Capítulo 8

LA cara de Emerson no tenía desperdicio cuando desfilamos hacia la salida de la cafetería y caminamos por la acera.

—No puedo creerme que le metieras mano a Lily… Mira, Kaleb, quizás es un buen momento para que empieces a beber leche orgánica. Tiene muchas menos hormonas.

La plaza del pueblo vibraba de gente y energía. La fiesta de disfraces daba el pistoletazo de salida al festival de otoño, que duraba todo el mes. Hoy se celebraba el Trick or Treat[2] del pueblo y los niños correteaban por las calles y salían de las tiendas con sus bolsas llenas de caramelos, gentileza de los dependientes y empleados de los comercios. Enfrente del Murphy’s Law, una caldera repleta de bombones yacía en el suelo sin dueño.

—¿Qué sabe de La Esfera? —pregunté a Emerson.

Una pequeña bailarina vestida con tutú morado nos hizo un baile y nos tendió su cubeta. Cogí un puñado de bombones del caldero y le di dos. Me sonrió con unos lustrosos labios rosas, revelando el hueco donde le faltaban sus dos incisivos.

Le di el puñado entero.

—Lily sabe que todos los de La Esfera tienen una habilidad relacionada con el tiempo —respondió Em—. Pero no le he dado detalles.

—Le hemos explicado en qué consiste ser un viajero, pero no hemos profundizado en nada más —añadió Michael. Su teléfono móvil sonó, y leyó el emisor de la llamada—. Ahora vuelvo. ¿Hola?

—¿Por qué Lily y tú os pedíais perdón?

Recogí el caldero y repartí caramelos a un par de niños que llevaban enormes fundas de almohada llenas a reventar.

Em contempló la espalda de Michael y se sentó en un banco flanqueado por tiestos con crisantemos amarillos y pensamientos morados.

—No puedo hablar de eso.

Aunque sentía ciertas emociones, no siempre reconocía su causa. Si alguien estaba enfadado, el enfado se volcaba en mí, ya podía ser por algo que yo había hecho o porque el equipo de béisbol de los Yankees había ganado. Si alguien tenía miedo, ese miedo podía deberse a la situación social o a que esperaba el resultado de unas pruebas médicas. Odiaba la sensación de no estar nunca seguro.

Igual que con Em en ese momento. No entendía por qué sentía el miedo de ella; miedo recubierto de culpabilidad.

—¿Por qué no puedes hablar de eso? —le pregunté.

Clavó la punta de sus zapatillas deportivas en el cemento.

—Estaría traicionando su confianza. No es que no confíe en ti… es que… no puedo.

Cogí una golosina para mí.

—¿Pero Michael lo sabe?

Em dudó un instante antes de responder.

—Bueno, he tenido que decírselo.

—Claro.

Dejé el caldero encima de la peana, le sonreí sin ganas, giré sobre mis talones y me fui.

—¡Espera, Kaleb!

Crucé la plaza, esquivando las casetas de venta de productos artesanos, que mostraban verduras enlatadas y tarros de miel; velas caseras y muñecas con pinta siniestra, cuando Emerson me alcanzó enfrente del cine Ivy Springs.

Me cogió del brazo.

—Por favor.

Su gesto era tan vulnerable, el mismo que antes de que Poe le abriera la garganta. El recuerdo de ella sangrando en el suelo, indefensa, me ablandó.

—Michael sabe de qué va todo esto… No quiero ocultarte nada adrede, pero he prometido mantener el secreto y no puedo romper la promesa.

Su clara honestidad me soliviantó. Esta chica no cedería a la traición ni aunque la viniera a buscar.

—Sabes mantener bien las promesas, ¿no?

Su mano seguía firme en mi brazo.

—Nunca le he explicado a él cómo me quitaste el dolor cuando pensábamos que estaba… muerta.

—Cómo intenté quitarlo, querrás decir. —Estuve totalmente dispuesto a soportar su dolor, pero ella me lo había impedido.

—Lo que pasó queda entre nosotros —dijo ella—, y no es una traición.

