De MADAR al MANTECA pasando por RENALDO
La traumática sucesión de Bebeto
«Soy como Ronaldo, pero con e.»
(Renaldo)
Un goleador fiable es la diferencia entre el bien y el mal. El técnico inglés John Gregory estableció aquella máxima de que «los delanteros ganan partidos pero las defensas ganan campeonatos». Entendido su elogio al engranaje defensivo, tantas veces olvidado, habría que añadir que no es posible ganar campeonatos sin ganar partidos. Y esos, como bien subraya Gregory, los suelen resolver los delanteros.
Durante cuatro años, el Deportivo de La Coruña disfrutó de uno de los mejores delanteros de la Liga y del planeta: el brasileño Bebeto. Campeón del mundo en Estados Unidos 94 formando pareja con Romário, su llegada a Riazor en 1992 coincidió con la creación del Superdepor y su estancia, con los primeros éxitos del club. Tras la conversión en sociedad anónima, el presidente, Augusto César Lendoiro, diseñó un ambicioso proyecto que revolucionó el fútbol español. Solo un año después de ascender, el Deportivo se empezó a codear con el Real Madrid y el Barcelona en las alturas de la Liga. El éxito de aquel equipo entrenado por Arsenio Iglesias radicó fundamentalmente en el acierto de Lendoiro a la hora de cerrar fichajes de relumbrón —Mauro Silva o el propio Bebeto— y otros bastante menos glamourosos, con descartes del Real Madrid, el Barcelona o el Valencia.
Bebeto ganó el Pichichi en 1993 y la Copa del Rey en 1995, aunque entre ambas cimas se escondió cuando más falta hacía. Fue en aquel penalti que acabó asumiendo —y fallando— Djukic y privó al Depor de levantar su primera Liga. La afición coruñesa tuvo que esperar seis años para celebrar algo así. Cuando Riazor pudo al fin cantar el alirón, el equipo tenía otro goleador de garantías, el holandés Roy Makaay. Entre uno y otro, de Bebeto a Makaay, el Deportivo fue dando tumbos. Lendoiro contrató un rosario de delanteros, cada cual más fallido. En ese recital de bandazos, desfilaron fugazmente por Riazor delanteros robustos sucedidos por otros presuntamente habilidosos y alguno, directamente, inclasificable. La marcha de Bebeto resultó una pésima noticia no tanto por su ausencia como por las pobres prestaciones de sus numerosos sucesores.
Madar, un ariete de los de antes
Tras una Copa y dos subcampeonatos de Liga, Lendoiro prescindió de Arsenio y contrató a John Toshack, cuya primera temporada (1995/96) se cerró con un decepcionante noveno puesto. Bebeto abandonó entonces La Coruña rumbo al Flamengo. Y comenzó el desfile.
Lendoiro se hizo con una jovencísima promesa del fútbol francés, el entonces desconocido y a la postre estrella mundial Sylvain Wiltord, al que dejó cedido un año más en su club, el Rennes. Toshack no contaba aún con él y apostó por un delantero que nada tenía que ver con Bebeto: el francés Mickael Madar, que llegaba gratis procedente del Mónaco. Un delantero centro muy alto, fuerte y corpulento, pero justito de técnica. Un ariete en el sentido original del término, aquel que en los albores del fútbol y con la permisividad del reglamento tenía como misión chocar con el portero rival si era necesario para que balón y guardameta entraran en la portería.
El único competidor de Madar por el puesto parecía el ruso Dimitri Radchenko, pero fue cedido al Rayo Vallecano. Había llegado un año antes procedente del Racing, con el que se hizo un nombre en la Liga tras marcarle dos goles al Barcelona en la histórica goleada (5-0) de Santander. En Riazor no dejó el mismo recuerdo que en El Sardinero.
