Capítulo 11

Era el 18 de noviembre de 1987 y en ese día comenzaba el IV Congreso de Comisiones, un congreso importante por muchas razones; pero además, en él yo había decidido dejar la secretaría general. Es difícil sustraerse a las emociones de un acontecimiento como ese; son momentos en los que se hace balance, en lo político y en lo personal. No puedo decir que yo sea una persona a quien lo emocional le arrastre; para mí siempre estuvo por encima la razón de lo que hacía y por qué lo hacía. De otro modo sería difícil haber resistido tantos años de lucha sin quebrarse.

Desde que entré al Palacio de Exposiciones y Congresos de Madrid todo fueron saludos y abrazos en aquel congreso donde los compañeros de largos años me felicitaban por mi decisión. Otros, sin embargo, no querían que abandonara. De todas formas no pensaba abandonar sino solo dejar de ser secretario general y dar paso a nuevos hombres. Es cierto que cuando estos cambios se hacen con personas a las que la historia y los acontecimientos les han hecho protagonistas hay riesgos en la asunción de los cambios. Pero más riesgos hay cuando los dirigentes se niegan a ceder el paso; entonces constituyen un obstáculo para el avance, y se transforman en pequeños dictadores, cuando no grandes. La reflexión de abandonar la secretaría ya la había hecho mucho tiempo antes. Lo importante era escoger el momento y la forma que más beneficiara al sindicato, que no significara una ruptura interna. Lo cierto es que este cambio se debió no solo a mi decisión personal sino a que Comisiones Obreras había madurado como una organización plural y profundamente democrática. Esta experiencia hacía de esa transición no una lucha entre fracciones sino un debate interno, a veces duro, pero que se resolvía dentro del marco democrático del que nos habíamos dotado en nuestros estatutos. Sin duda eso lo habíamos forjado, unos y otros, en aquellos duros y largos congresos en los que debatíamos hasta la saciedad, siempre abiertamente, todas nuestras diferencias, y siempre a la luz pública. Podemos presumir de que nuestro sindicato es la única organización que abre a invitados y periodistas todos sus debates internos, incluso aquellos que se producen en la comisión de candidaturas, que es la que estudia las listas presentadas para la elección de los cargos dirigentes del sindicato.

El IV Congreso lo celebramos en el mismo lugar que en junio de 1978 celebramos el primero. De uno a otro recorrimos un largo camino y ambos tenían algo en común porque suponían un paso adelante decisivo, aunque en diferentes aspectos. En aquellos primeros años de la transición fue un acontecimiento político en sí porque se producía después de la consolidación organizativa que siguió a la legalización de CCOO. Es decir, aquel primer congreso confirmó la existencia real y formal de la más poderosa organización sindical del país. Aunque lo esencial en él fue aprobar el programa y los estatutos de Comisiones, sin embargo, estuvo marcado por la coyuntura política y económica de la transición.

Nuestra concepción de un proceso congresual parte de abajo arriba. Es decir, nosotros iniciamos los congresos primero en las empresas y, desde ahí, en toda la estructura sindical. De tal forma que cuando se llega al congreso confederal, toda la organización ha discutido y renovado sus cargos. Es la culminación de un proceso de discusión sobre el programa, los estatutos y las diferentes ponencias. Esta etapa congresual exige un enorme esfuerzo por parte de la dirección y del conjunto de la organización. Es un método bastante más complejo pero más democrático que el utilizado, por ejemplo, en UGT, en la que el primer congreso celebrado es el confederal que marca las directrices, y las organizaciones territoriales y federaciones de industrias no tienen después más que seguir las orientaciones. Pero nosotros pensamos que este método reduce la posibilidad de una discusión y elección en profundidad.

Recorrimos un largo camino en el que nadie nos había regalado nada. La libertad, la democracia y el avance hacia la justicia social hubo que conquistarlas una a una. Los hombres y mujeres de Comisiones Obreras hicimos el mayor esfuerzo para que este país estuviera dentro de las naciones democráticas y civilizadas. Los presos de nuestro sindicato supusieron el noventa por ciento de todos los presos políticos en los últimos veinte años de la dictadura. Las víctimas caídas en este período fueron, también en su mayoría, nuestras. Allí, en aquella inmensa sala del Palacio de Exposiciones y Congresos de Madrid, el 21 de junio de 1978 nos reunimos, como delegados elegidos en sus organizaciones, muchos de los hombres que habían pasado una y varias veces por las prisiones, pero también otros más jóvenes, incorporados ya en esos años de transición. Algunos partidos de la derecha habían soñado con que Comisiones desapareciera, otros más a la izquierda pensaron que su acción se limitaría al período de la dictadura y que había llegado la hora de las «organizaciones clásicas». Ambas pretensiones resultaron falsas y prueba de ello es que nosotros asumimos los mecanismos democráticos de una forma más profunda; nadie, ni partidos ni sindicatos, han hecho congresos tan transparentes y tan democráticos como los de Comisiones. Y esa democracia interna no ha sido fruto de la casualidad ni tampoco algo impuesto, ha sido la consecuencia natural de recoger la dinámica de la asamblea como la forma más democrática de decisión y participación. Habían intentado frenarnos en la transición, bien directamente o bien primando a otros sindicatos, pero fue inútil y aquel primer congreso selló nuestra consolidación como una organización con un glorioso pasado y un enorme futuro en el que será una pieza clave para la transformación de esta sociedad.

