Epílogo

Casi nueve meses después de que Owen me dejara, él y Lorna tuvieron una hija y la llamaron -¡agárrate!- Agnes Lana May. Nada que recordara ni remotamente a Gemma. No me pidieron que fuera la madrina. Actualmente, no tenemos planes de ir juntos a la Dordoña.

Mi libro salió a mediados de mayo y fracasó. Culparon a la cubierta, al título y a las atroces críticas. En general, todas decían lo siguiente: «… Literatura barata de evasión. Una mujer abandonada rehace su vida, se liga a un hombre mucho más joven que ella y a los seis meses ya está dirigiendo su propio negocio. Esta historia representa una burla a la situación de las mujeres de la vida real que son abandonadas después de años de leal servicio. Cómo no, el marido regresa al final del libro, agotado por las exigencias sexuales de su amante, y descubre que su esposa no le acepta…».

Fue terriblemente humillante. Las únicas críticas amables aparecían en revistas basura que publican historias del tipo «Le robé el marido a mi hija». Una de ellas lo llamó Literatura Vengativa, algo que claramente aprobaban.

Pero ni siquiera eso bastó para vender más libros y debo reconocer que yo no ayudé: justo antes de que el libro saliera, papá me rogó que no hiciera publicidad de la historia en que estaba inspirado y algo debió de ablandarse en mí porque me apiadé de él y acepté. (Algo que no sentó muy bien al departamento de publicidad de Dalkin Emery. Tenían programado que mamá y yo fuéramos a diferentes televisiones para dejar verde a papá. Mamá, no obstante se había echado atrás en cuanto papá regresó a casa.)

No habrá un segundo libro. No tengo imaginación y no me ha ocurrido nada malo, salvo que mi primer libro haya recibido críticas horribles y yo no sea capaz de escribir un segundo libro. Pero todo eso es agua pasada. Lo cierto es que estoy feliz con mi vida y hay quejas peores.

Actualmente limito mis esfuerzos artísticos a inventar historias para mujeres abandonadas sobre sus novios fugados. Se me dan muy bien y, dentro de mi círculo, gozo de buena reputación. Con eso me basta.

Todavía conservo el dinero del anticipo (no me obligaron a devolverlo a pesar de que el libro apenas se vendió) y puede que un día, en un nebuloso futuro, me establezca por mi cuenta. No es tan fácil como parece, no todas somos Jojo Harvey, que ahora tiene cuatro empleados y una fabulosa oficina de cristales ahumados en el Soho. No solo soy una cobarde en comparación con ella, sino que mi contrato me prohíbe llevarme a mis clientes.

La carrera de Lily va viento en popa. Escribió una novela nueva titulada Una vida afortunada, que era como otro Los remedios de Mimi, y vendió millones de ejemplares. Luego, Claro como el cristal, el libro que casi arruinó a Dalkin Emery, sorprendió a todo el mundo con su nominación al Orange Prize, y eso también vendió millones de ejemplares. Al parecer, está escribiendo otro libro y todos están muy contentos.

El caso es que vi a Anton y a Lily en un acto editorial, poco después de que Persiguiendo el arco iris saliera publicado y cuando mi editorial todavía me hablaba. Me estaba abriendo paso entre la gente para alcanzar el lavabo cuando, de repente, Lily y yo nos encontramos frente a frente.

- ¿Gemma? -croó Lily. Parecía aterrada.

Y después de todas las fantasías que había alimentado con los años -arrojarle una copa de vino a la cara, atiborrarla de miradas asesinas, gritar a toda la sala lo zorra que era- me descubrí sosteniendo su mano y diciéndole con cierto grado de sinceridad:

- Me gustó mucho Los remedios de Mimi, y a mi madre también.

- Gracias, muchas gracias, Gemma. Y a mí me encantó Persiguiendo el arco iris.

Esbozó su sonrisa de chica dulce, luego llegó Anton y tampoco me afectó. Charlamos durante un rato de cosas inocuas y cuando se alejaron, Anton fue a tomarle la mano a Lily pero ella se negó y le oí decir:

- Ten un poco de consideración. -Refiriéndose, supongo, a mí.

Y aquello me entristeció. Esa clase de gesto era muy propio de Lily, siempre tan considerada con los sentimientos de los demás. Era una pena que no pudiéramos ser amigas porque (exceptuando el robo de aquel novio) me parecía una persona adorable. La había querido mucho.

Pero la vida sigue.

Cuando mamá conoció a Johnny Recetas, absorbió su espalda ancha, su aire bondadoso y el brillo de sus ojos, rasgo permanente en él ahora que ya no trabaja las veinticuatro horas del día, y se inclinó hacia mí para murmurarme:

- Parece que han llegado los profesionales.

«Le gusta. Mierda.»

Pero ni siquiera eso consiguió que Johnny me desencantara.

Colette no estuvo sola mucho tiempo. Conoció a otro hombre, un amigo de un amigo del cuñado del hermano de Trevor, y como Dublín es tan pequeño, me enteré. Por lo que me han contado, el tipo es mucho mejor partido que papá. (Al menos no lleva chaleco.)

En cuanto a mamá y papá… en fin, él hace los crucigramas y juega al golf, ella compra ropa y le hace adivinar el precio, ven misterios de asesinatos por la tele y dan paseos en coche. Exceptuando el hecho de que a mí me han publicado un libro y que podemos disponer de toda la gasa quirúrgica que queramos, nadie diría que papá se ausentó alguna vez…

* Incidente que marca el final de todas las relaciones, donde la abandonada suplica al abandonador que se acueste con ella una última vez y el abandonador, temiendo no haber causado ya suficiente humillación, se niega. En algunos casos él ha conocido a otra persona y la saca a relucir diciendo: «Nunca podría hacerle eso a Anne/Mags/Deirdre (o lo que corresponda)».

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21/02/2010
¿Quién te lo ha contado?
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