PREDRAG SPASIC
El madridista que puso en pie al Camp Nou
«El Camp Nou fue mi tumba.»
En el fútbol existen algunas tradiciones especialmente arraigadas: los ingleses juegan partidos entre Navidad y Año Nuevo, los italianos permiten lucir una estrella en el pecho al equipo que gana diez scudettos, la afición del Liverpool canta You’ll never walk alone antes de los partidos y el Real Madrid ficha un central todos los veranos.
En 1990, tras conquistar su quinta Liga consecutiva y batir el récord de goles, el Real Madrid decidió buscar sustituto al defensa argentino Óscar Ruggeri, aquejado de problemas físicos. Ruggeri, por supuesto, había llegado a Chamartín el verano anterior como solución para el centro de la defensa. Las tradiciones son las tradiciones.
Los técnicos decidieron que el sustituto de Ruggeri, campeón del Mundo con Maradona en México 86, saldría de otro Mundial: Italia 90. Durante el torneo, tres centrales llamaron la atención de la secretaría técnica: el inglés Des Walker, del Nottingham Forest; el rumano Gica Popescu, del Universidad de Craiova; y el yugoslavo Predrag Spasic, del Partizan de Belgrado. En un primer momento, el Madrid descartó a este último por una mera cuestión de edad. «Creíamos que tenía más de treinta años debido a su calvicie», reconoció el presidente, Ramón Mendoza. Nadie podrá acusarle de tener mal ojo. El gigantón Spasic, con su dentadura mellada y su escaso pelo rubio y alborotado, aparentaba bastante más de veinticuatro años. Cuando el Madrid descubrió su inopinada juventud y comprobó que su fichaje era el más barato de los tres, no se lo pensó dos veces.
Alfredo di Stéfano —que comentó para Televisión Española aquel Mundial— y el sempiterno Ramón Martínez —recién llegado— habían anotado el nombre de Spasic ya antes del torneo, en un amistoso que España y Yugoslavia disputaron en Ljubljana. Un mes más tarde, ambas selecciones coincidieron en octavos de final del Mundial. España cayó eliminada y la actuación de Spasic, con su metro noventa, acabó de convencer a los técnicos. Según hicieron saber al presidente, el defensa aportaría «velocidad, excelente técnica, buen juego aéreo y anticipación». Un informe demasiado elogioso, como pudo comprobarse después.
Mendoza, fiel también a sus propias tradiciones, disfrutaba del verano en su yate América al sol del Adriático, cerca de Yugoslavia. Aprovechando la ocasión, dejó el barco amarrado durante unas horas y cerró el traspaso con el presidente del Partizan por una cantidad próxima a los 150 millones de pesetas. Spasic, que firmó un contrato por cuatro años, solo había jugado dos temporadas en la élite. Antes de llegar al Partizan, jugaba en el Radnički de Belgrado, de Segunda División. Sin embargo, su buena actuación en el Mundial hizo pensar al Madrid que estaba preparado para triunfar en el fútbol de primer nivel.
El nuevo Camacho
«Spasic será un digno sucesor de José Antonio Camacho», profetizó Miljan Miljanic, exentrenador del Madrid y entonces director técnico de la Federación Yugoslava.[1] «Puede actuar en cualquier posición de la defensa. No es un hombre espectacular, pero es combativo y un excelente marcador.»
El diario Marca lo bautizó de inmediato en una portada como el agente Spasic, por su planta de agente del orden. Le enfundó en una gabardina y le fotografió en las calles de Madrid para el reportaje.
El presidente del Atlético de Madrid, Jesús Gil, interpretó la metáfora a su modo y le lanzó una bravata de bienvenida: «Al coronel Spasic lo vamos a dejar en cabo raso, porque tiene menos cintura que una aceituna». Cuando le intentaron traducir la andanada en la vieja Ciudad Deportiva, Spasic no entendió por qué el presidente de otro equipo se refería a él, y aún menos de esa forma tan extraña.
