Epílogo
Los dos sistemas hegemónicos, socialista y capitalista, los dos modelos dominantes, el centralismo burocrático, también llamado socialismo real, y el modelo del neoliberalismo de mercado dominado por las multinacionales de los Milton Friedman (Chicago Boys) y Von Hayek, están en crisis. Ambos han fracasado o se han agotado. Coincido con el profesor de los Estados Unidos John Kenneth Galbraith cuando afirma que durante unos años, en términos económicos, el socialismo funcionó muy bien. La URSS se consolidó como la segunda economía industrial más grande del mundo y mejoró el nivel de vida de su población y el sistema organizativo de los zares. Además armó a sus ejércitos con más firmeza que en occidente para frenar el avance de Hitler. De hecho, al comienzo tuvo éxito: el socialismo redistribuyó el poder, y fue bien acogido. Después, del centralismo rígido se pasó a la burocracia, y de ahí a la autocracia. «En la época moderna —dice Galbraith—, ese socialismo real ya no funciona con el antiguo diseño».
Este período constituye un fracaso neto, al que Gorbachov y su perestroika tratan de poner remedio con la fórmula «más democracia para más socialismo, más pluralismo para más libertad», donde la socialización y la economía mixta y familiar sustituya a la estatalización. Donde la economía de mercado, dominada por los monopolios públicos y privados, permita salir de la escasez, en un país en el que no hay paro ni hambre, y dirigirse a la abundancia acelerando el proceso tecnológico, los estímulos y la libertad. Un mercado regulado con planificación, aunque no rígida sino competitiva, en la que el ciudadano se sienta «copropietario», más que «mal funcionario».
El modelo de socialismo real, aunque con matices, dominaba a mil seiscientos millones de seres humanos. El modelo neoliberal capitalista dominaba también, con formas diferentes, a los tres mil seiscientos millones restantes. El gran capital de Estados Unidos, Japón, Alemania, Inglaterra, etc. controla lo esencial de este modelo, que pasa por el sur de África, Asia y América Latina, y domina gracias a la deuda exterior, la neocolonización tecnológica, y los marines cuando les hace falta.
El modelo centralista burocrático está en pleno proceso de reajuste y cambio democrático. Es un modelo que tiene grandes problemas de abastecimiento y otros conocidos, pero no hambre ni paro. En el modelo neoliberal de los especuladores, el de los «bonos basura» y el de la basura de los bonos, dos mil millones de seres, aun disponiendo de alimento, tienen necesidades que cubrir, mil doscientos millones pasan hambre y de ellos sesenta y cinco millones se mueren por no tener qué comer, y más de mil millones de personas están en paro. Solo unos quinientos millones de seres humanos en USA, Japón, Alemania, etc., viven en plena abundancia.
Si estos países, con el dominio pleno de la ingeniería genética y las nuevas tecnologías, redujeran los gastos militares y pusieran fin al neocolonialismo de diversos tipos con un nuevo orden económico internacional que anulara la deuda exterior y pusiera fin a los intercambios desiguales, se acabaría con el hambre y la muerte.
La conclusión que se saca es que el sistema mal llamado neoliberal está igualmente en crisis. Un informe reciente de las Naciones Unidas, titulado «Paro, hambre y crisis ecológica para el 2000», estudia las perspectivas de la humanidad para el siglo XXI y constata que en las próximas décadas habrá una tendencia al aumento del paro, de la degradación del medio ambiente y del analfabetismo, sobre todo en el tercer mundo. El documento, mesurado y nada alarmista, indica que continuará el crecimiento económico aunque seguirá abierto el abismo entre los países desarrollados y los más pobres.
Si el modelo socialista necesita más democracia para más socialismo, más pluralismo para más libertad, el modelo occidental necesita desplazar del poder a los sectores parasitarios y especuladores, poner fin a la dominación neocolonial de este gran capital de las multinacionales con un orden más democrático y más justo. Pendiente está que la democracia penetre en los centros de trabajo y en las relaciones internacionales, además de asegurar la paz y el desarme.
