ROCHEMBACK, GEOVANNI y otras compras de Joan Gaspart

Los «carteranos» del Barça

«Mi fútbol es mágico.»

(Fabio Rochemback)

El 9 de enero de 2011, tres jugadores formados en la cantera del FC Barcelona coparon el podio del Balón de Oro. Al ganador, Leo Messi, le acompañaban sus compañeros Andrés Iniesta y Xavi Hernández. El trofeo, que desde 1956 distinguía de forma oficiosa al mejor jugador del mundo, comenzó a entregarse ese año bajo el manto de la poderosa FIFA, que no escatimó en medios para darle más pompa. La gala de entrega, emitida para una audiencia planetaria, se convirtió en el mejor spot de La Masía, la prestigiosa refinería azulgrana. Ningún aficionado en ningún continente podía tener dudas de que el Barça era el club que mejor cuidaba a sus jóvenes en todo el mundo, algo así como el dueño de una receta infalible para modelar campeones.

La Masía fue inaugurada a finales de 1979 y en sus tres décadas de existencia ha recibido diversos impulsos. Apartados de los focos, sentando las bases, trabajaron pioneros como Oriol Tort, el hombre cuyo nombre luce en la fachada del nuevo edificio de La Masía —inaugurado en 2012— o Laureano Ruiz, que arrancó de la entrada de la secretaría técnica un cartel que invitaba a dar media vuelta a los chicos que soñaban con vestir de azulgrana pero no llegaban al metro ochenta. Años más tarde, dos históricos como Cruyff y Guardiola apostaron sin reservas por los jóvenes de la casa, con los resultados de sobra conocidos por todo el mundo, incluidos los espectadores de la gala de la FIFA.

La apuesta del Barça por su cantera no es nueva pero, lejos de mantenerse siempre firme, ha atravesado periodos de dudas. De muchas dudas. En primer lugar, porque no todos los años se puede hornear un Messi, un Xavi o un Iniesta.

La llegada masiva de holandeses —ocho en dos temporadas—,[1] auspiciada por Louis van Gaal, fue una buena muestra de ello. También la presidencia de Joan Gaspart (2000 a 2003), un ciclo que no será recordado por sus títulos —no se alcanzó ninguno— sino por la elevada inversión en jugadores, muchos de ellos tan imberbes como cualquiera de los jóvenes de La Masía pero pagados a precio de crack mundial.

Cómo gastar 10.000 millones en menos de una semana

No habían pasado veinticuatro horas desde que Gaspart fuera declarado ganador de las elecciones del Barça cuando Florentino Pérez —que había ganado las del Madrid una semana antes— presentaba a Luis Figo en el Santiago Bernabéu. La huida del portugués, uno de los jugadores más queridos por el público del Camp Nou, abrió una herida que Gaspart se apresuró a suturar. En apenas tres días, el nuevo presidente se fundió los 10.000 millones de pesetas con los que Figo había comprado su libertad. Invirtió 4.000 en repescar a Gerard, un talento de La Masía que había tenido que irse al Valencia para buscarse la vida, y llenó las arcas del Arsenal, que ingresó de golpe 9.000 millones por desprenderse de Marc Overmars (6.500) y el veterano Petit (2.500). «La peor forma de comprar es ir de rico por la vida», se lamentó Gaspart cuando le recordaron la operación un año más tarde. Aquel verano, el Barça también pagó 650 millones por Richard Dutruel, portero francés del Celta que dejó un infausto recuerdo en el Camp Nou, y 2.500 millones más por Alfonso, del Real Betis. Madridista de cuna, nadie creyó a Alfonso cuando cumplió con el ritual del recién llegado y trató de convencer a su nueva afición de que él llevaba al Barça muy dentro desde pequeñito.

Con Lorenzo Serra Ferrer en el banquillo en lugar de Van Gaal, el Barça acabó la Liga en el cuarto puesto y fue dos veces eliminado en Europa: no pasó el grupo de la Champions y cayó ante el Liverpool en semifinales de la Copa de la UEFA. La era Gaspart no había hecho más que empezar.

De Guardiola a Rochemback

En abril de 2001, una semana antes de caer ante el Liverpool, Pep Guardiola sorprendió al barcelonismo anunciando su marcha tras diecisiete años en el club y más de una década en el primer equipo. Aunque su figura se ha agigantado aún más con el tiempo debido a su imponente ciclo como entrenador (2008-2012), Guardiola era ya entonces uno de los grandes símbolos del barcelonismo. Culé de nacimiento, catalán y catalanista, se había educado en La Masía. Es probable que sus cualidades, nada aparatosas, pasaran inadvertidas para más de un ojeador, empezando por un físico endeble, pero sus pies y, sobre todo, su cabeza procesaban y ejecutaban las ideas con las que Cruyff alteró la historia del club.

