ROBERTO DINAMITA

El goleador que llegó al frío

«Yo solo puedo prometer que marcaré muchos goles.»

Roberto Dinamita se pelaba de frío. Recién llegado del verano austral, no había traído una sola prenda de abrigo en la maleta. Pensándolo bien, es posible que no tuviera ninguna; Río no es ciudad para pasearse con bufanda. En Barcelona lo recibió un enero especialmente plomizo, a juego con las perspectivas del Barça en la Liga. El utilero, cumpliendo con su deber, le hizo el mejor regalo posible: un chándal de manga larga que empezó a vestir en cada entrenamiento. No se lo quitaba ni a tiros.

Carlos Roberto de Oliveira se ganó su estruendoso apodo[1] a los diecisiete años, el mismo día de su debut con el Vasco da Gama. Se estrenó a lo grande, con un gol al Internacional de Porto Alegre. Jornal dos Sports tituló: «El chico dinamita explota en Maracaná». Así de sencillo. Puede dar gracias Roberto de no haber chutado fuera: quién sabe qué otro mote le hubiera acompañado de por vida.

Nueve años después, cuando se anunció el traspaso de Roberto al Barcelona, las explosiones adoptaron un cariz bien distinto: el Vasco recibió amenazas de bomba en sus oficinas. Roberto se había convertido en el gran ídolo de la torcida, así como de un preadolescente llamado Romário,[2] que una década más tarde también iba a jugar en el Barcelona.

En España, una de las primeras curiosidades de los periodistas antes de que Roberto empezara a tiritar fue el origen de su nombre de guerra. «Me llaman Dinamita, por algo será», respondió haciéndose el interesante. «La potencia de mi chut con las dos piernas es grande», aclaró luego, aunque guardaba en la manga otra frase aún más contundente para disparar las expectativas: «Mi dinamita estallará en el Camp Nou».

El presidente, José Luis Núñez, pagó 40 millones de pesetas y le presentó un 3 de enero. «Roberto es mi regalo de Reyes para toda la afición barcelonista», proclamó dadivoso. Sí, parecía un buen fichaje.

Un sustituto para Krankl

A un lector del siglo XXI, especialmente si es joven, conviene explicarle cómo era el FC Barcelona nada más empezar aquel año 1980. Por palmarés, el Barça estaba más cerca del Atlético que del Real Madrid. Contaba nueve Ligas —una más que el Atlético—, siete de ellas conseguidas en los años cuarenta y cincuenta. Había ganado la Recopa solo unos meses antes pero, aunque se había quedado cerca una vez, nunca había levantado la Copa de Europa. También en eso se parecía al Atlético.[3]

Núñez, un empresario enriquecido gracias a la construcción —parece requisito para regir un club de fútbol en España—, había alcanzado la presidencia un año y medio antes, en plena transición. Su primera apuesta, el entrenador francés Lucien Müller, fue todo un fracaso. Su sustituto, Joaquim Rifé, no mejoró la cosa y además se enfrentó a una de sus estrellas, Hansi Krankl. «El míster me pide cosas sobrenaturales», protestaba el goleador ante los periodistas. Núñez apoyó a Rifé y envió al díscolo Krankl de vuelta a Austria. Dejó claro quién mandaba en el Barça, pero el problema seguía sin resolverse: necesitaba un delantero centro. Y cuanto antes.

Resultaba imposible encontrar un goleador en Europa en pleno diciembre. Rifé llamó a Evaristo,[4] una vieja gloria del Barça —y también del Real Madrid— que había regresado a su país y entrenaba al Santa Cruz, de la ciudad de Recife. Evaristo le cantó las excelencias de Roberto, lo que animó a Rifé a cruzar el Atlántico para comprobar en persona sus virtudes. Lo vio dos partidos y eso fue suficiente. Le convenció. Además, el Barça no podía permitirse buscar mucho más.

En Brasil, aquel Chico Dinamita era ya un ariete reputado. Fuera de su país, era conocido gracias al Mundial de Argentina 78, que le había deparado su momento de gloria: salvó a Brasil de un ridículo histórico con un gol a Austria que evitó la eliminación en la primera fase (y que, de rebote, propició la eliminación de España). Pese a lo que pudiera sugerir su pasaporte, no era un delantero imaginativo, sino potente y oportunista, con buen disparo, como él mismo se encargaba de publicitar. Al Lobo Carrasco, entonces un joven extremo que llevaba dos temporadas en el Barça, le impresionó su técnica: «Era increíble cómo bajaba la pelota con el pecho; parecía que tenía ahí una almohada. Me impactó mucho en los entrenamientos. Por su perfección técnica, salvando las distancias, me recordaba a Pelé. En cuanto le vi, pensé: tenemos delantero para mucho tiempo».

Alarde de sinceridad

El recurso de la dinamita dio mucho juego a los periodistas. El Mundo Deportivo tituló en portada: «Booomm!! Se va Krankl; llega Roberto». A rey muerto, rey puesto.

Roberto, pelo abundante y rizado, llegó a su presentación con una americana color crema y una camisa con un enorme cuello hacia fuera. Parecía más una estrella del flamenco o de la rumba que un cazador de goles. Al tomar la palabra, se volvió a saltar los lugares comunes. Hizo alarde de sinceridad («Aquí voy a ganar más dinero de lo que podría soñar en Brasil») y cambió el tópico «yo solo puedo prometer trabajo» por un «yo solo puedo prometer que marcaré muchos goles». Literal. Y de paso, mandó un recado a sus futuros rivales: «Nunca he tenido ninguna lesión importante; más bien se lesionan los defensas que tropiezan conmigo».

