Capítulo 10

EN cuanto Em se fue, me encaré a Lily.

—Normalmente me parecen muy sexis las chicas mandonas. Tú te llevas la palma.

—Me importa un carajo lo que pienses de mí. —Lily no se andaba con rodeos: sus palabras acertaban siempre con sus emociones—. Tú no te llevas la palma. He conocido a cientos de chicos como tú en miles de sitios distintos, e incluso he salido con un par y eres igual a los demás.

—No está bien caer en el estereotipo.

—A mí no me hables de estereotipos. —Levantó la vista para contemplar el cielo rosa y frunció el ceño. Sus ojos combinaban muy bien con el collar de ojo de tigre que le colgaba del cuello—. No he venido aquí para hablar en plan colegas. Michael está de parte de Em, así que no voy a sacar ninguna información de él. Pero tú eres lo bastante egoísta como para decirme la verdad.

—Observadora.

—Mucho.

—Quizás Em ya te ha dicho la verdad —contraataqué—. Ponme al día de lo que ya sabes.

—Sutil.

—Mucho.

Lily suspiró.

—Sé que Jack Landers le fastidió su línea temporal. Ya sé a qué se dedica La Esfera, más o menos, y que todos debéis encontrar a Jack. —Preocupación. Desesperanza—. Sé que ha habido un ultimátum, pero no sabía lo que era, ni sus posibles consecuencias. Hasta que has llegado.

—Ahora que ya lo sabes, ¿por qué me pides que me quede aquí contigo, a solas?

Se cruzó de brazos y levantó la cabeza para mirarme.

—¿Tenéis alguna otra manera de encontrar a Jack, o yo soy la única opción?

—No lo sé —le respondí honestamente—. Mi padre dice que él se ocupará de eso. Bueno, él y Michael.

—Así que Em sigue en su línea de querer darle la vuelta al problema y hacerse cargo de él ella sola.

—Sí.

La cara de Lily adquirió una expresión de auténtica concentración; sus facciones se relajaron mientras encajaba las piezas del rompecabezas. Yo no quería que encajara la pieza del porqué había acabado en ese momento y lugar.

—Ivy Springs no es un imán de freaks —dije, súbitamente, intentando ralentizar el hilo de sus pensamientos.

Rescaté una ramita de una montaña de hojas y le quité la corteza. La lancé contra el suelo.

—El tema de tantas «habilidades especiales» en un pueblo tan pequeño lo convierte en un imán —dijo, en claro desacuerdo.

—¿Cómo sabes que no hay cincuenta freaks viviendo en Nashville? ¿O quinientos en Atlanta? —Pelé otra ramita—. A lo mejor también lo mantienen en secreto.

—Como mínimo hay quinientos freaks en Atlanta, pero eso no quiere decir que ninguno tenga una habilidad especial.

Me arrebató la ramita de las manos y la partió en dos.

—Vale.

Levanté las cejas.

—Estás intentando cambiar de tema. —Lanzó un trozo de rama contra los árboles—. No sé por qué, pero, si quieres conseguirlo, tendrás que esforzarte más.

Un punto para Lily.

—Si no encontráis a Jack y el tiempo se rebobina, ¿cómo sabes que los hechos no se desarrollarán exactamente igual que la primera vez? —preguntó. Demasiado observadora—. ¿Cómo sabes que la gente no tomará las mismas decisiones, no vivirá las mismas vidas?

—Creo que la gente que persigue a Jack lo quitará de en medio. ¿Desde qué punto? ¿Desde que mató a mi padre y antes de que cambiara la línea del tiempo de Em?

Lanzó la otra mitad, con más empeño esta vez.

—Es una mierda.

—Es una mierda —coincidí.

—Si acepto ayudaros…

Se detuvo, aguantó la respiración y me miró por encima del hombro. Me di la vuelta.

Había un hombre subido a caballo a unos seis metros de nosotros.

—Eso… no es… justo.

Lily se atragantó detrás de mí.

El extremo de una soga se enrollaba alrededor del cuello del hombre con un nudo manual, y el otro extremo caía de la rama más alta de un nogal negro. Nada de eso había existido dos minutos antes. Tenía las manos atadas a la espalda y los pies metidos en estribos. Apareció una escopeta detrás del caballo donde estaba montado, apuntando hacia el cielo.

El hombre que sostenía la pistola se presentó ante nosotros.

—Aquí no aceptamos a los ladrones. —Apoyó la escopeta en el tronco de un árbol mientras recogía la soga y la ataba con fuerza, amarrándola bien contra los surcos de la corteza—. Ni de nuestro ganado ni de nuestras mujeres.

—Yo no he tocado a tu mujer.

La escopeta se disparó con un enorme estruendo en medio del paisaje vacío. Lily encogió los hombros ante el ruido.

—No la he tocado. Y no soy un ladrón. Pensaba que era mi caballo, y pensé…

El argumento se agarró a la desesperación. El sudor salpicaba la frente del bandido.

—Te he cogido in fraganti con las dos cosas. Yo cuido de la mujer, y te invito a dar otra vuelta a caballo.

El hombre que sostenía la escopeta apoyó los dedos en el gatillo.

—Lo lamentarás —dijo el ladrón—. Mis hombres harán que lo lamentes.

—Primero tendrán que encontrarme. Que disfrutes del paseo.

Salté hacia delante, agarrando a Lily del brazo. Hizo un sonido de protesta mientras me abalanzaba sobre ella y la apretaba contra el pecho.

Un disparo resonó en el aire del crepúsculo.

El caballo retrocedió y arrancó a correr a toda velocidad, y el hombre cayó hacia atrás con un ruido seco. Sus pies se giraron y su cara se puso roja y después azul.

Lily forcejeaba para soltarse de mis brazos. La mantuve quieta contra mí.

—No mires. Por favor, no mires.

El hombre que había disparado había desaparecido.

—¿Kaleb? ¿Lily?

Una voz penetró en el aire, lejana. Miré al frente, donde se suponía que estaba la casa. Em.

Los tres nos quedamos en medio del campo desierto, con la única compañía de un hombre colgado de un árbol.

Em contemplaba al hombre oscilando de un lado a otro, sin mirarle a la cara. Su voz era tranquila, pero no paraba de tragar saliva como si estuviese reprimiendo el vómito.

—¿Lily?

Lily se zafó de mis brazos antes de que pudiera detenerla. Miró a Em y al hombre colgado del árbol y otra vez a Em.

—Pero qué coñ…

—¿Tú lo puedes ver? —susurró Em.

—¿Dónde estamos? —preguntó Em, dando una vuelta completa—. ¿Qué le ha pasado a la casa?

Em y yo intercambiamos una mirada que contenía la misma pregunta. Si Lily podía ver el bucle entero, ¿quería decir que los bucles estaban cambiando? ¿O significaba que Lily era portadora del gen del tiempo?

Em se volvió hacia el ahorcado y caminó los seis metros hacia el nogal negro. Intentó tocarlo, pero no pasó nada. Cerró los ojos con fuerza y se acercó con cautela a los pies del hombre.

Cuando entró en contacto, la escena que teníamos delante se deshizo por completo.

Para revelar a Thomas y a Dru en el patio de la casa, mirándonos.

Em los miró, horrorizada.

—¿Qué estáis haciendo?

—Queríamos ver con qué os entreteníais —respondió Thomas—. ¿Qué estáis haciendo vosotros?

—¿Acabas… acabas de ver eso?

Em agitó la mano en dirección al lugar donde el bucle acababa de desaparecer segundos atrás.

Thomas y Dru respondieron a la vez.

—¿Ver qué?