Para sustituir a Guardiola, estandarte de la casa, el Barça no miró a la cantera, sino al mercado. Charly Rexach, nuevo entrenador en sustitución de Serra Ferrer, habló a Gaspart de un joven brasileño al que había descubierto meses antes, en su etapa como secretario técnico. Descartó incluso recuperar a Mikel Arteta, que tras pasar por La Masía había sido cedido al Paris Saint-Germain: «Están hablando de fichar a un brasileño que es el nuevo Guardiola, señal de que creen que no estoy para jugar allí», se resignó el joven guipuzcoano.

Aquel brasileño se llamaba Fabio Rochemback, jugaba en el Internacional de Porto Alegre y tenía solo diecinueve años, los mismos que Arteta. Costó 2.430 millones de pesetas —cifra ofrecida por el propio Barcelona— y fue presentado por la prensa local no solo como el mejor sucesor posible de Pep, sino como la reencarnación de algunos jugadores históricos, e incluso como un retrato robot con lo mejor de cada uno.

Algunos hablaban de él como «el Dunga del tercer milenio» y hasta le consideraban el heredero natural de Falcao.[2] «Le avala Rexach y parece que Charly es el único que le ha visto jugar. Dicen que será como el Schuster pletórico que llegó al Barça», escribía Xavier Bosch.[3] Según Mundo Deportivo, Rochemback aunaba «la fuerza de Schuster y el talento de Guardiola»: «El brasileño puede marcar época en el club».[4] Este diario también le presentó como «el nuevo Neeskens: Fábio Rochemback comparte con aquel carismático jugador rasgos futbolísticos (es centrocampista, posee una fortísima pegada al balón y un potente físico que aprovecha para entregarse en cada balón) y estéticos (no lleva las patillas ni las greñas propias de los setenta pero sí se anuda los tobillos con una venda blanca por fuera de la media)».[5]

«Es más alemán que brasileño —explicaba Rexach—; es un jugador de empuje que corre, trabaja, defiende, tiene llegada y chut.» No había dudas: Rochemback lo tenía todo. Según su mentor, ni siquiera le faltaba experiencia: «Es un jugador que ya está hecho; quizá deberíamos haberlo fichado antes».

Rochemback, el hombre llamado a heredar un puesto con tanta identidad como el de Guardiola, admitió no saber «nada» sobre el estilo de su predecesor, aunque confianza en sí mismo no le faltaba: «No sé si Guardiola y yo nos parecemos. Sé que es uno de los mejores del mundo en su puesto. No será fácil suplirle, pero mi fútbol es mágico: organizo los ataques y disparo bien con ambas piernas. La gente dice que todo me sale bien y los resultados lo confirman. Sé hacer otras muchas cosas, me adapto a cualquier posición. ¿Excesiva presión? Me consta que se pagará mucho dinero por mí, pero yo nunca he fracasado».

Los primeros partidos desnudaron a Rochemback como un jugador que poco tenía que ver con lo que se había vendido en verano. El sucesor de Guardiola era tosco con el balón en los pies y su mayor virtud consistía en perseguir el balón sin des-mayo. Además era excesivamente duro, no solo en los partidos sino también en los entrenamientos. Su compañero Patrick Kluivert fue duda hasta última hora en un partido contra el Madrid por una entrada de Rochemback tres días antes. Luis Enrique y Reiziger también tuvieron roces con él por entradas a destiempo. Con los rivales, claro está, no bajaba el pistón. En su primer partido contra el Real Madrid, saliendo desde el banquillo, tardó apenas unos segundos en ensañarse con Iván Helguera. Y en la segunda vuelta repitió, también como suplente, clavando los tacos en el muslo de Guti. «Se está siendo injusto conmigo porque no soy un futbolista duro. Es cierto que mi modo de jugar es fuerte, sí. Pero no lo voy a cambiar», se defendía el brasileño.[6]

En su segunda y última temporada en el Barça, ya con Van Gaal de vuelta al banquillo, Rochemback tuvo menos oportunidades. En total jugó 69 partidos y marcó tres goles. Se marchó al Sporting de Portugal, donde jugó en dos etapas. Entre una y otra, pasó tres temporadas en el Middlesbrough. En ambos clubes sus cualidades fueron mucho mejor recibidas que en Can Barça: «Mi mayor virtud es mi físico. Tener suficiente fuerza para cubrir bien mi demarcación. Para poder llegar siempre a los balones antes que el rival».

Contra Zidane, Saviola

«Estamos construyendo un gran equipo y, si no, al tiempo», avisaba el director general deportivo, Antón Parera. Entre las incorporaciones, además de Rochemback, también estaban un joven central francés llamado Philippe Christanval, que pasó con más pena que gloria pese a costar 2.800 millones y ser presentado por la prensa como «el nuevo Blanc»,[7] o el argentino Javier Saviola.