Asistieron mil trescientos delegados de todo el Estado y de la emigración, en medio de un gran entusiasmo; delegaciones de veintiséis países, y de todos los partidos democráticos españoles, así como de UGT y USO. Allí estaban también Rafael Alberti, que nos hizo el cartel, el poeta Carlos Álvarez y otras personalidades del ámbito cultural y científico. Junto a ellos, los más destacados dirigentes sindicales europeos y de otros continentes. A la cabeza de las delegaciones acudieron la mayoría de sus secretarios generales: por la CGIL, de Italia, asistió su secretario general, Lucio Lama; por la CGT, de Francia, Georges Seguy; por la CTC cubana, Roberto Veiga; por la CGT portuguesa, Judas, y otros muchos.

Julián Ariza propuso mesa y comisiones, que fueron aprobadas. El secretario de la Unión de Madrid, Fidel Alonso, como anfitrión, dio la bienvenida a todos los delegados e invitados tanto nacionales como extranjeros, y después de breves palabras me presentó para iniciar el informe que por encargo del secretariado había elaborado. De nuevo, ante un acto de aquella importancia histórica, recordé a aquellos que cayeron en la lucha. «Sean nuestras primeras palabras de recuerdo y de homenaje a los que dieron su vida en defensa de los trabajadores…». Abogados laboralistas y compañeros que tanto habían ansiado ese día de libertad en el que nos reuníamos y que por él habían perdido la vida a manos de asesinos. La dignidad, mucha o poca, con la que hoy podemos vivir, aunque algunos prefieran no recordarlo, se la debemos al sacrificio de muchos hombres y mujeres en aquellos oscuros años de dictadura. Los aplausos de los delegados sonaron en homenaje cuando citaba a cada uno de los hombres asesinados. Todos ellos compañeros y amigos de aquellos que ese día llenaban la sala.

En aquel informe hice un análisis del camino que habíamos recorrido en esos años, especialmente en la transición que estábamos aún consolidando. La Constitución se estaba debatiendo en el Parlamento, las leyes sindicales también se debatían, vivíamos un momento político en el que el futuro estaba jugándose en gran medida en el Parlamento. Los peligros eran muchos porque la llegada de la democracia no había resuelto los problemas de los trabajadores y, por su parte, los empresarios y banqueros tomaban posiciones para asegurarse, como en el pasado, su predominio en el futuro. Los Pactos de La Moncloa no se cumplían y el paro aumentaba. Y ese fue uno de los asuntos que planteé ante los delegados, porque los próximos años se presentaban marcados por la lucha contra el paro y contra la crisis. Los empresarios pretendían superarla recibiendo ayudas del Estado, cerrando empresas y echando trabajadores a la calle. Nosotros proponíamos una alternativa a la salida de la crisis económica que no pasara por el paro, y la llamamos Plan de Solidaridad Nacional contra el Paro y la Crisis. Era una alternativa solidaria en la que se buscaba asegurar el empleo y mientras tanto las prestaciones sociales a todos los parados.

Se constituyeron las correspondientes comisiones de trabajo para debatir las ponencias y también la comisión electoral, que propondría la candidatura para la nueva ejecutiva y el secretariado. Fueron interviniendo las delegaciones invitadas. Cien enmiendas fueron asumidas o votadas mayoritariamente, cuarenta sobre temas de organización, veinte sobre estatutos, seis sobre finanzas, diez sobre acción sindical, etcétera. El 24, en sesión plenaria, se votaron las candidaturas a la comisión ejecutiva y a las comisiones de garantías y control de finanzas, así como la del secretario general. Mil ciento tres votos a favor, cuatro en contra y ciento seis abstenciones fue el resultado de las votaciones, salvo a la comisión de control de finanzas que fueron mil ciento diecinueve a favor, cuatro en contra y seis abstenciones. La asignación de los puestos tras la votaciones siempre se ha hecho en Comisiones con la fórmula proporcional pura, integral. Es decir, se divide el número de votos emitidos por el número de cargos a elegir y de este modo se asignan los elegidos entre los primeros de las candidaturas presentadas. En Comisiones Obreras las minorías siempre han estado representadas en la dirección, lo que ha beneficiado la pluralidad y ha impedido también que se crearan cúpulas monolíticas o burocratizadas. Entre poemas recitados por Rafael Alberti y La Internacional terminamos las sesiones del congreso. El día 25, en la plaza de toros de Vista Alegre, informamos ante los trabajadores, que abarrotaban el ruedo y los graderíos, sobre el desarrollo del mismo.

