Capítulo 4

LA sangre empapó el cuello del jersey de Em antes de esparcirse como el océano sobre la arena, oscureciéndolo todo a su paso. Aunque Poe aún la sostenía, ella se escoró hacia la izquierda, con los pies colgando como los de un bebé. El líquido rojo formaba un charco en el hueco de su cuello.

—¡No! —El grito salió de mi fuero interno, tensando todos mis músculos, haciéndome temblar. Embestí contra el velo de pura venganza, golpeándolo con los puños tan fuerte que notaba cómo me ardían las terminaciones nerviosas—. ¡Emerson! ¡Emerson!

Poe no solo me miraba; me observaba como si yo fuese un animal encerrado en una jaula. Su inexpresiva tranquilidad era tan poco natural como la imagen de un cadáver andando. Entonces la dejó caer al suelo y se desempolvó las manos.

La rabia y la desesperación luchaban por apoderarse de mi pecho. Las dos perdieron. Intenté volver a gritar su nombre, pero se quedó atascado en mi garganta, ahogándome. Volví a emprenderla a patadas contra el velo, una y otra vez, hasta caer al suelo de rodillas.

Em permanecía inmóvil, tirada a los pies de Poe. La sangre manaba de su garganta. Tenía los ojos abiertos, pero vacíos.

Pequeños. Indefensos.

Extraviados.

—Tienes que entregarle un mensaje a tu padre. —Poe hablaba con gesto ausente. Me recordaba a un robot, programado para hacer una tarea específica y nada más—. Encontrar a Jack Landers.

—Vete de aquí. Vete de aquí y llévatela contigo.

Aún tenía los puños agarrotados, intentando parecer tranquilo a pesar de que hablaba entre dientes. Pensé en su navaja, y en cómo se la podría arrebatar. Y destriparlo. Quería ver su sangre manando, y todo lo de dentro. Quería pulverizar su corazón con la suela de mi zapato.

—Si alguien encuentra a Jack, existe la posibilidad de que se repare todo lo que está pasando. Entonces La Esfera podrá escoger la línea del tiempo con la que quiere seguir. Si se rechaza la demanda, o no se atiende, se tendrá que volver a dar cuerda al reloj.

Dentro. Fuera. Dentro. Fuera. Necesitaba respirar. Necesitaba hacerle creer que yo no era una amenaza, para que pudiese salir de ese velo. Tenía que salir de ese velo para que yo lo pudiese destrozar.

—No lo entiendo.

—Se rebobinará el tiempo y te escogerán una línea del tiempo. —Antes de continuar, Poe me miró como si yo fuera un lerdo, hablando muy lentamente—. Solo hay una manera de arreglar el despropósito que ha cometido La Esfera sin incurrir en nefastas consecuencias.

—Ya se están produciendo nefastas consecuencias.

El caudal de sangre que salía del cuello de Em empezó a ralentizarse y rozó el zapato de Poe. Si salía de ese restaurante, dejaría pisadas de sangre por el suelo y por las calles de Ivy Springs.

Pero no se iba a marchar.

—Existe una gran posibilidad de que se pueda reparar el continuo sin que sufras consecuencias en tus líneas temporales, y tienes varias líneas temporales por delante. En una, tu padre es un puñado de ceniza y, en la otra, se ha restablecido. Lo mismo pasa con Michael. Y Emerson podría estar en un sanatorio, o podría formar parte de La Esfera. —Parecía que estuviera enunciando algo tan corriente como la lista de la compra—. Tú eliges. Si no, lo haremos nosotros.

—¿Por qué te molestas en hablar de que la línea del tiempo de Em está bajo amenaza? Está muerta.

«Y tú eres el siguiente».

—¿Está muerta?

Poe estiró el brazo, sosteniendo la navaja.

La sangre pasó de ser oscura y seca a húmeda y brillante.

Em se levantó del suelo, retrocedió unos pasos y regresó a los brazos de Poe. La mancha de sangre del jersey se fue borrando de abajo arriba, el charco de sangre en el hueco de su cuello desapareció, pero sus ojos seguían carentes de vida.

Poe se detuvo y me miró.

—¿Le pasarás el mensaje?

—Sí. —Mi voz era una súplica silenciosa—. Por favor, sí.

Lentamente, muy lentamente, el cuchillo hizo un viaje de regreso hacia el cuello de Em. La sangre desapareció y sus manos volvieron a apretar el brazo de Poe.

Me quedé petrificado, temeroso de moverme. Temeroso de que Poe la volviera a matar.

—Tenéis hasta el 31 de octubre. A medianoche.

Poe dejó a Em en el suelo y sonrió.

Le lancé el deseo de saltar a su cara y arrancarle la piel. Cuando salieron del velo, la aparté de su lado y la empujé hacia mí. Tenía la piel fría.

—Ah, y algo más. Cualquier cosa arrebatada puede ser repuesta. Cualquier cosa dada puede ser destrozada —dijo Poe, sin dejar de sonreír, caminando hacia atrás en dirección a la salida—. Teague dijo que tu padre lo entendería.

Dicho eso, giró sobre sus talones y abandonó La Central.

Em sacudió la cabeza, aturdida.

—Qué ha pas…

La cogí y la estreché entre mis brazos tan fuerte que le volví a cortar la respiración. Me dio un manotazo y la solté.

—¿Kaleb?

Su voz era temerosa; su aliento cálido había atravesado el fino algodón de mi disfraz de pirata.

La camisa había sufrido demasiado trote, y no del bueno. La quemaría en cuanto llegara a casa.

—¿Estás bien? —Una intensa sensación de alivio se impuso a la rabia que me hervía la sangre mientras la soltaba, examinándola de arriba abajo—. ¿Te encuentras bien?

—No recuerdo qué ha pasado. Creí que… creí que Poe estaba a punto de apuñalarte y salté para ponerme delante de ti…

Quería regalarle a alguien mi carné de hombre y echarme a llorar.

—Cosa que ha sido el colmo de la idiotez.

—¿Instinto protector?

—Tú, protegiéndome a mí. —Tomé su cara entre las manos, sabiendo que no era mía para tocarla, pero incapaz de retenerme—. El colmo de la idiotez.

Se estremeció y, cuando recuperó la palabra, le tembló un poco la voz.

—Te llamaría cerdo sexista, pero ahora no estoy en guerra.

—Pensaba que te había perdido.

—Pues no. —Acercándose para entrelazar nuestros dedos, apartó nuestras manos de su cara—. Me ha empujado dentro del velo, y entonces todo se ha vuelto…

—¿Em? ¿Estás bien?

Se agarró del jersey y se lo quitó, buscando con los ojos algo que ya no estaba allí. Entonces sus manos corrieron a palpar su cuello.

—Me ha cortado… me ha rajado el cuello.

—Para advertirnos.

Se sentó en una silla.

—¿De qué?

—Tenemos que encontrar a Jack.

Abrió la boca del susto y me arrastró hacia su dolor y confusión. Antes de que pudiese mediar palabra, se abrieron las puertas bruscamente.

Preocupación y, segundos después, un miedo tan intenso que tiñó mis dientes de dolor. Michael.

—¿Estáis bien? Dicen que un hombre con un cuchillo acaba de salir por detrás… ¿qué pasa? —Michael cruzó la sala como una exhalación antes de aterrizar de rodillas delante de Em, cogiendo sus manos—. ¿Qué ha pasado?

Em levantó la vista y me miró, y después a mi padre, que seguía los pasos de Michael.

—Creo… que tendréis que pedirle los detalles a Kaleb. Yo estaba ocupada. Muriéndome.