10

En todo esto hay cosas que no acabo de comprender —reflexionó Marc—. Puede que el diablo ayudase a nuestro papa en muchas de las cosas que consiguió en su fructífera vida, pero… ¿de dónde sacó los conocimientos este hombre para construir la máquina que tenemos delante? Entiendo que uno no va por ahí y, de pronto, se abren los infiernos y te dan unos planos para desarrollar un engendro como éste.

—Buena pregunta. Veo que vas aprendiendo y poniendo las cosas en su sitio —dijo la mujer, que comenzaba a dar por válidas las explicaciones que le estaba dando al detective—. En toda esta leyenda negra de Silvestre II, me falta por contarte sus supuestos contactos con los árabes.

«Sabemos con certeza que el joven Gerberto estuvo en Cataluña y que residió unos tres años en Vic, exactamente entre el 967 y el 970. Allí tuvo grandes maestros y conoció a sabios matemáticos. El monasterio estaba muy cerca, a unos veinte kilómetros, de otro cuya biblioteca tenía una alta reputación en la época. Me refiero a Santa María de Ripoll, donde se habían traducido obras árabes acerca de aritmética, astronomía y, cómo no, geometría.

»En esta etapa española, nuestro monje, futuro papa, fue adquiriendo una gran cantidad de conocimientos a través de los libros más trascendentales de las culturas de Oriente Medio e India.

—Todo eso parece sensato; no tiene nada de extraordinario.

—Así es, pero no olvides una cosa muy importante. En esos momentos de la historia, España era un crisol de culturas. Allí convivían los árabes, los judíos y los cristianos. De todos ellos, los que tenían mayor nivel científico eran, con diferencia, los árabes. Y la frontera estaba precisamente en Cataluña.

»En este sentido, las leyendas acerca de la idea de que Gerberto traspasó los confines, y adquirió parte de la sabiduría islamista, han sido ampliamente difundidas. De hecho, pudo tener sus primeros contactos dentro de la España cristiana con musulmanes que convencieron al joven monje, el cual no lograba calmar su sed de conocimientos, de que para adquirir nociones profundas de las más extrañas procedencias habría que viajar a Córdoba, la gran urbe de Occidente.

»En pleno siglo X, la capital de al-Ándalus y de la propia España ocupada era un poderoso polo de atracción de todos los sabios que buscaban la pureza del saber, produciéndose un flujo muy importante que irradiaba desde el corazón de la propia Andalucía hacia Oriente principalmente, pero también hacia el norte. Eran muchos los idiomas que se hablaban allí, aunque la Ciencia, con mayúsculas, en esa época sólo tenía una lengua: el árabe.

»Los musulmanes habían desarrollado durante siglos una especial predisposición hacia las ciencias griega y persa, y en consecuencia, habían traducido a su idioma la mayoría de las obras clásicas de la antigüedad que se habían perdido en la Europa ocupada por los bárbaros. Además, esta gente había estado en contacto con la India y con China desde siempre, mientras que en Occidente, hubo que esperar a Marco Polo para que, unos siglos más tarde, se iniciaran los primeros viajes comerciales hacia esas tierras. Y obviamente, los árabes llevaban muchos años empapándose de los avances científicos de esos pueblos lejanos. Para que te hagas una idea, nos llevaban siglos de ventaja en conocimientos sobre astronomía, hasta tal punto que cuando nosotros estábamos enzarzados en espantosas guerras, ellos se dedicaban a poner nombres a estrellas que aquí ni se conocían y ya manejaban términos como «cénit», «azimut», «astrolabio» y otros muchos. También utilizaban la aritmética y las matemáticas con notable adelanto sobre nosotros. Lo más significativo es que ya en esa época habían implementado el cero, que habían importado de la India, lo que les permitió utilizar un sistema numérico similar al que tenemos hoy día.

»Todo esto animó al monje a seguir su trayectoria de aprendizaje allí, en el corazón del mundo. Pudo haber ido a Córdoba con el claro objetivo de entrar en la famosa biblioteca, que por aquel entonces contaba con más de 300.000 volúmenes, probablemente la mayor del mundo. El califa Abd el-Rahman jamás paró de comprar libros, y especialmente de autores clásicos que concentraban la sabiduría más ancestral. Además, hizo copiar los ejemplares más valiosos de Bagdad, Alejandría y El Cairo, que sin duda eran los otros centros del saber a finales del primer milenio.

»La grandeza de la España musulmana traspasó fronteras hacia toda Europa, que se rindió a los pies de lo que entonces era lo que hoy conocemos como una potencia mundial. Esto era así, hasta tal punto que los mayores mandatarios de otras naciones enviaban embajadores a tomar contacto con la sabiduría en estado puro. En el año 974, el emperador alemán Otón II, que, como ya te dije, estuvo muy relacionado con nuestro papa Silvestre II, se decidió a enviar una delegación a un palacio recién construido en Córdoba: Medina Azahara. Cuentan que cuando los embajadores del emperador llegaron, se arrodillaron ante las primeras personas que les recibieron en la majestuosa mansión. Más tarde, les explicaron que lo habían hecho ante el criado del secretario del príncipe, quien probablemente había creado una falsa expectativa en la comitiva por las fastuosas vestimentas que portaba.