En Madrid, Florentino Pérez comenzaba a coleccionar galácticos. Tras la jugada de Figo, el siguiente de su lista fue Zinedine Zidane. La implantación del star system blanco hizo mella en Gaspart, que se dejó una millonada en Javier Saviola, joven delantero de River Plate por el que ya se había interesado sin éxito un año antes. Saviola, azulgrana por 6.000 millones de pesetas, fue empleado como contrapeso mediático a la nueva jugada de Florentino, aunque la comparación solo resistió unas semanas y sirvió para demostrar una vez más que el papel lo aguanta todo. Leída en perspectiva, la columna titulada «Prefiero a Saviola antes que a Zidane», escrita por el director de Mundo Deportivo, Santi Nolla, resulta incluso hilarante:

La contratación de Zidane se ha hecho a través de un estudio de marketing. […] Zidane es un negocio que juega al fútbol. Saviola es un jugador de fútbol que hará negocio. […] Prefiero a Saviola, un chaval que está jugando el Mundial Sub-20, preocupado en llevar a su padre a París para que se recupere de su enfermedad. […] Saviola me evoca la épica del fútbol. Zidane, el negocio. Hasta me gusta más el apelativo. Es cierto que «Conejo» es menos sofisticado que «Zizou», pero nadie podrá negar que sea más claro. Saviola es cancha de River, fútbol de calle, magia, el chaval bajito haciendo un puente al largo: es el maradonita que nace en la miseria y toca la gloria con el pie. Zidane vende camisetas, Saviola vende ilusión. […] Prefiero a Saviola por todo eso, pero es que, además, Saviola va al Barça y Zidane, al Madrid.[8]

El escándalo Geovanni

El extremo Geovanni Deiberson Maurício, paisano de Rochemback y solo un año mayor que él, fue otro de los refuerzos del Barça ese verano. «Es ya casi una estrella y tiene todas las condiciones para convertirse en algo importante», apuntaba Josep Maria Minguella, uno de los agentes que intervinieron en la operación. «El mercado manda y está así. Si quieres llevarte a un buen jugador, hay que pagar», justificaba el intermediario. Geovanni, «casi una estrella» según uno de sus mayores valedores, le costó al Barça 3.600 millones de pesetas.

«Soy un jugador muy rápido y habilidoso», se vendía el futbolista. Firmó por cinco temporadas, pero le parecían pocas: «Espero que sean diez o quince, como Mauro Silva».[9] Según la web del Barça, su fútbol bebía del «estilo de los antiguos delanteros del fútbol brasileño como Zico, Dida o Rivelino». Chus Pereda, exfutbolista del Barça que también decía apadrinar el fichaje, ponía ejemplos más cercanos: «Lanza las faltas como Rivaldo y centra como Figo».

Semanas más tarde, unas nuevas palabras de Pereda sobre Geovanni pusieron en duda los métodos de la junta de Gaspart y provocaron una fuerte tormenta en el barcelonismo. Pereda, que reclamaba una comisión por su participación en el traspaso, acusó al club y en concreto a Antón Parera de encarecer la operación en 1.200 millones para pagar comisiones a intermediarios afines a Minguella, por aquel entonces asesor externo del club. Para la historia quedó la frase con la que Parera, siempre según esta versión, le apartó de las negociaciones antes de rematarlas por su cuenta: «Chusín, el precio lo pongo yo».

Geovanni llegó a Barcelona con ese estigma. «¿Y tú cuánto has trincado?», le increpó algún aficionado. Los periodistas fueron menos directos: «¿Por qué crees que el Barça ha pagado 3.560 millones de pesetas por ti?». «Por mi potencial», respondió. Nada más pisar por primera vez el Camp Nou, se arrodilló en el césped y rezó una oración. «Dios lo es todo para mí. Es mi fuerza y me ayudará a triunfar en el Barça. Algún día seré uno de los mejores jugadores del mundo porque él siempre está a mi lado.» En sus autógrafos siempre añadía la frase «Jesús te ama».

Su primera temporada fue más que discreta: solo jugó ocho partidos como titular en Liga, con un gol. Él lo achacó a la polémica suscitada por su fichaje: «El problema de mi contrato me afectó mucho, no podía jugar bien. Lo peor ha pasado y ahora ha llegado mi momento», presagiaba. El sucesor de Rexach, Louis van Gaal, tampoco contó con él y el club le buscó salida en el mercado de invierno. «Tengo interés en salir, pero no en que bajen mi sueldo», admitió Geo; «aquí gano mucho».[10] Contratado con estatus de «casi una estrella», había cobrado 200 millones de pesetas por su primera temporada y su contrato recogía una generosa subida de 20 millones al año.

Acabó cedido al Benfica mientras el Barça seguía pagando la mayor parte de su ficha. Los analistas coincidieron en señalar su fichaje como una perfecta síntesis de la política deportiva de la era Gaspart: por su captación, precio y rendimiento.