Solo unos días después, el Barça visitó al Rayo Vallecano. Roberto no estaba aún preparado, pero viajó a Madrid para presenciar el partido, que acabó sin un solo gol. A la salida, volvió a elegir la sinceridad antes que la diplomacia: «No me gustó el Barcelona. Fue demasiado conservador, arriesgó muy poco y le faltó fuerza. Mis compañeros no estuvieron muy afortunados, no me gustó casi nadie. Solo me convencieron Migueli, Carrasco y Simonsen».[5]

«Tenía mucha personalidad —recuerda el propio Carrasco—. Secundo totalmente sus palabras, y no porque me salvara —sonríe—; hablaba con objetividad y un punto de madurez en medio de las dificultades.» Carrasco recuerda que, pese a aquellas declaraciones, Roberto encajó a la perfección en el vestuario: «Donde nunca estuvo cómodo fue en el campo».

Un debut engañoso

Dos semanas más tarde, Roberto debutó al fin como azulgrana y la prensa volvió a estar a la altura de lo esperado: «El Barça, a dinamitar», animaban los titulares ante la visita del Almería al Camp Nou.[6] Y así sucedió. El Barça ganó (2-0) con los dos goles del recién llegado, que para mayor épica anotó ambos en los últimos diez minutos. No obstante, el estreno distó mucho de ser una actuación memorable. Roberto marcó el primer gol de penalti; y el segundo, con mucha suerte, tras pegar la pelota en la espalda de un defensa y en el poste.

La prensa local no se deshizo en elogios, precisamente: «Sus intervenciones se mantuvieron en un nivel homeopático», escribió Farreras, una de las firmas más mordaces de la época.[7] Mucho más entusiasta se mostró el enviado especial de Jornal do Brasil, que sin duda vio un partido distinto: «Roberto ha demostrado ser digno de la alta inversión realizada por la directiva del Barcelona, a pesar de estar siempre marcado por dos o tres adversarios, y a pesar del fuerte frío».

«La sensación térmica le afectaba bastante», confirma Carrasco. A Roberto le habían hablado de la Costa Brava, de Castelldefels… y se encontró con el frío del invierno y con la humedad de la ciudad. Y aunque no tardó en ponerse guantes —costumbre muy arraigada entre los brasileños que llegan a España en cuanto baja la temperatura—, Roberto no llegó a entrar en calor. Los dos goles de su debut fueron los únicos que logró en la Liga. Solo marcó una vez más: en la Supercopa de Europa, ante el Nottingham Forest,[8] y gracias a otro penalti. El partido acabó en empate (1-1) y no sirvió para remontar el 1-0 del partido de ida.

La llegada de Helenio Herrera

En su segunda actuación en la Liga, contra el Real Zaragoza, Roberto falló un penalti. En aquel partido, y en los sucesivos, los cronistas hablaban de un jugador desdibujado y fuera de sitio al que los defensas sujetaban sin grandes esfuerzos. «Tal vez sea un poco estático», concedía Rifé, que no obstante seguía confiando en él… hasta cierto punto: «Roberto fue una solución de emergencia. Triunfará en el Barça pero jamás será un crack».

Tres décadas después, Carrasco coincide con aquel diagnóstico de Rifé: «Era un Barcelona de muchas urgencias. Cuando un jugador llega en medio de esas circunstancias, cuesta que el equipo le entienda, y más a un delantero centro. Roberto era un rematador, pero también un jugador con el que podías tirar paredes. Pagó nuestra producción ofensiva. Se sintió extraño sobre el campo. Eso a un jugador se le detecta enseguida».

Roberto tenía su propia opinión sobre por qué no estaba a gusto en Barcelona. Las cosas no eran como en Brasil y no solo por el frío: «Algunos jugadores intentan decidir las cosas y abusan del individualismo. Creo que eso es malo para el equipo. Si adelantasen más el balón, como yo estaba acostumbrado en Brasil, tal vez las cosas serían más fáciles».

El Camp Nou estalló antes que la dinamita. El público comenzó a silbar a Roberto y circuló el rumor de que Núñez, arrepentido, pretendía devolver a la tienda su regalo de Reyes. El Barça penaba por mitad de la tabla en la Liga, pero la situación se agravó cuando el Valencia lo eliminó de la Recopa. Núñez, una vez más, quiso demostrar que no le temblaba el pulso. Solo una semana después de anunciar «Rifé seguirá hasta que él quiera», le sustituyó por el veterano Helenio Herrera. Entonces sí, la salida de Roberto era ya cuestión de días. «A Helenio Herrera no le gustaban los sudamericanos. Me apartó del equipo. Se habló poco de eso», recordaba el propio Roberto muchos años más tarde; «eran otros tiempos. No había muchos brasileños que jugasen en Europa y los pocos que había, incluido yo, eran vistos con cierta desconfianza. Creo que podría haber rendido mucho más, pero fue una buena experiencia».[9]

El repudiado Krankl regresó al Barça y Roberto, al Vasco. Núñez convenció a los brasileños para dar marcha atrás y convertir el traspaso en una cesión de unos meses. En el Vasco, Roberto marcó 708 goles en 1 110 partidos. Al retirarse, como tantos futbolistas brasileños, inició una carrera política que le llevó a convertirse en diputado estatal por el Partido de los Trabajadores (el mismo que Lula da Silva) y en presidente del Vasco. La biografía que consta en su blog oficial[10] pasa de puntillas sobre su etapa en Barcelona, que tan solo se enumera como preámbulo para relatar su regreso triunfal a Brasil. Sucedió en Maracaná, el templo donde la dinamita estalló por vez primera. Más de 107 000 espectadores celebraron el feliz reencuentro. El Vasco aplastó por 5-2 al Corinthians con los cinco goles, cinco, de Roberto Dinamita. Sucedió un 4 de mayo. En Barcelona ya no hacía frío, pero al leer la noticia más de uno se debió de quedar helado.