Junto a marcar una política sindical, que nos permitía «estar» mejor y «ser» más, y avanzar en los aspectos organizativos, mi preocupación en los congresos se ha centrado siempre en mantener la unidad interna y externa de toda la clase obrera. Aunque nunca eludí pronunciarme a favor o en contra de las propuestas presentadas. Lo realmente difícil era conseguir mantener la unidad dentro de la pluralidad de corrientes ideológicas que había en Comisiones Obreras. En el período que atravesábamos, con fuerzas políticas empeñadas en conseguir si no nuestra desaparición, sí reducirnos a algo puramente testimonial, mantenernos unidos era imprescindible.

La transparencia interna facilitó siempre que nuestras discrepancias aparecieran inmediatamente en los medios de comunicación, especialmente cuando se buscaba algo más de lo anecdótico, lo sensacionalista, que lo que en realidad estaba sucediendo. Parecía como si el sindicato estuviera a punto de derrumbarse, cosa que no era cierta. Los miembros de Comisiones Obreras, incluida la dirección, declaraban públicamente aquello que pensaban, especialmente cuando no estaban de acuerdo con las decisiones de la mayoría. En estos enfrentamientos con la prensa nunca entré, especialmente pensando en salvaguardar la unidad interna.

En el III Congreso, que se celebró en Madrid del 21 al 25 de junio, se manifestaron todas las tensiones internas. La escisión de Carrillo del PCE repercutía en el sindicato, su grupo trataba de diferenciarse de la mayoría y buscaba su propio peso. Pero la mayoría quería también conservar aquella representatividad que le correspondía por la decisión democrática de los congresos previos.

Y esos preámbulos fueron especialmente difíciles porque en ellos se manifestaron todas las tensiones. Incluso aquellos que pertenecían a la mayoría tenían sus propios matices. En mayo recibí dos cartas personales de José Luis López Bulla, secretario general de Comisiones de Cataluña. En una, a consecuencia de la batalla interna y los riesgos de división que había en aquella región, expresa dos formas de abordar la elaboración de las candidaturas, una llevando de antemano los nombres a proponer,

[…] O bien puede hacerse sobre la base de unos determinados criterios y después ver qué mecanismos encajan más adecuadamente. Me inclino por lo último […]. Me parece que debemos reflexionar seriamente sobre el estado de la Confederación. Y a partir de ahí ver cómo empujamos hacia una situación de desbloqueo de los trabajos sindicales. Yo estoy convencido que hay que dar un giro de 180 grados, que es preciso que tú encabeces e impulses, en torno a la vida sindical de Comisiones Obreras. Dos son las grandes tareas a corregir a partir de ahora: a) la sindicalización y la confederalización; b) la cuestión organizativa […]. Mi punto de vista es que no exista una secretaría de organización, sino un negociado de organización.

Al menos en esta última cuestión tenía buena parte de la razón, pero el nivel de enfrentamiento que allí tenían no le permitía comprender cómo yo proponía que un destacado dirigente de Comisiones, miembro del PCC, que luego pasó a formar parte de la mayoría, pasara al secretariado, y en otra carta del 22 de mayo, López Bulla me decía:

No hace falta que te diga que ha provocado un enorme disgusto, una profunda insatisfacción entre todos nosotros. A mí me ha causado estupor […]. Marcelino, te pido reconsideres la idea. Nosotros somos «tu gente». Los otros son gente de otro calibre […]. Perdona este mal rato. Pero las cosas están aquí muy alborotadas y yo no soy de los que van a frenar a los alborotadores […]. Un gran abrazo.

José Luis, uno de los mejores dirigentes, se ponía nervioso; la situación era muy difícil, se necesitaba por mi parte grandes dosis de equilibrio, firmeza y flexibilidad. La unidad estaba en peligro. Hablo de esto por la única razón de reflejar un poco el clima precongresual. La «guerra civil» en el PCE iniciada por los que empezaron las expulsiones en su día de los «superrenovadores» y, después, de los «prosoviéticos», como les llamaban, creaba un verdadero problema no solo en el interior del PCE sino en CCOO. Buscando un equilibrio que impidiera la ruptura, las críticas me podían llegar de todas partes. Los mayores recelos provenían de la Federación del Metal, de Euskadi o de Granada, donde dominaban corrientes afines a Santiago Carrillo, pero también venían de algunos miembros de Comisiones, militantes del PCPE, cuando intentaba integrar a todos. Si a esto añadimos que nuestro sistema de elección de los órganos de dirección se hace por la representación proporcional integral pura, comprenderemos por qué se presentaban tantas candidaturas. No pocos estaban interesados en medir su influencia —su fuerza—, lo que conduce a presentar varias listas en lugar de impulsar candidaturas unitarias. El mecanismo proporcional también empuja en ese sentido y difícilmente hay unanimidades, sobre todo en las candidaturas; de hecho en los últimos congresos siempre ha habido dos o tres listas.