Toshack y Lendoiro lo fiaron todo al tosco Madar, que se convirtió en el único delantero centro de la plantilla. Aunque no faltaban centrocampistas y mediapuntas de calidad —Fran, Manjarín, Rivaldo—, por detrás de Madar solo estaban los imberbes Deus y Maikel, salidos de la cantera. Pese a la excelente marcha del equipo —que se mantuvo invicto hasta la jornada dieciocho—, las críticas a Madar afloraron pronto. Toshack se defendía e insistía en que su delantero poseía virtudes que el ojo profano no era capaz de apreciar: pundonor, brega, presión, apertura de espacios…
Lo irrefutable, a la vista de cualquiera, era la escasa productividad de Madar —marcó tres goles en los 17 partidos de su primera temporada— así como sus salidas de tono. En uno de sus primeros partidos, fue expulsado por agredir con un codazo a César Gómez, defensa del Tenerife, cuando apenas había transcurrido un cuarto de hora de partido. «El extranjero de peor calidad que ha llegado a España: un “tronquito” apellidado Madar», le definió el periodista José María Sirvent.[1]
Antes de Navidad, el ruso Nikiforov, del Sporting, le fracturó la tibia en pugna por la pelota. Con más de media temporada por delante y las opciones de ganar la Liga intactas, el Depor se quedaba sin su único delantero. Lendoiro debía actuar. Estaba al caer un nuevo fichaje.
Renaldo, el gran optimista
Para encontrar al delantero capaz de enjugar el recuerdo de Bebeto, Lendoiro volvió a mirar a Brasil. Allí, en aquel momento, el jugador de moda era un delantero pequeño y endeble —nada que ver con Madar— que acababa de proclamarse máximo goleador del Brasileirão e incluso había recibido la bendición del seleccionador, Mario Zagalo, para jugar con la selección por primera vez. Jugaba en el Atlético Mineiro, se llamaba Renaldo y Lendoiro pagó por él 300 millones de pesetas contra la opinión de Toshack.
Renaldo quedó marcado por dos frases que osó pronunciar nada más llegar a España y firmar su contrato por cuatro años y medio, de los que solo cumplió el medio:
«Soy una mezcla de Rivaldo y Ronaldo».
«Soy como Ronaldo, pero con e.»
Toshack mostró con sorna su escepticismo: «Como Renaldo juegue la mitad de lo que habla…». El entrenador galés no pudo comprobarlo en persona, ya que fue despedido solo unas semanas después, cuando los resultados comenzaron a empeorar y su relación con la grada se tensó más de la cuenta. Muchos años más tarde, Toshack seguía creyendo que al Deportivo no se le escapó aquella Liga en ningún campo, sino en sus propias oficinas: «Estuvimos diecisiete partidos sin perder, codo a codo con el Madrid de Capello. Si hubiéramos fichado un delantero comunitario habríamos ganado la Liga, pero el club fichó a Renaldo, que, si llega a jugar como habló al llegar, no hubiera habido problemas».[2]
Aunque las cualidades de Renaldo ni siquiera se acercaban a las de los mejores brasileños de la Liga, no lo tuvo nada fácil. Primero, porque no estaba acostumbrado a calzar botas con tacos de aluminio, lo que le hizo rodar por el suelo más de lo deseado en sus primeros partidos. Y en segundo lugar, y más importante, por la cadena de desdichas familiares que se sucedieron tras su fichaje.
Nada más llegar a España, su hijo tuvo que ser operado. Logró un par de goles en su primer mes, incluida una vaselina fantástica en un derbi contra el Celta, pero en febrero tuvo que regresar a Brasil para asistir al entierro de su madre.
Volvió a España, le marcó dos goles al Real Oviedo y, a mediados de marzo, tuvo que repetir viaje: su padre había entrado en coma.
Con su padre aún en el hospital, regresó y firmó su mejor partido. Fue en Riazor, ante el Racing. Dio el primer gol y marcó el segundo. Sus compatriotas Donato y Mauro Silva le auparon en hombros para que Riazor le ovacionara.
Solo unos días después, su padre falleció. Vuelta a Brasil. Definitivamente, no eran las mejores condiciones para triunfar, por mucho que le separara de Ronaldo bastante más que una vocal.
Aunque marcó algunos goles más en plazas de renombre —Mestalla, Camp Nou—, la recuperación de Madar y las llegadas de su paisano Djalminha y del marroquí Bassir le empujaron lejos de Riazor. Se marchó cedido al Corinthians y Lendoiro trató de usarlo como moneda de cambio en una operación sintomática: el regreso frustrado de Bebeto.