Sin embargo, los primeros partidos de Spasic con la camiseta blanca mostraron a un jugador más próximo al tronco descrito por Gil que al maravilloso defensor de Miljanic. El estreno ante su nueva afición, en el trofeo Santiago Bernabéu, no pudo ser más exigente: un amistoso ante el mejor equipo del mundo, el Milan, y el mejor delantero, Marco van Basten. El Madrid perdió (1-3) y Spasic no tuvo su mejor noche. Cometió un penalti sobre el goleador holandés y confirmó que la flexibilidad no era una de sus virtudes.
Para colmo, el Madrid arrancó mal la temporada. La revolución planeada por Mendoza para hacer olvidar la marcha de Schuster y Martín Vázquez no pudo salir peor. La escasa aportación de los nuevos —Hagi, Milla, Villarroya, Jaro, el propio Spasic—, la lesión de Gordillo y la baja forma de Hugo Sánchez hicieron que, por primera vez en seis años, el título de Liga comenzara a alejarse del Bernabéu. Spasic fue uno de los señalados. A la presión del estadio el nuevo central respondió con nervios y un ímpetu excesivo que dejaba al descubierto todas sus carencias, que no eran pocas.
El entrenador, John Benjamin Toshack, no le ayudó, precisamente; a las pocas semanas reconoció sin tapujos que Spasic no encajaba en el equipo. Y el mencionado Camacho, que acababa de regresar al Madrid en calidad de segundo entrenador, abundaba en esa línea: «Spasic no ha caído bien. Está descentrado». El presidente fue aún menos discreto. En plena asamblea de socios, Mendoza aireó sin pudor la tensión que atenazaba al yugoslavo: «Este chico está aterrorizado de jugar en el Bernabéu y sé que la otra noche no pegó ojo. Habrá que darle pastillitas para que se le quite el miedo».
Fuera de casa, las cosas no iban mucho mejor. En plena crisis, el Madrid visitó al Real Burgos, cuyo delantero, Predrag Juric, conocía bien a Spasic. En vísperas del partido, Juric presumió: «Siempre que juego contra Spasic, acabo marcando dos goles». Tras el gol inicial de Hugo Sánchez, el Burgos dio la vuelta al partido y acabó ganando (2-1) con dos goles de Juric.
Tras alguna prueba como lateral izquierdo, con resultados aún más desastrosos, Spasic desapareció de casi todas las convocatorias. «Está hundido moralmente —explicaba Toshack—, estamos trabajando para recuperarle.» Se filtró entonces que el club deseaba deshacerse de él, incluso pagándole el contrato íntegro si hacía falta, para poder liberar una plaza de extranjero y contratar un defensa de garantías con el que afrontar las eliminatorias decisivas de la Copa de Europa. Y eso hizo explotar a Spasic: «Estoy hasta las narices de las críticas y los rumores. Si se tiene algo contra mí, se me debe decir a la cara».[2]
Sin embargo, lo peor aún estaba por llegar.
Un gol de leyenda (negra)
En enero de 1991, con el Barça como líder destacado de la Liga, el Madrid visitó el Camp Nou ya sin Toshack en el banquillo. Al galés, despedido por los malos resultados, le había sustituido de forma interina Alfredo di Stéfano, uno de los valedores de Spasic.
El Madrid, a ocho puntos,[3] necesitaba ganar aquel partido para recortar distancias. Y pese a la enorme diferencia futbolística mostrada entre ambos equipos a lo largo del curso, hizo méritos para conseguirlo. Laudrup adelantó al Barcelona en la primera parte, pero Butragueño empató poco después. Mediada la segunda mitad, cuando todo estaba por decidir, apareció Spasic. Él nunca podrá olvidarlo: «Todo cambió en mi vida tras aquel partido. Fue terrible para mí».[4]
Eusebio cuelga un centro desde la derecha. Nando[5] y Maqueda saltan para cabecear, pero ninguno alcanza la pelota. Tampoco el portero Jaro, que amaga la salida y acaba en el suelo. La meta está desguarnecida, pero no importa, porque en el segundo palo está Spasic completamente solo para despejar el peligro. O eso parecía. Para asombro de todos, Spasic improvisa un escorzo y acomoda la cabeza para poner, no sin cierto mérito, el balón dentro de su portería.