Si los dos primeros congresos habían tenido como objetivo, además de la política sindical, la consolidación de una organización, en el tercero la política sindical ocupaba el primer plano. Se trataba, especialmente, de asentarnos en nuestra tesis solidaria de abordar la crisis económica, frente a un Gobierno socialista que se instalaba en la crisis, propiciando el aumento desmedido del beneficio de los grandes empresarios, banqueros y especuladores, y reduciendo los salarios, con aquello de que los beneficios de hoy son la inversión de mañana y los puestos de trabajo de pasado mañana. En realidad se trataba de un ajuste duro, y la imposición de los topes salariales una política de rentas en la que solo se controla, y a la baja, los salarios. En esas condiciones no era posible ningún acuerdo con el Gobierno.

Acabé mi informe diciendo: «A los que esperan démosles unas CCOO cada vez más fuertes, cada vez mejor organizadas, cada vez más unitarias, con su pluralismo, independencia, carácter de clase y responsabilidad nacional».

Después del informe hubo algunas intervenciones de delegaciones extranjeras y un saludo del alcalde y amigo, el profesor Tierno Galván. El informe de la comisión ejecutiva fue aprobado por setecientos veintitrés votos a favor, ciento cincuenta en contra y siete abstenciones.

Algunos comentaristas hablaron de la «victoria de Camacho» aludiendo a que superamos los graves riesgos de escisión que venían de la mano de los carrillistas. Pero es cierto que allí tuve que hacer uso de todo el peso y autoridad moral mía y de todos los esfuerzos para, manteniendo los criterios de la mayoría frente a Julián y su grupo, no solo cerrar el paso hacia las escisiones latentes sino impedir el provocarlas nosotros con expulsiones. Tuvimos que mantenernos muy fríos para no caer en el juego que nos tendían. En varias ocasiones el debate frente a Julián se hizo duro y difícil. En la elección de secretario general obtuve cerca del sesenta por ciento de los votos, el resto fue un voto de castigo de los otros grupos.

Cuatro listas fueron presentadas para la comisión ejecutiva, una por la comisión de candidaturas que encabezaba yo. Julián Ariza presentó otra que agrupaba la tendencia alrededor del Partido de los Trabajadores de España, de Carrillo. Clemente encabezaba la del PCPE, de Ignacio Gallego, y Nieto encabezaba la de LCR y MCE. Había dos listas que provenían de escisiones del PCE. De los cuarenta y nueve miembros elegidos, veintiséis fueron a la lista que encabezaba yo, catorce a la de Julián, ocho a la de Clemente y uno a la de Nieto. Teníamos la mayoría, pero por solo tres puestos, lo que configuraba una ejecutiva difícil.

Toda la tensión y las discusiones que se produjeron en la comisión de candidaturas, a la hora del intento de acuerdo previo para presentar una sola candidatura, fueron conocidas por los medios de comunicación, que pudieron presenciar la mayoría de los debates. No había nada que ocultar, pensamos que todos podían informarse de primera mano y por ellos mismos de lo que sucedía. Algún diario llegó a titular Demasiada Democracia refiriéndose al comentario de un periodista soviético, pero para nosotros no era demasiada, simplemente aplicábamos la que exigíamos para el conjunto de la sociedad.

Somos un ejemplo de democracia interna, no solo para las organizaciones de nuestro país sino —sin pedantería— para muchas partes del mundo. Consolidar un sistema de representación proporcional integral para elegir los órganos ejecutivos a todos los niveles, sin dobles lecturas, con asambleas y referéndums como elementos de decisión en último extremo, constituye una de las bases fundamentales de un sindicalismo de clase y democrático, de lo que CCOO se puede sentir orgullosa y yo personalmente en la medida que he contribuido a ello.

Después del III Congreso el funcionamiento de la comisión ejecutiva con una mayoría de tres miembros —incluidos los de la Corriente Socialista Autogestionaria— estaba siempre a merced de la asistencia a las reuniones de todos o podríamos quedar en minoría en votaciones importantes, que los escindidos del PCE intentaban plantear. En este período tuve fuertes enfrentamientos con Enedina Sánchez y con Manuel Galán, no solo por las diferencias que pudieran tener sino por sus maneras agresivas, en algunos casos verdaderas provocaciones. Con los demás compañeros, aunque formaran parte de esos grupos ligados al PTE, al PCPE o a la LCR, las discrepancias se situaban en un plano más normal.