Luizão, víctima de la saudade
Lendoiro también importó de Brasil al sustituto de Toshack: Carlos Alberto Silva. Tras enderezar el rumbo en el tramo final de campaña hasta alcanzar la tercera plaza, Silva se ganó la renovación y afrontó la temporada 1997/98 como entrenador del Deportivo.
A Silva no le gustaba Madar —en realidad, Madar no le gustaba a casi nadie—. Tras pinchar en hueso con Renaldo, Lendoiro volvió a preguntarse: ¿quién es el goleador del momento en Brasil? Y ese era Luiz Bombonato Goulart, apodado Luizão, delantero de veintiún años del Palmeiras. Su precio, 800 millones de pesetas.[3]
Escuchándole en su presentación parecía que Luizão, amigo de Djalminha desde la infancia, no podría sentirse más a gusto en ningún otro equipo del mundo: «Cualquier jugador brasileño sueña ahora mismo con jugar en el Deportivo. Estoy muy feliz de fichar por un equipo en el que reina un ambiente tan brasileño porque me sentiré como en casa». Pero no fue así, precisamente. Luizão firmó un contrato por siete temporadas, pero pronto descubrió que La Coruña, y especialmente su clima, no eran para él. Tímido e introvertido, no tardó ni cinco meses en abandonar la ciudad apelando a la saudade: «Los futbolistas también necesitamos el cariño de la familia, de los amigos… Y yo ni siquiera estoy casado, como otros compañeros brasileños. No sé si merece la pena dejar tu país para vivir así».[4]
Le dio tiempo a jugar trece partidos, en los que marcó cuatro goles. Engordó bastante y se ganó más de una regañina de Carlos Alberto Silva; incluso se negó a seguir subiendo a la báscula para que le controlaran el peso diario, como al resto de la plantilla.
Fue enviado al Vasco da Gama, con el que ganó la Copa Libertadores solo unos meses después. Cuatro años más tarde, formó parte de la selección brasileña campeona del Mundo en el Mundial 2002. Era el suplente de Ronaldo. Con o.
En una ocasión, tuvo que regresar a La Coruña reclamado por un papeleo y los periodistas aprovecharon para preguntarle por la situación del Deportivo: «No sé cómo está el equipo —se excusó—; yo he venido porque me encanta el arroz con bogavante».
Ni Wiltord ni Bebeto
El mismo verano de la llegada de Luizão se produjeron cuatro circunstancias fundamentales para el devenir inmediato del club.
La primera tenía de nuevo como protagonista a Wiltord. Tras finalizar su temporada de cesión en el Rennes, debía incorporarse al Deportivo. El futbolista llegó a viajar a La Coruña y presentó junto a Lendoiro la nueva camiseta, prenda que nunca llegó a vestir. Ese mismo verano, el Girondins de Burdeos le ofreció un sueldo mucho mayor y Wiltord apretó a Lendoiro para salir antes siquiera de entrar. El presidente le abrió la puerta cuando el Girondins le aflojó 400 millones de pesetas por un jugador que le había costado 300 y no había llegado siquiera a participar en un rondo como deportivista. Tan llamativas como la plusvalía resultaron las declaraciones de Wiltord al llegar a Burdeos: «Menos mal que se arregló todo; antes que jugar en el Deportivo, prefiero retirarme».[5]
La segunda novedad fue la llegada de Salaheddine Bassir, apodado «la avioneta de desierto» o, para los más atrevidos, «el Maradona del desierto». Tras el traspaso de Wiltord, Lendoiro pagó 300 millones al Al Hilal Riyad, un club de Arabla Saudí, por un futbolista al que se atrevió a comparar con un mito del fútbol español: «Bassir tiene cosas de Amancio —le presentó el presidente—: Va a romper la Liga».
