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—Será mejor que no salga de su habitación —me dice Sagrario—. Se lo digo por experiencia.
«La gota fría, término más conocido por los meteorólogos por DANA (Depresión Aislada en Niveles Altos), es una perturbación atmosférica extratropical no frontal que puede provocar precipitaciones excepcionalmente violentas e intensas durante unas horas o días, acompañada de rayos y granizo. Afecta a superficies muy reducidas y sigue trayectorias imprevisibles, causando fuertes lluvias y vientos.
Su origen está íntimamente relacionado con la corriente en chorro polar o jet stream. Una trayectoria muy ondulada puede producir el estrangulamiento de una vaguada (proceso cutting-off), quedando así aislada una masa de aire frío de origen polar en medio de otra de origen tropical.
La gota fría, que conserva su giro ciclónico, se convierte en una baja presión en altura, lo que produce inestabilidad y favorece la convección. La gota fría será más importante cuanto mayor sea la temperatura del sustrato, tierra o mar, ya que el vapor de agua asciende repentinamente arrastrado por la inestabilidad y condensándose, formando rápidamente nubes no muy extensas, pero de más de 10 kilómetros en altura.»
La descripción de wikipedia es de una exactitud pavorosa. Durante dos horas, inmóvil sobre la cama, me parece asistir al Juicio Final. Ahora me explico cómo se sintieron los huéspedes del Arca de Noé, sobre todo las bestias con cuernos. En el exterior, con un ritmo furioso, cae un granizo tronante. Han saltado todas las alarmas y los relámpagos, como nervios de luz, estremecen el cielo. No debe haber ni un ser vivo en la calle, sería un acto suicida. Un fuego graneado de esferas blancas ensombrece el cristal y rebota en el alféizar. Sagrario me ha dado una vela, que no he encendido, así que la oscuridad es absoluta. En realidad, hay una penumbra verdosa que impregna las paredes, como si estuviese dentro de un acuario. Y sin embargo, junto a una especie de añoranza, siento un delicado placer. Es como estar metido en un útero gigante, libre de las infamias del mundo. El vientre que me transporta está quieto y no corro peligro. Podría pasarme semanas así, oyendo desgarrarse la tierra. Las bolas de hielo arrasan las calles y baten el mar: aplastan coches, toldos, revientan fachadas y canalones. El agua pulveriza con ira metódica todo lo que pilla a su paso.
Cierro los ojos y pienso en mi cuñado, Pipo. Ahora mismo, en este lugar, sería un hombre dichoso. Asomado al balcón, hipnotizado por el espectáculo, lo celebraría con una sonrisa. Sería una sonrisa vibrante, dulce, llena de voluptuosidad. Como la de esos exploradores que, deslumbrados por su belleza, regresan de nuevo a la jungla. Ignorando el riesgo supremo y todo lo que les inspira temor. Pipo celebrando el festín de la vida, del agua, viéndola chorrear por las calles. Hinchando sus pulmones con su sensual y profunda humedad.
Me arrimo a la ventana y respiro sosegadamente; aún estoy en mi útero de paredes lobulosas. Me pregunto dónde estará realmente Pipo y dónde dormirá esta noche el sonado de Rubén.
También me pregunto si mi padre, y los que le acompañan allá arriba, tendrán algo que ver en esto.
NO DIGAS IDIOTECES. Que diluvie en la tierra no tiene nada que ver con que aquí nos hayamos cabreado.
Es un consuelo pensar que no intervenís en estas cosas.
¿Intervenir? Joder, Santiago, tu candor me maravilla. Aunque reconozco que la educación judeocristiana ha hecho contigo un trabajo infalible. Conseguir comer el tarro durante tantos siglos a tanta gente supone un hálito colosal, realmente divino... O tal vez diabólico, si lo miras desde otra perspectiva.
Pero, entonces, ¿a qué os dedicáis en el Purgatorio?
A nada trascendente, te lo garantizo.
Sea lo que sea que hagáis, tendrá un fin.
No lo tengo claro.
¿?
Bueno, no sé, ahora, por ejemplo, acaban de concluir las Olimpiadas.
¿Olimpiadas?
Algo parecido.
No me hagas reír.
No se otorgan medallas, pero la gente se esfuerza que da gusto.
Me estoy imaginando mil cosas...
Deja las elucubraciones. Es todo más pedestre.
¿Ah, sí? ¿Ninguna prueba como las de Hércules, matar leones o capturar ciervas doradas?
Más bien purgas veniales. Lanzamiento de ostias, carreras de sacos...
¿Carreras de sacos?
Sacos llenos de pecado: cada uno se sube el suyo al hombro y tira de él... Podrás adivinar que hay unos más pesados que otros...
Me estás tomando el pelo.
En absoluto. Aunque yo pertenezco, digamos, a un club más iconoclasta, el pecado existe para todos.
Ya.
Tómalo como quieras.
Y tu saco será como el odre de un ogro...
Eso es, como dicen algunos teólogos irreverentes, un estereotipo pastoral. Hablo del pecado auténtico.
Hablas como un telepredicador.
No lo pretendía.
¿Y cuál es, según tú, el pecado auténtico?
El olvido.
¿El olvido de la fe?
No, Santi: el olvido a secas.
Es decir, que los enfermos de Alzheimer y los amnésicos son seres proclives al hurto y la fornicación.
Hablo del olvido consciente, muchacho, el olvido como negación de la nostalgia.
La paranoia del resentido, del maniático... ¿Ése es el modelo a seguir en las anchas avenidas del Purgatorio, papá?
Tu impaciencia es un poco extenuante, Santi.
Ponme un ejemplo.
¿Te acuerdas del maizal?
Sí; me acuerdo perfectamente.
Olvidar ese lugar, hubiese sido un pecado.
Por favor, deja de...
Es así.
Papá...
Qué.
Está bien, te transmitiré lo que pienso: creo que pudiste ser alguien especial en el pasado, un individuo al margen de la masa... Pero ahora has perdido todo tu ascendiente y tu capacidad de seducción, te lo aseguro.
¿Qué significa eso?
Que todo lo que me cuentas del olvido y la dualidad sólo son reflexiones sin sentido.
Como quieras. No pretendo impresionarte. Pero ten en cuenta una cosa, hijo: absolutamente todo lo que hacemos, y sobre todo lo que dejamos de hacer, posee su repercusión, deja su huella indeleble en la vida. Sé que te resulto repetitivo, pero si algo he aprendido en este sitio fantasmal es exclusivamente eso: al hombre sólo le salva su memoria, Santi, su frágil e incesante memoria.
Amén.
Mejor adieu. Por hoy ha sido suficiente.
Hasta luego, papá.
Hasta luego, hijo. Y por cierto, cuídate ahí abajo.