Capítulo 30

EL minibar estaba abierto.

Atisbé a Em y Michael en la escasa luz nocturna, a través de la puerta entreabierta, enroscados en la cama. Supuse que la puerta no estaba cerrada porque Michael quería pasar la noche con Em. O no quería poner su honor en entredicho o no quería contravenir las normas de Thomas. Estos Boy Scouts…

No vi a Lily por ninguna parte.

Cogí una botellita de Crown Royal y paseé un dedo por el relieve de la botella, una réplica perfecta de la botella grande. Yo era la réplica perfecta de un don nadie. Quería salir de mi cabeza, de mi cuerpo. De mi vida.

—Deja la botella.

Lily.

—Márchate, niñata. No tengo ganas de jugar.

No quería hacerle daño, pero lo último que necesitaba eran testigos. Sin embargo, me sorprendió no sentirme herido. Me di la vuelta.

Su imagen arrancó una necesidad ansiosa en mi pecho.

—No estoy jugando. —Atravesó la habitación y me quitó la botella de las manos. Sus dedos firmes levantaron mis dedos tensos uno a uno—. No lo vas a hacer.

Me cogió de la muñeca con una mano y me arrebató la botella de licor con la otra.

—No eres mi cuidadora, Lily.

—No tienes cuidador. Tú ya cuidas de ti mismo. Solo te recuerdo que vales mucho más que el culo de una botella. —Se agachó para tirar el licor a la basura y cerró el minibar. La melena le caía en ondas sobre sus hombros desnudos, escondiendo las tiras negras de su top—. Días como hoy te empujan a intentar olvidar.

—¿Y si te digo «años como hoy»?

—Estaba preocupada cuando te has marchado. Y Em y Michael también. Les he dicho que se fueran a la cama y les he prometido que les despertaría si no volvías después de las doce.

Señalé hacia su puerta abierta y dije:

—Creo que no les importa mucho si vuelvo o no.

—Eso no es verdad, Kaleb. Em quería quedarse despierta para pedirte disculpas. Entonces se ha puesto a llorar de tal forma que no podía controlarse. Sabe que se ha equivocado y que solo querías ayudarla porque la quieres.

Busqué su rostro.

—¿La quieres?

—No de esa manera. —Hice una pausa, sorprendido. Era verdad—. Como una hermana. Como mi mejor amiga.

—Ese papel ya está cogido, pero puedes hacer una prueba para que te podamos admitir. Michael también la cuida mucho, ya lo sabes. —Cuando sacudí la cabeza, suspiró—. Necesitas una intervención de Lily. Ven conmigo.

Cuando señaló hacia la habitación vacía, estuve a punto de atragantarme con la lengua.

—Tranquilidad, chico. Es para que podamos hablar a un volumen normal. Pero solo si quieres hablar. Si no, te llevo al sofá-cama y te tiro ahí.

—Yo me tiraría contig… emmm. —Suspiré—. Mi madre ha educado a un caballero. ¿Te acuerdas?

Me cogió de la mano.

—Ya sé que te encanta desviar las conversaciones adonde tú quieres. Antes de que yo acabe.

Un libro abierto descansaba boca abajo en la mesita de noche, junto a la cama de su habitación. El lomo estaba cuarteado por el uso, y las gafitas delicadas de Lily estaban posadas encima. Se sentó en la cama de matrimonio y, como la única silla estaba ocupada por su maleta de viaje, me senté en el suelo. Apoyó la espalda en el cabezal y se sentó con las piernas cruzadas. El pantalón del pijama exhibía unas magdalenas bailarinas finamente bordadas. Incluso tenían unos caramelitos a modo de guinda.

Con mi experiencia, ya no me sentía a gusto en una habitación con una chica, pero Lily me miraba como si esperaba que yo dijese algo en lugar de hacer algo.

—Lo siento. —Respiré profundamente—. Por lo de antes. Y que hayas tenido que escuchar todo eso. He sido un gilipollas.

—Los tres habéis sido gilipollas —remató con un tono de voz duro—. Pero hay atenuantes que tenemos que tener en cuenta. Las experiencias traumáticas pueden hacer que afloren ciertas cosas.

—¿Es tu manera de decirme que me perdonas la vida por mi comportamiento?

Lily no se merecía mi sarcasmo, pero se lo solté igualmente.

Se encogió de hombros.

—Yo no te estoy perdonando la vida. Pero tengo una pregunta. ¿De verdad piensas que todo lo que ha pasado es por tu culpa?

—Siempre llegas al meollo de la cuestión —dije, medio indignado, medio sobrecogido—. No das ni un rodeo.

—¿Para qué perder el tiempo? —Me miró de frente—. Y no desvíes la conversación hacia mí. El tema eres tú.

Intenté detener mis emociones para sentir las suyas. Curiosidad. Auténtica. Empatía verdadera. Estaba intentando ver las cosas con mis ojos. Nadie, más allá de la familia cercana, lo había hecho nunca por mí.

—Ya sé que no es racional, pero sí. De verdad siento que todo lo que ha pasado es por mi culpa.

Lily asintió y se quedó callada durante unos segundos, procesando la información.

—Por eso te has ofrecido a apoderarte del dolor de Emerson. Te sientes responsable. Quitarle las emociones también forma parte de tu habilidad, ¿no?

Ella ya sabía la respuesta.

—Em ya te lo ha dicho.

—Técnicamente, me lo dijiste tú. Pero ella me acabó de informar, no solo por lo que oí, sino porque se lo pregunté.

—No lo hago muy a menudo —contesté con brusquedad.