El 19 de noviembre fue uno de los momentos más duros: celebramos una reunión extraordinaria de la comisión ejecutiva convocada por los miembros de toda la oposición, Ariza, Sancho, Prat, Vila, Tueros, Juan Ignacio Marín, Juan Jesús, Rufino, Félix Pérez, Tost, Blanco, Campillo, Nieto, Ángel Campos, José Ramón García, Calvo, Galán y Enedina. Todos ellos presentaron un documento titulado Por el fortalecimiento de la unidad en CCOO. Joaquín Nieto (LCR), aunque firmó ese texto quiso desmarcarse un tanto de los otros grupos y librar su propia batalla presentando su propio documento, Democracia y pluralismo en CCOO. Finalmente, después de un duro debate los compañeros de la mayoría presentamos una resolución de la comisión ejecutiva que se titulaba No involucrar a CCOO en problemas y debates que deben abordarse en otras instancias políticas y que fue aprobado por un estrechísimo margen. Tuve que echar todo el peso personal y de todo tipo en la balanza.

El día 20 de enero de 1987 mantuvimos una reunión de la comisión ejecutiva confederal y allí se decidió proponer al consejo confederal las fechas de celebración del IV Congreso los días 18, 19, 20 y 21 de noviembre de 1987. Ya en la preparación del III Congreso hablé con los compañeros sobre la posibilidad de dejar la secretaría general, aunque sin convicción por las divisiones internas que había. En general, entonces, todos consideraron que debía continuar otro mandato a la espera de que la situación se normalizase algo más.

Y para el IV Congreso habían cambiado las condiciones externas e internas. El avance en las elecciones sindicales de 1986 y la unidad con un importante sector de CCOO procedente del PCPE aseguraban la estabilidad interna. El cambio desde el otro congreso era positivo. Por otra parte, cumplía sesenta y nueve años ese año, justo al día siguiente, el 21. Así es que hablé en los primeros días de enero con algunos compañeros a veces sin precisar, simplemente dejándome caer, sobre no presentarme ya en noviembre para la secretaría general. Me respondían que no debía hacerlo, incluso Julián y Clemente eran partidarios de que siguiera. Hablé también con los camaradas que habían sido dirigentes de CCOO; Gerardo me dijo que en todo caso lo anunciara un mes antes del congreso porque se iba a librar una batalla campal por la secretaría general y no se iba a hablar de otra cosa en los once meses previos. Francisco Frutos me indicó que le parecía bien, que debía anunciarlo pronto y hacer una rueda de prensa. Nicolás Sartorius no lo veía mal. Como en las corridas, había «aplausos y casi pitos». Naturalmente, antes de hablar con los compañeros y compañeras, había consultado a Josefina y a mis hijos y ellos eran de mi parecer.

Escuchando a unos y otros y analizando el contexto interno y externo, decidí dejar la secretaría general, aunque en último extremo siempre haría lo que la mayoría decidiera. El momento llegó al día siguiente de esa comisión ejecutiva, el 21 de enero de 1989, de una manera natural y sencilla. Radio Nacional de España, Radio-1, me invitó ese día que cumplía sesenta y nueve años a participar en un espacio a las nueve de la mañana, y aparte de la felicitación, me preguntaron que, dado que la comisión ejecutiva había decidido veinticuatro horas antes convocar el IV Congreso Confederal, si yo pensaba presentar de nuevo mi candidatura a la secretaría general. Les dije netamente que no, naturalmente a reserva de lo que decidiera el consejo confederal.

Había un buen equipo de dirigentes del que podían salir varios y buenos secretarios generales. Los resultados electorales nos permitían afrontar sin sobresaltos esta eventualidad. Por otra parte, siendo justa la causa de la justicia social y de la libertad, de la igualdad y del humanismo, por la que empecé a luchar a los quince años, no había ninguna razón para abandonar la actividad sindical cuando persisten esas injusticias, esas desigualdades y esa democracia que sigue sin penetrar en los centros de trabajo. A mis, entonces, setenta años, si física y psíquicamente podía mover los pies y la cabeza, seguiría manteniendo mi actividad sindical pero no en la secretaría general sino donde los compañeros creyeran de más utilidad. No debía retrasar el calendario, tampoco adelantarlo. Lo anuncié con diez meses de antelación, porque ciertos dirigentes con algunos rasgos históricos corren el riesgo como ha sucedido en el PCE de salir como «un elefante en una cacharrería», rompiéndolo todo a su paso.

