Capítulo 41

LE había ocultado tantas cosas a mi padre. Las apariciones de Jack. La habilidad de Lily. El Skroll. Cuando abriera la caja de todos mis secretos, me golpearía un mundo de dolor.

Como estaba bastante seguro de que mi padre me iba a matar, Em se ofreció a llevar a Lily a casa. La dejé en la casa de la piscina y me fui.

No sin darle unos besos de despedida, por supuesto.

No estaba en el piso de arriba ni en su despacho. Al final lo localicé en el invernadero, con la espada pegada a las puertas de cristal. Cuando las abrí, pegó un saltó y se agarró a la manta que tenía envuelta en el cuerpo.

Noté algo muy raro.

No solo por sus hombros caídos, ni por la manera tan quieta de sentarse, sin un libro en las manos. Desde que mi padre había vuelto a casa, había una constante. Su dolor por mi madre.

Había desaparecido.

Quería echar a correr. Pero, en lugar de eso, me situé delante del sofá.

—¿Papá? —pregunté, cauto—. ¿Qué haces aquí afuera?

Se quedó inmóvil, con una expresión inerte. Me fijé en su cara.

Y vi que él no estaba allí. Lo que quedaba de él estaba encima del sofá, recogiendo los hilos de la manta con la punta del dedo. Casi no podía respirar; casi no pude moverme. Me puse de cuclillas y puse mis manos encima de las suyas.

Un absorbente agujero negro de nada. Era lo que Em había sido después de que Jack Landers le borrara la memoria y la dejara en un sanatorio para una lenta recuperación. Lo que sería mi madre si yo pudiese romper la pared que nos separaba. Tan vacía y tan, tan oscura.

Jack me había robado a mi padre, y no había dejado nada en su lugar. Se lo había llevado todo.

Me esforcé por mantener la voz serena.

—¿Papá?

Parpadeó unas cuantas veces.

—¿Kaleb?

Me reconoció. Una pequeña chispa de esperanza refulgió bajo la superficie.

—Sí, papá. Soy yo. ¿Qué ha pasado?

—Estás tan… grande. Cómo es posible. Eres un hombre. Ya no eres un niño.

—Su voz era frágil; la de un chico de dieciocho años y no la de un padre. ¿Cómo podía hacerme cargo de él? ¿Cómo podía arreglarlo?

—Ya está, papá —mentí—. Todo irá bien.

—Nada es como antes. Conozco esta casa, pero no sé por qué estoy viviendo aquí. Es como si mi mundo se hubiese detenido, pero los demás habéis seguido… tu madre. Está arriba, en una habitación… Hay máquinas. No se va a despertar.

Me tragué las lágrimas que me quemaban la garganta.

—¿Qué es lo último que recuerdas, papá? ¿Algo de mí?

—En primaria, tu primer día. No fue bien. —Le comenté a Cat el hecho de crear una escuela sobre el Tiempo, aunque fuese con pocos alumnos y tutores particulares al principio. Para ti. Para chicos que habían tenido que luchar.

—El primer día de colegio, cuando empecé la primaria, todo me afectó. Desde el primer segundo en que entré en el autocar de la escuela por la mañana hasta que me bajé de él por la tarde. Era tan importante para mí asistir a la escuela con mis amigos. Los años de infantil habían sido fáciles, mi madre era muy amable con los profesores y ellos me dejaban mi espacio cuando me alteraba. Siempre se quedaban gratamente impresionados con mi sentido de la empatía cada vez que alguien estaba herido, pero la cosa cambiaba cuando absorbía la rabia o el miedo de alguien.

La escuela primaria tenía el doble de estudiantes que la infantil, y muchas más hormonas. Hice todo lo que pude ese primer día, convencido de que iría bien, pero en el momento en que vi a mi madre esperándome impaciente al final de la calle, perdí la fe.

Conseguí retener el llanto hasta que el autobús paró. Ella me estaba esperando. Fui caminando hacia ella y me detuve.

A la mañana siguiente, entregó la petición de escolarización en casa.

Un mes después, nos trasladamos a Ivy Springs y se creó La Esfera.

—Cinco años, Michael. Ha perdido cinco años.

Me asomé por la ventana para enfrentarme con la mañana fría y gris.

