JONATHAN WOODGATE

El paciente inglés

«¿Quién puede comprar un jugador lesionado por 15 millones de libras?»

(Bobby Robson)

¿Cuál es el debut soñado de un futbolista? Los más humildes se conformarán con llegar a ponerse algún día la camiseta de su equipo; otros se exigirán además ganar el partido y algunos, con espíritu hollywoodiense, querrán también marcar el gol de la victoria, a ser posible en el último minuto, con una remontada y saliendo desde el banquillo. Sea cual sea la respuesta, si tratamos de imaginar el otro extremo, el debut que nadie desearía siquiera a su peor enemigo probablemente se aproxime bastante a la experiencia vivida en el Real Madrid por Jonathan Woodgate. Y aun así, él cuenta que siempre lo recordará como una noche espléndida.

Alto e implacable en el juego aéreo, con una destreza razonable también a ras de hierba, Woodgate era, en aquel verano de 2004, uno de los defensas jóvenes más interesantes del fútbol europeo. Kevin Keegan le había hecho debutar en la selección inglesa a los diecinueve años. A los veintidós, el Leeds United se lo vendió al Newcastle por 16 millones. A los veinticuatro, el Madrid subió la cifra hasta los 22 y le ofreció un contrato por cuatro temporadas a razón de 3,5 millones cada una. Woodgate se unió así no solo a la interminable lista de centrales blancos adquiridos a tocateja sino a la creciente colonia británica del Santiago Bernabéu. Al laureado David Beckham, contratado el año anterior, se había unido solo una semana antes Michael Owen.

No era ningún secreto que el tercer inglés estaba lesionado y no jugaba desde hacía cuatro meses, cuando sufrió una rotura de fibras en un partido ante el Chelsea. Tampoco se necesitaba hurgar mucho para saber que su historial médico era amplio. En la última temporada solo había jugado 18 partidos en la Premier League y nunca en toda su carrera había encadenado más de siete partidos de Liga ni más de once en total. «Sabíamos que Woodgate tenía un problema muscular», admitió el nuevo entrenador del Madrid, José Antonio Camacho. Por si fuera poco, también llevaba en el cuerpo una lesión de rodilla y dos operaciones de hernia. El Madrid, no obstante, se lanzó a ficharlo. Una decisión extraña considerando algunos precedentes muy recientes.

«Hay jugadores que no pasan el reconocimiento», advirtió el entrenador del Newcastle, Bobby Robson, cuando supo la noticia. Eso le había sucedido solo un año antes a otro central, el argentino Gaby Milito. El Real Madrid tenía todo atado con el Independiente de Avellaneda a expensas solo de la revisión cuando los médicos vieron en la rodilla algo que les espantó. No fue el único caso. Solo unas semanas antes del fichaje de Woodgate, las reticencias de los doctores echaron abajo el traspaso de Fabio Cannavaro, del Inter, que acabó en la Juventus. «Las negociaciones fueron lejos, muy lejos, pero los médicos del Real Madrid tuvieron miedo de mi lesión en la tibia y me descartaron. Después encontraron a Woodgate», recordaba el defensor italiano.[1]

El tatuaje de Lombardi

Woodgate llegó precedido por una fama de chico malo. Con veintiún años, aún en Leeds, le había dado una paliza a un joven junto a dos amigos y su compañero Lee Bowyer. Pudo dar gracias de que el juez le condenara a prestar cien horas de trabajos para la comunidad. Unos meses después le rompieron la mandíbula en otra pelea de pub. El seleccionador de Inglaterra, Sven-Göran Eriksson, dejó de contar con él para el Mundial 2002. Tampoco pudo jugar la Eurocopa 2004, aquella vez debido a la lesión con la que llegó a España.

A raíz de aquellas experiencias, Woodgate se hizo tatuar un lema de Vince Lombardi, mítico entrenador de los Green Bay Packers de fútbol americano: «Los momentos más oscuros de nuestras vidas no deben ser ni enterrados ni olvidados, más bien son un recuerdo que debe permanecer para servir de inspiración y recordarnos la fortaleza del espíritu humano y nuestra capacidad para soportar lo intolerable». «Fue algo muy duro para mí —recordaba Woodgate años después—, fue un error que cometí, como le puede pasar a cualquiera. Creo que me he hecho mejor persona y mejor jugador, he madurado.»