Sabía que una parte de ella tenía la certeza de que sí. Quitarle las emociones a alguien era algo muy personal. Creaba unos vínculos muy fuertes. Con Emerson, era un lazo que no quería romper, aunque sabía que tenía que hacerlo.

—Se lo puedes explicar. Quiero que se lo expliques. Era tu dolor. Eso es cosa tuya —repliqué, cuando empezó a llevarme la contraria—. Compartirlo es cosa tuya, no mía.

—Solo si me prometes que se lo explicarás después de que yo hablé con él.

Asentí. Ella le explicaría la conexión que hubo entre nosotros. Yo le prometería desconectarme.

—Vale, dentro de poco. Y tú también tienes que hablar con tu padre. Después de discutir con él como has discutido hoy… El solo quiere lo mejor para todos.

—No tengo ganas de hablar de mi padre.

Me fijé en los carteles de las películas en la fachada del cine. Estarían poniendo reposiciones, porque todos eran en blanco y negro menos Lo que el viento se llevó.

—Te quiere mucho. Está muy orgulloso de tenerte como hijo. Como su único hijo.

—Sí.

Me quería, pero había depositado su confianza en Michael. Igual que los demás. Lo último que quería era tratar ese tema con Emerson.

Una frágil brisa nos alcanzó, levantando la melena de Em, que se acomodó el pelo detrás de las orejas. El vientecillo transportaba olor a palomitas dulces y a sidra.

—Bueno, y sobre Lily…

—No. No —sacudí la cabeza—. Ahora no empieces a gritar. Lily ya ha pasado bastante vergüenza por hoy. No la volveré a molestar, lo prometo.

Em se echó a reír.

—Me da igual si la molestas o no. Si la molestas, serás tú quien se meta en problemas.

Me invadió una sensación muy extraña y miré a mi alrededor. Estábamos entre un grupo de gente, pero no había ningún niño disfrazado. Los olores del festival se habían diluido para dar paso al olor a palomitas.

—La cola del cine es muy larga —dije en voz baja—. No sé por qué hay tanta expectación.

—Todo el mundo lleva sombrero. Van con gabardinas de los años cuarenta —dijo Em—. Madre mía.

Contemplamos al unísono la enorme marquesina.

Lo Que El Viento Se Llevó

Middle Tennessee

Estreno Esta Noche 7:45

Entradas $ 1,10

—¿Qué hacemos? —pregunté, impresionado por la cantidad de gente aguardando en la acera. Em y yo éramos los únicos modernos a la vista—. ¿Dónde está nuestro Ivy Springs? ¿Qué ha pasado? —Em estiró el brazo para tocar a una mujer con labios rojos pintados y grandes y fastuosos rulos en la cabeza—. ¿Y quién ha decidido que estos rulos victory roll están a la moda? Vaya tontería de nombr…

Se quedó boquiabierta.

Pavor. Un pavor que revuelve el estómago.

—¿Qué pasa aquí?

—No me ven.

Em agitó una mano delante de la cara de la señora, procurando no tocarla. Cuando la mujer no reaccionó, Em se movió por toda la cola, parándose entre la gente para intentar llamar la atención de alguien.

Me tropecé contra ella mientras seguía sus pasos. Se detuvo en seco.

Sacudió la cabeza.

—¿Por qué no me ven?

—No sé si he acabado de entender lo que estás preguntando.

—Bucles. He tenido conversaciones con ellos. Son capaces de verme, y yo a ellos. Estos bucles no me ven. —Cerró los ojos—. El bucle de ayer en tu casa (el soldado que toqué) no me vio venir. Pasó lo mismo con el bucle que vi aquella noche cuando viajé para salvar a Michael. Yo estaba en una casa con una madre y sus hijos; una casa pequeña, y no me veían.

—Bueno, escucha —dije, preocupado por su miedo y nerviosismo—. No pasa nada.

—Esto es una clara señal de que sí pasa algo. —Em se acercó para tocar un bucle. La escena se disolvió y ella respiró tranquila—. Tenemos que irnos de aquí. Y Michael y yo tenemos que hablar con tu padre.