Del 9 al 13 de julio de 1990, asistí en la ciudad de México D.F., a un encuentro internacional sobre el tema «Estado, Sociedad y Educación en el marco de las transformaciones mundiales». Participamos trescientos invitados de América Latina, Estados Unidos, Canadá y algunos países de Europa, la mayor parte profesores e investigadores, incluido el director emérito del Instituto Max Planck de Alemania, Helmut Becker, y algunos militantes obreros con responsabilidad sindical, además de mil doscientos enseñantes mexicanos del Sindicato de Trabajadores de la Educación, que organizaba el acto. Junto a la secretaria general del sindicato de enseñantes mexicanos, la profesora Esther Gordillo, el presidente de los Estados Unidos de México, el señor Salinas Gortari, y otros, formé parte de la presidencia del encuentro. La conferencia que pronuncié en el plenario del día 13, llevaba el título de «Revolución científico-técnica, crisis económica, modificación de la estructura interna de la clase trabajadora y sindicalismo de nuevo tipo».
Una de las consecuencias de la revolución científico-técnica en el mundo del trabajo, les decía a los asistentes al encuentro, es que ahora el desgaste es tecnológico. El rápido envejecimiento de la tecnología, la obsolescencia, obliga a la reconversión y el reciclaje permanente, y por ello la enseñanza, hoy más que nunca, debe ser «aprender a aprender».
Cuando la ciencia pasa a ser una fuerza productiva directa, el desgaste o envejecimiento tecnológico exige amortizar rápidamente, y esto solo es posible con economías de escala e internacionalizadas. Además, si la revolución científico-técnica coincide con una crisis económica, se producen momentos confusos, complejos, en los que es preciso realizar un serio esfuerzo para ver claro. Huelga decir que «los de siempre» aprovechan el momento para aumentar la desorientación y hablar del fin del sindicalismo de clase y democrático. Es precisamente ahora cuando este sindicalismo de nuevo tipo debe reforzar ese carácter que indico, porque necesitamos de una sociedad más participativa y democrática. Además de sus rasgos reivindicativos, de masas, pluralista y unitario, democrático e independiente de todos los poderes sin excepción, el sindicalismo debe ser asambleario y participativo, celebrar referéndums de carácter socio-político, y no político-social. La unidad y la lucha, más la alternativa y la solidaridad de clase, nacional e internacional, son igualmente vitales. La verdad es que cambia la estructura interna, la forma de la clase, pero no el contenido, porque la renta nacional se sigue repartiendo entre salarios y beneficios. Clases y lucha de clases sobreviven bajo una nueva forma y, en consecuencia, los sindicatos también, pero con profundas modificaciones. Esto nos obliga a mantener el máximo de información y transparencia. CCOO, por décima vez, ha obtenido el premio del «Ranking de transparencia» que realiza el semanario El Nuevo Lunes; un ranking que es elaborado por los periodistas económico-sociales de prensa, radio y televisión de los principales medios del país, y que son los que nos han situado con su voto en el cuadro de honor.
La situación exige a la vez nuevos métodos y formas de organización, no solo las clásicas, sino abrir amplios cauces para lo espontáneo, integrar flexiblemente a las nuevas capas y estratos que nacen de la antigua clase trabajadora, así como reducir sus tendencias corporativas, no olvidando a los sectores marginados de diferentes tipos. Sobre estos temas he insistido no solo aquí, en nuestro país, sino además, y especialmente, en los congresos de los sindicatos soviéticos y cubanos a los que he asistido. La defensa de la independencia con respecto a los partidos políticos, Gobierno, patronos públicos y privados, fue una de las tesis que siempre expuse en cada encuentro en que participé. La «correa de transmisión» en los movimientos de masas conduce a la esclerotización, a la domesticación, tanto en el Este como en el Oeste.
