Capítulo 15

MIENTRAS esperaba en el patio interior, miré hacia el edificio de ciencias. Una montaña de hojas marrones y rojas se sacudía al viento como un pequeño tornado y golpeaba contra la construcción de ladrillo.

—¿Y bien? —pregunté a Dune.

—Nada en la web —respondió Dune. Se había dejado el portátil en casa. Mala señal—. Ni un indicio de su existencia.

Aparte de ser excelente en las búsquedas, Dune tenía la habilidad sobrenatural de controlar la marea y las fases de la luna. Menos mal que semejante poder de provocar desastres naturales venía de alguien muy afable y con sentido común.

—No he podido encontrar nada en el despacho de mi padre. —Me metí los pulgares en los bolsillos traseros—. Los cheques que emite La Esfera no van por la típica vía legal.

Nate le dio una patada a una piedra en el suelo.

—Y aquí no podemos preguntar a nadie, porque Jack ha echado mano de sus trucos mentales de Jedi en cualquiera que tuviese un mínimo de información decente.

Dune giró su sólido cuerpo hacia un lado y miró a Nate.

—Por favor, no menoscabes a La Fuerza poniéndola al lado del nombre de Jack Landers.

—Lo acabas de hacer tú —apuntó Nate, añadiendo un «buaah» cuando Dune le dio un codazo.

Le tenía que doler. Dune nos dijo que era el más menudo de sus hermanos samoanos, con sus «solo» noventa y nueve kilos y metro cincuenta y seis de altura. Una de las razones por las que yo procuraba quedarme al lado de Dune.

Me aclaré la voz.

—Entonces Lily tenía razón. El recorrido del papel es la mejor vía que tenemos para descubrir lo que Jack quiere. Y como él trabajaba aquí…

Mi padre acababa de empezar un curso de especialización en la universidad, junto con el resto del personal del departamento de física, así que teníamos libertad para husmear y rebuscar. Nos quedamos quietos detrás de unos árboles y los contemplamos mientras se pegaban una caminata desde el edificio de ciencias hasta las oficinas administrativas.

—Vamos —dijo Dune, y lo seguimos por el césped.

Entrar en el edificio fue bastante fácil, y también en la sala de expedientes, gracias a la llave que le birlé a mi padre. En lugar de encontrarnos con un almacén polvoriento, entramos en una clase antigua, un tipo de aula pequeña. Como mínimo había veinte cajas que contenían documentos, además de un modelo del sistema planetario, Plutón incluido, un par de microscopios obsoletos y un esqueleto destinado a la docencia que carecía del hueso de su pierna izquierda. El esqueleto colgaba de una peana con ruedas, agarrado a una percha plateada por la cabeza.

El cuarto también tenía ventana, lo que significaba que no hacía falta encender las luces y tentar la suerte de ser vistos.

—Nate, ve controlando, ¿vale?

Cogí una caja de encima de una pila, se la pasé a Dune y tomé la que había debajo.

—¿Por qué me toca a mí vigilar si puedo buscar cajas diez veces más rápido que tú? —preguntó Nate.

—Buena observación.

Le planté delante de la cara la caja que tenía entre manos y la dejé caer. Empezó a resbalar de sus dedos y aterrizó en el suelo con un ruido seco, levantando una nube de polvo.

—Nate, qué estás hac…

—No me lo puedo creer.

Nate levantó la voz hasta un volumen alarmante. Estaba señalando hacia la ventana.

En medio del patio, un centenar de hombres vestidos con toga y birrete estaban sentados en sillas forradas de blanco y ordenadas en filas. Todos miraban intensamente al estrado y al podio que tenían delante. Las hojas que cubrían el suelo dos minutos antes habían desaparecido y en su lugar brillaba una moqueta verde de espiguilla.

En el podio, un caballero de aspecto refinado reinaba sobre el festejo, vestido con toga y birrete.

Había un cartel detrás de él con el título «Felicidades. Promoción de 1948».

—Por favor, decidme que vosotros también lo veis —dijo Nate—. ¿Lo veis?

—Lo veo —respondió Dune, dejando en el suelo la caja—. No hay ninguna mujer. ¿Dónde están las mujeres?

Me fijé un poco mejor en el estrado. Faltaba una buena parte del musgo que recubría el lateral de los muros de piedra de los edificios, y el edificio de arte se había desvanecido.

—Esto fue una universidad de hombres hasta la década de los cincuenta.

—Así que es un bucle —dijo Nate— de aquella época.

Oí un golpe y un grito detrás de nosotros.

Nate y yo nos dimos la vuelta y nos encontramos con Dune en el suelo, enredado con el esqueleto.

—Ya sé que es de plástico y que lo han usado para las clases —dijo Dune, pasándole a Nate una tibia que sostenía entre los pies—, pero lo quiero bien lejos de mí.

Nate se dispuso a rascarse la espalda con el metatarso, y empezó a reírse tontamente.

Les interrumpí.

—Chicos. Seguid buscando.

Mi tono o la situación pusieron fin al cachondeo.

El almacén ahora era un aula. Los escritorios limpios formaban filas y una pizarra colgaba de la pared, repleta de ecuaciones. El único parecido entre esa sala y la sala donde habíamos estado cinco minutos antes era el esqueleto. Dune seguía enrollado en él.

—¿Dónde estamos? —Con su mano libre, Nate palpó un par de escritorios—. ¿Esto es un bucle? Porque sigo con este hueso de pierna en la mano. Esto no es normal, ¿verdad?

—Calla —le reprendí—. Que viene alguien.

La puerta del aula se abrió lentamente. Una mujer pequeña con una fregona metió la cabeza y miró a su alrededor. Su vista aterrizó en el hueso de la pierna.

—Lo siento —dijo Nate, haciendo gestos con el hueso—. Ha sido un accidente. Venimos de visita. Somos… de fuera del… país.

Lancé un gruñido. Esto no iba a acabar bien.

La mujer no parecía haberle escuchado o visto, pero, por la manera en que sus ojos se movieron, sí que había visto el hueso de la pierna. Por la forma en que lanzó la fregona al suelo y se llevó la mano a la boca para sofocar un grito, parecía que el hueso estuviese flotando en el aire. Atravesé el aula corriendo hacia ella y le di unos golpecitos en el hombro antes de que pudiera huir.

Las cajas polvorientas reaparecieron y oí los suspiros entrelazados de Dune y Nate.

El esqueleto volvió a colgar de su percha en la peana, un poco más amarillento que hacía unos segundos en el bucle del pasado. Le faltaba el hueso de la pierna izquierda.

El mismo hueso que Nate seguía sosteniendo en la mano. Parecía completamente nuevo.