Madrid no conoció la cara oscura de Woodgate, al que se recuerda como un trabajador, un mártir o sencillamente un desgraciado, en la acepción más literal del término.

Un Rolls-Royce en el taller

El fichaje por el Madrid sorprendió a Woodgate en Alemania, adonde había viajado tras sufrir una recaída para consultar con Hans-Wilhelm Müller-Wohlfahrt, una eminencia también conocida en el mundillo como Doctor Milagro —sin duda, más sencillo de recordar—. «Me quedé mudo con el teléfono en las manos, estaba abrumado. Luego llegó la alegría de ver que la negociación había sido rápida y limpia.»

«El Real Madrid ha examinado al jugador y nos ha dado el visto bueno. Es un club muy experimentado, sabían lo que estaban haciendo», anunció el presidente del Newcastle, Freddy Shepherd.[2] Solo unos meses antes, con Woodgate en forma, el dirigente había fanfarroneado con que el jugador solo saldría de Newcastle de dos formas: a cambio de 50 millones de libras o por encima de su cadáver. Pero acabó cambiando de opinión: «No te sirve de nada tener un Rolls-Royce si está siempre en el taller», dijo más tarde. «El club ha llegado a un gran acuerdo», se congratuló Robson. «El Real Madrid ha comprado a un jugador lesionado. ¿Quién puede comprar un jugador lesionado por 15 millones de libras?»

«Yo sabía que pasaría la revisión médica —contó Woodgate tiempo después—. Robson no estaba seguro porque me había roto el muslo y debió de pensar que el Madrid no daría el visto bueno. Pero me pasaron porque creyeron que mejoraría. Desafortunadamente, me rompí de nuevo.»[3]

«Todo el mundo dice que va a ser el mejor central de Europa», repetía Florentino Pérez.[4] Al Madrid no parecía importarle la lesión: se decía que en dos o tres semanas podría entrenarse con normalidad. Pero esas dos semanas se convirtieron en dos meses. Y cuando estaba a punto de reaparecer, notó un pinchazo en el muslo al echar una carrera con el joven David Barral. «Fue una pesadilla. Estaba entrenándome muy bien y tan fuerte como podía. Empecé a jugar y a pisar el campo y de repente noté cómo me rompía de nuevo el músculo.» Los médicos le dijeron que había recaído en la misma lesión. Woodgate hizo un propósito: demostrar con más fuerza que nunca que no estaba acabado para el fútbol.

Un año después…

Woodgate no jugó un solo partido aquella temporada. Le examinaron en Ohio y en Finlandia. El Madrid consultó a seis especialistas de distintas partes del mundo, que respondieron con informes contradictorios. Al final, las seis semanas que se le diagnosticaron tras romperse contra el Chelsea se estiraron hasta convertirse en dieciséis meses. «No ha tenido suerte —lamentaba su compañero Owen—; bueno, sí la ha tenido, pero muy mala.»[5]

Woodgate siguió a lo suyo: carrera, piscina y gimnasio. Una mezcla de abnegación y estoicismo. En alguna ocasión se le vio llegar con una camiseta en la que se podía leer: «Bruised, never broken» (‘Magullado, nunca roto’). «Soy fuerte mentalmente y nunca dejé de pensar en seguir siendo futbolista a pesar de estar dieciséis meses sin jugar en un país extranjero donde desconocía el idioma.» Se estableció así un vínculo especial entre Woody —como era conocido en el club de puertas adentro— y los médicos y preparadores: «Jamás me abandonaron, a pesar de los reveses».

Su año en blanco dio para mucho en el Madrid. Camacho dimitió en septiembre; su sucesor —Mariano García Remón— duró unos meses y antes de Navidad llegó Vanderlei Luxemburgo, un peculiar entrenador brasileño que empleaba una táctica llamada «el cuadrado mágico» y se comunicaba con sus ayudantes durante los partidos mediante un walkie-talkie. También fue el entrenador que hizo debutar al fin a Woodgate, en agosto de 2005. «Jugar al fútbol es como montar en bicicleta: no se olvida», filosofaba el defensa. Había pasado un año desde su fichaje.