Mi mayor satisfacción no es solo la de haber luchado toda una vida por una causa justa, sino que las cosas andaran mejor cuando ya no fuera secretario general o no estuviera. Los hombres y las mujeres pasan, los pueblos quedan. «Somos una dirección colectiva y joven, el noventa por ciento siempre lo hemos sido, el más viejo soy yo. Representamos un nuevo tipo de sindicalismo, el más democrático, que yo, sin pedantería, he contribuido con otros a crear. A mis sesenta y nueve años, recordando a Neruda en su Confieso que he vivido, yo agrego, y “confieso que he luchado”». Fueron mis palabras para los medios de comunicación.

En la rueda de prensa en la que se presentó la decisión de la comisión ejecutiva de celebrar el congreso, los periodistas insistían en conocer quién sería el sustituto; cuál era mi retrato robot, me preguntaban. Les contesté que quien eligiera el congreso, pero que en mi opinión el secretario general es sobre todo el primus inter pares, el coordinador y el aglutinador de un equipo de dirección. El colectivo es el que debe ser «el genio», y si luego tiene a su cabeza un «super», miel sobre hojuelas. Hay que combinar uno que tira demasiado con otro que frena un poco, así no se estrellará y el otro no se quedará rezagado. Formar equipos compensando la capacidad de orientar y de dirigir; se pierde la dirección lo mismo si se tira demasiado y te alejas del grueso de los trabajadores que si vas a la cola rezagado y no haces más que registrar lo que hace el más atrasado. Lo importante es formar parte del colectivo, estar fundido con todos, siempre a la cabeza tirando suavemente. Por otra parte, el secretario general —como todos— debe ser firme y flexible; los rígidos, los duros, generalmente son débiles y ocultan esas debilidades bajo ese caparazón agresivo de rigidez y dureza, falto de razones. Tampoco deben ser excesivamente flexibles, de tal manera que diluyan la esencia y lo esencial, en cualquier caso, alejándose siempre de los secretarios generales plenipotenciarios y personalistas; y no olvidando nunca, en cualquier lugar, en la vida sindical o política, que no debe impedirse el control democrático de bases y afiliados; no hay que olvidar jamás que del burócrata al autócrata no hay más que un paso.

Además, cuando la revolución científico-técnica cambia la estructura interna de la clase trabajadora y nuevas profesiones adquieren un mayor peso, sería conveniente que el que encabece el equipo tenga un pie en cada lado para unir a los trabajadores manuales e intelectuales, para unir a la clase obrera clásica y a los trabajadores de los servicios así como a los técnicos y profesionales, hoy ya mayoría en España. Porque en ese futuro, cuando los cambios estén ya consolidados, la renta nacional se seguirá repartiendo entre salarios y beneficios.

El IV congreso se preparó, como todos, en un proceso que se inició en las secciones sindicales de empresa, pasó por los sindicatos provinciales, luego por federaciones de industria y uniones territoriales, para culminar en el confederal. Las tensiones fueron enormes, sobre todo en las organizaciones en las que tenían mayoría los militantes del PTE. Sus hombres más destacados, Carrillo, Piñedo, Ariza y otros, sabían que se jugaban el futuro del PTE a corto plazo en este Congreso, no ya como militantes de CCOO, los que lo eran, sino fundamentalmente como grupo político y como dirigentes, algunos de ellos con esos rasgos personalistas. El PTE está destinado a su desaparición, a retornar al PCE o a pasarse al PSOE. En ese camino, sin duda, algunos de ellos se irán simplemente a su casa, abandonando la lucha.

A pesar de su fuerte personalidad, el ex secretario general del PCE no podría estar en las primeras páginas mucho tiempo o volver como el secretario general del PC japonés, aunque para ello tuviera el apoyo del felipismo. Carrillo necesitaba tener alguna base social organizada, y esta solo se la podrían dar ciertos sindicatos o federaciones de CCOO que encabezaban algunos de sus amigos. De la misma manera, los aspirantes, como Julián Ariza, a la secretaría general de la confederación, Tomás Tueros a la de Euskadi, Juan Ignacio Marín a la del Metal, Manuel Galán a la de Artes Gráficas y otros, para conseguir los votos necesarios para continuar en sus cargos en CCOO no solo necesitaban su prestigio histórico y el apoyo interno, sino cierta cohesión política de sus partidarios dentro de CCOO; solo un grupo político se la proporcionaba, el PTE, y ello en buena medida les llevaba a oposiciones sistemáticas y a una política de agresión interna.

Estas implicaciones de un tipo y otro hicieron que se retrasaran hasta los últimos días los congresos en Euskadi, el Metal y no pudiera celebrarse entonces el de Artes Gráficas. En la mecánica congresual un cincuenta por ciento de los delegados de federaciones se eligen directamente en las grandes empresas. En ellas la corriente de Carrillo no tenía la mayoría. Y desde las federaciones controladas por ellos impedían que se eligieran y hubo incluso que elegirlos directamente en el caso del Metal. La maniobra de retrasar llegó hasta tal punto que este congreso terminó en Vigo el 14 de noviembre, dos días antes del comienzo del de la confederación. Allí, Ignacio Fernández Toxo fue elegido por seiscientos seis votos contra trescientos sesenta y tres que obtuvo Juan Ignacio Marín que ya vio, en la primera sesión, rechazado el balance de la comisión ejecutiva anterior que él encabezaba.

