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Nunca debí empezar esta historia con él, pensó. Ahora mismo podría estar enamorada de otro hombre, un hombre que no estuviera casado. En fin, podría, debería, desearía.
Si solo fuera sexo, se dijo apesadumbrada. Si solo fuera una cuestión de polvos peligrosos y estimulantes. Los gurús de las relaciones siempre decían que una atracción basada en la amistad y el respeto mutuos tenía muchas más probabilidades de sobrevivir, y los muy canallas no se equivocaban.
Antes de que Jojo entrara a trabajar en Lipman Haigh ya respetaba a Mark. En la industria estaba considerado como un visionario. Cinco años antes, cuando ingresó como socio gerente, Lipman Haigh era una pequeña agencia aletargada y algunos de sus socios eran tan viejos que a su lado Jocelyn Forsyth parecía un adolescente. Lo primero que hizo Mark fue salir a la caza de agentes jóvenes y despabilados y convertir a tres de ellos en socios en cuanto hubo convencido a los tres titulares más decrépitos de que se jubilaran. Luego creó un departamento de derechos extranjeros y otro de relaciones con los medios, y al cabo de dieciocho meses Lipman Haigh había pasado de ser una agencia a la que nadie prestaba demasiada atención a la agencia más en boga de Londres.
Mark era exigente -tenía que serlo- pero lo llevaba con elegancia. En las negociaciones con las editoriales podía volverse tan inamovible como la celulitis, pero lo hacía con afabilidad. No es nada personal, decía su estilo, pero me niego a transigir. No pienso ceder, así que más vale que cedas tú. Sin severidad, sin mala leche, únicamente con franqueza. Y tenía sentido del humor. No era un gracioso empedernido como Jim Sweetman, su elegido, que sabía muy bien cómo hacer amigos e influir en la gente, pero bajo la superficie escondía una gran agudeza.
No obstante, lo que Jojo más había admirado de Mark era su increíble capacidad para resolver problemas. Poseía un fuerte instinto, nada le alteraba y era un hombre con todas las respuestas: don Corleone sin la voz, el séquito y la barriga.
Pero hasta ese momento jamás le había atraído como hombre Entonces llegó la noche fuera del Hilton seguida de la dilatación de las pupilas en el pasillo y la cosa se complicó. Cuando Jojo presentó su resumen en la reunión del viernes por la mañana, Mark la escuchó como siempre hacía, desviando la mirada, pero esta vez sin sonreír. Ya no se aplastaba contra la pared cuando ella cruzaba a toda pastilla los pasillos de Lipman Haigh. Ya solo la llamaba «Jojo» y no hubo más bromas sobre rivales. A Jojo le desagradaba ese distanciamiento, pero podía esperar. Se le daba bien esperar -tenía mucha práctica con las editoriales- y podía acallar las voces del miedo y la duda que invadían su cabeza.
Mark, con todo, no se habría convertido en socio gerente de una agencia literaria si no hubiera tenido nervios de acero, de modo que el distanciamiento se prolongó. Puedo aguantar más que nadie, se dijo Jojo, pero con tanta tensión a su alrededor, ¿podía evitar pensar en él? Una vez que empezó a verlo como hombre y no como jefe, su imaginación se desbocó y su determinación empezó a flaquear. Aquella poderosa mirada en el pasillo fue el comienzo de una violenta atracción y eso la irritaba. Finalmente, confesó a Becky:
- No dejo de preguntarme cómo es Mark Avery en la cama.
- Una mierda, seguro. ¿Un vejestorio como él?
- Tiene cuarenta y seis, no ochenta y seis.
Becky estaba preocupada. ¿Podía salir algo bueno de esto?
- Lo dices porque llevas nueve meses sin sexo. Desde Pobre Graig. Deberías acostarte con alguien.
- ¿Con quién?
- Qué pregunta. Con cualquiera.
- Yo no quiero salir en busca de alguien con quien acostarme. No soy así. Yo quiero acostarme con Mark, con nadie más.
- Jojo, déjalo correr, te lo ruego.
- Y teniendo en cuenta que goza de mi admiración y mi respeto estoy destinada a ello -prosiguió desconsoladamente.
Desde un punto de vista práctico, Jojo tenía una carrera en la que pensar. Confiaba en que la hicieran socia algún día no muy lejano, pero ¿cómo iba a suceder algo así si su jefe había decidido comportarse como si ella no existiera? Al cabo de cinco semanas Jojo se rindió y le pidió una cita. Entró en su despacho, cerró la puerta y se sentó delante de él.
- ¿Jojo?
- Mark. Mmm… no sé cómo decirte esto, pero las cosas entre nosotros están algo tensas. ¿Es por mi trabajo? ¿Tienes algún problema con él?
Sabía que no era eso, pero quería las cosas claras.
- No, no tengo problemas con tu trabajo.
- Bieeeen. En ese caso, ¿podemos dejarnos de cosas raras? ¿Podemos comportarnos como antes?
Mark reflexionó.
- No.
- ¿Por qué no?
- Porque… porque… ¿cómo decirte esto? Porque… por favor no te rías… porque estoy enamorado de ti.
- ¡Venga ya! ¿Cómo es posible?
- Llevo dos años trabajando contigo. Si a estas alturas no te conozco…
Después de un largo silencio, Jojo levantó la vista y dijo:
- Estás casado. Yo nunca saldré con un hombre casado.
- Lo sé. Es una de las razones por las que siento lo que siento por ti.
- En fin -suspiró ella-, me has dejado de piedra.