensa en lo bien que puede sentar una cerveza fría en una de esas terrazas…
Sin perder de vista a la gente que disfrutaba en las mesas del exterior de una serie de bares, continuaron hacia su destino.
La mezquita apareció en el fondo de la calle como si de un muro frontal e inmenso se tratara.
—Esperaba ver un monumento más espectacular —reflexionó el hombre—. Siempre he creído que este edificio es uno de los más grandes y mejor conservados de la Edad Media.
—Así es. Lo que ocurre es que es mucho más impresionante por dentro que por fuera —afirmó Guylaine—. No olvides que es un sitio diseñado para la oración de los musulmanes, aunque tras la conquista de la ciudad, unos años más tarde, los cristianos la convirtieron en la actual catedral de Córdoba, pero no te quepa la menor duda de que es un monumento imponente. Yo la visité hace mucho tiempo y aún guardo un grato recuerdo, entre otras cosas por sus grandiosos veinte mil metros cuadrados que no dejan indiferente a nadie, ya verás…
—Imagino que no está abierta por las noches.
—No creo. Pero si te parece, podemos dar una vuelta al edificio, por si acaso mi padre está en los alrededores.
—Adelante.
Abandonaron la entrada por la cual miles de turistas abordaban cada día el monumento y procedieron a girar en una de las esquinas del edificio, de planta rectangular.
De repente, sin esperarlo, Guylaine chocó contra un hombre que caminaba despistado, al tener la vista elevada mientras observaba la parte más alta del edificio.
Marc se dio cuenta de que su compañera de aventura había tropezado con un hombre, y a pesar de la profunda oscuridad de aquel sitio, que no le permitió ver el rostro del sujeto, la cara de sorpresa de la mujer le hizo pensar que podría tratarse de su padre.
El detective ayudó al tipo a levantarse, porque había caído al suelo impulsado por la inercia de la mujer.
Comprobó que no se trataba del conde, aunque le asombró la persona con la que acababan de encontrarse.
Jean Luc Renaud, con cara de incredulidad, les miraba sin poder articular palabra.
* * *
La primera reacción de Marc fue cogerle por las solapas de la chaqueta verde botella que vestía y exigirle que cantase qué diablos hacía allí y cómo se había enterado de por dónde andaban. Sin embargo, la mujer se adelantó, haciendo gala de su prudencia.
—¡Vaya sorpresa! ¿Qué hace usted por aquí? —le preguntó al ayudante de su padre.
—Pues lo mismo que ustedes. Anoche hablé con la condesa y me contó que han obtenido la información de que Pierre está en España. Así que me he venido para acá.
—¿Y ha visto a mi padre? —volvió a preguntar la mujer.
—No. Desde que he llegado no he parado de buscar por todas partes, pero no he visto al conde por ningún sitio. Pienso que debe de estar siguiendo alguna pista relevante por alguno de estos lugares tan apropiados para encontrar signos del pasado.
—¿Y qué plan tiene usted para hallar al conde? —interrogó el detective.
—Pues no sé… —dudó Renaud—. Creo que habría que venir mañana a esta zona y preguntar a los vigilantes si han visto por aquí a Pierre. Si realmente ha estado en la mezquita, seguro que habrá hecho una investigación exhaustiva, y eso implica que ha debido entrevistarse con los trabajadores del lugar para recabar información.
—Ésa era nuestra idea —apuntó Guylaine.
—Pues si quieren, me gustaría unirme a ustedes en la búsqueda. Tengo la corazonada de que su padre se encuentra cerca de aquí.
* * *
Marc observaba una enorme luna llena desde la habitación del hotel.
Habían vuelto a medianoche, dejando a Renaud a mitad de camino, porque según afirmó, se encontraba alojado en casa de un amigo español con el que había estudiado la carrera universitaria, y a pesar de la precipitación del viaje, había logrado acomodo en el apartamento de un compañero con el que nunca había perdido el contacto.
Afortunadamente, no encontraron ni rastro de los dos matones, y para evitar sorpresas, avisaron al asistente de la posible irrupción de unos tipejos que les venían persiguiendo desde Reims.