El resultado del congreso de la federación del Metal despejó totalmente el horizonte del IV Congreso y del próximo futuro de la confederación. Se acababa un período de crisis provocada por la débil y a veces insegura mayoría de la comisión ejecutiva, surgida del III Congreso, y se anulaban los vientos de fronda de CCOO. Era el fin de la política de obstrucción que llevaban a cabo los sectores influidos por Carrillo y su PTE. Mientras el panorama interno se despejaba, avanzaba la unidad de acción con UGT, especialmente a partir de la negociación de los convenios colectivos, en 1987. Una nueva etapa se iniciaba para CCOO y para el movimiento obrero.

El IV Congreso comenzó como estaba previsto y aunque tenso y vivo fue profundamente democrático. El análisis a partir del contexto nacional e internacional y los catorce puntos que aprobó la asamblea nacional de delegados el 3 de abril de 1987 como plataforma reivindicativa, base para las discusiones del período precongresual, y que luego se reasumieron en la Plataforma Sindical Prioritaria, fueron los puntos de referencia del informe que presenté, en nombre de la comisión ejecutiva, al congreso. En lo económico y político expuse que la fase en la que el PSOE en el Gobierno había intentado la vía del PRI mexicano, estaba retrocediendo. Buena parte de ello debido a la firmeza de CCOO y también a los pasos que se iban dando en la unidad de acción. En consecuencia Comisiones, y lo que había defendido estos años de aislamiento y acoso, salía fortalecida.

La crisis del PCE pudo habernos hecho saltar en pedazos porque algunos de forma irresponsable intentaron llevar la misma división dentro del sindicato. Pero en este IV Congreso las cosas ya estaban mucho más maduras y el trabajo de esos años para buscar una clarificación había dado sus frutos. Algunos tuvimos, sin caer en la pedantería o en la falsa modestia, un papel de primer orden al impedir que esas divisiones pasaran a CCOO. Muchas veces algunos miembros de distintas direcciones acudían a mi despacho para exponerme las maniobras de estos grupos que he citado pidiéndome de alguna forma que tomáramos medidas disciplinarias o similares, y mi respuesta siempre fue que la unidad estaba por delante de aquellas «batallitas». Si jamás juré amistad eterna, jamás juraré odio eterno, menos aún a viejos amigos y compañeros de lucha. Valoro pasado y presente, pienso en futuro y soy incapaz de mantener un enfado personal con nadie más de quince minutos. Nuestra mayoría supo cargarse de razón y vaciarles sus argumentos. Por eso el IV Congreso transcurrió sin grandes complicaciones.

Algunos tenían un heredero desde hacía tiempo, apoyándose en diferentes razones, algunas válidas; otros, influenciados por algunos medios de comunicación y desconociendo datos históricos, que por supuesto yo sí conocía por haberlos vivido, apoyaban esa posición. Trasladaban a Comisiones la misma idea que Santiago mantenía con sus delfines en el PCE, que yo nunca alimenté. Después de haber luchado por garantizar la independencia, de haberme enfrentado al propio Carrillo por la misma razón, cómo iba yo a interponerme en una decisión que debería tomar un congreso con unos mecanismos democráticos de mayorías y minorías que todos habíamos aprobado en unos estatutos. Quizás ahí se reflejaba también que la democracia algunos solo se la creían de puertas para afuera. Pero ese no era mi caso. Yo defendería como el que más mis opiniones, pero no buscaba sucesores que me continuaran.

En consecuencia apoyé la candidatura de Antonio Gutiérrez con el resto de compañeros y compañeras de la mayoría. Julián me recriminó este apoyo haciendo alusión a nuestro pasado juntos, en las primeras épocas de Perkins, pero olvidó mencionar las diferencias que tuvimos en los años de cárcel y sus duros ataques en mis debates con Carrillo, cuando el Estatuto del Trabajador, después con la huelga general, etc. Julián daba a entender que le excluían de la secretaría general sin razones de peso, lo que significaba que no había comprendido la autenticidad de nuestro proceso interno, y que ni yo ni ningún otro secretario general de CCOO podía «colocar» a sus sucesores, que solo el congreso, votando a las diferentes candidaturas, resolvería la cuestión.

Cuando defendí el informe insistí en el deseo de presentar una candidatura unitaria a la comisión ejecutiva, cosa que no fue posible. Al final terminé refiriéndome a Julián Ariza y a Juan Ignacio Marín.

