ROYSTON DRENTHE
Rebelde sin pausa
«Yo no puedo decir que me acueste pronto.»
Royston Ricky Drenthe siempre fue un tipo duro. Crecido en un barrio conflictivo de Rotterdam, hijo de un estibador, se hizo tatuar un «010» —el prefijo de la ciudad— y es de los que miran con recelo a los señoritos de Ámsterdam. Nada más llegar al Real Madrid, con apenas veinte años, hizo saber a sus compañeros que, si tenían algún problema, si necesitaban ayuda, no tenían más que acudir a él. Una especie de hermano mayor si no fuera porque si algo necesitaba Drenthe era, precisamente, alguien que le vigilara y velara por él a todas horas.
Hijo de una pareja de emigrantes de Surinam, se crio en la calle y comenzó a jugar al fútbol en la cantera del Feyenoord. Ya a los quince años, se portó mal, muy mal, durante un viaje a Suiza. Su entrenador le quiso dar puerta, pero otro técnico intercedió por él y todo quedó en dos años de exilio en otro club de la ciudad, el SBV Excelsior. Drenthe recuerda que allí recuperó la alegría y el amor por el juego, pero no fue un milagro que se obrara de la noche a la mañana. Nada más llegar sacó también de quicio a su nuevo entrenador y fue expulsado durante un mes. El responsable de la cantera, Marc van Lochem, obligó al rebelde a entrenarse con ropa del Feyenoord por ser «indigno» de ponerse la del Excelsior: «Iba de niño de oro —recordaba Van Lochem—. Le obligué a entrenarse con unos veteranos. Les hartó a órdenes. Cuando acabó la práctica le habían pegado tanto que estaba al otro lado de la valla».[1]
La terapia de choque enderezó mínimamente a Drenthe, que comenzó a frecuentar las categorías inferiores de su selección, regresó al Feyenoord y siguió creciendo como futbolista. En el verano de 2007 se convirtió en el mejor jugador del Europeo Sub-21, conquistado por Holanda. Su actuación impresionó al Real Madrid, que se hizo con él a cambio de 13 millones de euros. En Holanda se alzaron diversas voces, incluida la del seleccionador Sub-21, Fope de Haan, calificando la apuesta del Madrid como precipitada. Drenthe, advertían, había jugado poco más de treinta partidos con el Feyenoord y estaba demasiado verde como para asimilar un salto así. «Le vi en un Feyenoord-Groningen y cometió unos errores enormes», advirtió un exentrenador del Real Madrid, Leo Beenhakker; «si eso lo hace en el Bernabéu, mejor que se quede dos días en casa».
Drenthe debutó en el Bernabéu solo unos días más tarde, y además en un partido oficial, la vuelta de la Supercopa. El Madrid perdió el trofeo ante el Sevilla, pero Drenthe marcó un gol espectacular: un zurdazo desde veinticinco metros pegado al larguero. El entrenador, Bernd Schuster, le dio confianza al incluirle en el equipo titular en tres de los cuatro primeros partidos de Liga. En el vestuario, Iker Casillas y Sergio Ramos le bautizaron como el Malaguita, uno de los personajes de la saga de To-rrente a quien les recordaba por sus movimientos: «Me decían que era de una película en la que había un señor que se llamaba así y que siempre andaba robando cosas. Era de buen rollo».[2]
4.30 de la mañana
Los antecedentes de Drenthe quedaron refrendados a las dos semanas de llegar a Madrid; concretamente, un lunes a las 4.30 de la mañana. Alertado por el GPS de que estaba siguiendo una ruta incorrecta, pegó un volantazo y su coche fue a chocar con otro, con la mala suerte añadida de que resultó ser un vehículo de la policía. Dio negativo en el control de alcoholemia, pero el suceso dio que hablar. Schuster le quitó importancia a su manera: «Yo he visto bien a Drenthe. Si alguien se asusta así, se pone blanco, y le he visto en su color».
Tres años después, cuando jugaba en el Hércules, fue detenido en Alicante también a las 4.30 —su hora bruja— por conducir a 180 kilómetros por hora y saltarse seis semáforos en rojo. Aunque Drenthe alegó que llevaba a un amigo al hospital por un coma etílico, los médicos certificaron que no era más que una borrachera ordinaria.