»Por todo esto, hubo quien dijo que aquel hombre que luego sería sabio y papa, nuestro Gerberto, habría robado los secretos más recónditos de todo el mundo antiguo, concentrados durante mucho tiempo en aquella ciudad que llegó a ser el centro del mundo.

—Entiendo que quieres decir que esta máquina puede contener secretos ancestrales que un día fueron robados de la biblioteca de Córdoba —repitió el hombre, que seguía todas las explicaciones de Guylaine anotando sus palabras.

—Así es. Probablemente tenemos aquí, delante de nosotros, la máquina que construyó un monje francés con los planos, libros, textos y conocimientos del saber antiguo, a través de información sustraída a los árabes.

—Ahora me empiezan a cuadrar las cosas. Pienso que ésa es una teoría plausible y sensata. Nuestro papa roba documentos secretos y, basándose en conocimientos ancestrales, diseña una máquina capaz de contener misterios ocultos.

—Exacto —añadió la mujer—. Además, hay constancia en toda la historia de la humanidad de la construcción de objetos muy sofisticados, auténticas máquinas con un contenido mecánico muy elevado, fruto del saber de civilizaciones antiguas. Para que te hagas una idea, recientemente se ha encontrado una calculadora astronómica con más de dos mil años de antigüedad. Se llama Mecanismo de Antikythera, un conjunto que contiene cientos de ruedas dentadas y piezas que consiguen calcular las órbitas de muchos astros con una precisión sorprendente. Los científicos que están estudiando este descubrimiento saben que es el más antiguo jamás hallado y, ahora, le sigue en importancia este otro que tenemos delante.

—Vaya, veo que Leonardo da Vinci no fue el primero en desarrollar máquinas sorprendentes.

—Así es. Ya existían artilugios increíbles desde muchos siglos atrás. Gerberto robó planos a los árabes, pero seguro que los complementó con su indudable inteligencia. No olvides que fue un maestro en geometría, aritmética y otras ciencias, especialmente relacionadas con las matemáticas. A mí no me extrañaría que, aunque se apropiase de conocimientos ocultos, nuestro papa perfeccionase esos mecanismos y llegase a hacer funcionar un artefacto mucho más elaborado que en el proyecto original.

—Bueno, parece que ya tengo una idea completa del tema. El diablo, los árabes, el saber antiguo… todo esto parece un puzle que hay que encajar.

—Pero no olvides que el objetivo es encontrar a mi padre.

—Por supuesto, ése es el encargo que habéis hecho a la agencia Mignon. ¿Quieres añadir algo más a todo lo dicho?

—Realmente, hay mucho más, como puedes imaginar. Te he resumido muy brevemente una época de la historia que fue bastante convulsa. El milenarismo es toda una corriente que estudia aquella etapa de incertidumbre por el cambio de milenio, que sólo hemos vuelto a sufrir hace unos años, cuando pasamos del segundo al tercero. ¿Te acuerdas del efecto 2000? Me refiero al cambio de siglo y el hecho drástico que suponía pasar del mil novecientos y pico a dos mil…

—Sí, claro que me acuerdo. Yo entonces me encontraba en los Estados Unidos y allí mucha gente estaba preocupada por lo que pudiese ocurrir con los ordenadores, por el posible caos que iba a paralizar el mundo por el efecto 2000, por el cambio de dígitos.

—Pues imagínate lo que pudo ocurrir en una sociedad medieval, inculta y dominada por los temores religiosos —añadió la mujer—. En aquel entonces, cuando se acercaba el año 999, la gente comenzaba a pensar que el fin del mundo estaba a la vuelta de la esquina, que todo acabaría ahí. Había mucha superchería y, para colmo, hasta el Apocalipsis lo pronosticaba.

—Pero no sería para tanto. Total, suponía ir de unos números a otros, del 999 al 1000 —reflexionó Marc, anotando las fechas en su libreta.

—No, no era así. Te equivocas. No te olvides de que en esos tiempos aún no se habían introducido las cifras arábigas en ningún país europeo. En el efecto 2000 sí que era pasar de una cifra a otra, sin más, pero en el cambio del primer milenio, las cosas eran muy distintas.

—¿Por qué?

—Porque entonces aún se usaban los números romanos y, por tanto, no era sólo cambiar un dígito por otro. En aquel momento, supuso pasar del larguísimo año DCCCCXCIX a una nueva y sorprendente denominación.

—O sea, que tú crees que hubo un «Efecto Mil» claramente identificado…

—Por supuesto.

—¿Y a qué número se pasó?

—A un número romano simple pero rotundo: año M.