Capítulo 51

ENTRÉ en el edificio siguiendo a un voluntario que cargaba una bandeja de manzanas caramelizadas y, guiado por las emociones de Lily, me dirigí a la sede de reuniones en la parte alta de la torre, justo donde estaba el reloj. Me pegué al muro de la escalera y me deslicé lentamente, agudizando el oído. Solo veía a Jack.

—Seguiré buscando todo lo que quieras. —Lily hablaba con voz descarnada. El alivio me atravesó el cuerpo al oírla—. Pero no sé lo que estoy buscando. ¿Es de un tamaño en concreto? ¿Algún detalle específico? ¿Me puedes facilitar algo? Hay muchos mapas. ¿Y si me pudieses dar el lugar de origen?

La agonía sustituyó el alivio cuando empezaron los gritos. Se convirtieron en sollozos suplicantes que acabaron en lamentos. Todos y cada uno encendían la furia en mis venas. Si quería tener fe en sacarla de ahí, tenía que aguantar.

A pesar de todo, Jack permanecía quieto como una estatua. No le hacía falta moverse para infligir dolor.

El enemigo más peligroso tiene armas que no se ven.

—¿Alguna otra queja?

Lily no hablaba. ¿Qué recuerdo le estaría enseñando?

—Reúnelo todo y sigue buscando. Pensaba que, con las cinco veces que lo hemos hecho, habría quedado claro. ¿Entendido?

—Lo entiendo —respondió, con una voz débil, rota.

Conmigo, iba a acabar pidiendo perdón por haberla mirado. Me moví rápidamente hacia la izquierda, desplazándome una corta distancia, y vi a Lily.

La sangre manaba de su labio y tenía un hematoma reciente en la mejilla. Le había puesto las manos encima. Tuve que respirar para tragarme la rabia y no emprenderla a puñetazos con el escalón de madera.

Me quedé sentado con la espalda pegada al muro, temblando. Intentaba pensar en un plan de ataque. Asesinar a Jack con una mano podía ser difícil, pero no imposible.

—Es que es triste.

—Jack. Justo a mi lado.

Estaba sonriendo.

—¿Tanto miedo tenías de enfrentarte a mí que has preferido dejarme inconsciente de un golpe? —mascullé, despectivamente.

—No hablemos de miedo, sino de conveniencia.

Su sonrisa se amplificó.

—Vete a la mierda.

Me levanté y subí los dos escalones que quedaban a mi izquierda. En una décima de segundo, se colocó al lado de Lily, sosteniendo la navaja de duronio de Poe.

—¿De dónde la has sacado? —le pregunté.

Se me retorcían las tripas. Era imposible ocultarle mi miedo y cómo me estaba afectando.

—Fuiste tú. Tú mataste al profesor Turner.

No respondió.

—¿Qué te parece llegar a un acuerdo? Permite que tu azucarillo busque lo que yo quiero y entonces ya decidiré si me apetece matar a alguien hoy.

—¿La estás forzando a buscar el Cristal del Infinito?

—No. A Wally.

Lily se movía entre los mapas lo más rápido que podía; los hologramas iluminaban su boca sangrante y su mejilla amoratada.

—¿Por qué? —pregunté—. No existe.

—Entonces, ¿por qué lo buscabais vosotros? Tu padre cree que es real.

El miedo de Lily aumentaba cada vez más, mientras me contenía para no añadir nada más. No le había dicho a Jack que no habíamos podido encontrar el Cristal del Infinito. Seguramente, era lo único que la mantenía viva.

—Mi padre ya no sabe en qué creer. Le has quitado sus últimos cinco años de recuerdos.

La atención de Jack volvía a reparar en lo que pasaba fuera, donde el sol se imponía rosa y lavanda.

—Tendría que haberlo dejado seco.

—¿Como a mi madre?

La rabia luchaba otra vez por abrirse camino, pero el pánico desnudo de Lily la contenía.

Suspiró y caminó hacia la ventana, dándonos la espalda.

Atraje la mirada de Lily y vocalicé una simple palabra. «Mentira».

Le costó un segundo entender el significado, pero, cuando lo consiguió, volvió a recuperar el control. Me llegó una profunda determinación por la manera cómo encajaba la mandíbula, por la rigidez de su espalda.

—Un momento, creo que… —Se aclaró la voz—. Creo que he encontrado algo.

A Jack le cambió la expresión del rostro al mirar el mapa. Lily lo desplazó del holograma flotante a la pantalla táctil, atrayendo a Jack hacia ella.

—¿Qué? —preguntó.

La gente del pueblo seguía celebrando la fiesta y lanzaban las calabazas a la hoguera en honor al Puré de Calabaza. Avancé un paso hacia Lily y Jack.

—Creo que podría estar en Menfis, en Egipto, y no en Memphis, Tennessee. Es una sensación vaga, pero ha estado allí. Puede que siga allí.

Sus dedos se movían enérgicamente por el mapa.

Avancé otro paso, tensando los músculos, listo para saltar.

—¿Egipto? —dijo Jack—. ¿Por qué sigues mintiendo?

Levantó una mano.

—No —exclamó Lily, con los ojos dilatados por el miedo—. Mira, justo aquí.

Aún más cerca.

—¿Justo dónde? —preguntó Jack, impaciente.

—Sí. ¿Justo dónde?

Una voz femenina ahondó en la pregunta.

Los tres miramos hacia las escaleras.

Teague.