La tercera y más importante fue la fuga de Rivaldo. Solo unas horas antes de que se cerrara el mercado, el Barcelona depositó en un banco los 4 000 millones de pesetas necesarios para rescindir el contrato del brasileño, el mejor de la temporada anterior. La apuesta de Lendoiro, que había logrado reunir al llamado «rombo mágico» del Palmeiras —Flavio Conceição, Rivaldo, Djalminha y Luizão—, apenas le duró un Teresa Herrera. La baja repentina de Rivaldo dejó al equipo hecho trizas.
La cuarta historia fue el regreso frustrado de Bebeto. La misma noche de la marcha de Rivaldo, Lendoiro le inscribió a solo cinco minutos de que se cerrara el plazo. Pese a la inscripción, había mucha tela que cortar. Lendoiro pasó varias semanas negociando con diversas empresas y entidades financieras. La vuelta del ídolo no era solo un refuerzo deportivo, sino un rearme moral. Así lo demostró la afición, al cabo de un mes, cuando Bebeto fue recibido en La Coruña con honores que para sí quisieran los jefes de estado. «¡Bebeto, eres Dios!», le jaleaban. Pasó el reconocimiento médico, pero solo unas horas más tarde las negociaciones se rompieron y dejó a los aficionados con el cántico en la boca.
A Lendoiro al menos le quedaba un consuelo: los 4 000 millones frescos ingresados por Rivaldo, que atrajeron a numerosos vendedores e intermediarios. Había que pensar cómo invertirlos.
Abreu y el Manteca Martínez
Bebeto no regresó. Madar tuvo problemas con Carlos Alberto Silva —destituido en la sexta jornada— y con su sucesor, José Manuel Corral. En diciembre fue traspasado al Everton. Luizão también había hecho las maletas. Así que el Deportivo, después de fichar cuatro delanteros en un año y medio, necesitaba de nuevo reforzar la delantera.
Lendoiro miró esta vez a Argentina y contrató a dos uruguayos representados por el mismo agente, Paco Casal: Sergio Manteca Martínez, de Boca Juniors —300 millones—, y Sebastián Abreu, de San Lorenzo de Almagro —1 000 millones de pesetas y… ¡diez años de contrato!—.
Con el equipo en puestos de descenso, Corral se juntó en la caseta con una réplica de las Naciones Unidas: cinco españoles, cinco brasileños, tres franceses, tres marroquíes, dos portugueses, dos uruguayos, dos argentinos y un camerunés. Lendoiro parecía haber confundido la posibilidad de contratar extranjeros con la obligación de hacerlo. El seleccionador nacional español, Javier Clemente, no encontraba ya demasiados motivos para frecuentar el palco de Riazor: «A este paso, todos serán de fuera. Me sorprende que Lendoiro sea del PP y fiche tanto extranjero».
Pese a su relativa juventud —veintiocho años— y pese a ser el máximo goleador del último torneo Clausura del fútbol argentino, Manteca Martínez parecía haber dejado atrás sus mejores días. Su estado físico, desde luego, distaba mucho de ser óptimo. De él se contaba una anécdota de cuando llegó al Boca procedente de Peñarol de Montevideo. Su primer compañero de habitación, Carlos Mac Allister, vio la cantidad de cartones de tabaco que almacenaba en el armario del hotel, y le espetó: «¡Manteca, acá en Argentina también venden cigarrillos!».
A diferencia de Manteca, el Loco Abreu sí era conocido en España, aunque gracias a un programa de Canal+, El día después, que había popularizado el vídeo de un fallo clamoroso a puerta vacía. El error de Abreu era garrafal, pero la locución sobreactuada del narrador argentino elevaba el ridículo hasta lo grotesco.
Los dos uruguayos entraron con buen pie ante el Sporting. El Depor perdía 0-1 cuando Corral recurrió al Manteca, que participó en la jugada del gol del empate. Abreu marcó el segundo. Sin embargo, fue pura efervescencia. Manteca empezó a estar pronto bajo sospecha. Entre lesiones y decisiones del entrenador, solo jugó tres partidos más, suficientes para que la prensa escribiera cosas como la de esta crónica de Xosé Hermida correspondiente a un Deportivo-Alavés de Copa del Rey:
«Corral trató de insuflar rapidez al Deportivo con un doble cambio que tuvo al menos la virtud de quitar de en medio al Manteca Martínez, un espectro de pelo rizado del que, por lo visto hasta ahora, hace dudar incluso si algún día fue futbolista».[6]
Tras su retirada, Manteca cambió el fútbol por las motos acuáticas.