—Em me dijo que las únicas emociones que captas de las personas son las dolorosas. —Ojeó el libro de la mesa. Cuentos de hadas de los hermanos Grimm—. Estoy pensando que eso tiene que provocar algún tipo de consecuencias. La magia siempre tiene un precio.

—Captar emociones no es magia.

—¿Y qué es, entonces?

Se arrastró hacia delante para sentarse al borde de la cama.

—Bueno —me lancé a buscar una explicación correcta—; sin permiso, es una violación.

—Pero tú tienes permiso. Te apoderas del dolor con la intención de ayudar, de sanar. Es el mejor tipo de magia. Ahí está.

—Ahora no me pintes de santo, Lily. No lo soy.

—Pero —persistió— no eres como Jack.

El comentario me sacó de mis casillas.

—Yo nunca he dicho que fuese como Jack.

—Pero lo piensas. Es el siguiente paso lógico, sobre todo si comparáis vuestras habilidades —dijo—. Los recuerdos y las emociones van unidos. Cuanto más afecta una situación, más influye en tu recuerdo. Se han hecho estudios.

—Que ya has leído, por supuesto.

—No. Los he visto por internet.

Lily señaló hacia el escritorio, donde tenía el ordenador encendido. Había una foto en la pantalla, una que había tomado ese mismo día sin que me diera cuenta. Mostraba la cabeza de Em por detrás, que Lily estaba recortando, y yo, con una medio-sonrisa.

—Bonita foto.

—Ah sí. —Se ruborizó un poco y se lanzó encima del escritorio para cerrar el portátil—. Es una buena toma. Tienes una bonita sonrisa. Cuando la esbozas y rápidamente la escondes.

—Em y yo estábamos hablando de ti. De lo creativa que eres.

—Pero ahora estamos hablando de ti. —Muy testaruda, esta chica—. Nunca lo has reconocido delante de nadie, pero yo sé que te comparas con él.

Me debatía entre decirle o no que Jack acababa de hacer todo tipo de comparaciones conmigo, y que las similitudes eran peores de las que había imaginado, pero tenía demasiado miedo de derrumbarme y acabar diciéndole lo del reloj de bolsillo. Me encogí de hombros.

—Puede que sí.

—Solo os parecéis en las habilidades. —Retrocedió hacia la cama, pero no se sentó—. Jack coge los recuerdos y los sustituye, y eso descompone a las personas de mil maneras. Y a tu madre, lo que le hizo, quitándole los recuerdos sin sustituirlos. La vació.

La miré fijamente.

—No eres como él —insistió—. Vuestras intenciones no son las mismas. Con lo que le has ofrecido a Emerson esta noche, has ido un paso más allá para ayudarla a sanarse. Está en tu corazón, y es la diferencia entre tú y Jack.

—Puede.

La palabra se quedó atascada en mi garganta. ¿Cómo era capaz de ver, con tal claridad, el hombre que yo quería ser, en lugar de la porquería que estaba siempre ahí?

—¿Por qué no me crees?

—Lily. Me he equivocado tantas veces. No he ayudado a la gente que lo necesitaba. Los que más lo necesitaban.

—¿Como quién? —Se sentó a mi lado—. ¿Has intentado suprimir las emociones de tu madre después de que tu padre muriese?

—No —mascullé—. Ya era tarde.

—Escúchame. —Cogió aire antes de cogerme la mano—. Tienes que perdonarte a ti mismo por eso, y entonces debes de pasar al siguiente paso. En lugar de flagelarte porque Jack le robó los recuerdos a tu madre, tienes que pensar en cómo hacer para recuperarlos.

La miré a los ojos.

En las noches de verano, yo cogía de la mano a mi madre mientras ella arrancaba las flores brillantes de color naranja que crecían en el jardín. Cada mañana, volvían a crecer, bellas y resistentes, listas para afrontar lo que el día les tuviese preparado.

Lirios naranja.

Tuve el impulso irracional de abrazar a Lily, o de pedirle que me abrazara. ¿Cómo se sentía uno al dejarse captar, en lugar de captar todo el tiempo? Deslicé el dedo por cada uno de sus nudillos antes de darle la vuelta a su mano para acariciar las líneas de su palma.

—No sé cómo navegar por ti.

—Estamos hablando de mi vida, no soy un mapa. —Sonrió, pero retiró la mano—. ¿Has oído lo que he dicho de perdonarte a ti mismo?

—Sí. Creo que… necesito… mantener cierta distancia después de esta conversación.

Me levanté.

—Lo siento, no tenía intención de cruzar una frontera…

—Lily, relájate. Solo estoy diciendo que necesito un poco de tiempo para pensar en todo lo que has dicho. No que esté cabreado por lo que hayas dicho.

—Vale. —Se levantó—. Kaleb. —Sí.

—Si… durmieras… aquí, en esta cama… —dijo, y se ruborizó escandalosamente mientras la señalaba—, yo… me sentiría mucho mejor. Así me aseguro de que no tocarás el minibar.

—¿Por eso?

—Y porque me sentiría más segura. En general. —Hecho. Déjame coger algo de ropa.

A mí tampoco me gustaba dejarla sola, con Jack presentándose a su gusto cada dos por tres en cualquier sitio donde yo estuviese.

—Vale. Ah, y por cierto.

—¿Qué?

Me quedé quieto delante de la puerta.

—Que no me gustas.

—Ya lo sé —dije, sonriendo—. Tú tampoco.

Ya estaba dormida cuando volví.

Dejé la puerta entreabierta.