Y digo tanto en el Este como en el Oeste, porque aquí, en nuestro país existen los peligros de convertir a los sindicatos en una burocracia, si no desarrollan fuertes secciones sindicales participativas. También es necesario reforzar el carácter participativo de los comités de empresa frente al sindicato burocrático, por arriba, que toma decisiones sin consultar a los trabajadores. Por eso las elecciones sindicales son algo más que un baremo de implantación de los sindicatos. Por eso hay que asegurar la transparencia y participación democrática en todas las empresas, especialmente en las de menos de cincuenta trabajadores, con lo que la ley llama «preaviso». Es decir, el anuncio con tiempo suficiente y fechas concretas para que puedan participar todos los sindicatos y trabajadores con plena transparencia y posibilidades de presentar candidatos y programas. Para que el «hombre del maletín», o alguna empresa especializada en «hacer elecciones», no cometa fraudes, como ocurrió en 1986 en las pequeñas empresas. Por eso cuando la UGT reaccionó con tremendismo poco serio, y aun valorando esa unidad de acción que esa organización amenaza con romper, nosotros no pudimos aceptar el fraude y la falta de transparencia, democracia y participación. Y además, seguiremos denunciando esa injusta desigualdad —peor que la Ley d’Hont en las elecciones generales—, que supone que en una empresa de seis trabajadores se elija un delegado, y en Ensidesa de Veriña (Asturias), con siete mil trabajadores, se elijan treinta y cinco, para que después, a nivel de todo el país, se mida la representatividad por el número de delegados elegidos como indico y no por el número de votos. La defensa y profundización de la democracia y la participación, a todos los niveles, es una lucha decisiva para alcanzar un sistema más justo y humano que sustituya al neoliberal.
Las crisis son lógicas en el desarrollo de un mundo que progresa a través de las luchas, superando contradicciones complejas, que precisamente por eso nos exigen capacidad de creación de nuevas formas conservando los contenidos de clase que permanecen. La solidaridad humana, el humanismo, así como la ética, no se llevan en un país como el nuestro en el que predomina el «ganar dinero, y pronto».
Los viejos luchadores, o los más jóvenes, no nos hemos equivocado al combatir por otro mundo mejor. El fondo de nuestra lucha era y sigue siendo justo. «Se hace camino al andar», decía Machado. Por otra parte, siempre se partió, a la hora de investigar, de hipótesis rectificadas para ir a hipótesis rectificables… El cristianismo tuvo la Inquisición, la gran Revolución Francesa vivió, además de la guillotina, el Termidor y Napoleón invadiendo y colonizando. ¿Mal de muchos, consuelo de tontos? No. A nadie se le ocurriría renegar de sistemas o sociedades que fueron puntos de referencia en un avance que nos ha conducido a donde estamos. Y tampoco podemos justificarnos con una especie, más que de determinismo, de fatalismo histórico. No solo debemos ser críticos y autocríticos con nuestros propios errores, sino que además debemos estar siempre dispuestos a corregirlos.
Decidido a «aprender a aprender», trato de tener un tiempo para la duda, para ver si no me estoy equivocando, para rectificar cuando sea necesario, todo sin caer en la duda eterna. Ni verdades absolutas ni dudas eternas paralizantes. El 24 de julio de 1990, el senador y filósofo italiano Norberto Bobbio escribía:
El comunismo histórico se ha equivocado, no lo pongo en discusión, pero los problemas permanecen. Exactamente los mismos que la utopía comunista pretendía resolver. ¿Con qué medios y con qué ideales se dispone nuestro sistema afrontar los mismos problemas por los que surgió el desafío comunista? «Ahora que los bárbaros no existen» —dice el poeta—, «¿qué será de nosotros los bárbaros?».
Cuando cinco enfermos, víctimas del SIDA en fase terminal, tienen que subirse a los tejados de la cárcel de Barcelona, estar sin comer varios días y amenazar con suicidarse si no los llevan a un hospital para atenderles, algo grave, gravísimo, pasa también en España. Sí, los bárbaros del poeta existen. Ni el trabajo, ni el pan, ni la cultura o la libertad nos la han regalado nunca. Nosotros estamos dispuestos a conquistarla. En ese contexto, en plena crisis de modelos hegemónicos, ¿se puede ser optimista en cuanto al futuro?
Sí, los modelos fracasados o agotados exigen para superar su crisis dar un nuevo avance, un cambio. «Los enseñantes —decía a los maestros e investigadores en México— podéis ser protagonistas con vuestro trabajo educativo, haciendo que los jóvenes “aprendan a aprender”. Este sindicalista, a los setenta y dos años, vino, además de a dar una conferencia, a aprender. Atención al eurocentrismo; Europa existe, pero el mundo tiene cinco mil trescientos millones de seres. Cuando se avanza a un mundo en paz, con sus seres humanos y su naturaleza, con un nuevo orden económico más humano, más justo, más democrático, ¿podemos luchar, trabajar, estudiar cantando, y vivir soñando? Este viejo militante obrero contesta afirmativamente, para terminar esta conferencia».