5
DESPUÉS de aquella conversación entre las dos hermanas, empezaron los preparativos para la marcha a Moscú.
Rosa, aunque por momentos se quedaba pensativa y lanzaba profundos suspiros, la mayor parte del tiempo se la pasaba haciendo piruetas y pasos de baile. Tomada la decisión, se la veía contenta y deseosa de empezar cuanto antes aquella nueva etapa de su vida. Repartió entre sus compañeras los juguetes y las cosas que no podía llevarse con ella, y un día que estaba sola con su hermana le dijo con cierto aire de picardía:
—Harmonía, como yo me marcho, tendrás que ser tú la novia de León. No irás a dejar que se lo lleve otra.
Harmonía, que no daba pruebas de ningún sentido del humor cuando se trataba de León, le contestó un poco picada:
—Vas a ser bailarina, no monja. Y las bailarinas también se casan. Y, además, las personas no se reparten como los juguetes.
Rosa negó con la cabeza.
—Estuve leyendo en la biblioteca la vida de varias bailarinas famosas y ninguna se casó. Y si se casan no pueden tener hijos... Además, ¿sabes qué te digo? Que no me creo que León no te guste para novio. Me lo dijiste porque yo era muy pequeña...
Como Harmonía callaba, Rosa insistió:
—Dime la verdad, ¿te gusta o no te gusta?
Harmonía la miró. A veces su hermana le parecía tan pequeña como el día en que su padre le dijo: «Tienes que velar por ella». Pero otras veces sentía que podía hablar con Rosa mejor que con sus propias compañeras. Con todo, no se fiaba de lo que pudiese hacer.
—Júrame que no se lo dirás a nadie.
Rosa cerró el puño derecho y besó el pulgar.
—¡Lo juro!
Harmonía suspiró.
—Me gustó desde la primera vez que lo vi, cuando estábamos en el puerto esperando a que llegase mamá.
Rosa daba cabezadas.
—Ya me lo parecía a mí. Y seguro que a él le pasa lo mismo.
Harmonía suspiraba sin parar.
—No sé... A veces creo que sí... Pero también a ti te quiere mucho... Como es hijo único, igual nos quiere como hermanas, sólo así. Y la que le gusta para novia es esa chica que siempre se está riendo, la que va a estudiar idiomas.
—¿Esa boba? ¡No puede ser!
—A los hombres les gustan las mujeres alegres. Me lo dijo María del Mar, que estuvo casada y sabe más que nosotras. Yo soy un poco tristona.
Rosa dijo que no era verdad, que ella era la chica más guapa y la mejor de toda la escuela y de todos los refugiados de Kirov, y que León sería tonto si no se daba cuenta, y que ella estaba segura de que no lo era.
Rosa estaba convencida de lo que decía, pero, por si acaso, decidió darle un empujoncito a León para decidirlo.
Faltaban ya pocos días para la partida cuando lo encontró un día a solas. Se puso a andar a su lado en la punta de los pies y le dijo:
—Ya casi soy tan alta como tú, León... Pero como voy a ser bailarina no podré casarme contigo. Tendrás que ir pensando en buscarte otra novia.
León sonrió, divertido.
—Muy bien, Rosa; lo iré pensando.
—¿Y qué te parece Harmonía? ¿No te gusta para novia?
León se echó a reír.
—¿Pero tú vas para bailarina o para casamentera?
Rosa hizo unos pasos de baile a su alrededor y le dijo con aire misterioso:
—Como no te espabiles te la van a quitar. No te descuides. Esto es la danza de la bruja sabía.
León pensó que aquello podía ser un aviso y se puso serio.
—Harmonía merece lo mejor del mundo... Y si yo estudio para ingeniero estaré muchos años lejos de aquí.
Rosa dejó de bailar.
—¿Tú sabes el cuento del amo que se fue de viaje y repartió talentos entre sus criados?
León conocía la parábola porque había tenido una educación religiosa, pero dejó que Rosa se la contase a su manera y que ella misma sacase la conclusión.
—Pues Harmonía es igual que el señor del cuento. Como se te ocurra enterrar los talentos, no querrá saber nada de ti. Así que tendrás que estudiar para ingeniero, y tú verás lo que haces para que, mientras, no se olvide de ti.
León pensó que Rosa era muy lista y, en efecto, era mayor por dentro que por fuera, aunque a veces fuese muy inocente. Se encontró hablando con ella de cosas que no había hablado con nadie.
—No creo que Harmonía quiera ser mi novia. Ella es amable y cariñosa con todo el mundo. Tiene siempre un montón de gente alrededor y a todos les hace el mismo caso. Y hay un chico, Pablo, ese que va a estudiar para maestro, que no se despega de ella.
Rosa rabiaba por decir lo que sabía, pero se sentía atada por lo que había prometido a su hermana.
—Yo por Pablo no me preocuparía... Pero tienes que hablar con Harmonía. No tienes que ser tan tímido.
—Cada uno es como es. Y yo me corto cuando estoy con ella. No soy capaz de decirle nada.
Rosa saltó:
—¿Quieres que se lo diga yo?
—No —dijo León serio—. Esas son cosas que un hombre debe resolver por él mismo.
Rosa volvió a sus pasos de baile.
—Bueno..., pero díselo pronto. No te olvides de lo que te dije. Hay otros además de Pablo.
Ya se iba cuando León la llamó:
—¡Eh, Rosa! Prométeme que no le dirás nada de lo que hablamos a Harmonía.
Rosa, que iba ya derechita a contárselo a su hermana, lo prometió de muy mala gana. Y se fue pensando que a veces los mayores lo pasaban mal sin necesidad. Y que ella también debía de estar haciéndose mayor, porque se sentía atada por una promesa que sólo servía para hacer sufrir a las dos personas que más quería en el mundo.