El calor sofocante le hizo permanecer en la ventana un buen rato, en espera de que la temperatura bajase. No le gustaba el aire acondicionado, porque pensaba que era excesivamente artificial, forzado, y además, suponía un gasto de energía que contribuía a enrarecer el ya de por sí enturbiado clima de la tierra.
El ruido de una moto que avanzaba a gran velocidad por la calle frente al hotel despertó a la mujer, que dormitaba echada sobre la cama. Observó que Marc parecía perdido en sus pensamientos, mirando el cielo.
—¿No puedes dormir? —preguntó Guylaine.
—Así es. Estoy dándole vueltas a una cosa.
—¿Sólo a una? Por mi cabeza pasan mil cosas estos días.
—Por la mía también, pero ahora me preocupa una especialmente.
—¿Y puedes hacerme partícipe de ese asunto que te quita el sueño?
—Renaud nos ha mentido. Tú no le dijiste a tu madre que veníamos a Córdoba. ¿Cómo sabía que estábamos aquí?
* * *
Sentados en la pequeña terraza de la habitación del hotel, pudieron percibir el astro en todo su esplendor. Un enorme círculo blanco irradiaba una potente luz al entorno.
—Tienes razón —musitó la mujer—. Yo no le dije a mi madre que veníamos a esta ciudad, por lo que alguien ha debido informar a Renaud. ¿Quién crees que puede estar detrás de esto?
—No tengo seguridad en lo que voy a decir, pero temo que los matones que nos persiguen puedan estar en contacto con este tío —reflexionó Marc, que no perdía de vista la luna en su lento desplazamiento hacia la parte trasera de unos edificios—. Ya sabes que sospecho de él, porque puede estar en relación con círculos satánicos que han estado ayudando a tu padre en las investigaciones. Recuerda que te lo conté.
—Sí, pero sigo sin entender que un hombre como el asistente de mi padre, que lleva con nosotros toda su vida, pueda dedicarse a recabar ayuda de brujos y cosas parecidas.
Marc no contestó y prefirió continuar observando el movimiento del astro.
—Pareces hipnotizado. Deja de mirar el horizonte y cuéntame tus sospechas —le sugirió la mujer, pasándole la mano frente a los ojos como si quisiera romper el encantamiento del hombre.
—Es evidente que aquí están pasando cosas que no sabemos. No tenemos claro quiénes son los tipejos esos que nos siguen y, ahora, la cosa se complica con este asunto.
—Pero debes pensar que si Renaud tiene alguna unión con los brutos que te pegaron, o con los diablos, si es que son los mismos tipejos, por pequeña que sea esa relación, podemos sacar partido de ello. Por eso, debemos tenerle cerca y descubrir si eso es verdad.
—Exacto; eso ya lo tenía en cuenta. Lo que ocurre es que hay muchos cabos sueltos en toda esta historia y me están poniendo nervioso.
—Pues no te inquietes, porque todo apunta a que estamos cerca de mi padre.
—Ojalá sea cierto —musitó el hombre—. ¿No crees que deberías llamar a tu madre para que nos diga si ha hablado con Renaud? Debería contarnos lo que le ha dicho.
—Es un poco tarde, pero así lo haré —dijo Guylaine cogiendo su teléfono móvil.
Tras unos tonos de llamada, saltó el buzón de voz de la condesa. Lo intentó de nuevo, produciéndose el mismo efecto.
Sin mediar ni un segundo, llamó al castillo, a sabiendas de que iba a despertar al personal de servicio.
De inmediato, el mayordomo le atendió con agrado, rehusando las disculpas de la joven, porque no se encontraba aún dormido. Sin embargo, la pregunta de Guylaine le sorprendió porque pensaba que estaba informada de los pasos de su madre.
—Señorita, la condesa ha abandonado el castillo esta misma tarde. Portaba una maleta mediana, como si fuese a estar fuera unos días, y no dejó señas de su destino. Pensaba que lo sabía.
El semblante de la mujer le dejó claro a Marc que algo raro había ocurrido con la condesa.