A esas alturas del otoño, mi madre habría cortado los hierbajos que rodeaban sus lechos de flores; habría podado los rosales a la altura adecuada y habría cubierto con abono todas y cada una de las plantas para ayudarlas a sobrevivir al invierno. Lo único que se veía ese año eran pétalos maltrechos y helados y hojas marchitas.

Llamé a Michael para pedirle ayuda; él despejó de gente la casa de la piscina y subió a la casa principal solo. Habíamos pasado toda la noche intentando hacerle recordar algo a mi padre, pero solo habíamos conseguido ponerle nervioso. Finalmente, a voz en grito, nos pidió que nos fuésemos y se encerró en la habitación con mi madre.

Me senté en el suelo, al otro lado de la puerta, oyéndolo llorar en silencio hasta que se quedó dormido y apreté muy fuerte las rodillas contra el pecho como si fuese un niño. Quería llamar a Lily; oír solo su voz, pero no podía. ¿Qué iba a decirle? ¿Qué iba a decirle a todos?

—Conseguiremos que mejore —dijo Michael, interrumpiendo mis pensamientos—. Vamos a arreglar…

—No me vuelvas a decir que lo vamos a arreglar. No sé cómo vamos a hacerlo. No puedo hacer que Jack les devuelva los recuerdos. —Si Jack se había propuesto destrozarme, lo había conseguido. Ya no me quedaba familia. Estaba solo. Luchaba contra la desolación que amenazaba con desbordarme—. Por mucho que consigamos encontrar a Jack antes que Chronos, tendremos que monitorizarle. Lleva encima los recuerdos de mi madre y de mi padre.

—Encontraremos el Cristal del Infinito antes que Jack y los usaremos a los dos como fuente de poder —contravino Michael—. Vamos a retenerle, vamos a conseguir que Chronos lo deje con nosotros si entregamos el Cristal del Infinito y encontraremos la manera de forzarle para restituir los recuerdos de tus padres.

—También tenemos que aceptar la verdad. —Di un brinco para mirarlo de frente—. Jack nos ha barrido. Nos ha derrotado.

—Sigues teniendo opciones.

Mis labios se estiraron para dibujar una lúgubre sonrisa.

—No puedo pedírselo a Lily. Hay más razones.

La abocaría al peligro. Abi dijo que había mucha gente observando. Y yo la creía.

No quería perder a nadie más.

—Creo que no tienes alternativa. —Michael se sentó lentamente en la silla de oficina de mi padre, pero se quedó inmóvil y la miró fijamente, incapaz de ocupar el asiento de mi padre—. Lily va a tener que implicarse, tanto si busca a Jack como a cualquier otra cosa.

—¿Qué otra cosa?

—Lily podría buscar el Cristal del Infinito. —Michael se paseó por el escritorio y se sentó en el brazo de la silla—. Tienes que hablar con ella, Kaleb. Dile lo que le está pasando a tu padre. Que las cosas han cambiado. Si encuentra el Cristal del Infinito… Poe dijo que eso ayudaría a volver a poner en su lugar el continuo sin mayores consecuencias. Quizá logre repararnos a todos.

Estaba tan harto de la impotencia y las falsas esperanzas. Tan harto de que Jack me desbaratara la vida.

—¿Se supone que tengo que basar mis esperanzas en algo que puede ser ciencia ficción? —Cogí uno de los relojes de arena de la estantería de mi padre y lo estrellé contra el suelo—. ¿Algo hecho de arena y cristal?

—Kaleb.

—No. Quiero que vuelvan mis padres. Y no puedo hacer nada. Y un cacharro no puede hacer nada. —Barrí la estantería con el brazo, arrastrando todos los relojes de arena y rompiendo dos más—. Todo esto representa un intento fracasado. Todos los relojes de arena del despacho de Teague son un intento fracasado. ¿Por qué sigues pensando que encontraremos el Cristal del Infinito cuando toda esta gente ha fracasado?

—Fe. Idiotez. No lo sé. —Michael se cruzó de brazos y me examinó. Sentí su amor y preocupación y, por primera vez en mucho tiempo, los acogí—. Pero no hay tanto que perder. Estoy a tu lado, hermano. Estoy aquí por ti. Estamos nosotros dos, ahora.

—No solo vosotros dos —rectificó Em, desde la puerta del despacho—. Podemos conseguirlo, Kaleb, lo sé. Pero estoy de acuerdo con Michael. Tienes que hablar con Lily. Ella también está de tu parte.