«¿Es compatible salir con ser deportista de élite?», le preguntaron en una entrevista. «Depende de cómo te sientas. A Ronaldinho le sentaba fenomenal, porque jugaba de escándalo, pero hay jugadores que no pueden aguantarlo. Yo no puedo decir que me acueste pronto. No concilio el sueño. Tampoco puedo decir que me acueste todos los días a las seis. A mí la siesta me ayuda mucho.»
Silbidos en el Bernabéu
El golazo al Sevilla no impidió que el implacable público del Bernabéu le pusiera pronto bajo sospecha. Sus imprecisiones unas veces, su exceso de vehemencia otras, provocaban en la grada un murmullo que fue dando paso a los pitos e incluso a las risas. Con un agravante: entre los numerosos defectos de Drenthe no estaba el de esconderse. Por mal que le salieran las cosas, por clara que fuera la ocasión de gol desperdiciada, por rematadamente malos que fueran sus centros, Drenthe siempre lo volvía a intentar. Algo que, lejos de ser agradecido por el público, le granjeaba nuevos silbidos. Y Drenthe, cada vez más nervioso, no daba pie con bola.
En su segunda temporada en Madrid, durante un partido contra el Deportivo, el público fue especialmente cruel. Se retiró al vestuario casi llorando. Él, un tipo de Rotterdam. «Soy muy joven y esto duele. A mí no me duele que me piten lejos del Bernabéu, pero en casa duele bastante. Adoro a la afición del Madrid. Cuando voy por la calle, la gente me quiere. Pero en el Bernabéu cambia todo y no sé por qué.»
Al cabo de tres temporadas, Drenthe fue cedido al Hércules, con el que disputó sus mejores partidos en España y se ganó por primera vez la llamada para la selección absoluta. Libre de la presión que le atenazaba, aireó por fin esas condiciones que habían llamado la atención del Real Madrid. «Necesitaba un año así», confesó. El idilio duró poco, debido a la delicada situación económica del club y al peculiar espíritu con el que Drenthe afrontaba su profesión. «En el Hércules eran muy rápidos con las multas, pero luego no pagaban», se justificaba él. Su entrenador, Miroslav Djukic,[3] lo veía de otra forma: «A Drenthe siempre se le moría alguien. Nunca pudimos detectar el problema de rodilla que decía tener. De cada siete entrenamientos, llegaba tarde a cuatro. Gastamos mucho tiempo en juntar las piezas y poner orden en cosas tan sencillas como llegar a tiempo al entrenamiento».[4]
En Madrid, Drenthe ya había acumulado más de un retraso. Vivía en una de las urbanizaciones de lujo más alejadas de Valdebebas y en una ocasión llegó a quedarse sin gasolina camino del entrenamiento, en mitad de la M-40.
En Alicante la mala costumbre se agravó. Drenthe llegaba tarde casi todos los días. Cuando eso sucedía, Djukic no le dejaba siquiera cambiarse y le mandaba de vuelta a su casa. En el Hércules ya no sabían qué hacer. No existía la posibilidad de multarle, porque le habían pagado toda la ficha por adelantado al haber amenazado con no volver. Pero eso no significa que se saliera siempre con la suya.
Una mañana, Drenthe se arrastró cariacontecido hasta el vestuario para hablar con Djukic. Un tío suyo, le explicó, acababa de fallecer y necesitaba unos días libres para viajar de inmediato a Holanda. El entrenador se interesó por el nombre del difunto para hacer las comprobaciones oportunas con un par de telefonazos, pero Drenthe no soltó prenda y se hizo el ofendido. Por más que insistió Djukic, solo le arrancó pucheros, pero ningún nombre. Le denegó el permiso y, solo unos minutos después, la aflicción de Drenthe se había esfumado. Se entrenó como si nada y del presunto tío muerto nunca más se supo.
Su estancia en España dio para mucho. Sacó tiempo para seguir su carrera como cantante de rap,[5] entró en directo por teléfono para defender a una amiga suya que participaba en uno de los programas cumbre de la telebasura española, perdió un pendiente de brillantes durante un entrenamiento… Esto último no le hubiera pasado de haber seguido el consejo que una vez le dio Alfredo di Stéfano: «Quítese los pendientes y córtese el pelo». Tan improbable como borrar las rayas del lomo de un tigre. Drenthe no puede dejar de ser Drenthe.