Yo, que no he pasado por la Escuela del Pilar, ni por la Escuela de Arte Dramático, sino por la escuela de la vida y por la universidad de la cárcel y el campo de concentración, os pido el voto para el dinamismo y el optimismo histórico que están reflejados en el informe que la comisión ejecutiva saliente ha presentado a este IV Congreso.

La mayor parte de los delegados estuvieron aplaudiendo varios minutos frente a los rostros serios de Julián y Juan Ignacio. Mis palabras fueron solo una pequeña ironía hacia las actitudes que ellos mantenían de forma cotidiana y que todos los delegados conocían. En algunas de sus intervenciones en momentos críticos, a Julián parecía quebrársele la voz…, a lo que la mayoría del auditorio empezábamos a estar acostumbrados.

En el plano sindical español la aparición, desarrollo y consolidación de CCOO es el acontecimiento más importante del siglo. Un amplio congreso y plenamente democrático, abierto totalmente a los medios de comunicación, presenció cómo se aprobaba el informe de gestión con el 73,5 por ciento de los votos de los delegados, cómo Antonio Gutiérrez era elegido secretario general, con setecientos diez y seis votos de los novecientos cincuenta y ocho delegados, el 74,73 por ciento, y yo presidente, con setecientos treinta y tres votos, el 76,27 por ciento. Los compañeros Chema, Antonio y Agustín plantearon la modificación de los estatutos creando la figura del presidente que antes no existía y le dieron un carácter ejecutivo, no honorífico como yo inicialmente pensaba. Según esta modificación de los estatutos propuesta y aprobada:

El presidente de la Confederación Sindical de CCOO ejerce sus funciones de representación al máximo nivel de la CS de CCOO. Es a su vez el órgano que simboliza el carácter unitario, solidario e histórico de la CS de CCOO. En cuanto a tal preside el consejo y la comisión ejecutiva confederal y las reuniones del secretariado confederal a las que asista […]. Ejercerá las funciones de representación y de estrechamiento de relaciones con organizaciones sindicales, políticas o sociales tanto a nivel internacional como estatal, actuando bajo acuerdo colegiado de los órganos de dirección, siguiendo el principio de dirección colectiva. Al presidente le es de aplicación el régimen de incompatibilidades que se establece en el artículo 30 de los estatutos aprobados en el IV Congreso Confederal y que está referido a las incompatibilidades de los miembros de los órganos de dirección confederal de los cuales forma parte.

Se citan ocho, entre las que destacan: «Ser parlamentario. Ser secretario general o miembro de un secretariado con responsabilidad directa, con un frente de trabajo permanente».

He intentado hacer honor a estos estatutos como presidente y me he situado siempre entre lo ejecutivo y lo honorario, no como la «reina madre», sino con voz y voto, actuando y pensando que los hombres y mujeres pasan por la vida; los trabajadores, los pueblos, quedan. El mayor honor para la lucha de toda una vida, es que cuando uno se está yendo, las cosas vayan mejor que antes. Una nueva etapa, una mayoría más amplia y un secretario general extraordinario, que no debía nada a nadie, joven, capaz, firme y flexible, como primus inter pares de un equipo de dirección excepcional.

En estos tres años he continuado la batalla donde ha sido necesario, he participado en campañas electorales pidiendo el voto para Izquierda Unida, donde estoy integrado, así como en el PCE. Cuando cumplí los setenta años, a los pocos meses de finalizar el congreso, numerosos compañeros y amigos me homenajearon. La Universidad Complutense, en un acto muy emotivo, me nombró profesor honorario. Algunos homenajes podían tener tono de despedida, pero pronto se dieron cuenta de lo contrario porque mi actividad me temo que no ha disminuido.

Josefina esperaba algo más de tiempo en casa, después de esta «jubilación», pero no ha sido así probablemente porque soy incapaz de sentarme en una silla al sol. El tiempo para mí siempre ha sido algo que tenía que llenar de actividad, y es muy tarde para cambiar. Aunque procuro dejar en mi agenda algún día en blanco donde pongo «comida con hijos y nietos». Esos son días en los que la familia nos reunimos, y mientras mis nietos, Sergio, Raúl, Miguel y la pequeña de dos años, Laura, juegan y curiosean los recuerdos que se agolpan en mi casa, el resto nos dedicamos a discutir de lo que ha sido el eje de nuestra vida familiar, de la política, de las empresas donde trabajan, de las elecciones sindicales… Y nadie piense que son discusiones fáciles, porque a los Camacho les gusta polemizar y debatir, incluso entre ellos. En realidad es que por dentro no soportamos la injusticia. Y así es como continúo con la misma vida de ese militante que he sido y quiero seguir siendo mientras pueda y viva, «ni alto, ni bajo, ni gordo, ni flaco, normal» como suelo decir, creo que como soy.