Abreu —que hizo que le serigrafiaran el apodo «Loco» junto al apellido sobre el dorsal— jugó el resto de la Liga, pero solo marcó tres goles. Uno de ellos le salió caro. Una de sus botas salió por los aires y, empujado por la euforia, le pegó una patada en el aire a su propia bota con el pie descalzo. Tuvo la mala suerte de contactar con la zona de los tacos y se rompió un hueso del pie. En otro encuentro, en Son Moix, se tiró al suelo para fingir una falta sin que nadie le tocara. Aun así, fue retirado del campo en camilla y aprovechó el trayecto para lanzar saludos y besos a la grada.
En verano, con la llegada de Javier Irureta al banquillo, Abreu fue descartado e inició un largo peregrinaje por Brasil, México, Argentina y Uruguay. No olvidemos que le restaban nueve años de contrato. Cada verano, el Deportivo le cedía a un club, aun cuando parecía que iba a concederle una segunda oportunidad. Eso al menos decía Abreu que le había prometido Irureta un verano. «Pinocho existe en la vida real», dijo al verse fuera de nuevo.[7]
Abreu no disimulaba su inquina hacia Irureta. En las concentraciones estivales del equipo en Villalba (Lugo), el argentino Lionel Scaloni ponía en el autocar una canción del grupo La Mosca cuyo estribillo rezaba «Yo romperé tus fotos, yo quemaré tus cartas». Abreu se desgañitaba interpretando una versión alternativa dedicada a Irureta: «¡Yo romperé tus fotos, yo romperé tus gafas, para no verte más, para no verte máaas!».
Abreu e Irureta no se vieron mucho. El Loco jugó luego en un sinfín de equipos[8] en Brasil, México, Argentina y Uruguay. Llegó a pasar también por Grecia e Israel. Y también, por supuesto, ha vestido la camiseta de la selección de Uruguay, con la que alcanzó las semifinales del Mundial de Sudáfrica 2010 y además con un papel estelar: transformando a lo Panenka uno de los cinco penaltis de la tanda de cuartos ante Ghana.
Para la temporada 1998/99, Lendoiro fichó dos delanteros más, Turu Flores y Pauleta, a los que el diario Marca bautizó como la delantera Turuleta. El Deportivo fue duodécimo. Solo un año más tarde, llegó Makaay. Marcó 22 goles y el Deportivo ganó la Liga 1999/2000. Fueron los mejores años en la historia del club. Con Irureta en el banquillo, el Depor conquistó casi todas las grandes plazas europeas: Manchester, Múnich, Turín, Milán… además del Camp Nou y el Santiago Bernabéu, donde se permitió el lujo de birlarle al Real Madrid la Copa del Rey el mismo día de su centenario, el 6 de marzo de 2002. Estuvo incluso a punto de alcanzar la final de la Liga de Campeones en 2004, pero se interpuso en su camino el Oporto de un entrenador que empezaba a dar que hablar, José Mourinho.
Tras aquella oportunidad perdida, el ciclo se empezó a deshacer. Como un péndulo, las fuertes inversiones realizadas durante más de una década golpeaban ahora en forma de deuda. Lendoiro, que nunca había creído conveniente contar con un director deportivo para peinar el mercado, ahora tampoco tenía dinero para comprar. El resultado fueron fichajes cuyo rendimiento bien podría competir con el de los reseñados en este capítulo: el uruguayo Sebastián Taborda (2005/06), Rodolfo Bodipo (2007/08), Mista (2008/09), el mexicano Omar Bravo (2008/09) o el argentino Pepe Sand (2010/11), que tuvo una presencia testimonial en el descenso a Segunda División, justo veinte años después del anterior regreso a Primera. Dos décadas durante las cuales el público de Riazor fue acumulando argumentos por si algún día John Gregory se deja caer por La Coruña y le apetece discutir un poco sobre la importancia de los delanteros. Ese día, seguramente, también él preferirá centrarse en el arroz con bogavante.