En el Trofeo Santiago Bernabéu, ante un combinado de jugadores de Estados Unidos, Woodgate jugó cinco minutos que para él no tuvieron nada de anecdóticos: «No olvidaré esta noche». Su debut oficial, ese que difícilmente pudo ser más desastroso, tuvo lugar a las pocas semanas. Las bajas obligaron a Luxemburgo a colocarle como titular en casa ante el Athletic. A los veinticuatro minutos, Woodgate se marcó un gol en propia meta: «Fue mala suerte. Intenté despejar pero la jugada terminó así y punto. Cuando vi que el balón se colaba en la portería pensé: “Madre mía”». Para redondear la noche, el árbitro le mostró la tarjeta roja en la segunda parte. «Fue un shock para mí. No sabía dónde estaba. Me quedé atontado.»

A Woodgate le salvó que, pese a su autogol y a quedarse con diez, el Madrid ganó (3-1). «Todo lo que he vivido esta noche ha sido increíble. Muchos pueden pensar que ha sido un mal día para mí, pero de verdad que me he sentido muy feliz.» Cuando se marchaba al vestuario expulsado, el público del Bernabéu le animó. «Mi madre lloró cuando me metí el gol en propia meta y me expulsaron. Pero luego se emocionó cuando vio la ovación del público, primero lloraba de tristeza y después de felicidad.»[6]

Luxemburgo miraba también el lado positivo: «Todo lo malo le ha pasado ya de golpe». No fue así del todo. En una de sus siguientes apariciones, Woodgate volvió a marcar un gol en su portería. Por suerte para él, fue en un amistoso ante el Real Zaragoza. Le valió un nuevo apodo en el vestuario: Pichichi. Luxemburgo colaboró también en el cachondeo: «En el próximo partido habrá un marcaje especial para él».

Un gol en la portería correcta

«Imagínese que marca un gol en la portería rival», le preguntó un periodista[7]. «Ojalá», respondió. «Miraré a la grada del Bernabéu y se lo dedicaré a toda la afición.» «Quiero demostrar que no soy ni exfutbolista ni tonto.»

La entrevista precedió a su debut en Champions, ante el Rosenborg. Aquella noche, Woodgate marcó al fin en la portería correcta. Pero, a diferencia de lo que había anunciado, no dedicó el gol a la grada, sino que corrió a la banda para abrazarse con su médico, Alfonso del Corral: «Hacía mucho tiempo que no me emocionaba en el fútbol. Y Woodgate lo ha conseguido», dijo el doctor.[8]

La felicidad completa de Woodgate duró un par de semanas. Ante el Zaragoza, en su cuarto partido seguido como titular, duró solo veintiún minutos en el campo por una rotura de fibras, esta vez en la otra pierna. Se fue entre lágrimas, «cabreado, furioso y muy triste». Pasó un mes de baja y a los dos partidos se lesionó de nuevo. Su duodécimo y último partido fue en octavos de Champions, ante el Arsenal. Se lesionó a los siete minutos.

Florentino Pérez dimitió solo una semana después. El Madrid tuvo dos presidentes más hasta que se convocaron elecciones en verano. Las ganó Ramón Calderón, que llegó con Fabio Capello como nuevo entrenador. Y con Capello llegó Cannavaro.

Woodgate fue cedido al equipo de su ciudad natal, el Middlesbrough. Allí contrató un profesor de español para no perder la práctica. Los idiomas, a diferencia del fútbol, no son como montar en bicicleta. Su idea era volver y demostrar que era un buen futbolista. Sin embargo, el Madrid no volvió a contar con él y le traspasó por la mitad de lo que le había costado.

Pasó tres temporadas en el Tottenham Hotspur, con el que ganó la Copa de la Liga a las órdenes de Juande Ramos. En marzo de 2011 tuvo la oportunidad de volver al Bernabéu. Real Madrid y Tottenham habían quedado emparejados en cuartos de final de la Champions, pero no pudo jugar. Solo unos días antes, se marchó cojeando de un amistoso. Acababa de reaparecer tras una larga lesión.