Durante unos segundos, mientras el estadio entero rugía, Spasic se quedó inmóvil, con una rodilla flexionada y la otra clavada en el suelo. Posiblemente aprovechó la postura para implorar a la tierra que le tragara allí mismo, al borde del área chica. «Yo no quería meterlo. Lo juro. El balón me dio en la cabeza, entró y yo creí morirme. El Camp Nou fue mi tumba como jugador del Real Madrid. Nunca olvidaré al Camp Nou gritando a coro: “¡Spasic, Spasic, Spasic!”.»
Cuando al fin se levantó, el capitán del Barcelona, José Ramón Alexanko, trató de consolarle con una carantoña. Ningún jugador del Madrid hizo nada parecido. El entrenador, Di Stéfano, se mostró comprensivo: «Cuando se está gafado suceden cosas así. Se ha marcado un gol inexplicable. No sé lo que ha querido hacer; puede que le haya cogido en mala posición, no lo sé». Jaro tampoco se lo explicaba: «El balón iba fuera y no sé si le dio o si fue al intentar despejar. Cuando la desgracia se ceba con alguien, no se la quita de encima».
El Camp Nou, en efecto, fue la tumba de Spasic, que no obstante aún tuvo tiempo para protagonizar algunas actuaciones desgraciadas más y se convirtió en una máquina de regalar penaltis. Durante un partido en Cádiz cometió dos, uno en la primera jugada del partido y otro en el último minuto. Buyo paró el segundo, pero eso no le alivió demasiado. El Real Madrid perdió. También tuvo tiempo de lesionar a Ogris, del Espanyol.
Mendoza sustituyó a Di Stéfano por Radomir Antic en un último —y acertado— esfuerzo por acabar la temporada lo mejor posible. El entrenador serbio enderezó al equipo, se ganó la renovación y supo estimular a su paisano, que dio lo mejor de sí en la recta final del curso, cuando ya estaba sentenciado. Su último partido como madridista fue ante el Barcelona, que se había proclamado campeón varias jornadas antes y fue recibido en el Bernabéu con el tradicional pasillo de honor. Ganó el Madrid (1-0). Spasic no solo no volvió a marcar en propia meta, sino que jugó uno de sus mejores partidos y hasta arrancó alguna ovación de la grada.
Ya se sabía que su futuro estaba en Osasuna, con el que jugó las tres siguientes temporadas con un rendimiento mucho más satisfactorio. Después pasó fugazmente por el Atlético Marbella, de Segunda División, en 1994. Su llegada coincidió con la de Slobodan Bob Petrovic, un empresario serbio que se alió con Jesús Gil y fichó dieciséis jugadores de una tacada para tratar de ascender a Primera; entre ellos, el cabo raso con menos cintura que una aceituna. Solo un año después, Petrovic se dio a la fuga. El Atlético Marbella bajó a Segunda B, después a Tercera y acabó desapareciendo.
Castigado por las lesiones, Spasic solo llegó a jugar cinco partidos en Marbella antes de regresar a su país —convertido ya en Serbia— y despedirse del fútbol como jugador del Radnički, su primer club. Guarda un buen recuerdo de sus compañeros en el Madrid, aunque admite que la presión pudo con él: «Reconozco que no me fue demasiado bien en el Madrid. Del vestuario no tengo queja porque Tendillo, Chendo, Gordillo o Hierro me apoyaron en todo momento para que no me hundiera, pero no niego que me afectaron mucho las críticas».
El verano siguiente, por supuesto, el Real Madrid fichó otro central: Ricardo Rocha. Y el verano siguiente, otro más: Nando. Y el verano siguiente…