Capítulo 27

DESPUÉS de encontrar al profesor Turner, avisé a los guardias del campus, a Michael y a Lily. Pasamos el día entero entre la universidad y la comisaría, contemplando cómo los funcionarios entraban y salían del edificio, siguiendo órdenes del juez de instrucción para empezar con la investigación, y observando a los policías cómo se llevaban a posibles testigos para interrogarlos.

La herida se habría producido catorce horas antes con una navaja de quince centímetros, por detrás. El asesino lo había rebanado de izquierda a derecha. Tal y como Poe hizo con Emerson.

En mi cabeza no cabía duda de que él era el culpable.

Continuaba recordando la raja en su garganta cuando estábamos en La Central. Cómo la sangre abandonaba su cuerpo. Al minuto siguiente, le tocaba al profesor Turner, un abuelo con una flor rosa en la chaqueta, desplomado encima de su escritorio, vertiendo sangre hasta el suelo.

Desde el primer momento en que lo encontramos, no pude retener mis emociones. Culpabilidad, miedo y otras cosas que no podía definir. Todo se sumaba a una sensación de fuera de control que los latidos de mi corazón apenas podían asumir.

Em no estaba mucho mejor que yo. Regresamos al Peabody, donde se dio una ducha de cuarenta y cinco minutos. Se sentó en el sofá, envuelta en los brazos de Michael, hecha polvo. Mientras Lily se daba una ducha, yo me senté en una silla de una esquina, intentando bloquearlo todo. Al final, ya no pude más.

—Em. —Le cogí la mano. Me miró, sin mirarme—. Dámelo a mí.

—¿El qué?

Hablaba en voz alta, como si se hubiese olvidado de modularla. Señalé a su corazón.

—El dolor. Tú quieres coger el dolor. —No me estaba haciendo una pregunta. Era, más bien, una acusación. No me esperaba la carcajada que vino más tarde, ni su rápida respuesta—. No.

En su estado, era incapaz de manejar sus emociones, sobre todo si no era obligatorio.

—Lo voy a sentir igual, tanto si me lo das como si no —dije, intentando convencerla.

—Siento que mi dolor te cause molestias.

—Tú sabes que ese no es el problema. —Mis palabras salieron mucho más ásperas de lo que pretendía. Michael se echó hacia delante en su asiento. Tenía que templar mi respuesta—. No te cierres en banda cuando te puedo ayudar.

La puerta del baño se abrió y Lily emergió con su pelo mojado y sus mejillas sonrosadas. No quería que oyera nada de esto.

—Coger mis emociones no va a servir de mucho, Kaleb. —Em vio a Lily, pero no bajó la voz—. Si no te gustan, vete. Vete a la habitación.

—La habitación sigue estando cerca.

La habría sentido al otro lado del ecuador. Al menos, si me apoderaba de sus emociones, sería capaz de controlarlas.

—Pues vete a otro sitio. Vete. ¡Vamos! —Sus gritos me cogieron totalmente desprevenido. La Em que yo conocía era violenta con los puños, no con las palabras. Nunca la había visto tan irracional. La preocupación de Michael y su rictus me dijeron que él tampoco—. Si quieres, puedes hacer que me preocupe por ti, si eso te hace sentir mejor.

—¿Adónde quieres llegar con todo esto? —le pregunté.

Estaba dando vueltas como una peonza cerca del borde de la mesa.

—Vale, muy bien. Puedes olvidarte de la situación sin necesidad de salir de la situación, ¿no es así? —Entornó los ojos mirando al minibar—. Ábrete alguno. Hay un montón de botellines que te pueden ayudar a relajar la mente.

Su rechazo a ayudarla me ponía furioso por razones que no podía describir.

—Me he ofrecido porque me preocupo.

Michael intentaba serenarme.

—Solo está cabreada. No te preocupes por ella. Ya lo haré yo.

—Como haces con todo, ¿no? —pregunté. Algo se desató en mi pecho, y la racionalidad saltó por la ventana, siguiendo a la de Emerson—. Siempre vienes a solucionarlo todo y a salvarnos el día. Salvaste a mi padre. Yo podría haber evitado su muerte si hubiese estado más en sintonía con Cat y Jack. Si hubiese hecho lo mismo, mi madre estaría sana y despierta. Y si hubiese sacado los archivos del alcance de mi padre en el momento adecuado, Jack nunca habría descubierto la existencia de Emerson. Así que yo tengo la culpa de todo.

Del otro lado de la habitación sentí a Lily debatiéndose entre intervenir o no.

Michael se levantó.

—Eso sí que no. No quieras ser el protagonista.

—Ah, sí —me mofé—. Quiero ser el protagonista, claro, Mike. No, espera un momento. No quiero ser el protagonista. Tú eres quien quiere ser el protagonista.

—No, eso lo dejo para ti —dijo Michael.

Nuestras emociones me recordaban a un huracán que se mantiene en el mismo lugar, atacando la destrucción y levantándola otra vez. Pero esa tormenta carecía de ojo.

—Yo sé cómo se siente la familia del profesor Turner —dije—. Él nunca regresará a casa. El no tendrá una segunda oportunidad como mi padre. No hay manera de rebobinar ni de sanar un cuello rajado. Era un cuerpo. Una garganta abierta, sangrando. Alguien ha tenido que identificarle. Alguien tendrá que reclamarlo. Y tendrán que enterrarlo. —Me eché a reír, pero no había ni una pizca de alegría en mi risa—. Así que venga, sigue diciendo que yo quiero ser el protagonista.

—Basta ya. —Em se tapó las orejas—. Parad ya. ¿Os estáis oyendo? Los dos queréis haceros con el protagonismo, y Kaleb tiene razón. Hay un hombre muerto.

Se echó a llorar, sollozando como nunca mientras se dejaba caer al suelo.

Michael la cogió antes de que acabara de caer.

Sin mediar palabra, la cogió en brazos y se la llevó a la habitación, cerrando la puerta de una patada detrás de ellos.

Cogí la llave de tarjeta de la habitación y salí corriendo.