Nico pide prestado a Gaston Champignon su cucharón de madera y, como hacen los guías que llevan de paseo a grupos de turistas blandiendo un paraguas o un cartel para que no los pierdan de vista, se pone a la cabeza del grupo de vacaciones organizadas Cebolletas y lo guía al interior del Coliseo.

Los chicos se quedan impresionados por las dimensiones del anfiteatro.

—No parecía tan grande en los libros —comenta Lara, atónita.

—Cabían cincuenta mil espectadores —explica el número 10—, como en un estadio de fútbol actual. Pero no olvidéis que se construyó hace casi dos mil años. De hecho, las obras empezaron el año setenta y dos después de Cristo, y fue inaugurado el año ochenta.

—¿Lo llamaron coliseo por su tamaño gigantesco, es decir, colosal? —pregunta João.

—No exactamente —responde Nico—. La que era colosal era la estatua de bronce del emperador Nerón que estaba junto al anfiteatro, que fue la que le dio nombre.

—¿Los espectadores del Coliseo estaban separados por sectores, como en los estadios de hoy en día? —pregunta Pavel.

—Sí, había cinco sectores —explica el número 10—. Los senadores, que gobernaban Roma, se instalaban en las filas más bajas y cómodas, desde donde mejor se veía el espectáculo. Cuanto más se subía, menos valían las entradas. En la última fila, la más alta, se sentaban las mujeres, que durante algún tiempo ni siquiera estuvieron autorizadas a entrar.

—Me parece una buena idea. Yo también pondría a las mujeres en las últimas filas de nuestros estadios: total, de fútbol no tienen ni idea… —comenta riendo Tomi.

Eva atiza un codazo en el estómago al capitán.

—¡Bien hecho, Eva! —aprueban las gemelas.

—¿Y qué tipo de combates se celebraban en el Coliseo? —pregunta Becan.

—Al principio, hasta batallas navales —cuenta Nico—. Se inundaba la arena, transformándola en una especie de lago, y los barcos luchaban entre ellos. Pero los combates más populares eran de tres tipos: animales contra animales, animales contra hombres y hombres contra hombres.

—¿Animales contra hombres? —pregunta sorprendido João.

—Sí, hombres contra tigres o leones, por ejemplo —responde el número 10.

—Pero ¿cómo va a derrotar un hombre a un tigre? —insiste João.

—No puede. En realidad, no eran duelos, sino verdaderas ejecuciones —explica Nico—. Así se mató a muchos de los primeros cristianos. El Cristianismo era ilegal, y el que no se avenía a venerar a los dioses de los romanos se exponía a acabar en el centro del Coliseo junto a un tigre o un león.

—¿Y la gente se quedaba en las gradas para disfrutar del espectáculo como si fuera un partido de primera? —inquiere Lara, que no puede creer lo que está oyendo.

—Pues sí. Y se divertían un montón —contesta el número 10—. Eran otros tiempos. Los hombres se comportaban peor que las fieras. Con el paso de los siglos fueron mejorando sus leyes y sus costumbres.

—¿Y los gladiadores? —pregunta Dani.

—¡Ya lo explico yo! ¡Lo sé todo! —exclama Fidu, adelantándose a Nico—. Los gladiadores eran muy populares en la Roma antigua, tanto como lo son Cristiano Ronaldo o Messi en nuestros días. Se entrenaban en un gimnasio y luego combatían en el coso con un yelmo, un escudo y varias armas. Podían echar una red a su enemigo para enmarañarlo y luego tratar de matarlo con una horquilla, lanza o espada. Los mejores gladiadores eran ídolos del público, pero no eran hombres libres. Tenían un amo, aunque, a fuerza de ganar combates en la arena, un gladiador podía obtener su libertad. Ahora os enseñaré cómo era un duelo entre gladiadores.

Fidu se quita la camiseta, arrebata el cucharón de madera a Nico y exclama:

—¡En guardia, Socorro!

El portero lanza la camiseta como si fuera una red sobre la calavera del esqueleto, lo arranca de los brazos de Augusto, finge luchar contra Socorro, lo tumba en el suelo y, empuñando el cucharón como una espada, lo mantiene suspendido sobre sus huesos.

—En ese momento —explica Nico—, si el emperador apuntaba con su dedo pulgar hacia abajo, el gladiador tenía que matar a su adversario, pero si lo levantaba, perdonaba la vida al gladiador derrotado.

—¡Entonces, le «choco la cebolla» a Socorro! —grita Sara con entusiasmo.

Los Cebolletas levantaban al unísono los pulgares, y Fidu retira el cucharón, sin hundirlo en el tórax del esqueleto.

—¡Esta vez conservas la vida! —exclama el portero, levantándose.

Un grupito de turistas japoneses, que se había detenido para contemplar el combate, aplaude divertido.

Fidu les da las gracias inclinándose, mientras los Cebolletas se echan a reír.

La visita matutina al Coliseo ha servido para rebajar los nervios por su debut en el prestigioso torneo.

En efecto, los Cebolletas salen del vestuario muy tranquilos, entre otras cosas porque Gaston Champignon les acaba de dar una noticia que les beneficia de cara al partido:

—El entrenador de los Foligno Boys me ha dicho que no tendrán suplentes, porque tres chicos ya se han ido de vacaciones y su delantero centro se acaba de recuperar de una lesión en la rodilla. Es una lástima, porque a mí siempre me ha gustado enfrentarme a mis rivales en igualdad de condiciones. Pero no os creáis que será un paseo, chicos. ¡Juguemos con toda nuestra alma y comportémonos como verdaderos Cebolletas!

Pese a las palabras de su entrenador, se diría que los Cebolletas han empezado el encuentro al ralentí. A lo mejor están esperando que los Foligno Boys se cansen y cuentan con atacar en el segundo tiempo, cuando sus rivales no dispondrán de jugadores frescos en el banquillo. Además, hace una tarde de verano muy calurosa.

Sea como sea, en los diez primeros minutos Fidu ya ha hecho tres paradas y Champignon ya se ha acariciado dos veces el bigote por el lado izquierdo.

Las gemelas sufren intentando contener al número 9, que no parece tener problemas en la rodilla. Al contrario, vuela como un rayo. Míralo…